En general, los
ánimos de los acusados eran muy bajos. La exposición del tribunal
había dejado claro que asumía por entero el punto de vista de la
fiscalía y que no admitía ni siquiera las más graves de las
objeciones de la defensa. (...) Sin embargo, los acusados
repararon en que, cuando se pronunció el veredicto, las luces
habían sido considerablemente atenuadas. El tribunal no quería que
la prensa fotografiase a los acusados en el momento de oír la
sentencia. Ese hecho, que los acusados interpretaron correctamente
como una muestra de piedad del tribunal, junto a que se
pronunciasen primero las condenas acerca de las organizaciones y
que el veredicto fuera considerablemente benévolo, llevó algo de
esperanza a los imputados.
Por supuesto,
ignoraban que el debate sobre su suerte había sido apasionado y
prolongado. Los soviéticos habrían querido ahorcar o condenar a
cadena perpetua a la práctica totalidad de ellos, empezando por
aquellos que mayores responsabilidades políticas tenían, al margen
de su culpabilidad personal. Por ejemplo, querían condenar a
muerte a Rudolf Hess por su responsabilidad política a la hora de
aprobar las Leyes de Núremberg, aunque él no hubiese sido autor de
ningún hecho concreto y nada tuviera que ver con el exterminio ni
con el desencadenamiento de la guerra.
Entre bastidores,
las cuestiones más problemáticas volvían a suscitarse una y otra
vez. Donnedieu de Vabres, el juez titular francés, anunció su
desacuerdo con la pretensión de que había existido una
conspiración generalizada por parte de los alemanes, y aseguró que
votaría sistemáticamente en contra del primer cargo, el de
conspiración, innecesario y difícil de definir. Parker, el
sustituto de Biddle, suscitó la cuestión de que se debería
enfatizar la agresividad de Hitler en la guerra que Alemania había
mantenido contra Francia y Gran Bretaña, pero el propio Biddle
estimó que era mejor no tocar ese asunto por cuanto habían sido
Londres y París quienes rompieron hostilidades con Berlín.
El tribunal, en
última instancia, rechazó incautarse de las propiedades de los
acusados que no hubieran sido adquiridas de forma irregular y, en
cualquier caso, el origen de la propiedad no debía determinarse en
Núremberg. Los soviéticos, por supuesto, mostraron su más completo
desacuerdo.
Los acusados,
naturalmente, ignoraban todo esto. Podían imaginar que los jueces
rusos serían los más duros, pero, en todo caso, sabían que no
tenían ninguna oportunidad de influir en ellos.
El ceremonial se
estableció de modo que los acusados debían permanecer juntos en el
banquillo mientras escuchaban el veredicto en torno a la inocencia
o culpabilidad con respecto a cada uno de los cargos por los que
se les juzgaban. A la tarde siguiente serían conducidos otra vez a
la sala, de uno en uno, de modo que nadie conocería la sentencia
de los demás. Los ocho jueces se turnarían en la lectura de las
sentencias. A las 10.03, el tribunal entró en la sala. El silencio
se espesaba cada vez que terminaba la lectura de las
consideraciones del tribunal y antes de pronunciar la palabra
"inocente" o "culpable". Se les ponían obligatoriamente los
cascos, que los acusados se quitaban con premura en cuanto oían la
sentencia.
No todas condenas a muerte
Los veredictos
resultaron sorprendentes para casi todos. Entre el público se
pensaba que las condenas serían a muerte, y que acaso alguno la
sortearía mediante la cadena perpetua, todo lo más. El que hubiera
hasta tres absoluciones resultó inesperado, así como que muchos de
los acusados fueran exonerados de muchos de los cargos de los que
se les acusaba (...).
Las absoluciones
resultaron problemáticas en muchos sentidos. En cierto modo,
absolver a Schacht, a Papen y a Fritzsche venía a sellar el
fracaso de un tribunal acusado de parcial y de haber sido formado
de modo precipitado. Algunos de los jueces occidentales tampoco
estaban de acuerdo en que salieran absoluciones de las
deliberaciones del tribunal. Pensaban que era mejor una condena
por leve que fuese que el reconocimiento de la improcedencia de la
imputación.
Además, la propia
formulación de la acusación se veía cuestionada en la medida en
que cargos como el de conspiración debían afectar a todos los
prisioneros; la absolución no implicaba el desmentido de la
acusación, pero, sin duda, arrojaba sombras sobre ella. Los
soviéticos fueron particularmente celosos en este asunto; el
compromiso con Moscú era que no hubiese absoluciones. Cuando
vieron que esto no era posible, emitieron un voto particular de
disentimiento. Corría la especie de que los jueces soviéticos
carecían de la menor noción acerca de cómo redactar un voto así, y
que Nikitchenko tuvo que pedir ayuda a sus colegas occidentales.
Los acusados que habían resultado absueltos mostraron su sorpresa,
sobre todo Fritzsche, seguramente quien con menos motivo habría
debido mostrarse sorprendido. El resto se aprestó a escuchar su
condena el 1 de octubre de 1946.
La lectura de las
sentencias fue relativamente rápida. A las 14 horas y 50 minutos
de comenzó la 407ª y última sesión del juicio de Núremberg. Había
terminado a las 15 horas y 40 minutos. La lectura de cada
sentencia se extendió por unos cuatro minutos, pasados los cuales
cada uno de los condenados fue bajado de nuevo a su celda en el
ascensor, salvo los absueltos.
Como era
previsible, habían comenzado con Göring y continuaron en el orden
en que los acusados se sentaban en el banquillo. (...)
El psiquiatra,
Gilbert, se reunió con los condenados tras oír la sentencia.
Apareció Göring con el rostro pálido y los ojos hundidos y
húmedos, murmurando "¡Muerte!" y luego expresó su deseo de estar
solo durante un rato. Hermann Göring (1893-1946) era, tras Hitler,
el nazi más destacado y considerado como su posible sucesor desde
1939 hasta 1945.
Sus órdenes
obligaban a los prisioneros de guerra a trabajar para la industria
armamentística y dirigió el expolio del territorio conquistado.
Persiguió a los judíos básicamente para confiscarles sus
propiedades y para cercenar sus actividades económicas. Su propia
confesión basta para condenarle.
¿Y las esposas de Göring?
Hess no sabía que
había sido condenado a cadena perpetua, solo estaba interesado en
que alguien le dijera por qué Göring no llevaba esposas y él sí.
Tuvo que ser el guarda el que informase a Gilbert de que su
sentencia era de por vida. Hess no paraba de reír nerviosamente,
pero no decía nada. [Hasta su vuelo a Escocia en 1941, Hess
(1894-1987) fue el lugarteniente del Partido Nazi].
Más suerte de la
que había tenido con los dos primeros tuvo el psiquiatra con los
siguientes. A Ribbentrop [Joachim von Ribbentrop (1893-1946),
ministro de Asuntos Exteriores alemán de 1938 a 1945] se le veía
impactado de veras, solo repetía una y otra vez "muerte, muerte...
ahora no podré escribir mis memorias... cuánto odio". Se sentó
sobre el camastro, con la mirada perdida y no fue capaz de
articular muchas más palabras.
Keitel [Wilhelm
Keitel (1882-1946), comandante en jefe de las Fuerzas Armadas en
el Oberkommando de la Wehrmacht (OKW), diseñó los planes de Hitler
para la invasión de Checoslovaquia] le recibió con una postura
hierática, los puños apretados y los brazos rígidos. En sus ojos
podía leerse el horror.
-Muerte ¡en la
horca! Pensaba que al menos me libraría de eso... -La voz le salía
ronca por la indignación-. No le culpo por mantener la distancia
con un hombre sentenciado a morir en la horca. Lo comprendo
perfectamente. Pero sigo siendo el mismo de antes. Le suplico que
al menos me visite alguna vez durante mis últimos días -dijo a
Gilbert.
Kaltenbrunner [Ernst
Kaltenbrunner, director desde 1943 de la Oficina Central de
Seguridad del Reich (RSHA), al tiempo que llevaba a cabo un vasto
programa de crímenes de guerra y de crímenes contra la humanidad.
Estaba al tanto de las condiciones en los campos de concentración,
y desde su oficina se transmitieron órdenes de ejecución
procedentes de Himmler para esos campos] mantenía una calma casi
completa, solo traicionada por la crispación de sus manos,
agarrotadas. Como Göring, solo murmuraba "muerte".
La actitud de
Frank [Hans Frank (1900-1946), ministro de Justicia a partir de
1933 y gobernador general de Polonia entre 1939 y 1944] era
distinta; aunque no pudo sostenerle la mirada al psiquiatra, se
mostró calmado y hasta sonriente:
-Muerte en la
horca. -La voz era apenas audible, pero asentía con la cabeza-. Lo
merecía y lo esperaba, como siempre le he dicho. Me alegro de
haber tenido la oportunidad de defenderme y de reflexionar durante
los últimos meses.
Rosenberg [Alfred
Rosenberg (1893-1946), ideólogo del Partido Nazi, afirmaba que el
destino de la nación alemana era dominar Europa y que los judíos
eran una raza inferior. Fue también ministro de los Territorios
Ocupados del Este a partir de 1941] no se había hecho nunca muchas
ilusiones, porque sabía que era detestado casi del mismo modo que
Streicher, aunque de forma menos vehemente y física; pero su
antisemitismo radical le dejaba poco margen de maniobra. Cuando
Gilbert entró en la celda, rió con cinismo, mientras se ponía el
uniforme de la prisión:
-La soga... ¡la
soga!... Es lo que deseaba ¿verdad?
La reacción de
Streicher [Julius Streicher (1885-1946), editor del semanario
antisemita Der Stürmer y pilar del movimiento antisemita durante
los años 30] fue muy semejante:
-Seguro que lo
sabían desde el principio, ¿verdad?
Funk [Walther
Funk (1890-1960), ministro de Economía de 1937 a 1945] había
recibido con desconcierto la sentencia que le permitía seguir con
vida, por cuanto esperaba la condena a muerte, y en una primera
reacción se había mostrado deferente con el tribunal. Sin embargo,
al llegar a la celda, su actitud resultaba extraña:
-Cadena perpetua,
¿qué significa eso? No irán a tenerme en la cárcel el resto de mi
vida, ¿no?
No parecía que le
hubiera sentado particularmente bien la absolución de Von Papen [Franz
von Papen (1879-1969), canciller de Alemania en 1932 y
vicecanciller de 1933 a 1934] y, sobre todo, de Schacht, aunque se
alegraba de la de Fritzsche. Resultaba comprensible su amargura
por lo de Schacht [Hjalmar Schacht (1877-1970), ministro de
Economía entre 1934 y 1937], por cuanto en definitiva Funk había
sido su sucesor en el Ministerio de Economía y el comportamiento
en el juicio de su predecesor no había sido particularmente
agradable.
Raeder [Erich
Raeder (1876-1960), comandante en jefe de la Marina de 1935 a
1943] estaba desesperado por su condena, aunque trataba de
disimularlo; le preguntó al guarda de la celda con fingida
indiferencia si esa tarde habría paseo, pero luego consideró
recurrir la cadena perpetua y hacer una petición de condena a
muerte. No quiso hablar con el psiquiatra, al que dijo que había
olvidado su sentencia mientras le hacía ademanes para que se
alejase.
Von Schirach [Baldur
von Schirach (1907-1974), jefe de las Juventudes Hitlerianas de
1933 a 1940] estaba apesadumbrado por su condena a veinte años,
pero se comportó con entereza en todo momento y le dijo a Gilbert
que, aunque prefería una muerte rápida a una lenta, al menos su
mujer se alegraría. Fue de los pocos que preguntó por las
sentencias de los demás, que no le sorprendieron en exceso.
Sauckel [Fritz
Sauckel (1894-1946), a partir de 1942 fue el encargado de explotar
la mano de obra de los territorios ocupados] sí estaba sorprendido
por la suya. No terminaba de creerlo.
El llanto de Fritz Sauckel
-¡Me han
condenado a muerte! No creo que sea una sentencia justa. Yo nunca
he sido cruel. Siempre he querido lo mejor para los trabajadores.
Pero soy un hombre y puedo asumirlo.
Sin embargo, rompió a llorar en ese punto.
En los días
siguientes seguía convencido de que su sentencia, sin duda, se
debía a un error, tal y como les dijo, además de al psiquiatra, al
peluquero y al médico de la cárcel; probablemente se debía a la
traducción. La insistencia de Sauckel llegó a los oídos de todos
los internos y motivó que Seyss-Inquart [Arthur Seyss-Inquart
(1892-1946), canciller de Austria de 1938 a 1939, vicegobernador
de Polonia entre 1939 y 1940 y comisario del Reich en la Holanda
ocupada de 1940 a 1945] le enviara una carta por medio del doctor
Pflücker:
"Querido camarada
Sauckel: Hace usted una crítica excesiva a la sentencia. Cree
usted que han fallado esta sentencia contra usted porque una de
sus palabras fue mal traducida e interpretada. Yo no tengo esta
impresión. Que existiera una orden del Führer no es motivo para
que nosotros, que tuvimos el valor y la fuerza suficiente para
estar en primera línea de esta lucha a vida o muerte de nuestro
pueblo, no aceptemos la responsabilidad. Si en los días del
triunfo estuvimos en primera línea, tenemos el derecho de
solicitar también este mismo puesto en la desgracia. Con nuestra
actitud ayudamos a reconstruir el futuro de nuestro pueblo. Suyo,
Seyss-In-quart".
Contrastando con
el derrumbe de Sauckel, Frick [Wilhelm Frick (1877-1946), ministro
del Interior entre 1933 y 1943 y, posteriormente, protector de
Bohemia y Moravia] acogió su sentencia con una aparente frialdad
casi total, en consonancia con su actitud durante todo el juicio.
Se encogió de hombros y dijo: "Pena de muerte... no esperaba otra
cosa". También dijo que prefería haber sido condenado a muerte que
a cadena perpetua. "Los que son sentenciados a morir en la cárcel
no se convierten en mártires" Frick también preguntó por los
otros, y Gilbert le dijo que había once penas de muerte contando
la suya.
-Esperaba
catorce; bueno, a ver si lo hacen rápido.
Jodl [Alfred
Jodl (1890-1946), jefe del Estado Mayor de Operaciones del OKW de
las Fuerzas Armadas entre 1939 y 1945. En 1944, ordenó la
evacuación del norte de Noruega, la quema de 30.000 hogares y
rehusó ayudar a los rusos. En su defensa, alegó que obedecía
órdenes de su superior, Hitler] trató de evitar el contacto con
Gilbert. Recorrió el camino hasta la celda erguido y mirando al
frente. Al entrar en la celda le quitaron las esposas; su rostro
asomaba, enrojecido. Reaccionó como Keitel [Wilhelm Keitel
(1882-1946), comandante en jefe de las Fuerzas Armadas en el
Oberkommando de la Wehrmacht (OKW)] a la condena a la horca:
"Muerte, ¡en la horca! Eso, al menos, no lo merecía. Lo de la
muerte, bien; alguien tiene que asumir la responsabilidad. Pero
eso..." -su voz se estranguló en la garganta- "eso no lo merecía".
Resignado, Seyss-Inquart
se limitó a mostrar una cierta conformidad: "Bueno, a la vista de
la situación no esperaba otra cosa. Está bien".
Speer [Albert
Speer (1905-1981), ministro de Armamento y Producción Bélica a
partir de 1942 y arquitecto predilecto de Hitler] reía con
nerviosismo: "Veinte años. Es lo justo. No podían darme una
sentencia más leve teniendo en cuenta los hechos, y no puedo
quejarme, dije que las sentencias debían ser severas y admití mi
parte de culpa, así que sería ridículo que ahora me quejara de la
pena. Pero me alegro de que Fritzsche [Hans Fritzsche (1900-1953),
jefe del Departamento de Prensa Nacional del Ministerio de
Propaganda entre 1938 y 1942 y jefe del Departamento de
Radiodifusión entre 1942 y 1945] se haya librado". En el otro
extremo estaba Von Neurath [Konstantin von Neurath (1873-1956),
ministro de Asuntos Exteriores de 1932 a 1938 y protector de
Bohemia y Moravia de 1939 a 1941], que apenas daba crédito a que
le hubieran caído quince años y al que costaba incluso articular
palabra.
Desde la
sentencia hasta la ejecución habían de pasar dos semanas, aunque
la fecha era ignorada por los reos. Estos habían apelado al
Consejo de Control Aliado de Berlín como máxima autoridad, y
además habían realizado gestiones dirigiéndose a Montgomery,
Attlee o Truman, e incluso al Vaticano. Pero estaba decidido que
ninguna apelación sería escuchada, pese a que los militares
condenados a muerte solo pedían ser ejecutados mediante
fusilamiento en lugar de ahorcados. Raeder, pese a que había sido
condenado a cadena perpetuatambién pidió ser fusilado.
La noche del 13
al 14 de octubre, por la parte trasera del patio entraron unos
camiones pesados. Era el material para la horca. Durante los
siguiente dos días, a todas horas se oyeron los ruidos estridentes
de los martillos y las sierras, que alcanzaban las celdas a través
de las galerías; aunque las medidas de seguridad de la cárcel -que
el coronel Andrus había extremado- impedían toda información
acerca del día y el lugar de la ejecución, los presos no tenían
que hacer muchas cábalas acerca de su origen. Sauckel comenzó a
gritar a grandes voces, aterrado ante la cercanía de su ejecución.
Andrus estaba decidido a que todo saliese como se había previsto,
pero había cosas que resultaban imposibles.
Los ruidos
procedían del gimnasio del Palacio de Justicia de Núremberg, en
donde los electricistas estaban colocando bombillas de gran
potencia y reemplazando los cristales rotos. Pronto comenzaron a
oírse los sonidos sordos de los clavos enterrándose en la madera.
Se estaban erigiendo tres horcas. Había once hombres que colgar.
Fuente:
El Mundo