70 años de los Juicios de Núremberg


 

Los Juicios de Núremberr, son una serie de juicios celebrados en Núremberg, Alemania, en 1945-1946, en los que antiguos líderes nazis fueron acusados y juzgados como criminales de guerra por un Tribunal Militar Internacional. La acusación a la que debieron responder se basaba en cuatro cargos: 

· Crímenes contra la paz (planear, instigar y librar guerras de agresión violando los acuerdos y tratados internacionales);

· Crímenes contra la humanidad (exterminio, deportaciones y genocidio);

· Crímenes de guerra (violación de las leyes de guerra), y

· "Haber planeado y conspirado para cometer" los actos criminales anteriormente mencionados.

La autoridad del Tribunal Militar Internacional emanaba del Acuerdo de Londres de 8 de agosto de 1945. Ese día, representantes de los EE.UU., Gran Bretaña, la URSS y el gobierno provisional de Francia acordaron la constitución de un tribunal que juzgara a los más importantes criminales de guerra del Eje. Posteriormente, 19 países aceptaron el acuerdo.

El tribunal estaba formado por un miembro de los cuatro países signatarios. La primera sesión tuvo lugar en Berlín el 18 de octubre de 1945. Tras 216 sesiones, el 1 de octubre de 1946 emitió el veredicto:

· Tres acusados fueron absueltos (Hjalmar Schacht, Franz von Papen y Hans Fritzsche).

· Cuatro fueron condenados a penas de entre 10 y 20 años de cárcel (Karl Dönitz , Baldur von Schirach, Albert Speer y Konstantin von Neurath),

· Tres fueron condenados a cadena perpetua (Rudolf Hess, Walther Funk  y  Erich Raeder).

· 12 fueron condenados a muerte. Diez de ellos fueron ahorcados el 16 de octubre de 1946 (Hans Frank , Wilhelm Frick , Julius Streicher, Alfred Rosenberg, Ernst Kaltenbrunner , Joachim von Ribbentrop, Fritz Sauckel, Alfred Jodl , Wilhelm Keitel y  Arthur Seyss-Inquart), Martin Bormann fue condenado "in absentia" y Herman Goering se suicidó en su celda antes de la ejecución.


 

Los Juicios

El juicio principal contra las principales figuras del Estado y Ejército Nazi se llevó a cabo en el Palacio de Justicia de Núremberg.

Jueces y Fiscal

El Tribunal estuvo compuesto por un juez titular de cada uno de los países vencedores y su respectivo suplente. Estos fueron:

  • Geoffrey Lawrence (Titular Reino Unido)

  • Norman Birkett (Suplente Reino Unido)

  • Francis Biddle (Titular Estados Unidos)

  • John J. Parker (Suplente Estados Unidos)

  • Henri Donnedieu de Vabres (Titular Francia)

  • Robert Falco (Suplente Francia)

  • Iona Nikítchenko (Titular Unión Soviética)

  • Alexander Volchkov (Suplente Unión Soviética)

El fiscal jefe de la Corte fue el juez norteamericano Robert H. Jackson, con la ayuda de los fiscales Hartley Shawcross, del Reino Unido; el General Román Rudenko, por la URSS; y François de Menthon y Auguste Champetier, de Francia.

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Propiamente, existe un juicio llevado a cabo por el Tribunal Penal Militar Internacional, instituido por medio de la Carta de Londres, en 1945. Existieron además una serie de juicios llevados a cabo con posterioridad al principal, donde se juzgaron a los funcionarios menores del Estado, Ejército, doctores e industriales alemanes.

Tribunal en sesión del 30 de septiembre de 1946

La lista de los juicios es la siguiente:

El Juicio de los doctores, seguido contra 24 médicos acusados de conspiración, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, incluyendo casos de esterilización forzosa y masiva de enfermos, el asesinato de 300.000 enfermos, especialmente en hospitales psiquiátricos durante el Programa de eutanasia Aktion T-4, colaboración o participación directa en el confinamiento, tortura y exterminio de miles de personas en los campos de concentración así como la realización de investigaciones médicas coercitivas, nocivas y letales contra prisioneros de guerra y civiles y contra pacientes en hospitales y otras instituciones médicas.

El juicio contra Erhard Milch, oficial alemán, acusado de graves crímenes en campos de concentración.

El Juicio de los jueces, seguidos contra 16 abogados y jueces que establecieron el aparato jurídico nacionalsocialista. Fueron acusados y encontrados culpables de conspiración criminal, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad entre los que se destaca la aplicación de las leyes de higiene racial y las leyes y decretos contra la población judía, por ejemplo someter por orden judicial a los enfermos a esterilización médica o condenar a prisión y a pena de muerte a judíos que tuvieron relaciones sexuales -probadas o no- con alemanes y condenar mediante orden judicial a miles de personas a confinamiento en los campos de concentración.

El Juicio Pohl, seguido contra la oficina Endlösung, encargada administrativa de los campos de concentración y exterminio. Su jefe era Oswald Pohl.

El Juicio Flick, seguido contra el industrial alemán Friedrich Flick, por la utilización de trabajo esclavo y crímenes contra la humanidad.

El Juicio a la IG Farben, empresa química industrial alemana, que al igual que Flick y Krupp, usufructuó del trabajo esclavo.

El caso austral o Juicio de los rehenes, en el cual se persiguió la responsabilidad del alto mando alemán por las masacres y graves violaciones a las Leyes de la Guerra durante la Campaña de los Balcanes.

El Juicio RuSHA, seguido contra los promotores de la idea de pureza racial y del programa Lebensborn.

El Juicio a los Einsatzgruppen, seguida contra las brigadas de la muerte de las SS que practicaban el exterminio local de los judíos por medio de lo Einsatzgruppen.

El Juicio Krupp, seguido contra los dirigentes del famoso grupo industrial, por su participación en la preparación de la guerra y la utilización de trabajo esclavo durante la guerra.

El Juicio de los ministros, seguido contra los dirigentes del Estado Nazi por su participación en atrocidades cometidas tanto dentro de Alemania como en los territorios ocupados.

El Juicio del alto mando, seguido contra los generales del Ejército, Armada y de la Fuerza Aérea alemana, por la comisión de crímenes de guerra.

 

 

Once nazis para la horca

Fernando Paz

  • Tras 407 sesiones y cientos de testimonios y alegatos, se leyó la sentencia. Once terminaron en el patíbulo

  • La palabra más repetida: "culpable". 

La lectura de la sentencia tuvo lugar el 30 de septiembre de 1946, un mes después de los alegatos de los acusados, y se prolongó durante dos días. La lectura de los considerandos duró hasta el 1 de octubre a mediodía. El tribunal resumió los años de poder de los nazis y el conjunto de la acusación, para pasar el segundo día a determinar si los cargos habían sido probados o no en cada caso.

Los acusados fueron llegando en grupos de dos o tres, cada medio minuto, que era lo que tardaba el ascensor en trasladarlos desde la planta de las celdas hasta la del tribunal. Algunos estaban animados y conversaban entre ellos, pero en otros se reflejaba la preocupación. Göring llegó solo y estrechó las manos de Von Schirach y de Keitel antes de sentarse en el banquillo.

La sala estaba llena a rebosar. Si el juicio había decaído notablemente a lo largo de sus muchas y no pocas veces tediosas sesiones, la lectura de las sentencias reavivó el interés del público por el proceso. Aquella mañana el silencio era completo, hasta el punto de que se podía oír el rasgar de las plumas sobre el papel y el rebobinado de las películas en las cámaras.

En general, los ánimos de los acusados eran muy bajos. La exposición del tribunal había dejado claro que asumía por entero el punto de vista de la fiscalía y que no admitía ni siquiera las más graves de las objeciones de la defensa. (...) Sin embargo, los acusados repararon en que, cuando se pronunció el veredicto, las luces habían sido considerablemente atenuadas. El tribunal no quería que la prensa fotografiase a los acusados en el momento de oír la sentencia. Ese hecho, que los acusados interpretaron correctamente como una muestra de piedad del tribunal, junto a que se pronunciasen primero las condenas acerca de las organizaciones y que el veredicto fuera considerablemente benévolo, llevó algo de esperanza a los imputados.

Por supuesto, ignoraban que el debate sobre su suerte había sido apasionado y prolongado. Los soviéticos habrían querido ahorcar o condenar a cadena perpetua a la práctica totalidad de ellos, empezando por aquellos que mayores responsabilidades políticas tenían, al margen de su culpabilidad personal. Por ejemplo, querían condenar a muerte a Rudolf Hess por su responsabilidad política a la hora de aprobar las Leyes de Núremberg, aunque él no hubiese sido autor de ningún hecho concreto y nada tuviera que ver con el exterminio ni con el desencadenamiento de la guerra.

Entre bastidores, las cuestiones más problemáticas volvían a suscitarse una y otra vez. Donnedieu de Vabres, el juez titular francés, anunció su desacuerdo con la pretensión de que había existido una conspiración generalizada por parte de los alemanes, y aseguró que votaría sistemáticamente en contra del primer cargo, el de conspiración, innecesario y difícil de definir. Parker, el sustituto de Biddle, suscitó la cuestión de que se debería enfatizar la agresividad de Hitler en la guerra que Alemania había mantenido contra Francia y Gran Bretaña, pero el propio Biddle estimó que era mejor no tocar ese asunto por cuanto habían sido Londres y París quienes rompieron hostilidades con Berlín.

El tribunal, en última instancia, rechazó incautarse de las propiedades de los acusados que no hubieran sido adquiridas de forma irregular y, en cualquier caso, el origen de la propiedad no debía determinarse en Núremberg. Los soviéticos, por supuesto, mostraron su más completo desacuerdo.

Los acusados, naturalmente, ignoraban todo esto. Podían imaginar que los jueces rusos serían los más duros, pero, en todo caso, sabían que no tenían ninguna oportunidad de influir en ellos.

El ceremonial se estableció de modo que los acusados debían permanecer juntos en el banquillo mientras escuchaban el veredicto en torno a la inocencia o culpabilidad con respecto a cada uno de los cargos por los que se les juzgaban. A la tarde siguiente serían conducidos otra vez a la sala, de uno en uno, de modo que nadie conocería la sentencia de los demás. Los ocho jueces se turnarían en la lectura de las sentencias. A las 10.03, el tribunal entró en la sala. El silencio se espesaba cada vez que terminaba la lectura de las consideraciones del tribunal y antes de pronunciar la palabra "inocente" o "culpable". Se les ponían obligatoriamente los cascos, que los acusados se quitaban con premura en cuanto oían la sentencia.

No todas condenas a muerte

Los veredictos resultaron sorprendentes para casi todos. Entre el público se pensaba que las condenas serían a muerte, y que acaso alguno la sortearía mediante la cadena perpetua, todo lo más. El que hubiera hasta tres absoluciones resultó inesperado, así como que muchos de los acusados fueran exonerados de muchos de los cargos de los que se les acusaba (...).

Las absoluciones resultaron problemáticas en muchos sentidos. En cierto modo, absolver a Schacht, a Papen y a Fritzsche venía a sellar el fracaso de un tribunal acusado de parcial y de haber sido formado de modo precipitado. Algunos de los jueces occidentales tampoco estaban de acuerdo en que salieran absoluciones de las deliberaciones del tribunal. Pensaban que era mejor una condena por leve que fuese que el reconocimiento de la improcedencia de la imputación.

Además, la propia formulación de la acusación se veía cuestionada en la medida en que cargos como el de conspiración debían afectar a todos los prisioneros; la absolución no implicaba el desmentido de la acusación, pero, sin duda, arrojaba sombras sobre ella. Los soviéticos fueron particularmente celosos en este asunto; el compromiso con Moscú era que no hubiese absoluciones. Cuando vieron que esto no era posible, emitieron un voto particular de disentimiento. Corría la especie de que los jueces soviéticos carecían de la menor noción acerca de cómo redactar un voto así, y que Nikitchenko tuvo que pedir ayuda a sus colegas occidentales. Los acusados que habían resultado absueltos mostraron su sorpresa, sobre todo Fritzsche, seguramente quien con menos motivo habría debido mostrarse sorprendido. El resto se aprestó a escuchar su condena el 1 de octubre de 1946.

La lectura de las sentencias fue relativamente rápida. A las 14 horas y 50 minutos de comenzó la 407ª y última sesión del juicio de Núremberg. Había terminado a las 15 horas y 40 minutos. La lectura de cada sentencia se extendió por unos cuatro minutos, pasados los cuales cada uno de los condenados fue bajado de nuevo a su celda en el ascensor, salvo los absueltos.

Como era previsible, habían comenzado con Göring y continuaron en el orden en que los acusados se sentaban en el banquillo. (...)

El psiquiatra, Gilbert, se reunió con los condenados tras oír la sentencia. Apareció Göring con el rostro pálido y los ojos hundidos y húmedos, murmurando "¡Muerte!" y luego expresó su deseo de estar solo durante un rato. Hermann Göring (1893-1946) era, tras Hitler, el nazi más destacado y considerado como su posible sucesor desde 1939 hasta 1945.

Sus órdenes obligaban a los prisioneros de guerra a trabajar para la industria armamentística y dirigió el expolio del territorio conquistado. Persiguió a los judíos básicamente para confiscarles sus propiedades y para cercenar sus actividades económicas. Su propia confesión basta para condenarle.

¿Y las esposas de Göring?

Hess no sabía que había sido condenado a cadena perpetua, solo estaba interesado en que alguien le dijera por qué Göring no llevaba esposas y él sí. Tuvo que ser el guarda el que informase a Gilbert de que su sentencia era de por vida. Hess no paraba de reír nerviosamente, pero no decía nada. [Hasta su vuelo a Escocia en 1941, Hess (1894-1987) fue el lugarteniente del Partido Nazi].

Más suerte de la que había tenido con los dos primeros tuvo el psiquiatra con los siguientes. A Ribbentrop [Joachim von Ribbentrop (1893-1946), ministro de Asuntos Exteriores alemán de 1938 a 1945] se le veía impactado de veras, solo repetía una y otra vez "muerte, muerte... ahora no podré escribir mis memorias... cuánto odio". Se sentó sobre el camastro, con la mirada perdida y no fue capaz de articular muchas más palabras.

Keitel [Wilhelm Keitel (1882-1946), comandante en jefe de las Fuerzas Armadas en el Oberkommando de la Wehrmacht (OKW), diseñó los planes de Hitler para la invasión de Checoslovaquia] le recibió con una postura hierática, los puños apretados y los brazos rígidos. En sus ojos podía leerse el horror.

-Muerte ¡en la horca! Pensaba que al menos me libraría de eso... -La voz le salía ronca por la indignación-. No le culpo por mantener la distancia con un hombre sentenciado a morir en la horca. Lo comprendo perfectamente. Pero sigo siendo el mismo de antes. Le suplico que al menos me visite alguna vez durante mis últimos días -dijo a Gilbert.

Kaltenbrunner [Ernst Kaltenbrunner, director desde 1943 de la Oficina Central de Seguridad del Reich (RSHA), al tiempo que llevaba a cabo un vasto programa de crímenes de guerra y de crímenes contra la humanidad. Estaba al tanto de las condiciones en los campos de concentración, y desde su oficina se transmitieron órdenes de ejecución procedentes de Himmler para esos campos] mantenía una calma casi completa, solo traicionada por la crispación de sus manos, agarrotadas. Como Göring, solo murmuraba "muerte".

La actitud de Frank [Hans Frank (1900-1946), ministro de Justicia a partir de 1933 y gobernador general de Polonia entre 1939 y 1944] era distinta; aunque no pudo sostenerle la mirada al psiquiatra, se mostró calmado y hasta sonriente:

-Muerte en la horca. -La voz era apenas audible, pero asentía con la cabeza-. Lo merecía y lo esperaba, como siempre le he dicho. Me alegro de haber tenido la oportunidad de defenderme y de reflexionar durante los últimos meses.

Rosenberg [Alfred Rosenberg (1893-1946), ideólogo del Partido Nazi, afirmaba que el destino de la nación alemana era dominar Europa y que los judíos eran una raza inferior. Fue también ministro de los Territorios Ocupados del Este a partir de 1941] no se había hecho nunca muchas ilusiones, porque sabía que era detestado casi del mismo modo que Streicher, aunque de forma menos vehemente y física; pero su antisemitismo radical le dejaba poco margen de maniobra. Cuando Gilbert entró en la celda, rió con cinismo, mientras se ponía el uniforme de la prisión:

-La soga... ¡la soga!... Es lo que deseaba ¿verdad?

La reacción de Streicher [Julius Streicher (1885-1946), editor del semanario antisemita Der Stürmer y pilar del movimiento antisemita durante los años 30] fue muy semejante:

-Seguro que lo sabían desde el principio, ¿verdad?

Funk [Walther Funk (1890-1960), ministro de Economía de 1937 a 1945] había recibido con desconcierto la sentencia que le permitía seguir con vida, por cuanto esperaba la condena a muerte, y en una primera reacción se había mostrado deferente con el tribunal. Sin embargo, al llegar a la celda, su actitud resultaba extraña:

-Cadena perpetua, ¿qué significa eso? No irán a tenerme en la cárcel el resto de mi vida, ¿no?

No parecía que le hubiera sentado particularmente bien la absolución de Von Papen [Franz von Papen (1879-1969), canciller de Alemania en 1932 y vicecanciller de 1933 a 1934] y, sobre todo, de Schacht, aunque se alegraba de la de Fritzsche. Resultaba comprensible su amargura por lo de Schacht [Hjalmar Schacht (1877-1970), ministro de Economía entre 1934 y 1937], por cuanto en definitiva Funk había sido su sucesor en el Ministerio de Economía y el comportamiento en el juicio de su predecesor no había sido particularmente agradable.

Raeder [Erich Raeder (1876-1960), comandante en jefe de la Marina de 1935 a 1943] estaba desesperado por su condena, aunque trataba de disimularlo; le preguntó al guarda de la celda con fingida indiferencia si esa tarde habría paseo, pero luego consideró recurrir la cadena perpetua y hacer una petición de condena a muerte. No quiso hablar con el psiquiatra, al que dijo que había olvidado su sentencia mientras le hacía ademanes para que se alejase.

Von Schirach [Baldur von Schirach (1907-1974), jefe de las Juventudes Hitlerianas de 1933 a 1940] estaba apesadumbrado por su condena a veinte años, pero se comportó con entereza en todo momento y le dijo a Gilbert que, aunque prefería una muerte rápida a una lenta, al menos su mujer se alegraría. Fue de los pocos que preguntó por las sentencias de los demás, que no le sorprendieron en exceso.

Sauckel [Fritz Sauckel (1894-1946), a partir de 1942 fue el encargado de explotar la mano de obra de los territorios ocupados] sí estaba sorprendido por la suya. No terminaba de creerlo.

El llanto de Fritz Sauckel

-¡Me han condenado a muerte! No creo que sea una sentencia justa. Yo nunca he sido cruel. Siempre he querido lo mejor para los trabajadores. Pero soy un hombre y puedo asumirlo.

Sin embargo, rompió a llorar en ese punto.

En los días siguientes seguía convencido de que su sentencia, sin duda, se debía a un error, tal y como les dijo, además de al psiquiatra, al peluquero y al médico de la cárcel; probablemente se debía a la traducción. La insistencia de Sauckel llegó a los oídos de todos los internos y motivó que Seyss-Inquart [Arthur Seyss-Inquart (1892-1946), canciller de Austria de 1938 a 1939, vicegobernador de Polonia entre 1939 y 1940 y comisario del Reich en la Holanda ocupada de 1940 a 1945] le enviara una carta por medio del doctor Pflücker:

"Querido camarada Sauckel: Hace usted una crítica excesiva a la sentencia. Cree usted que han fallado esta sentencia contra usted porque una de sus palabras fue mal traducida e interpretada. Yo no tengo esta impresión. Que existiera una orden del Führer no es motivo para que nosotros, que tuvimos el valor y la fuerza suficiente para estar en primera línea de esta lucha a vida o muerte de nuestro pueblo, no aceptemos la responsabilidad. Si en los días del triunfo estuvimos en primera línea, tenemos el derecho de solicitar también este mismo puesto en la desgracia. Con nuestra actitud ayudamos a reconstruir el futuro de nuestro pueblo. Suyo, Seyss-In-quart".

Contrastando con el derrumbe de Sauckel, Frick [Wilhelm Frick (1877-1946), ministro del Interior entre 1933 y 1943 y, posteriormente, protector de Bohemia y Moravia] acogió su sentencia con una aparente frialdad casi total, en consonancia con su actitud durante todo el juicio. Se encogió de hombros y dijo: "Pena de muerte... no esperaba otra cosa". También dijo que prefería haber sido condenado a muerte que a cadena perpetua. "Los que son sentenciados a morir en la cárcel no se convierten en mártires" Frick también preguntó por los otros, y Gilbert le dijo que había once penas de muerte contando la suya.

 -Esperaba catorce; bueno, a ver si lo hacen rápido.

Jodl [Alfred Jodl (1890-1946), jefe del Estado Mayor de Operaciones del OKW de las Fuerzas Armadas entre 1939 y 1945. En 1944, ordenó la evacuación del norte de Noruega, la quema de 30.000 hogares y rehusó ayudar a los rusos. En su defensa, alegó que obedecía órdenes de su superior, Hitler] trató de evitar el contacto con Gilbert. Recorrió el camino hasta la celda erguido y mirando al frente. Al entrar en la celda le quitaron las esposas; su rostro asomaba, enrojecido. Reaccionó como Keitel [Wilhelm Keitel (1882-1946), comandante en jefe de las Fuerzas Armadas en el Oberkommando de la Wehrmacht (OKW)] a la condena a la horca: "Muerte, ¡en la horca! Eso, al menos, no lo merecía. Lo de la muerte, bien; alguien tiene que asumir la responsabilidad. Pero eso..." -su voz se estranguló en la garganta- "eso no lo merecía".

Resignado, Seyss-Inquart se limitó a mostrar una cierta conformidad: "Bueno, a la vista de la situación no esperaba otra cosa. Está bien".

Speer [Albert Speer (1905-1981), ministro de Armamento y Producción Bélica a partir de 1942 y arquitecto predilecto de Hitler] reía con nerviosismo: "Veinte años. Es lo justo. No podían darme una sentencia más leve teniendo en cuenta los hechos, y no puedo quejarme, dije que las sentencias debían ser severas y admití mi parte de culpa, así que sería ridículo que ahora me quejara de la pena. Pero me alegro de que Fritzsche [Hans Fritzsche (1900-1953), jefe del Departamento de Prensa Nacional del Ministerio de Propaganda entre 1938 y 1942 y jefe del Departamento de Radiodifusión entre 1942 y 1945] se haya librado". En el otro extremo estaba Von Neurath [Konstantin von Neurath (1873-1956), ministro de Asuntos Exteriores de 1932 a 1938 y protector de Bohemia y Moravia de 1939 a 1941], que apenas daba crédito a que le hubieran caído quince años y al que costaba incluso articular palabra.

Desde la sentencia hasta la ejecución habían de pasar dos semanas, aunque la fecha era ignorada por los reos. Estos habían apelado al Consejo de Control Aliado de Berlín como máxima autoridad, y además habían realizado gestiones dirigiéndose a Montgomery, Attlee o Truman, e incluso al Vaticano. Pero estaba decidido que ninguna apelación sería escuchada, pese a que los militares condenados a muerte solo pedían ser ejecutados mediante fusilamiento en lugar de ahorcados. Raeder, pese a que había sido condenado a cadena perpetuatambién pidió ser fusilado.

La noche del 13 al 14 de octubre, por la parte trasera del patio entraron unos camiones pesados. Era el material para la horca. Durante los siguiente dos días, a todas horas se oyeron los ruidos estridentes de los martillos y las sierras, que alcanzaban las celdas a través de las galerías; aunque las medidas de seguridad de la cárcel -que el coronel Andrus había extremado- impedían toda información acerca del día y el lugar de la ejecución, los presos no tenían que hacer muchas cábalas acerca de su origen. Sauckel comenzó a gritar a grandes voces, aterrado ante la cercanía de su ejecución. Andrus estaba decidido a que todo saliese como se había previsto, pero había cosas que resultaban imposibles.

Los ruidos procedían del gimnasio del Palacio de Justicia de Núremberg, en donde los electricistas estaban colocando bombillas de gran potencia y reemplazando los cristales rotos. Pronto comenzaron a oírse los sonidos sordos de los clavos enterrándose en la madera. Se estaban erigiendo tres horcas. Había once hombres que colgar.

Fuente: El Mundo

 

 
 

 Los Juicios de Núremberg (Documental. Canal Historia)

 

 

La discriminación gitana en Núremberg

 Miguel Ángel Rodríguez Aria

  •  Hoy, que tanto se hablará de Nuremberg y se recordará su indudable importancia, y sus grandes luces, conviene recordar, también sus grandes sombras.

1 de Octubre de 1946, hace hoy 70 años, concluyeron los juicios de Núremberg. En puridad no fueron los primeros juicios internacionales llevados a cabo por conductas bélicas aberrantes y contra la población civil, pues ya tras la Primera Guerra Mundial habían tenido lugar los denominados procesos de Leipzig y de Estambul, y existían, además, otros antecedentes mucho más preteritos de justicia supranacional o "universal" en nombre de bienes jurídicos de la "humanidad".

Lo que sí supondrían, en cambio, tales juicios de Núremberg es la definitiva consagración de toda una nueva aspiración de justicia y humanidad de la entera especie humana, la definitiva consagración de toda una nueva rama jurídica, el Derecho penal internacional, nacido para quedarse ya para siempre entre nosotros. Por mucho que todavía hoy, por ejemplo, en universidades como las españolas tal materia continúe siendo la auténtica "cenicienta" que no pasa de asignatura marginal de "libre configuración". Ciertamente aquellos barros trajeron estos lodos, y por eso nadie debería sorprenderse, después, cuando el juez o fiscal español A o B, sostiene argumentos de tertulia de café que poco o nada tienen que ver con la jurisprudencia internacional propia de esta ciencia jurídica que nunca han estudiado en ningún tramo de su formación. Pero no pretende ser ese, hoy, el objeto de estas líneas.

 
   

Hoy, que tanto se hablará de Núremberg y se recordará su indudable importancia, y sus grandes luces, conviene recordar, también sus grandes sombras. Alguna de las cuales, como su carácter no solo potencialmente selectivo sino propiamente "discriminatorio", quedó flagrantemente de manifiesto desde los propios juicios.

Ya se ha dicho en otras ocasiones que en los juicios de Núremberg - por cierto tampoco en los de Tokio - no fueron enjuiciados los crímenes de guerra de los aliados, actos como el bombardeo masivo de Dresde, o las bombas atómicas sobre Hiroshima o Nagasaki, o las violaciones masivas de alemanas con el avance de las tropas rusas hacia Berlín, crímenes éstos igualmente internacionales que, sin embargo, permanecen hoy totalmente impunes, y, lamentablemente, así se quedarán.

Porque uno de los mayores hándicaps a los que nació ligado ese nuevo "Derecho penal internacional" fue el de su origen como fruto de la diplomacia y la convención internacional, y con ello quedaba fuertemente abonado a los vaivenes de la política en su peor sentido: "genocidas buenos" (sic, los de "nuestro bando", ideológico, o de cualquier otro tipo) y "genocidas malos" incluidos; y, en consecuencia, víctimas de primera y de segunda, o de tercera, según lo hubiesen sido de unos u otros. Frivolidad e inhumanidad arbitraria hacia unas u otras víctimas de su "desagrado" y sin otro fundamento que los prejuicios fuertemente arraigados en mentes poco formadas no son, ciertamente, patrimonio exclusivo de nuestros "políticos ni-nis" de hoy repartidos entre todos los partidos.

Y por eso fue en un tal contexto como, en Núremberg, entre tales "víctimas de tercera", - incluso habiendo sido víctimas de los nazis y no de los aliados -, quedó desterrado el pueblo gitano.

Y así ninguna justicia merecieron los 250 niños gitanos con los que en las primeras semanas de 1940 los nazis probaron en el campo de Buchenwald la mortandad del nuevo gas Zyclon B, para pasar a ser masivamente empleado después en las cámaras de gas.

Ni tampoco la merecieron los más de mil gitanos alemanes que, en Junio de 1938, fueron deportados a lo campos de concentración de Buchenwald, Dachau, Sachsenhausen y Lichtenburg; o los varios miles más gitanos alemanes y austríacos que siguieron siendo deportados después a esos y otros campos como Mauthausen y Ravensbrück.

Ni tampoco merecieron justicia los más de 4.000 gitanos pasados por las cámaras de gas de Auschwitz en una sola noche, el 1 de agosto de 1944, en la llamada 'Zigeunernacht' o "noche de los gitanos".

Nada de ello merecía ser debidamente investigador en Núremberg al parecer; ni un solo superviviente gitano merecía ser llamado a declarar, ¿cómo es posible?, ¿por qué?, ¿ese habría de ser el planteamiento de la nueva justicia internacional?

Y por eso en el día de hoy será recordado ese 70 aniversario de Núremberg, sí, pero también debemos recordar que miles y miles de víctimas inocentes fueron discriminadas y olvidadas por Núremberg y por los multiples juicios que después vendrían (los "Nachfolgeprozesse") por parte de actores que se creyeron con el derecho de señalar a unas víctimas como buenas y otras como irrelevantes o de segunda categoría; y que todas esas víctimas de crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra y por último genocidio, discriminadas y olvidadas - hoy exactamente al igual que ayer con otros nombres y caras, en Siria, en España y en tantos otros lugares del globo -, continúan representando la más vergonzosa lección que no debería ser olvidada tan fácilmente en este día, así como continúa representando el propio incumplimiento, de raiz, del propio "nunca más" de Núremberg que hoy queremos recordar.

"Nunca más" de verdad y para todas las víctimas de tales crímenes aberrantes, para todas sin distinción; también para las víctimas que el desalmado o la desalmada de turno quiera negar o justificar en razón de sus propias miserias.

 

En memoria del Holocausto Gitano

Fuente: Nueva Tribuna

 

 

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