Panorama de vértigo y desasosiego

21 de septiembre de 2015

 

Reaparezco tras un paréntesis que ha sido más largo de lo que he deseado y lo hago mirando la realidad social, política y económica que nos rodea, tanto en el ámbito nacional como internacional y no puedo sino sentir desasosiego. Si pienso en el futuro inmediato, es vértigo lo que padezco. Pese a todo, no cabe sino asumir lo que hay y con espíritu de lucha, avanzar en la construcción de un modelo social diferente, en el que desaparezcan las diferencias, porque hayan desaparecido los canallas que las propician, junto con las guerras en su único beneficio. Entre tanto despropósito, una esperanza: Syriza, con Alexis Tsipras, ha ganado las elecciones en Grecia, rozando la mayoría absoluta.

La llamada crisis de los refugiados sirios, no ha hecho nada más que empezar, sumada a la de la inmigración proveniente de África. Los gobiernos —de la Europa de los pueblos y del bienestar— están mostrando su peor cara. Gente indecente que actúa impulsados por su egoísmo y una ideología criminal que padecemos. Mientras, las personas que huyen de la guerra y la represión, se encuentran fronteras cerradas, cuchillas asesinas made in spain e incomprensión. Los dirigentes de la Unión Europea no se ponen de acuerdo en cuantas personas pueden ser refugiados. Calculan 120.000 y millones de euros. El sufrimiento parece que va a continuar para unos, como la indecencia de otros. Los más obsesos, para salvar su prestigio, proponen bombardear Siria y proseguir la guerra, utilizando las armas, que tan buenos negocios le propician. Habrá que cambiar esta Europa, en la que el Parlamento no decide, la Comisión Europea no rinde cuentas al Parlamento y su política va contra el bienestar de los pueblo.

En este siglo XXI, no hemos conocido tiempo de paz en el mundo. Conflictos que comenzaron en los albores del XX, desde que estalló la Primera Guerra Mundial, por no irme más atrás. Desde entonces no han parado: guerras mundiales, civiles, locales, regionales, de agresión o de defensa; de religión, ideológicas, coloniales, de clase y económicas, del petróleo, contra la droga, informáticas, contra el terrorismo, el independentismo o contra insurgentes; guerras relámpago o interminables, sin cuartel, abiertas, sin declarar o declaradas; hasta guerra fría ha habido, porque calientes lo son todas. En algunos casos no lo llaman guerra, sino conflicto, eufemismo que esconde intereses geoestratégicos y espurios, provocados por canallas justicieros o iluminados de la muerte. Han muerto más personas civiles que militares, inocentes que culpables, hasta los niños son considerados combatientes, terroristas o «daños colaterales».

En Ucrania, el gobierno de Kiev contra los independentistas del este. Lo de Israel contra el pueblo palestino es un horror insostenible, donde no cabe neutralidad. En el «cercano» y «medio» Oriente una guerra permanente: Afganistán, Irak, Líbano, Libia, Mali, Siria, Somalia, Yemen... Y en todas, la mano de occidente provocándolas y suministrando armas. Algunos golpes de estado, sin ser guerras, han supuesto muertes y desaparecidos. En España un golpe de Estado provocó una guerra y una dictadura, cuyas consecuencias todavía se dejan notar. En Chile, Argentina o Camboya y en tantos otro lugares de la Tierra. Son actos humanos de odio; los animales no odian. Y en estas sale Felipe González diciendo que «Pinochet respetaba mucho más los derechos humanos que Maduro», lo que además de ser unas declaraciones desafortunadas, es mentira malintencionada. Vergüenza deben sentir sus compañeros de partido, supongo.

Junto con las guerras y también provocada, la crisis económica. No hay brotes verdes, ni luz en el túnel. Solo un tronco con ramas secas, por falta de riego y un túnel sin fin, frío y oscuro. Aquí estamos. Es lo que querían. Es su modelo, decía hace un par de años y así seguimos, pese a lo que dicen. Han eliminado el modelo de bienestar que se estaba construyendo con lucha y esfuerzo a lo largo de años, por otro modelo: el neoliberalismo económico, el totalitarismo político y la insolidaridad. Menos Estado, más economía, menos democracia, más opresión y menos derechos. La crisis es también política, social y cultural con sus valores. La derecha está dando su respuesta a todas ellas. Por el contrario, la izquierda, parece que no tiene respuestas propias.

El poder económico ha conseguido su modelo con poco esfuerzo; infundiendo miedo, aislando a los individuos y con la corrupción política e institucional por bandera. Posiciones autoritarias, en detrimento de las instituciones democráticas, secuestradas por las élites. Han conseguido todo el poder sin oposición visible, porque quienes tenían que haberse opuesto a ese modelo, han estado desaparecidos de la escena y sin combate. Algunos han confundido ser alternativa a las políticas de la derecha con participar en la alternancia en el poder, sin cambiar el modelo, o practicando el seguidismo político

El modelo neoliberal, ha desregulado la economía, ha desvirtuado la política, reduciendo el papel del Estado a una función de prestador de servicios –pocos–, infraestructuras –las justas– y garantías judiciales –las necesarias para su acomodo–. Ha criminalizado las demandas de participación, movilización y protestas, estimulando la pasividad y la indiferencia, a mayor poder de la Economía, en perjuicio de la democracia participativa. El papel de la ciudadanía, ha quedado limitado a emitir el voto cada cuatro años, de forma resignada y en silencio. Pues tiene que terminarse.

«España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político» (Art. 1 CE). La universalización de las prestaciones sociales, pensiones, sanidad y educación, son principios y derechos que caracterizan a ese «estado social». Mientras cambiamos el sistema, por otro republicano, hay que cumplir el mandato que la Constitución hace a los poderes públicos, para que desarrollen políticas redistributivas activas, que garanticen, de forma real y efectiva, los principios de igualdad, justicia y participación. Para la derecha, la crisis ha sido una buena excusa para eliminar los derechos de todos, y proteger los intereses de algunos. Por todo ello ha llegado otro momento histórico para «dar la vuelta a la tortilla».

La semana que viene se celebran las elecciones en Catalunya, de cuyos resultados puede depender el futuro de España, «como unidad de destino en lo universal». Los partidos y listas favorables a la soberanía catalana llevan las de ganar, según todas las encuestas, tanto en las urnas con los votos, como en escaños en el nuevo Parlament. La «hoja de ruta» está marcada y los independentistas la van a llevar para adelante. Enfrente los partidos y fuerzas nacionales, que se oponen y opondrán con todas sus armas, incluso enviando el ejercito, como ya ha anunciado el ministro de la guerra Morenés. Abandonando Catalunya, que dice ahora la banca si triunfa el independentismo. Amenaza difícil de creer, viniendo de donde vienen sus beneficios. Es la misma estrategia que utilizaron ante el referéndum de Escocia. También la Comisión Europea reitera que «un territorio escindido se convierte en un país tercero y debe volver a pedir la adhesión». No lo dudemos, detrás de Catalunya, vendrá Euskadi y alguna otra región, nacionalidad o nación. Todo está por ver y lo veremos más pronto que tarde.

No profeso ideas nacionalista, ni nacionales, soy socialista internacionalista y republicano. Negando el derecho a decidir sobre el modelo político, social y económico, se niega también el derecho a decidir, que defiendo, sobre el modelo de estado; algo que inevitablemente la historia resolverá, aunque algunos no lo lleguemos a ver, pero la República federal y democrática llegará. En este contexto, tanto el Partido Popular en el gobierno, como el Partido Socialista Obrero Español en la oposición y algún que otro grupo minoritario, han cerrado filas, negando sistemáticamente el derecho a decidir de la ciudadanía en todos los ámbitos. Negar la democracia en nombre de la democracia es de filibusteros. Hay que establecer un nuevo plan. El consenso del 78 ya no es válido. Treinta y siete años son demasiados, para pretender que todo siga igual.

Y cerca está la navidad, que nos traerá con sus luces dulces y panderetas, elecciones generales. Cuatro años se han cumplido desde que Rajoy ocupó la Moncloa y ya tenemos bastante. No solo ha incumplido sus promesas electorales, sino que con sus políticas ha perjudicado la salud y el bienestar general. Más impuestos, reforma laboral, pago, copago y repago sanitario, congelación de pensiones, recortes en gastos sociales, eliminación de servicios públicos, rebaja de salarios a funcionarios, corrupción en los bancos nacionalizados, más paro y menos derechos.

Contra lo que dijeron, la economía española no sólo no ha mejorado, sino que ha ido a peor y las condiciones de vida de la mayoría de la población marcha atrás. Se mire por donde se mire, el balance de este tiempo es absolutamente desastroso. «Gobernar es repartir dolor», llego a decir el ex ministro Gallardón, para defender su política y el tasazo judicial, llegó para atacar el derecho fundamental a la tutela judicial efectiva. El gobierno ha repartido dolor entre la ciudadanía más necesitada y parabienes a la banca y grandes empresariales. Defienden los intereses de las grandes fortunas y desprecian a quienes solo poseen el trabajo para sobrevivir y algunos ni con trabajo pueden. España, con el PP en el gobierno, entró en una situación de degradación e involución, como nunca antes había ocurrido en los últimos tiempos. Espero que hayamos aprendido la lección y votemos consecuentemente. Los unos han demostrado ser unos ineptos; los otros unos corruptos. Lo tenemos en nuestra mano.

Rajoy ha fracasado estrepitosamente en su política de recuperación económica y de creación de empleo, suponiendo que es eso es lo que pretendía. Después de cuatro años de gobierno, los hogares españoles padecen más pobreza. Malos resultados, peores previsiones y ninguna señal de recuperación para la económica ciudadana. La herencia que deja, es mucho más agresiva que la que recogió en diciembre de 2011. La población activa y la ocupada han disminuido y la afiliación a la Seguridad Social también. Hay más de dos millones de personas desempleadas desde hace más de dos años. Se han comido el Fondo de Reserva de la Seguridad Social, la Deuda Pública sigue creciendo, elevándose a más de un billón de euros, representando el 96,6% del PIB, que también se ha visto reducido. Están vaciando los fondos de pensiones, lo que vergonzosamente tendrá consecuencias en un futuro cercano. Por cierto, que conste: las pensiones de jubilación, como en los seguros, se cobran como consecuencia de las cotizaciones pagadas a lo largo de la vida laboral. En mi caso más de cincuenta y dos años.

Vértigo y desasosiego ante el futuro. Pero tenemos en nuestra mano la posibilidad de cambiar la realidad injusta que padecemos. No podemos contar, precisamente, con quienes hasta ahora han regido los destinos de España, porque ya conocemos cuales son sus credenciales. La democracia y el bienestar bien pudieron haber sido, pero no lo son. Retomemos con esperanza la lucha política y social, que es una forma de actuar para conseguir los fines justos del pueblo.

 

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Víctor Arrogante
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