Madrid ya no es lo que era.
En mis tiempos de niño, allá
por los años cincuenta,
cuando se cometía un crimen
Madrid se conmocionaba.
Había tiradas especiales de
los periódicos matutinos
ABC, Ya o la Hoja del Lunes
y hasta de los vespertinos
Informaciones, Pueblo,
Madrid.
Hoy vienen a mi memoria una
serie de crímenes, que
ocurrieron en lugares
cercanos y frecuentados por
mi, o persona conocida y que
por ello, me han
impresionado de forma
especial. Porque Madrid
también es famoso por sus
crímenes. Unos políticos,
atentados, magnicidios y
"pasionales". Otros contra
mujeres víctimas del
terrorismo machista y muchos
más por el robo y el
pillaje, que tienen menos
interés, salvo que los
cometa algún famoso o haya
sido víctima.
Voy a
referirme a historias de
crímenes que se han cometido
cerca de mí. Recuerdo el
"caso Morris" o "crimen
de Jarabo",
que ocurrió en la calle
López de Rueda y Alcalde
Sainz de Baranda, enfrente
de donde vivía un compañero
de colegio. También el "crimen
del baúl",
en la calle Hermosilla,
cerca del Paseo de Ronda
(hoy Doctor Esquerdo), que
yo frecuentaba con mi madre,
pues allí vivía otro
compañero de colegio.
Corriendo el mes de agosto,
del treinta año triunfal de
la España invicta −año 1969
de nuestra era−, tras haber
sido cautivo y desarmado
el Ejército Rojo y alcanzado
las tropas nacionales sus
últimos objetivos militares
en 1939, todavía se dejaban
notar las represalias, por
el gran número de
encarcelados y por la
miseria de sus familias. En
un descampado del barrio de
San Blas, cerca del
ambulatorio medico de García
Noblejas, se cometió un
crimen pasional. Un hombre
mató a su amante, de
17 puñaladas.
Los celos, le habían hecho
perder la cabeza: "quería
abandonarme", dijo, y lo
asesinó, con premeditación,
alevosía, nocturnidad y
ensañamiento.
El asesino convicto y
confeso, era hermano de una
amiga de mi madre, por lo
que la historia la viví,
como si hubiera sido testigo
de los hechos, ¡otro
asesinato en mi entorno! El
asesino estaba casado
−parece ser que no tan feliz
como se apreciaba− y tenía
dos hijas de corta edad. Era
propietario de un puesto de
frutas y verduras en el
mercado de la Cebada de
Madrid y algunos días,
acudía a ayudar a su cuñado,
propietario de un bar en
Sancho Dávila, enfrente de
la Plaza de toros de Las
Ventas.
Un domingo, tras la corrida
de toros, se presentó en el
bar Francisco Fernández
Fontecha, con el fin de
esperar a que Gregorio
García Gámez terminara su
jornada de trabajo y salir a
tomar algo juntos. Sobre las
21:00 horas Gregorio dio por
terminado su trabajo.
Aprovechando un descuido de
todos, Gregorio se apoderó
de un cuchillo de cocina de
grandes dimensiones y lo
ocultó en la chaqueta. Ambos
hombres, Gregorio y
Francisco, eran amantes
ocasionales, aunque Gregorio
tenía a Francisco como de su
propiedad. No consentía la
separación que Francisco le
había anunciado unos días
antes. Junto al descampado
que había cerca del
ambulatorio médico, se
produjo una fuerte
discusión. Francisco
insistió en que quería dejar
la relación amorosa.
Gregorio no lo consintió: "o
eres mío o de nadie", llegó
a decir.
Según
quedó probado en el juicio,
"preso de locura", sacó el
cuchillo que ocultaba y
empezó a acuchillarle,
contándose hasta 17
puñaladas, tres mortales de
necesidad.
El amado despechado, presa
de una gran excitación, se
dirigió al bar propiedad de
su hermana Cloti, en la
calle José Luis de Arrese en
el barrio de La Elipa. Una
vez allí, dijo: he matado a
un hombre y comenzó a
sollozar sin consuelo.
En 1955, frecuentaba con mi
madre la calle Hermosilla,
junto al Paseo de Ronda,
donde vivía un compañero de
colegio. De subir tranquilo,
contento y confiado al
primer piso, a entrar en el
portal rayando el espanto.
Se había cometido el famoso
"crimen del baúl" o
asesinato en la calle
Hermosilla. Cuentan las
crónicas que el día 8 de
noviembre de 1955, Francisco
Santonja, declaró en la
comisaría de policía de
Buenavista, la desaparición
de su hermano Manuel, de 38
años de edad, soltero, actor
y en aquel momento pedicuro
y que vivía en la calle
Hermosilla, número 127,
primero, letra E.
Francisco, que vivía en la
cercana plaza de Felipe II,
se dirigió a Hermosilla,
encontrando el piso casi
vacío. Había desaparecido un
aparato de radio, un mueble
bar, las cortinas,
alfombras, cuadros, ropa de
mesa y ropa interior. No
quedaba más que la cama, el
colchón y dos armarios. En
un rincón de la alcoba,
numerosas fotografías
rasgadas de la familia y de
artistas muy conocidos, así
como la documentación
militar de Manuel. Observó
también que en las paredes
había huellas de sangre, así
como en el pasillo, que
habían sido raspadas. La
policía, que es muy sagaz,
cuando oyen sangre entiende
que hay herida y se personó
en Hermosilla para comprobar
los hechos denunciados.
Manuel
Santonja, desaparecido
misteriosamente,
había sido actor de verso y
había llegado a figurar en
importantes compañías.
Al parecer, Manuel se movía
en círculos frecuentados por
homosexuales y recibía
muchas visitas. Uno de los
habituales era Jesús Lacosta,
un delincuente que
acostumbraba a hacer
chantaje a sus clientes tras
mantener relaciones íntimas.
Con Manuel Santonja utilizó
el mismo método,
amedrentándole con pregonar
su condición homosexual. En
un momento determinado,
Santonja se negó a seguir
pagando, y eso le llevó a la
muerte. La portera de la
calle Hermosilla, recordaba
que un muchacho joven,
ayudado por dos hombres
desconocidos, bajaron un
baúl-armario de grandes
dimensiones −de los
utilizados por los artistas−
y que lo cargaron en un
carro sin que nadie
sospechara nada.
La Brigada de Investigación
Criminal, tras las
diligencias ordenadas por el
juez instructor y una rápida
investigación, detuvo a dos
hombres, en cuyos domicilios
se encontraron prendas de
vestir del desaparecido.
Alguien empezó a pensar que
lo del baúl era algo
extraño, sobre todo cuando
otro de los investigados
declaró, "que al regresar
por la noche a su domicilio,
vio en el patio de su casa
un baúl, que había sido
llevado allí por su sobrino
Jesús Lacosta". Jesús había
enterrado el baúl en un
descampado cerca de La
Veguilla en Tetuán de las
Victorias, donde lo encontró
la policía con la comitiva
judicial, que tras abrir el
baúl, encontraron el cuerpo
sin vida de Manuel Santonja
Sempérez. Su cadáver
presentaba dos puñaladas,
una el pecho y otra en la
espalda. Su cadáver desnudo,
había sido desangrado en la
bañera de la casa por Jesús,
que fue detenido en
Barcelona. Hoy sesenta y
cincos años después, cuando
paso por delante de la casa,
me acuerdo del "crimen del
baúl" y hasta me estremezco.
Siguiendo con los recuerdos,
sobre crímenes ocurridos en
Madrid, recuerdo, el
crimen de Jarabo.
Los acontecimientos
ocurrieron en mi barrio,
entre las calles Lope de
Rueda y Alcalde Sainz de
Baranda. Fue en el verano de
1958 (entre el 19 y el 21 de
julio), cuando José María
Jarabo Pérez-Morris, de 35
años, cometió un cuádruple
asesinato, dejando a Madrid
horrorizada. El crimen fue
atroz, cuatro muertes a
sangre fría, dos hombres y
dos mujeres, una de ellas
embarazada. El asesino era
de postín, de buena familia,
alumno del colegio El Pilar,
todo un señor, elegante y
recriado en Estados Unidos.
Era sobrino del entonces
presidente del Tribunal
Supremo, Francisco Ruiz
Jarabo, que después sería
ministro de justicia de
Franco.
Frente al número 19 de
Alcalde Sainz de Baranda,
uno de los lugares del
crimen, vivía mi compañero
de colegio Emilio Díaz.
Mirábamos la tienda de
compraventa Jusfer e
imaginábamos haber sido
testigos presenciales de los
asesinatos. El día 21 de
julio, el dueño de la
tienda, Félix López, caía
muerto por dos balazos. En
la cercana Lope de Rueda 57,
fueron encontrados tres
cadáveres: Emilio Fernández,
socio del anterior, su
esposa María de los
Desamparados Alonso, muertos
a tiros y Paulina Ramos, la
sirvienta, de una puñalada
en el corazón.
Los hechos probados, según
sentencia del Tribunal
Supremo fueron los
siguientes: En el verano de
1958, la ciudadana inglesa
Beryl Martin Jones −casada y
amante de José María−, le
pide que le devolviera el
brillante, obsequio de su
marido, que le había
entregado para su empeño. La
joya estaba valorada en
cuarenta mil duros y Jarabo
había obtenido cuatro mil
pesetas. Existía una carta
con detalles personales que
ponían de manifiesto la
relación adúltera entre
ambos, que también quería
recuperar. Jarabo, que no
tenía dinero para recuperar
la misiva ni lo empeñado en
Jusfer, trama un plan
macabro. El 19 de julio, fue
al domicilio de Emilio en
Lope de Rueda. Abrió el
ascensor con los codos para
no dejar huellas. Paulina,
la criada que estaba sola,
le abre la puerta y le
acompaña al salón. José
María, que ha premeditado
todo y no quiere dejar
testigos, la sigue a la
cocina y la golpea con una
plancha en la cabeza. La
muchacha trata de defenderse
sin conseguirlo; un
chuchillo de cocina le parte
el corazón. A continuación
llega Emilio, y Jarabo,
escondido, le dispara en la
nuca.
Amparo, la esposa de Emilio,
llega a casa y se encuentra
con Jarabo, que se hace
pasar por inspector de
Hacienda. La simpatía y
labia del asesino intenta
calmar a la señora extrañada
de no encontrar ni a Emilio
ni a Paulina. Se da cuenta
de que algo pasa y huye.
Jarabo la atrapa en su
dormitorio y sin mediar
palabra le dispara en la
cabeza produciéndole la
muerte en el acto. Amparo
estaba embarazada. En la
vivienda no encontró ni la
carta ni la joya que Jarabo
quería recuperar. Se cambió
la camisa ensangrentada.
Pasó la noche en la casa, la
mañana en el cine Carretas y
la tarde en la pensión de la
calle Escosura donde vivía.
Jarabo
fue condenado a cuatro penas
de muerte, aunque solo pudo
ejecutarse una. El 4 de
julio de 1959, un año
después de cometidos los
crímenes, en el patio de la
cárcel de Carabanchel, le
dieron "garrote". Como era
un hombre de complexión
fuerte, tardó veinticinco
minutos en morir, con las
vértebras del cuello
descoyuntadas, tras cinco
vueltas de tuerca. Daniel
Sueiro entrevistó al verdugo
en su libro
Los verdugos españoles:
"Era un jabato así de alto.
No paró de beber güisqui y
fumar. A las cinco oyó misa
y comulgó. Sabiendo que iba
a morir, se puso los dientes
de oro".
Paseando con mi madre por la
plaza de Las Salesas, vimos
un andamio de obras junto al
Palacio de Justicia. Mi
madre, preguntó aun guardia
muy educada: ¿es aquí donde
van a matar Jarabo? y el
guardia gris y seco, le
contestó: no señora.