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Federico García
Lorca |
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Si
muero, dejad el balcón abierto
El niño come naranjas (Desde mi balcón lo veo)
El segador siega el trigo (Desde mi balcón lo
siento)
¡Si muero, dejad el balcón abierto! |
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Federico
inmortal;
dejad el
balcón
abierto |
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La miseria de los asesinos, hace que todavía hoy, la fosa en donde se
le enterró siga sin encontrarse. Todo, no deja de ser una miseria de
España de ayer y de siempre... |
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Federico
García Lorca
nace en Fuente Vaqueros, Granada,
el, 5
de junio de 1898.
Murió ejecutado
tras la sublevación militar de la Guerra
Civil Española, por su afinidad con el Frente
Popular.
Biografía
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Casa natal de
Federico
en Fuente Vaqueros |
Federico García Lorca, uno de los
poetas más insignes de nuestra época, nació en
Fuente Vaqueros, un pueblo andaluz de la vega
granadina, el 5 de junio de 1898—el año en que
España perdió sus colonias. Su madre, Vicenta
Lorca Romero, había sido durante un tiempo maestra
de escuela, y su padre, Federico García Rodríguez,
poseía terrenos en la vega, donde se cultivaba
remolacha y tabaco. En 1909, cuando Federico tenía
once años, toda la familia —sus padres, su hermano
Francisco, él mismo, sus hermanas Conchita e
Isabel— se estableció en la ciudad de Granada,
aunque seguiría pasando los veranos en el campo,
en Asquerosa (hoy, Valderrubio), donde Federico
escribió gran parte de su obra.
Más tarde, aun después de haber
viajado mucho y haber vivido durante largos
períodos en Madrid, Federico recordaría cómo
afectaba a su obra el ambiente rural de la vega:
“Amo a la tierra. Me siento ligado a ella en todas
mis emociones. Mis más lejanos recuerdos de niño
tienen sabor de tierra. Los bichos de la tierra,
los animales, las gentes campesinas, tienen
sugestiones que llegan a muy pocos. Yo las capto
ahora con el mismo espíritu de mis años
infantiles. De lo contrario, no hubiera podido
escribir Bodas de sangre.”
En sus poemas y en sus dramas se
revela como agudo observador del habla, de la
música y de las costumbres de la sociedad rural
española. Una de las peculiaridades de su obra es
cómo ese ambiente, descrito con exactitud, llega a
convertirse en un espacio imaginario donde se da
expresión a todas las inquietudes más profundas
del corazón humano: el deseo, el amor y la muerte,
el misterio de la identidad y el milagro de la
creación artística.

Guerra Civil y
asesinato
Colombia y México,
cuyos embajadores previeron que el poeta pudiera
ser víctima de un atentado debido a su puesto de
funcionario de la República, le ofrecieron el exilio,
pero Lorca rechazó las ofertas y se dirigió a su
casa en Granada para
pasar el verano.
En esos momentos políticos alguien le preguntó
sobre su preferencia política y él manifestó que
se sentía a su vez católico, comunista,
anarquista, libertario, tradicionalista y
monárquico. De hecho nunca se afilió a ninguna de
las facciones políticas y jamás discriminó o se
distanció de ninguno de sus amigos, por ninguna
cuestión política. Tuvo una gran amistad con el
líder y fundador de la Falange
Española, José
Antonio Primo de Rivera,
muy aficionado a la poesía.8 El
propio Lorca decía de él:
...José Antonio.
Otro buen chico. ¿Sabes que todos los viernes
ceno con él? Solemos salir juntos en un taxi con
las cortinillas bajadas, porque ni a él le
conviene que le vean conmigo ni a mí me conviene
que me vean con él.9
Se sentía, como él
lo dijo en una entrevista a El
Sol de
Madrid poco antes de su muerte, íntegramente
español.
Yo soy español
integral y me sería imposible vivir fuera de mis
límites geográficos; pero odio al que es español
por ser español nada más, yo soy hermano de
todos y execro al hombre que se sacrifica por
una idea nacionalista, abstracta, por el sólo
hecho de que ama a su patria con una venda en
los ojos. El chino bueno está más cerca de mí
que el español malo. Canto a España y la siento
hasta la médula, pero antes que esto soy hombre
del mundo y hermano de todos. Desde luego no
creo en la frontera política.10
Tras una denuncia
anónima, el 16
de agosto de 1936 fue
detenido en la casa de uno de sus amigos, el
también poeta Luis
Rosales, quien obtuvo la promesa de las
autoridades nacionales de
que sería puesto en libertad «si
no existía denuncia en su contra». La orden de
ejecución fue dada por el gobernador civil de Granada, José
Valdés Guzmán, quien había ordenado al ex diputado
de la CEDA Ramón
Ruiz Alonso la
detención del poeta.
Después de su muerte se publicaron Primeras
canciones y Amor
de Don Perlimplín con Belisa en su jardín.
Antonio Machado escribió
el poema «El crimen fue en Granada» en 1937 sobre
el tema de la muerte de Lorca.
El 11
de marzo de 1937,
el periódico falangista de San
Sebastián, Unidad,
publicó un artículo firmado por Luis
Hurtado Álvarez, titulado «A la España imperial le
han asesinado su mejor poeta», una sentida elegía
por su muerte.

Obra
Como introducción se enmarca la
obra de Federico García Lorca en el rico período
de la historia de España que coincide con su vida
(1898-1936) y se explica su inserción en el
ambiente y los grupos poéticos de la Edad de
Plata, desde sus comienzos en Granada hasta su
triunfo durante la II República.
Igualmente se resumen las bases de
su poética y sus ideas estéticas: vanguardia y
tradición, usos de lo popular y lo culto,
negociación con las posibilidades del arte nuevo,
en toda su variedad (poesía, teatro, artes
plásticas, música, cine).
A partir de aquí se recorren los
géneros principales de la obra lorquiana, prosa,
poesía y teatro, y se proporciona una bibliografía
para seguir leyendo.

Prosa
El recorrido por la prosa comienza
en Impresiones
y paisajes,
(1918), advierte sobre el valor de su escritura
epistolar y analiza las conferencias, donde quedan
huellas de su preferencia por la comunicación en
vivo (conferencias-recital sobre el Romancero
gitano
(1935)
y sobre Poeta
en Nueva York (1932)]y
por la música y el canto (Cómo
canta una ciudad de noviembre a noviembre
(1933),
Canciones
de cuna españolas (1928)],
así como meditaciones estéticas de interés para la
comprensión de su obra creativa, tanto si se
apoyan en una ocasión externa, caso de la charla
sobre el Cante
Jondo (1922), La
imagen poética de don Luis de Góngora(1926),
la evocación del gongorista granadino Soto de
Rojas (1926) y Sketch de
la nueva pintura,(1928), como las más
especulativas: Imaginación,
inspiración, evasión (1928,
1929 y 1930) y Juego
y teoría del duende (1933).

Poesía
En poesía, las posibilidades
abiertas por Libro
de poemas(1921),
se orientan en un primer momento hacia el empleo
de formas breves, radicalmente condensadas pero
abarcadoras de todo un universo de gracia, ironía
y tragedia, en Poema
del cante jondo,
(escrito en 1921 y publicado en 1931), Suites(escritas
entre 1921 y 1923), Primeras
canciones
(1936),
Canciones
(1927)
y Seis
poemas galegos
(1935),
para encaminarse luego a las resonancias épicas y
míticas delRomancero
gitano (1928),
el "libro de poesía más sonado, más triunfal, del
siglo XX" (Pedro Salinas), tan popular como
experimental, "un libro antipintoresco,
antifloklórico, antiflamenco" (en palabras de su
autor, de la Conferencia-recital, 1933).
Casi simultáneamente medita sobre
el dominio del arte cubista sobre las fuerzas
oscuras de la naturaleza en la Oda
a Salvador Dalí (1926),
redacta las liras de la pesimista
Soledad, (1928)
y expresa una religiosidad agónica en la Oda
al Santísimo Sacramento del Altar.
A pesar de la disciplina métrica de
estas composiciones, la libertad de las imágenes
se interna ya en lo que llamó su nueva "manera
espiritualista", igual que los Poemas en prosa
(1927-1928), cercanos al surrealismo.
El cambio de manera acompaña a una
crisis sentimental, y sobre todo al encuentro con
la megalópolis. De su estancia en
Norteamérica(1929-30)procede Poeta
en Nueva York,
publicado póstumo en 1940.
Poeta en Nueva York desplaza
la mirada y la voz hacia dos terrenos: la gran
ciudad y el yo poético. La “geometría y angustia”
de Nueva York abre paso a un "nosotros" donde la
voz del poeta se identifica con la multitud de los
oprimidos y los explotados.
De vuelta a España produce dos
obras fundamentales, Llanto
por Ignacio Sánchez Mejías y Diván del Tamarit,
y la interesante serie de los Sonetos
de amor oscuro (la
mayoría escritos en 1935 y publicados en su
totalidad en 1983). En los tres casos vuelve sobre
formas y géneros clásicos con la nueva libertad de
su poética madura, ya habituada a las formas de
vanguardia.
Los sonetos, según Vicente
Aleixandre, son un "prodigio de pasión, de
entusiasmo, de felicidad, de tormento, puro y
ardiente monumento al amor".
La elegía por la muerte del torero
amigo Ignacio Sánchez Mejías (1891-1934) se
escribe muy poco después de la cogida mortal y se
publica en 1935. Con ella culmina la estirpe
secular de poemas que cantan
una
muerte,
la elegía funeral. Sus cuatro partes se organizan
como una sinfonía, cada una con un módulo métrico
diferente, cuyo final consagra el poder de la
palabra como único medio para conservar la memoria
ante la muerte irreparable: "yo canto para luego
tu perfil y tu gracia". En Diván
del Tamarit se
inventa una tradición que quintaesencia y
subvierte al mismo tiempo el peso del "alhambrismo"
que gravita sobre la ciudad de Granada desde el
primer asombro de los románticos europeos y
españoles, recreando libremente la tradición
arábigoandaluza de "casidas" y "gacelas" para dar
forma a su tema fundamental, que es el deseo:
la rosa,
no buscaba la rosa.
Inmóvil por el cielo
buscaba otra cosa.

Teatro
En Lorca lo teatral obedece a un
impulso primario. Tuvo una visión teatral del
mundo: disfrutó y sufrió la vida como un drama
universal."El teatro es poesía que se levanta del
libro y se hace humana", dijo en una ocasión, y
nunca dejó de confiar en la capacidad del teatro
para enseñar y deleitar, según el viejo modelo
clásico.
Su producción estuvo siempre
determinada por la voluntad de innovar, en todas
las ocasiones. Nunca quiso hacer la comedia
burguesa que dominaba en su tiempo, sino acceder a
los grandes temas: el amor, la muerte, el paso del
tiempo, la opresión y la rebeldía, la fuerza del
destino.
El fracaso de su primera obra
estrenada, El maleficio de la mariposa (1920)
quizá se debió a un exceso de trasgresión, de
modo que la siguiente, Mariana Pineda (1927), se
ciñó al diálogo con el "teatro poético"
modernista, para subvertir sutilmente sus códigos,
hasta fundir el amor (privado) con la Libertad
(pública).
Al mismo tiempo su laboratorio
teatral explora el registro del teatro de muñecos,
desde que proyecta un "Teatro Cachiporra Andaluz"
(1921) hasta que presenta Retablillo de don
Cristóbal y doña Rosita en el Teatro Avenida de
Buenos Aires, en 1934.De 1922 data la Tragicomedia
de don Cristóbal y la señá Rosita, conocida
también como Títeres de Cachiporra. No es una
distracción colateral, sino el modelo del teatro
futuro, de acuerdo con otras iniciativas europeas
modernas, que abordan desde ahí la trasgresión y
la subversión de las convenciones del teatro
"oficial". Sobre esa base se construye la “farsa
violenta” de La zapatera prodigiosa (1923-1930 y
1933),donde el saber de los muñecos se proyecta
sobre personajes humanos para reflejar, en la
tradición cervantina, el poder del deseo y la
imaginación. Siempre con el patrón secular del
matrimonio desigual del viejo y la niña, Amor de
don Perlimplín con Belisa en su jardín (escrito
entre 1922 y 1926, estrenado en 1933) es una obra
maestra que parte de la farsa y culmina en
tragedia, mezcla de lo lírico y lo grotesco.
De Nueva York, donde ha visto mucho
teatro, trae un bloque de obras más decididamente
vanguardistas, que considera “imposibles” de
representar por el momento, Así que pasen cinco
años y El público, junto con la incompleta Comedia
sin título (en realidad, El sueño de la vida,
1936). No son incompatibles con su apertura al
teatro comercial, pues toda su producción de los
años treinta forma un proyecto único de renovación
múltiple del teatro de su tiempo. No es ocioso que
el tema de El público y la Comedia sin título sea
precisamente el de los límites del teatro y el de
la exposición pública de la verdad oculta
(respectivamente la homosexualidad y la
revolución).
Así que pasen cinco años, explicó
el autor, "es la leyenda del tiempo, cuyo tema es
ése: el tiempo que pasa", es decir la espera, la
decepción, la soledad, lo que hubiera podido ser.
Sobre El público sostiene en 1933 que no puede
representarse "porque es el espejo del público"
que no soportaría verse reflejado en una función
donde aparece la homosexualidad, escándalo para
unos, liberación para otros y drama íntimo para
todos.
Durante la II República, además de
comprometerse con el teatro itinerante de "La
Barraca" hace teatro comercial, sin renunciar a
sus propósitos renovadores. El triunfo le llega
con el estreno de de Bodas de sangre (1933),primer
batiente de una "trilogía de la tierra española" a
la que seguiría Yerma. La tercera obra no pasó de
proyecto, pues no cabe en el plan La casa de
Bernarda Alba, que no es una tragedia. Bodas de
sangre es una tragedia en la que el destino domina
la voluntad de los personajes y donde la acción se
concentra en las ceremonias de la boda y la
muerte. Yerma es la tragedia de la mujer
estéril.”Es[…]del contraste de lo estéril y lo
vivificante, de donde extraigo el perfil trágico
de la obra", dijo el autor en 1934.
El destino ciego recae sobre el
matrimonio sin amor y sobre el motivo de la honra,
puesto al servicio de la fatalidad. El desenlace
("¡Yo misma he matado a mi hijo!") implica la
autodestrucción y un acto supremo de libertad.
Con Doña Rosita la soltera, o el
lenguaje de las flores,(1935)se iniciaba un ciclo
orientado hacia la comedia. Pero la historia de la
solterona granadina que espera la vuelta del novio
hasta la vejez dista de responder a parámetros
convencionales. A pesar del tratamiento irónico de
lo cursi, la tonalidad de la pieza muda hasta
convertirse en amarga meditación sobre el deseo
incumplido.
La casa de Bernarda Alba se
representó por primera vez en 1945. Terminada el
19 de junio de 1936, está escrita en clave de "ultrarrealismo"
(Francisco García Lorca). Subtitulada "Drama de
mujeres en los pueblos de España", su fatalidad
trágica no deriva de la naturaleza, sino de los
agentes sociales. La casa de Bernarda Alba es la
casa de la ley y de la rebelión. El luto decretado
en su interior va segregando su violencia en las
hijas de Bernarda Alba hasta la rebeldía y el
suicidio de la menor.
A pesar de haber quedado trunca en
plena madurez, como puede percibirse al leer el
fragmento conservado de Los sueños de mi prima
Aurelia, la obra de Federico García Lorca sigue
produciendo un interés sostenido en todo el mundo

Estilo
Los símbolos: de
acuerdo con su gusto por los elementos
tradicionales, Lorca utiliza frecuentemente
símbolos en su poesía. Se refieren muy
frecuentemente a la muerte aunque, dependiendo del
contexto, los matices varían bastante. Son
símbolos centrales en Lorca:
- La luna: es el símbolo más frecuente en
Lorca. Su significación más frecuente es la de
muerte, pero también puede simbolizar el
erotismo, la fecundidad, la esterilidad o la
belleza.
- El agua: cuando corre, es símbolo de
vitalidad. Cuando está estancada, representa la
muerte.
- La sangre: representa la vida y, derramada,
es la muerte. Simboliza también lo fecundo, lo
sexual.
- El caballo (y su jinete): está muy presente
en toda su obra, portando siempre valores de
muerte, aunque también representa la vida y el
erotismo masculino.
- Las hierbas: su valor dominante, aunque no
único, es el de ser símbolos de la muerte.
- Los metales: también su valor dominante es
la muerte. Los metales aparecen bajo la forma de
armas blancas, que conllevan siempre tragedia.
La metáfora: es el procedimiento retórico central
de su estilo. Bajo la influencia de Góngora,
Lorca maneja metáforas muy arriesgadas: la
distancia entre el término real y el imaginario es
considerable. En ocasiones, usa directamente la
metáfora pura. Sin embargo, a diferencia de
Góngora, Lorca es un poeta conceptista,
en el sentido de que su poesía se caracteriza por
una gran condensación expresiva y de contenidos,
además de frecuentes elipsis.
Las metáforas lorquianas relacionan elementos
opuestos de la realidad, transmiten efectos
sensoriales entremezclados, etc.
El neopopularismo:
aunque Lorca asimila sin problemas las novedades
literarias, su obra está plagada de elementos
tradicionales que, por lo demás, demuestran su
inmensa cultura literaria. La música y
loscantos tradicionales
son presencias constantes en su poesía. No
obstante, desde un punto de vista formal no es un
poeta que muestre una gran variedad de formas
tradicionales; sin embargo, profundiza en las
constantes del espíritu tradicional de su tierra y
de la gente: el desgarro amoroso, la valentía, la
melancolía y la pasión.
Libros de poesía
- Libro de
poemas (1921)
- Poema del cante
jondo (1921)
- Oda a Salvador Dalí (1926)
- Romancero gitano (1928)
- Poeta en Nueva York (1930)
- Llanto por Ignacio
Sánchez Mejías (1935)
- Seis poemas galegos (1935)
- Diván del Tamarit (1936)
- Sonetos del amor
oscuro (1936)

Poemas |
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GRANADA
Granada, calle de Elvira,
donde viven las manolas,
las que se van a la Alhambra,
las tres y las cuatro solas.
Una vestida de verde,
otra de malva, y la otra,
un corselete escocés
con cintas hasta la cola.
Las que van delante, garzas
la que va detrás, paloma,
abren por las alamedas
muselinas misteriosas.
¡Ay, qué oscura está la Alhambra!
¿Adónde irán las manolas
mientras sufren en la umbría
el surtidor y la rosa?
¿Qué galanes las esperan?
¿Bajo qué mirto reposan?
¿Qué manos roban perfumes
a sus dos flores redondas?
Nadie va con ellas, nadie;
dos garzas y una paloma.
Pero en el mundo hay galanes
que se tapan con las hojas.
La catedral ha dejado
bronces que la brisa toma;
El Genil duerme a sus bueyes
y el Dauro a sus mariposas.
La noche viene cargada
con sus colinas de sombra;
una enseña los zapatos
entre volantes de blonda;
la mayor abre sus ojos
y la menor los entorna.
¿Quién serán aquellas tres
de alto pecho y larga cola?
¿Por qué agitan los pañuelos?
¿Adónde irán a estas horas?
Granada, calle de Elvira,
donde viven las manolas,
las que se van a la Alhambra,
las tres y las cuatro solas.
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LLUVIA
La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
algo de soñolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje.
Es un besar azul que recibe la Tierra,
el mito primitivo que vuelve a realizarse.
El contacto ya frío de cielo y tierra viejos
con una mansedumbre de atardecer constante.
Es la aurora del fruto. La que nos trae las
flores
y nos unge de espíritu santo de los mares.
La que derrama vida sobre las sementeras
y en el alma tristeza de lo que no se sabe.
La nostalgia terrible de una vida perdida,
el fatal sentimiento de haber nacido tarde,
o la ilusión inquieta de un mañana imposible
con la inquietud cercana del color de la
carne.
El amor se despierta en el gris de su ritmo,
nuestro cielo interior tiene un triunfo de
sangre,
pero nuestro optimismo se convierte en
tristeza
al contemplar las gotas muertas en los
cristales.
Y son las gotas: ojos de infinito que miran
al infinito blanco que les sirvió de madre.
Cada gota de lluvia tiembla en el cristal
turbio
y le dejan divinas heridas de diamante.
Son poetas del agua que han visto y que
meditan
lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.
¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni
vientos,
lluvia mansa y serena de esquila y luz suave,
lluvia buena y pacifica que eres la verdadera,
la que llorosa y triste sobre las cosas caes!
¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas
almas de fuentes claras y humildes
manantiales!
Cuando sobre los campos desciendes lentamente
las rosas de mi pecho con tus sonidos abres.
El canto primitivo que dices al silencio
y la historia sonora que cuentas al ramaje
los comenta llorando mi corazón desierto
en un negro y profundo pentagrama sin clave.
Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
tristeza resignada de cosa irrealizable,
tengo en el horizonte un lucero encendido
y el corazón me impide que corra a
contemplarte.
¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman
y eres sobre el piano dulzura emocionante;
das al alma las mismas nieblas y resonancias
que pones en el alma dormida del paisaje!
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CANCIÓN OTOÑAL
Hoy siento en el corazón
un vago temblor de estrellas,
pero mi senda se pierde
en el alma de la niebla.
La luz me troncha las alas
y el dolor de mi tristeza
va mojando los recuerdos
en la fuente de la idea.
Todas las rosas son blancas,
tan blancas como mi pena,
y no son las rosas blancas,
que ha nevado sobre ellas.
Antes tuvieron el iris.
También sobre el alma nieva.
La nieve del alma tiene
copos de besos y escenas
que se hundieron en la sombra
o en la luz del que las piensa.
La nieve cae de las rosas,
pero la del alma queda,
y la garra de los años
hace un sudario con ellas.
¿Se deshelará la nieve
cuando la muerte nos lleva?
¿O después habrá otra nieve
y otras rosas más perfectas?
¿Será la paz con nosotros
como Cristo nos enseña?
¿O nunca será posible
la solución del problema?
¿Y si el amor nos engaña?
¿Quién la vida nos alienta
si el crepúsculo nos hunde
en la verdadera ciencia
del Bien que quizá no exista,
y del Mal que late cerca?
¿Si la esperanza se apaga
y la Babel se comienza,
qué antorcha iluminará
los caminos en la Tierra?
¿Si el azul es un ensueño,
qué será de la inocencia?
¿Qué será del corazón
si el Amor no tiene flechas?
¿Y si la muerte es la muerte,
qué será de los poetas
y de las cosas dormidas
que ya nadie las recuerda?
¡Oh sol de las esperanzas!
¡Agua clara! ¡Luna nueva!
¡Corazones de los niños!
¡Almas rudas de las piedras!
Hoy siento en el corazón
un vago temblor de estrellas
y todas las rosas son
tan blancas como mi pena.
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ELEGÍA A
DOÑA JUANA LA LOCA
A Melchor Fernández Almagro
Princesa enamorada sin ser correspondida.
Clavel rojo en un valle profundo y desolado.
La tumba que te guarda rezuma tu tristeza
a través de los ojos que ha abierto sobre el
mármol.
Eras una paloma con alma gigantesca
cuyo nido fue sangre del suelo castellano,
derramaste tu fuego sobre un cáliz de nieve
y al querer alentarlo tus alas se troncharon.
Soñabas que tu amor fuera como el infante
que te sigue sumiso recogiendo tu manto.
Y en vez de flores, versos y collares de
perlas,
te dio la Muerte rosas marchitas en un ramo.
Tenías en el pecho la formidable aurora
de Isabel de Segura. Melibea. Tu canto,
como alondra que mira quebrarse el horizonte,
se torna de repente monótono y amargo.
Y tu grito estremece los cimientos de Burgos.
Y oprime la salmodia del coro cartujano.
Y choca con los ecos de las lentas campanas
perdiéndose en la sombra tembloroso y
rasgado.
Tenías la pasión que da el cielo de España.
La pasión del puñal, de la ojera y el llanto.
¡Oh princesa divina de crepúsculo rojo,
con la rueca de hierro y de acero lo hilado!
Nunca tuviste el nido, ni el madrigal
doliente,
ni el laúd juglaresco que solloza lejano.
Tu juglar fue un mancebo con escamas de plata
y un eco de trompeta su acento enamorado.
Y, sin embargo, estabas para el amor formada,
hecha para el suspiro, el mimo y el desmayo,
para llorar tristeza sobre el pecho querido
deshojando una rosa de olor entre los labios.
Para mirar la luna bordada sobre el río
y sentir la nostalgia que en sí lleva el
rebaño
y mirar los eternos jardines de la sombra,
¡oh princesa morena que duermes bajo el
mármol!
¿Tienes los ojos negros abiertos a la luz?
O se enredan serpientes a tus senos
exhaustos...
¿Dónde fueron tus besos lanzados a los
vientos?
¿Dónde fue la tristeza de tu amor
desgraciado?
En el cofre de plomo, dentro de tu esqueleto,
tendrás el corazón partido en mil pedazos.
Y Granada te guarda como santa reliquia,
¡oh princesa morena que duermes bajo el
mármol!
Eloisa y Julieta fueron dos margaritas,
pero tú fuiste un rojo clavel ensangrentado
que vino de la tierra dorada de Castilla
a dormir entre nieve y ciprerales castos.
Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana,
los cipreses, tus cirios; la sierra, tu
retablo.
Un retablo de nieve que mitigue tus ansias,
¡con el agua que pasa junto a ti! ¡La del
Dauro!
Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana,
la de las torres viejas y del jardín callado,
la de la yedra muerta sobre los muros rojos,
la de la niebla azul y el arrayán romántico.
Princesa enamorada y mal correspondida.
Clavel rojo en un valle profundo y desolado.
La tumba que te guarda rezuma tu tristeza
a través de los ojos que ha abierto sobre el
mármol.
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SI
MIS MANOS PUDIERAN DESHOJAR
Yo pronuncio tu nombre
en las noches oscuras,
cuando vienen los astros
a beber en la luna
y duermen los ramajes
de las frondas ocultas.
Y yo me siento hueco
de pasión y de música.
Loco reloj que canta
muertas horas antiguas.
Yo pronuncio tu nombre,
en esta noche oscura,
y tu nombre me suena
más lejano que nunca.
Más lejano que todas las estrellas
y más doliente que la mansa lluvia.
¿Te querré como entonces
alguna vez? ¿Qué culpa
tiene mi corazón?
Si la niebla se esfuma,
¿qué otra pasión me espera?
¿Será tranquila y pura?
¡¡Si mis dedos pudieran
deshojar a la luna!!
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EL CANTO DE LA
MIEL
La miel es la palabra de Cristo,
el oro derretido de su amor.
El más allá del néctar,
la momia de la luz del paraíso.
La colmena es una estrella casta,
pozo de ámbar que alimenta el ritmo
de las abejas. Seno de los campos
tembloroso de aromas y zumbidos.
La miel es la epopeya del amor,
la materialidad de lo infinito.
Alma y sangre doliente de las flores
condensada a través de otro espíritu.
(Así la miel del hombre es la poesía
que mana de su pecho dolorido,
de un panal con la cera del recuerdo
formado por la abeja de lo íntimo)
La miel es la bucólica lejana
del pastor, la dulzaina y el olivo,
hermana de la leche y las bellotas,
reinas supremas del dorado siglo.
La miel es como el sol de la mañana,
tiene toda la gracia del estío
y la frescura vieja del otoño.
Es la hoja marchita y es el trigo.
¡Oh divino licor de la humildad,
sereno como un verso primitivo!
La armonía hecha carne tú eres,
el resumen genial de lo lírico.
En ti duerme la melancolía,
el secreto del beso y del grito.
Dulcísima. Dulce. Este es tu adjetivo.
Dulce como los vientres de las hembras.
Dulce como los ojos de los niños.
Dulce como las sombras de la noche.
Dulce como una voz. O como un lirio.
Para el que lleva la pena y la lira,
eres sol que ilumina el camino.
Equivales a todas las bellezas,
al color, a la luz, a los sonidos.
¡Oh! Divino licor de la esperanza,
donde a la perfección del equilibrio
llegan alma y materia en unidad
como en la hostia cuerpo y luz de Cristo.
Y el alma superior es de las flores,
¡Oh licor que esas almas has unido!
El que te gusta no sabe que traga
un resumen dorado del lirismo.
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ELEGÍA
Como un
incensario lleno de deseos,
pasas en la tarde luminosa y clara
con la carne oscura de nardo marchito
y el sexo potente sobre tu mirada.
Llevas en la boca tu melancolía
de pureza muerta, y en la dionisíaca
copa de tu vientre la araña que teje
el velo infecundo que cubre la entraña
nunca florecida con las vivas rosas
fruto de los besos.
En tus manos blancas
llevas la madeja de tus ilusiones,
muertas para siempre, y sobre tu alma
la pasión hambrienta de besos de fuego
y tu amor de madre que sueña lejanas
visiones de cunas en ambientes quietos,
hilando en los labios lo azul de la nana.
Como Ceres dieras tus espigas de oro
si el amor dormido tu cuerpo tocara,
y como la virgen María pudieras brotar
de tus senos otra vía láctea.
Te marchitarás como la magnolia.
Nadie besará tus muslos de brasa.
Ni a tu cabellera llegarán los dedos
que la pulsen como
las cuerdas de un arpa.
¡Oh mujer potente de ébano y de nardo!
cuyo aliento tiene blancor de biznagas.
Venus del mantón de Manila que sabe
del vino de Málaga y de la guitarra.
¡Oh cisne moreno! cuyo lago tiene
lotos de saetas, olas de naranjas
y espumas de rojos claveles que aroman
los niños marchitos que hay bajo sus alas.
Nadie te fecunda. Mártir andaluza,
tus besos debieron ser bajo una parra
plenos del silencio que tiene la noche
y del ritmo turbio del agua estancada.
Pero tus ojeras se van agrandando
y tu pelo negro va siendo de plata;
tus senos resbalan escanciando aromas
y empieza a curvarse tu espléndida espalda.
¡Oh mujer esbelta, maternal y ardiente!
Virgen dolorosa que tiene clavadas
todas las estrellas del cielo profundo
en su corazón ya sin esperanza.
Eres el espejo de una Andalucía
que sufre pasiones gigantes y calla,
pasiones mecidas por los abanicos
y por las mantillas sobre las gargantas
que tienen temblores de sangre, de nieve,
y arañazos rojos hechos por miradas.
Te vas por la niebla del otoño, virgen
como Inés, Cecilia, y la dulce Clara,
siendo una bacante que hubiera danzado
de pámpanos verdes y vid coronada.
La tristeza inmensa que flota en tus ojos
nos dice tu vida rota y fracasada,
la monotonía de tu ambiente pobre
viendo pasar gente desde tu ventana,
oyendo la lluvia sobre la amargura
que tiene la vieja calle provinciana,
mientras que a lo lejos suenan los clamores
turbios y confusos de unas campanadas.
Mas en vano escuchaste los acentos del aire.
Nunca llegó a tus oídos la dulce serenata.
Detrás de tus cristales aún miras anhelante.
¡Qué tristeza tan honda tendrás dentro del
alma
al sentir en el pecho ya cansado y exhausto
la pasión de una niña recién enamorada!
Tu cuerpo irá a la tumba
intacto de emociones.
Sobre la oscura tierra
brotará una alborada.
De tus ojos saldrán dos claveles sangrientos
y de tus senos, rosas como la nieve blancas.
Pero tu gran tristeza se irá con las
estrellas,
como otra estrella digna de herirlas y
eclipsarlas.
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ALBA
Mi corazón oprimido
siente junto a la alborada
el dolor de sus amores
y el sueño de las distancias.
La luz de la aurora lleva
semillero de nostalgias
y la tristeza sin ojos
de la médula del alma.
La gran tumba de la noche
su negro velo levanta
para ocultar con el día
la inmensa cumbre estrellada.
¡Qué haré yo sobre estos campos
cogiendo nidos y ramas,
rodeado de la aurora
y llena de noche el alma!
¡Qué haré si tienes tus ojos
muertos a las luces claras
y no ha de sentir mi carne
el calor de tus miradas!
¿Por qué te perdí por siempre
en aquella tarde clara?
Hoy mi pecho está reseco
como una estrella apagada.
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INVOCACIÓN AL
LAUREL
A Pepe Cienfuegos
Por el horizonte confuso y doliente
venía la noche preñada de estrellas.
Yo, como el barbudo mago de los cuentos,
sabía el lenguaje de flores y piedras.
Aprendí secretos de melancolía,
dichos por cipreses, ortigas y yedras;
supe del ensueño por boca del nardo,
canté con los lirios canciones serenas.
En el bosque antiguo, lleno de negrura,
todos me mostraban sus almas cual eran:
el pinar, borracho de aroma y sonido;
los olivos viejos, cargados de ciencia;
los álamos muertos, nidales de hormigas;
el musgo, nevado de blancas violetas.
Todo hablaba dulce a mi corazón
temblando en los hilos de sonora seda
con que el agua envuelve las cosas paradas
como telaraña de armonía eterna.
Las rosas estaban soñando en la lira,
tejen las encinas oros de leyendas,
y entre la tristeza viril de los robles
dicen los enebros temores de aldea.
Yo comprendo toda la pasión del bosque:
ritmo de la hoja, ritmo de la estrella.
Mas decidme, ¡oh cedros!, si mi corazón
dormirá en los brazos de la luz perfecta.
Conozco la lira que presientes, rosa:
formé su cordaje con mi vida muerta.
¡Dime en qué remanso podré abandonarla
como se abandonan las pasiones viejas!
¡Conozco el misterio que cantas, ciprés;
soy hermano tuyo en noche y en pena;
tenemos la entraña cuajada de nidos,
tú de ruiseñores y yo de tristezas!
¡Conozco tu encanto sin fin, padre olivo,
al darnos la sangre que extraes de la Tierra,
como tú, yo extraigo con mi sentimiento
el óleo bendito que tiene la idea!
Todos me abrumáis con vuestras canciones;
yo sólo os pregunto por la mía incierta;
ninguno queréis sofocar las ansias
de este fuego casto que el pecho me quema.
¡Oh laurel divino, de alma inaccesible,
siempre silencioso, lleno de nobleza!
¡Vierte en mis oídos tu historia divina,
tu sabiduría profunda y sincera!
¡Árbol que produces frutos de silencio,
maestro de besos y mago de orquestas,
formado del cuerpo rosado de Dafne
con savia potente de Apolo en tus venas!
¡Oh gran sacerdote del saber antiguo!
¡Oh mudo solemne cerrado a las quejas!
Todos tus hermanos del bosque me hablan;
¡sólo tú, severo, mi canción desprecias!
Acaso, ¡oh maestro del ritmo!, medites
lo inútil del triste llorar del poeta.
Acaso tus hojas, manchadas de luna,
pierdan la ilusión de la primavera.
La dulzura tenue del anochecer,
cual negro rocío, tapizó la senda,
teniendo de inmenso dosel a la noche,
que venía grave, preñada de estrellas.
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NOCTURNO DEL
HUECO
Para ver que todo se ha ido,
para ver los huecos y los vestidos,
¡dame tu guante de luna,
tu otro guante perdido en la hierba,
amor mío!
Puede el aire arrancar los caracoles
muertos sobre el pulmón del elefante
y soplar los gusanos ateridos
de las yemas de luz o las manzanas.
Los rostros bogan impasibles
bajo el diminuto griterío de las yerbas
y en el rincón está el pechito de la rana
turbio de corazón y mandolina.
En la gran plaza desierta
mugía la bovina cabeza recién cortada
y eran duro cristal definitivo
las formas que buscaban el giro de la sierpe.
Para ver que todo se ha ido
dame tu mudo hueco, ¡amor mío!
Nostalgia de academia y cielo triste.
¡Para ver que todo se ha ido!
Dentro de ti, amor mío, por tu carne,
¡qué silencio de trenes bocarriba!
¡cuánto brazo de momia florecido!
¡qué cielo sin salida, amor, qué cielo!
Es la piedra en el agua y es la voz en la
brisa
bordes de amor que escapan de su tronco
sangrante.
Basta tocar el pulso de nuestro amor presente
para que broten flores sobre los otros niños.
Para ver que todo se ha ido.
Para ver los huecos de nubes y ríos.
Dame tus manos de laurel, amor.
¡Para ver que todo se ha ido!
Ruedan los huecos puros, por mí, por ti, en el
alba
conservando las huellas de las ramas de
sangre
y algún perfil de yeso tranquilo que dibuja
instantáneo dolor de luna apuntillada.
Mira formas concretas que buscan su vacío.
Perros equivocados y manzanas mordidas.
Mira el ansia, la angustia de un triste mundo
fósil
que no encuentra el acento de su primer
sollozo.
Cuando busco en la cama los rumores del hilo
has venido, amor mío, a cubrir mi tejado.
El hueco de una hormiga puede llenar el aire,
pero tú vas gimiendo sin norte por mis ojos.
No, por mis ojos no, que ahora me enseñas
cuatro ríos ceñidos en tu brazo,
en la dura barraca donde la luna prisionera
devora a un marinero delante de los niños.
Para ver que todo se ha ido
¡amor inexpugnable, amor huido!
No, no me des tu hueco,
¡que ya va por el aire el mío!
¡Ay de ti, ay de mí, de la brisa!
Para ver que todo se ha ido.
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II
Yo.
Con el hueco blanquísimo de un caballo,
crines de ceniza. Plaza pura y doblada.
Yo.
Mi hueco traspasado con las axilas rotas.
Piel seca de uva neutra y amianto de
madrugada.
Toda la luz del mundo cabe dentro de un ojo.
Canta el gallo y su canto dura más que sus
alas.
Yo.
Con el hueco blanquísimo de un caballo.
Rodeado
de espectadores que tienen hormigas en las
palabras.
En el circo del frío sin perfil mutilado.
Por los capiteles rotos de las mejillas
desangradas.
Yo.
Mi hueco sin ti, ciudad, sin tus muertos que
comen.
Ecuestre por mi vida definitivamente anclada.
Yo.
No hay siglo nuevo ni luz reciente.
Sólo un caballo azul y una madrugada.
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CUERPO PRESENTE
La piedra es una frente donde los sueños
gimen
sin tener agua curva ni cipreses helados.
La piedra es una espalda para llevar al
tiempo
con árboles de lágrimas y cintas y planetas.
Yo he visto lluvias grises correr hacia las
olas,
levantando sus tiernos brazos acribillados,
para no ser cazadas por la piedra tendida
que desata sus miembros sin empapar la sangre.
Porque la piedra coge simientes y nublados,
esqueletos de alondras y lobos de penumbra;
pero no da sonidos, ni cristales, ni fuego,
sino plazas y plazas y otras plazas sin muros.
Ya está sobre la piedra Ignacio el bien
nacido.
Ya se acabó; ¿qué pasa? Contemplad su figura:
la muerte le ha cubierto de pálidos azufres
y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro.
Ya se acabó. La lluvia penetra por su boca.
El aire como loco deja su pecho hundido,
y el Amor, empapado con lágrimas de nieve,
se calienta en la cumbre de las ganaderías.
¿Qué dicen? Un silencio con hedores reposa.
Estamos con un cuerpo presente que se esfuma,
con una forma clara que tuvo ruiseñores
y la vemos llénarse de agujeros sin fondo.
¿Quién arruga el sudario? ¡No es verdad lo que
dice!
Aquí no canta nadie, ni llora en el rincón,
ni pica las espuelas, ni espanta la
serpiente:
aquí no quiero más que los ojos redondos
para ver ese cuerpo sin posible descanso.
Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura.
Los que doman caballos y dominan los ríos:
los hombres que les suena el esqueleto y
cantan
con una boca llena de sol y pedernales.
Aquí quiero yo verlos. Delante de la piedra.
Delante de este cuerpo con las riendas
quebradas.
Yo quiero que me enseñen dónde está la salida
para este capitán atado por la muerte.
Yo quiero que me enseñen un llanto como un
río
que tenga dulces nieblas y profundas orillas,
para llevar el cuerpo de Ignacio y que se
pierda
sin escuchar el doble resuello de los toros.
Que se pierda en la plaza redonda de la luna
que finge cuando niña doliente res inmóvil;
que se pierda en la noche sin canto de los
peces
y en la maleza blanca del humo congelado.
No quiero que le tapen la cara con pañuelos
para que se acostumbre con la muerte que
lleva.
Vete, Ignacio: No sientas el caliente
bramido.
Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el
mar!
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ALMA AUSENTE
No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce el niño ni la tarde
porque te has muerto para siempre.
No te conoce el lomo de la piedra,
ni el rasgo negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.
El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y montes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque to has muerto para siempre.
Porque, to has muerto para siempre
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.
No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría.
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que
nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.
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BALADILLA
DE LOS TRES RIOS
A Salvador Quintero
El río Guadalquivir
va entre naranjos y olivos
Los dos ríos de Granada
bajan de la nieve al trigo.
¡Ay, amor,
que se fue y no vino!
El río Guadalquivir
tiene las barbas granates.
Los dos ríos de Granada
uno llanto y otro sangre.
¡Ay, amor,
que se fue por el aire!
Para los barcos de vela,
Sevilla tiene un camino;
por el agua de Granada
sólo reman los suspiros.
¡Ay, amor,
que se fue y no vino!
Guadalquivir, alta torre
y viento en los naranjales.
Dauro y Genil, torrecillas
muertas sobre los estanques.
¡Ay, amor,
que se fue por el aire!
¡Quién dirá que el agua lleva
un fuego fatuo de gritos!
¡Ay, amor,
que se fue y no vino!
Lleva azahar, lleva olivas,
Andalucía, a tus mares.
¡Ay, amor,
que se fue por el aire!
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LLANTO POR IGNACIO SÁNCHEZ MEJIAS
(1935)
A mi querida amiga, encarnación López Júlvez
La cogida y la muerte
La sangre derramada
Cuerpo presente
Alma ausente
:::::::::
|
La cogida y la muerte
A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y solo muerte
a las cinco de la tarde.
El viento se llevó los algodones
a las cinco de la tarde.
Y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde.
Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde.
Y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones del bordón
a las cinco de la tarde.
Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.
¡Y el toro solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde,
cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
A las cinco en punto de la tarde.
Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde.
Huesos y flautas suenan en su oído
a las cinco de la tarde.
El toro ya mugía por su frente
a las cinco de la tarde.
El cuarto se irisaba de agonía
a las cinco de la tarde.
A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la tarde.
Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la tarde.
Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la tarde,
y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
¡Ay qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!
La sangre derramada
¡Que no quiero verla!
Dile a la luna que venga, que no quiero
ver la sangre de Ignacio sobre la arena.
¡Que no quiero verla!
La luna de par en par.
Caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras.
¡Que no quiero verla!
Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!
¡Que no quiero verla!
La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena,
y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.
No.
¡Que no quiero verla!
Por las gradas sube Ignacio con
toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro,
y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre abierta.
¡No me digáis que la vea!
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza;
ese chorro que ilumina
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.
¡Quién me grita que me asome!
¡No me digáis que la vea !
No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.
Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes,
mayorales de pálida niebla.
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada,
ni corazón tan de veras.
Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué gran serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!
Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.
Y su sangre ya viene cantando:
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos,
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
corno una larga, oscura, triste lengua,
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas.
¡Oh blanco muro de España!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre aura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas
No.
¡Que no quiero verla!
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.
¡¡Yo no quiero verla!!
Cuerpo presente
La piedra es una frente donde los sueños
gimen
sin tener agua curve ni cipreses helados.
La piedra es una espalda para llevar al
tiempo
con árboles de lágrimas y cintas y
planetas.
Yo he visto lluvias grises correr hacia
las olas
levantando sus tiernos brazos
acribillados,
para no ser cazadas por la piedra tendida
que desata sus miembros sin empapar la
sangre.
Porque la piedra coge simientes y
nublados,
esqueletos de alondras y lobos de
penumbra;
pero no da sonidos, ni cristales, ni
fuego,
sino plazas y plazas y otras plazas sin
muros.
Ya esta sobre la piedra Ignacio el bien
nacido.
Ya se acabó; ¿qué pasa? Contemplad su
figura:
la muerte le ha cubierto de pálidos
azufres
y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro.
Ya se acabó. La lluvia penetra por su
boca.
El aire como loco deja su pecho hundido,
y el Amor, empapado con lágrimas de nieve,
se calienta en la cumbre de las
ganaderías.
¿Qué dicen? Un silencio con hedores
reposa.
Estamos con un cuerpo presente que se
esfuma,
con una forma clara que tuvo ruiseñores
y la vemos llenarse de agujeros sin fondo.
¿Quién arruga el sudario? ¡No es verdad lo
que dice!
Aquí no canta nadie, ni flora en el
rincón,
ni pica las espuelas, ni espanta la
serpiente:
aquí no quiero mas que los ojos redondos
para ver ese cuerpo sin posible descanso.
Yo quiero ver aquí los hombres de voz
dura.
Los que doman caballos y dominan los ríos:
los hombres que les suena el esqueleto y
cantan
con una boca llena de sol y pedernales.
Aquí quiero yo verlos. Delante de la
piedra.
Delante de este cuerpo con las riendas
quebradas.
Yo quiero que me enseñen dónde está la
salida
para este capitán atado por la muerte.
Yo quiero que me enseñen un llanto como un
río
que tenga dulces nieblas y profundas
orillas,
para llevar el cuerpo de Ignacio y que se
pierda
sin escuchar el doble resuello de los
toros.
Que se pierda en la plaza redonda de la
luna
que finge cuando niña doliente res
inmóvil;
que se pierda en la noche sin canto de los
peces
y en la maleza blanca del humo congelado.
No quiero que le tapen la cara con
pañuelos
para que se acostumbre con la muerte que
lleva.
Vete, Ignacio: No sientas el caliente
bramido.
Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere
el mar!
Alma ausente
No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce el niño ni la tarde
porque te has muerto para siempre.
No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.
El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y montes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.
Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.
No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de su
boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría.
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que
nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura
Yo canto su elegancia con palabras que
gimen
y recuerdo una brisa triste por los
olivos.
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Romances |
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A Dámaso Alonso
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.
El silencio sin estrellas,
huyendo del sonsonete,
cae donde el mar bate y canta
su noche llena de peces.
En los picos de la sierra
los carabineros duermen
guardando las blancas torres
donde viven los ingleses.
Y los gitanos del agua
levantan por distraerse
glorietas de caracolas
y ramas de pino verde.
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado
el viento que nunca duerme.
San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira a la niña tocando
una dulce gaita ausente.
-Niña, deja que levante
tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre.
Preciosa tira el panadero
y corre sin detenerse.
El viento-hombrón la persigue
con una espada caliente.
Frunce su rumor el mar.
Los olivos palidecen.
Cantan las flautas de umbría
y el liso gong de nieve.
¡Preciosa, corre, Preciosa,
que te coge el viento verde!
¡Preciosa, corre, Preciosa!
¡Miralo por dónde viene!
Sátiro de estrellas bajas
con sus lenguas relucientes.
Preciosa, llena de miedo,
entra en la casa que tiene,
mas arriba de los pinos,
el consul de los ingleses.
Asustados por los gritos
tres carabineros vienen,
sus negras capas ceñidas
y los gorros en las sienes.
El inglés da a la gitana
un vaso de tibia leche,
y una copa de ginebra
que Preciosa no se bebe.
Y mientras cuenta, llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra
el viento furioso muerde.
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REYERTA
A Rafael
Méndez
En la mitad del barranco
las navajas de Albacete,
bellas de sangre contraria,
relucen como los peces.
Una dura luz de naipe
recorta en el agrio verde
caballos enfurecidos
y perfiles de jinetes.
En la copa de un olivo
lloran dos viejas mujeres.
El toro de la reyerta
se sube por las paredes.
Ángeles negros traían
pañuelos y agua de nieve.
Ángeles con grandes alas
de navajas de Albacete.
Juan Antonio el de Montilla
rueda muerto la pendiente,
su cuerpo lleno de lirios
y una granada en las sienes.
Ahora monta cruz de fuego,
carreta de la muerte.
El juez, con guardia civil,
por los olivares viene.
Sangre resbalada gime
muda canción de serpiente.
-Señores guardias civiles;
aquí pasó lo de siempre.
Han muerto cuatro romanos
y cinco cartagineses.
La tarde loca de higueras
y de rumores calientes
cae desmayada en los muslos
heridos de los jinetes.
Y ángeles negros volaban
por el aire del poniente.
Ángeles de largas trenzas
y corazones de aceite.
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Romance de la luna, luna
La luna vino a la fragua
con su polizón de nardos.
El niño la mira, mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
Huye, luna, luna, luna,
que ya siento los caballos.
Niño, déjame, no pises
mi blancor almidonado
El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño
tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
¡Cómo canta la zumaya,
ay, cómo canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con un niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando.
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Romance del emplazado
Para Emilio Aladrén
¡Mi soledad sin descanso!
Ojos chicos de mi cuerpo
y grandes de mi caballo,
no se cierran por la noche
ni miran al otro lado
donde se aleja tranquilo
un sueño de trece barcos.
Sino que limpios y duros
escuderos desvelados,
mis ojos miran un norte
de metales y peñascos
donde mi cuerpo sin venas
consulta naipes helados.
Los densos bueyes del agua
embisten a los muchachos
que se bañan en las lunas
de sus cuernos ondulados.
Y los martillos cantaban
sobre los yunques sonámbulos,
el insomnio del jinete
y el insomnio del caballo.
El veinticinco de junio
le dijeron a el Amargo:
Ya puedes cortar si gustas
las adelfas de tu patio.
Pinta una cruz en la puerta
y pon tu nombre debajo,
porque cicutas y ortigas
nacerán en tu costado,
y agujas de cal mojada
te morderán los zapatos.
Será de noche, en lo oscuro,
por los montes imantados,
donde los bueyes del agua
beben los juncos soñando.
Pide luces y campanas.
Aprende a cruzar las manos,
y gusta los aires fríos
de metales y peñascos.
Porque dentro de dos meses
yacerás amortajado.
Espadón de nebulosa
mueve en el aire Santiago.
Grave silencio, de espalda,
manaba el cielo combado.
El veinticinco de junio
abrió sus ojos Amargo,
y el veinticinco de agosto
se tendió para cerrarlos.
Hombres bajaban la calle
para ver al emplazado,
que fijaba sobre el muro
su soledad con descanso.
Y la sábana impecable,
de duro acento romano,
daba equilibrio a la muerte
con las rectas de sus paños.
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La Casada Infiel
A Lydia Cabrera y a su negrita
Y que yo me la lleve al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.
Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena,
yo me la lleve del río.
Con el aire se batían las
espadas de los lirios.
Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
La regalé un costurero
grande de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.
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Romance de la Pena Negra
A José Navarro Pardo
Las piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.
Cobre amarillo, su carne,
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus pechos,
gimen canciones redondas.
Soledad, ¿por quién preguntas
sin compaña y a estas horas?
Pregunte por quien pregunte,
dime: ¿a ti qué se te importa?
Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona.
Soledad de mis pesares,
caballo que se desboca,
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.
No me recuerdes el mar,
que la pena negra, brota
en las sierras de aceituna
bajo el rumor de las hojas.
¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.
¡Qué pena tan grande! Corro
mi casa como una loca,
mis dos trenzas por el suelo,
de la cocina a la alcoba.
¡Qué pena! Me estoy poniendo
de azabache, cama y ropa.
¡Ay mis camisas de hilo!
¡Ay mis muslos de amapola!
Soledad: lava tu cuerpo
con agua de las alondras,
y deja tu corazón
en paz, Soledad Montoya.
Por abajo canta el río:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza,
la nueva luz se corona.
¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota!
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Prendimiento de Antoñito El Camborio
en el camino de Sevilla
A Margarita Xirgu
Antonio Torres Heredia,
hijo y nieto de Camborios,
con una vara de mimbre
va a Sevilla a ver los toros.
Moreno de verde luna
anda despacio y garboso.
Sus empavonados bucles
le brillan entre los ojos.
A la mitad del camino
cortó limones redondos,
y los fue tirando al agua
hasta que la puso de oro.
Y a la mitad del camino,
bajo las ramas de un olmo,
guardia civil caminera
lo llevó codo con codo.
El día se va despacio,
la tarde colgada a un hombro,
dando una larga torera
sobre el mar y los arroyos.
Las aceitunas aguardan
la noche de Capricornio,
y una corta brisa, ecuestre,
salta los montes de plomo.
Antonio Torres Heredia,
hijo y nieto de Camborios,
viene sin vara de mimbre
entre los cinco tricornios.
Antonio, ¿quién eres tú?
Si te llamaras Camborio,
hubieras hecho una fuente
de sangre con cinco chorros.
Ni tú eres hijo de nadie,
ni legítimo Camborio.
¡Se acabaron los gitanos
que iban por el monte solos!
Están los viejos cuchillos
tiritando bajo el polvo.
A las nueve de la noche
lo llevan al calabozo,
mientras los guardias civiles
beben limonada todos.
Y a las nueve de la noche
le cierran el calabozo,
mientras el cielo reluce
como la grupa de un potro.
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Muerte de Antoñito El Camborio
A José Antonio Rubio Sacristán
Voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan
voz de clavel varonil.
Les clavó sobre las botas
mordiscos de jabalí.
En la lucha daba saltos
jabonados de delfín.
Bañó con sangre enemiga
su corbata carmesí,
pero eran cuatro puñales
y tuvo que sucumbir.
Cuando las estrellas clavan
rejones al agua gris,
cuando los erales suenan
verónicas de alhelí,
voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
Antonio Torres Heredia,
Camborio de dura crin,
moreno de verde luna,
voz de clavel varonil:
¿Quién te ha quitado la vida
cerca del Guadalquivir?
Mis cuatro primos Heredias
hijos de Benamejí.
Lo que en otros no envidiaban,
ya lo envidiaban en mí.
Zapatos color corinto,
medallones de marfil,
y este cutis amasado
con aceituna y jazmín.
¡Ay Antoñito el Camborio,
digno de una Emperatriz!
Acuérdate de la Virgen
porque te vas a morir.
¡Ay Federico García,
llama a la Guardia Civil!
Ya mi talle se ha quebrado
como caña de maíz.
Tres golpes de sangre tuvo
y se murió de perfil.
Viva moneda que nunca
se volverá a repetir.
Un ángel marchoso pone
su cabeza en un cojín.
Otros de rubor cansado,
encendieron un candil.
Y cuando los cuatro primos
llegan a Benamejí,
voces de muerte cesaron
cerca del Guadalquivir.
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Muerto de amor
A Margarita Manso
¿Qué es aquello que reluce
por los altos corredores?
Cierra la puerta, hijo mío,
acaban de dar las once.
En mis ojos, sin querer,
relumbran cuatro faroles.
Será que la gente aquella
estará fregando el cobre.
Ajo de agónica plata
la luna menguante, pone
cabelleras amarillas
a las amarillas torres.
La noche llama temblando
al cristal de los balcones,
perseguida por los mil
perros que no la conocen,
y un olor de vino y ámbar
viene de los corredores.
Brisas de caña mojada
y rumor de viejas voces,
resonaban por el arco
roto de la media noche.
Bueyes y rosas dormían.
Sólo por los corredores
las cuatro luces clamaban
con el furor de San Jorge.
Tristes mujeres del valle
bajaban su sangre de hombre,
tranquila de flor cortada
y amarga de muslo joven.
Viejas mujeres del río
lloraban al pie del monte,
un minuto intransitable
de cabelleras y nombres.
Fachadas de cal, ponían
cuadrada y blanca la noche.
Serafines y gitanos
tocaban acordeones.
Madre, cuando yo me muera,
que se enteren los señores.
Pon telegramas azules
que vayan del Sur al Norte.
Siete gritos, siete sangres,
siete adormideras dobles,
quebraron opacas lunas
en los oscuros salones.
Lleno de manos cortadas
y coronitas de flores,
el mar de los juramentos
resonaba, no sé donde.
Y el cielo daba portazos
al brusco rumor del bosque,
mientras clamaban las luces
en los altos corredores.
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Romance de la guardia civil española
A Juan Guerrero
Los caballos negros son.
Las herraduras son negras.
Sobre las capas relucen
manchas de tinta y de cera.
Tienen, por eso no lloran,
de plomo las calaveras.
Con el alma de charol
vienen por la carretera.
Jorobados y nocturnos,
por donde animan ordenan
silencios de goma oscura
y miedos de fina arena.
Pasan, si quieren pasar,
y ocultan en la cabeza
una vaga astronomía
de pistolas inconcretas.
¡Oh ciudad de los gitanos!
En las esquinas banderas.
La luna y la calabaza
con las guindas en conserva.
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Ciudad de dolor y almizcle,
con las torres de canela.
Cuando llegaba la noche,
noche que noche nochera,
los gitanos en sus fraguas
forjaban soles y flechas.
Un caballo malherido,
llamaba a todas las puertas.
Gallos de vidrio cantaban
por Jerez de la Frontera.
El viento vuelve desnudo
la esquina de la sorpresa,
en la noche platinoche
noche, que noche nochera.
La Virgen y San José,
perdieron sus castañuelas,
y buscan a los gitanos
para ver si las encuentran.
La Virgen viene vestida
con un traje de alcaldesa
de papel de chocolate
con los collares de almendras.
San José mueve los brazos
bajo una capa de seda.
Detrás va Pedro Domecq
con tres sultanes de Persia.
La media luna soñaba
un éxtasis de cigüeña.
Estandartes y faroles
invaden las azoteas.
Por los espejos sollozan
bailarinas sin caderas.
Agua y sombra, sombra y agua
por Jerez de la Frontera.
¡Oh ciudad de los gitanos!
En las esquinas banderas.
Apaga tus verdes luces
que viene la benemérita.
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Dejadla lejos del mar, sin
peines para sus crenchas.
Avanzan de dos en fondo
a la ciudad de la fiesta.
Un rumor de siemprevivas
invade las cartucheras.
Avanzan de dos en fondo.
Doble nocturno de tela.
El cielo, se les antoja,
una vitrina de espuelas.
La ciudad libre de miedo,
multiplicaba sus puertas.
Cuarenta guardias civiles
entran a saco por ellas.
Los relojes se pararon,
y el coñac de las botellas
se disfrazó de noviembre
para no infundir sospechas.
Un vuelo de gritos largos
se levantó en las veletas.
Los sables cortan las brisas
que los cascos atropellan.
Por las calles de penumbra
huyen las gitanas viejas
con los caballos dormidos
y las orzas de monedas.
Por las calles empinadas
suben las capas siniestras,
dejando atrás fugaces
remolinos de tijeras.
En el portal de Belén
los gitanos se congregan.
San José, lleno de heridas,
amortaja a una doncella.
Tercos fusiles agudos
por toda la noche suenan.
La Virgen cura a los niños
con salivilla de estrella.
Pero la Guardia Civil
avanza sembrando hogueras,
donde joven y desnuda
la imaginación se quema.
Rosa la de los Camborios,
gime sentada en su puerta
con sus dos pechos cortados
puestos en una bandeja.
Y otras muchachas corrían
perseguidas por sus trenzas,
en un aire donde estallan
rosas de pólvora negra.
Cuando todos los tejados
eran surcos en la sierra,
el alba meció sus hombros
en largo perfil de piedra.
¡Oh ciudad de los gitanos!
La Guardia Civil se aleja
por un túnel de silencio
mientras las llamas te cercan.
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Que te busquen en mi frente.
Juego de luna y arena.
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Romance
sonámbulo
A Gloria Giner y Fernando de los Ríos
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.
Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los puertos de Cabra.
Si yo pudiera, mocito,
ese trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser, con
las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
¡dejadme subir!, dejadme
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna por
donde retumba el agua.
Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal,
herían la madrugada.
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento, dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!
Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde cama, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.
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CANCIÓN DEL JINETE
Córdoba.
Lejana y sola.
Jaca negra, luna grande,
y aceitunas en mi alforja.
Aunque sepa los caminos
yo nunca llegaré a Córdoba.
Por el llano, por el viento,
jaca negra, luna roja.
La muerte me está mirando
desde las torres de Córdoba.
¡Ay qué camino tan largo!
¡Ay mi jaca valerosa!
¡Ay que la muerte me espera,
antes de llegar a Córdoba!
Córdoba.
Lejana y sola.
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CANCIÓN DEL MARIQUITA
El mariquita se peina
en su peinador de seda.
Los vecinos se sonríen
en sus ventanas postreras.
El mariquita organiza
los bucles de su cabeza.
Por los patios gritan loros,
surtidores y planetas.
El mariquita se adorna
con un jazmín sinvergüenza.
La tarde se pone extraña
de peines y enredaderas.
El escándalo temblaba
rayado como una cebra.
¡Los mariquitas del Sur,
cantan en las azoteas!
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TENGO MIEDO A PERDER LA MARAVILLA
Tengo miedo a perder la maravilla
de tus ojos de estatua, y el acento
que de noche me pone en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento.
Tengo pena de ser en esta orilla
tronco sin ramas; y lo que más siento
es no tener la flor, pulpa o arcilla,
para el gusano de mi sufrimiento.
Si tú eres el tesoro oculto mío,
si eres mi cruz y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorío,
no me dejes perder lo que he ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi otoño enajenado.
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EL POETA PIDE A SU AMOR QUE LE ESCRIBA
Amor de mis entrañas, viva muerte,
en vano espero tu palabra escrita
y pienso, con la flor que se marchita,
que si vivo sin mí quiero perderte.
El aire es inmortal. La piedra inerte
Ni conoce la sombra ni la evita.
Corazón interior no necesita
la miel helada que la luna vierte.
Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas,
tigre y paloma, sobre tu cintura
en duelo de mordiscos y azucenas.
Llena, pues, de palabras mi locura
o déjame vivir en mi serena
noche del alma para siempre oscura.
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A MERCEDES EN SU VUELO
¡Una viola de luz yerta y helada
eres ya por las rocas de la altura.
Una voz sin garganta, voz oscura
que suena en todo sin sonar en nada.
Tu pensamiento es nieve resbalada
en la gloria sin fin de la blancura.
Tu perfil es perenne quemadura,
tu corazón paloma desatada.
Canta ya por el aire sin cadena
la matinal fragante melodía,
monte de luz y llaga de azucena.
Que nosotros aquí de noche y día
haremos en la esquina de la pena
una guirnalda de melancolía.
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A CARMELA, LA PERUANA
Una luz de jacinto me ilumina la mano
al escribir tu nombre de tinta y cabellera
y en la neutra ceniza de mi verso quisiera
silbo de luz y arcilla de caliente verano.
Un Apolo de hueso borra el cauce inhumano
donde mi sangre teje juncos de primavera,
aire débil de alumbre y aguja de quimera
pone loco de espigas el silencio del grano.
En este duelo a muerte por la virgen poesía,
duelo de rosa y verso, de número y locura,
tu regalo semeja sol y vieja alegría.
¡Oh pequeña morena de delgada cintura!
¡Oh Perú de metal y de melancolía!
¡Oh España, o luna muerta sobre la piedra
dura!
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YO SE QUE MI PERFIL SERÁ TRANQUILO
Yo sé que mi perfil será tranquilo
en el musgo de un norte sin reflejo.
Mercurio de vigilia, casto espejo
donde se quiebra el pulso de mi estilo.
Que si la yedra y el frescor del hilo
fue la norma del cuerpo que yo dejo,
mi perfil en la arena será un viejo
silencio sin rubor de cocodrilo.
Y aunque nunca tendrá sabor de llama
mi lengua de palomas ateridas
sino desierto gusto de retama,
libre signo de normas oprimidas
seré en el cuerpo de la yerta rama
y en el sinfín de dalias doloridas.
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