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23F; golpe de estado en mi memoria (I)


El 23 de febrero de 1981, los españoles y la democracia, recuperada tras cuarenta años, se enfrentaron a un golpe de estado. Franco había muerto, su espíritu seguía vivo y el aparato de la dictadura intacto. Los fieles al «régimen» no podían permitir que se otorgase la soberanía al pueblo, se legalizaran los partidos políticos, se desmontara el estado totalitario, y se reconociese el derecho al autogobierno de nacionalidades y regiones. Además había otros intereses, todo había que reconducirlo.

Después de las elecciones de 1979, que le dio la mayoría al partido inventado por Suárez, las políticas llevadas a cabo por sus gobiernos, agravadas por la situación internacional, provocaron una gravísima crisis social, económica y política: la inflación se disparó, se elevaron los precios y el desempleo aumentó vertiginosamente. Junto a esto, el terrorismo más cruento. Con cada atentado, la democracia se debilitaba, el Sistema perdía credibilidad y cundió el «desencanto». Para muchos la democracia tan anhelada, había dejado de ser la panacea de toda solución; con libertad, pero sin tener asegurado el bienestar. Suárez ya no era útil.

Todo estaba planeado para que fuera en marzo, «los almendros florecen en primavera» era una clave, pero la dimisión de Suárez y el pleno de investidura de Calvo Sotelo, lo aceleró todo. En este trance llegó el teniente coronel Tejero, con su tricornio y pistola en mano tomó el Congreso: "¡Quieto todo el mundo!" y dio la orden de todos al suelo. Para reafirmar su poder, efectuó un disparo al aire, seguido por ráfagas de fuego de los guardias asaltantes. Todos presentimos lo peor. El gobierno y el parlamento quedaban secuestrados, produciéndose el vacío de poder que pretendían los golpistas. Se acababa de producir el «Supuesto Anticonstitucional Máximo», que permitiría otra acción, para volver a la normalidad democrática, pero con cambios. Otro golpe.

¿Que querían los golpistas?: establecer un gobierno «militar por supuesto», recuperar los principios del «movimiento nacional» y el espíritu del 18 de julio. Si nos atenemos a las palabras que el rey Juan Carlos dedicó al embajador alemán Lothar Lahn, según la nota diplomática remitida a Bonn en marzo de1981 (revista Der Spiegel.), los sublevados sólo «habían querido lo mejor para España». Para el rey «los cabecillas sólo pretendían lo que todos deseábamos: el restablecimiento de la disciplina, el orden, la seguridad y la tranquilidad». Además defensa de la unidad de España, la bandera y la corona. El monarca entendía que el responsable último del pronunciamiento era Adolfo Suárez, por no tener «en cuenta las peticiones de los militares, hasta que estos decidieron actuar por su cuenta». Si fue así, el rey habría estado al corriente de la trama golpista antes, durante y después del golpe.

El esperado «elefante blanco», la autoridad «militar por supuesto», que anunció el capitán Muñecas, no llegó a entrar en el hemiciclo, aunque llegó al Congreso. El plan que el general de división Armada presentó en nombre del rey a Tejero, no era de recibo para el guardia golpista. Había jugado demasiado fuerte, como para consentir, que en el futuro gobierno de España estuvieran socialistas y comunistas y sin Milans. Quería una junta militar. Tejero se sintió traicionado e impidió que el general Armada asumiera la presidencia del gobierno a las «órdenes del rey». El suyo era un golpe duro, de involución y terminante. Armada jugó tarde y mal sus cartas. No supo imponer la autoridad de sus estrellas. Tejero desmanteló la solución Armada; el golpe blando.

El rey apareció en televisión, después de haber dado la orden de interrumpir la operación, con el apoyo de los capitanes generales a sus órdenes, anunciando la continuidad democrática. Algunas teorías le implican en una operación para fortalecer a la monarquía, restaurar el prestigio de España y consolidar la democracia ¿es ahí donde entró Armada y el CESID? Si es así, fue una aventura peligrosa y un juego sucio para la joven democracia, pero eficaz para lo que se pretendía: la figura del rey se consolidó, los partidos reconvinieron sus políticas, el pueblo apoyó la democracia, quedando sometida por el miedo a la involución. El desarrollo del estado autonómico, que supuestamente hacía peligrar la unidad de España, se paralizó durante unos años y la situación se recondujo. La conducta del rey antes del golpe «no fue en absoluto ejemplar, cometió errores, frivolidades e irresponsabilidades», en palabras de Javier Cercas en su «Anatomía de un instante».

Estados Unidos había seguido con mucha atención el proceso de la Transición a la democracia. La entrada de España en la OTAN, formaba parte de la estrategia de defensa del sur de Europa y el Mediterráneo. Razón suficiente para creer que conocía los preparativos del golpe de estado. Unos días antes, fui testigo de la presencia americana en suelo español. Paseando por el barrio chino de Valencia, marineros estadounidenses llenaban los garitos, bajo la mirada de la «MP». Barcos de la «VI flota» estaban atracados en el puerto. Tanto EEUU como el Vaticano eran prioridades en política exterior española, por lo que la Iglesia también tenía que conocer la ejecución del golpe. Tibia y tardía fueron las reacciones de ambas instancias. El día 23 de febrero, las bases militares americanas y los servicios de inteligencia, estaban en alerta por los acontecimientos que iban a ocurrir ese día.

Fue un golpe de estado en toda regla: perpetrado por mandos militares, guardias civiles y una trama ideológica de la derecha reaccionaria sin identificar. Fue un golpe de estado promovido desde las instancias del poder para reconducir la situación política a la deriva. Varias conspiraciones y varios golpes coincidieron en el tiempo. El CESID recondujo las acciones, algunas inducidas, para llevar a Armada a la presidencia del gobierno.¿Qué papel jugaron los partidos políticos en la oposición de entonces? ¿Fue el general Armada el mayor traidor o fue el traicionado? Armada siempre había sido el hombre leal y disciplinado, muy valorado por todas las fuerzas políticas, que estuvo en todo momento a las órdenes del rey.

Como siempre preguntas, algunas respuestas y muchas incógnitas. El 23-F generó un cúmulo de interrogantes que sólo el tiempo nos va desvelando. Fue un episodio vergonzante, que se quiso cerrar con demasiada rapidez. No se investigó adecuadamente, y desaparecieron demasiadas pruebas. Los que algo sabían, lo ocultaron; demasiada gente importante supuestamente implicada. Seguiremos con el tema la semana que viene.

 

Se publicó en Diario Progresista el 25 de febrero de 2013  

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Víctor Arrogante
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