«El ser humano sometido a la
necesidad extrema es conducido hasta el límite de sus recursos, y al
infortunio para todos los que transitan por este camino.
Trabajo y salario, comida y cobijo, coraje y voluntad, para ellos todo
está perdido».
Los Miserables. Víctor Hugo
Nuestro director
Antonio Miguel Carmona, se refería a los miserables, como los que
provocan la miseria; yo hoy estoy con los miserables: los desdichados,
los infelices, indigentes sin techo, los que, como consecuencia de las
políticas de austeridad del gobierno ruin, lo han perdido todo.
En una situación de desempleo galopante y de mayor desigualdad social,
que lleva a la miseria cada día a mayor número de personas, este
gobierno de sátrapas, sube impuestos y tasas, baja salarios y elimina
derechos, a la vez que recorta gastos en sanidad, educación, en
desempleo, dependencia y servicios públicos esenciales para la
ciudadanía. No contentos con todo —ya se veía venir la canallada—,
recorta 33.000 millones de euros el capítulo de pensiones —que hará
perder hasta el 28% del poder adquisitivo en los próximos 8 años—.
Recorta en todo, menos en la casa real y defensa, ayudas a la banca y
a la iglesia; sus más fervientes valedores, estamentos que van a lo
suyo: poltrona, desfiles, ganar dinero y enmudecer conciencias
Según Intermón Oxfam, si no cambian de rumbo las políticas, para el
año 2025, habrá veinticinco millones más de europeos pobres, de los
cuales ocho millones seremos españoles, por culpa de la austeridad. En
España más de 23.000 personas están sin hogar (Instituto Nacional de
Estadística, Encuesta de Personas Sin Hogar 2012); cifra que engaña,
porque solo representa a las personas que utilizan los albergues y
servicios públicos de hace un año. Cada vez hay mayor número de
españoles, mujeres y personas mayores en esta situación. La
disminución de las prestaciones sociales y de las cuantías de las
pensiones, junto con el cobro, recobro o repago de servicios públicos,
es un grave problema para quien lo soporta, siendo mayor tragedia para
quienes no tienen ningún tipo de recurso. Así están lo llamados sin
techo.
Me he echado a la calle a convivir de cerca con los que sufren
necesidad. Fue un día de primeros de septiembre —con todos mis
respetos y sin voluntad de ofender—, en el que quise sentir en propias
carnes, como sufre un desposeído de casi todo. Sin un duro en el
bolsillo, una carterita al cuello —con el DNI y un número de teléfono
de contacto— y la voluntad de sufrir la indigencia, salí a la calle.
Sin serlo, pretendí convivir con los que han sido avocados a
sobrevivir, que es mal vivir y con los que tienen por vestido una
camisa de luna, un cartón por manta y la solidaridad como un medio de
subsistencia.
El número de personas sin hogar en Madrid, ha crecido un 20% en los
últimos dos años (Samur Social). Las principales razones, por la que
más de dos mil personas viven en la calle, es la falta de trabajo o de
dinero, ruptura afectiva, falta de papeles y la droga en último lugar.
Más de la mitad no tienen hogar desde hace más de dos años y muchos
son los que llevan menos de cuatro meses en la calle. Las políticas
neoliberales, han eliminado los pilares del bienestar, hundiendo en la
miseria a cada vez mayor número de personas, la mayoría procedente de
la llamada clase media o media baja. Uno de cada cuatro indigentes
tiene estudios superiores. Las entidades sociales sitúan a más de 11,5
millones de personas en «riesgo» de exclusión social, cuando ya es
exclusión.
Me asenté junto al ya famoso lugar, por el celebre «relaxing cup of
café con leche in Plaza Mayor», de la alcaldesa Botella. Bajo los
soportales, castilletes de cartones que, por la noche, dan cobijo a
medio centenar de personas que duermen en el céntrico monumento.
Recorrí Madrid y comprobé que por la noche, los lugares habituales
donde se resguardan las personas sin techo, son las salas de urgencias
de hospitales, estaciones de tren y aeropuerto. Los exteriores y bajo
la marquesina de la estación de autobuses de Méndez Álvaro se
convierten en un auténtico campo de refugiados. También en los
rincones de los portales, ocultos entre los setos de los jardines, en
los cajeros de los bancos y en los propios bancos callejeros. Madrid,
en este ambiente, es una ciudad de olores infectos, sombras de zombis
y toses cavernosas.
Cuando sale el sol por la Almudena —al cementerio me refiero— y antes
de irse por la Almudena —la catedral—; cuando llega la luz mortecina
del despertar, comienza el nuevo día, tal como ayer, sin esperanza.
Cartones amontonados y la manta a buen recaudo, se pone en movimiento
un ejército de carritos y maletas rodadas, en la busca de la vida. Con
el frío de la noche en los huesos, con ojos mortecinos de soledad o
vidriosos de alcohol y lágrimas, caras con el reflejo de la enfermedad
social que padecen y el espíritu mutilado, abandonan escondrijos y
madrigueras junto a Las Ventas, los puentes de la M-30, plazas
públicas o los parques solitarios.
Pedir en la puerta de las iglesias se sigue llevando, pero parece que
no es tanta la caridad como la pintan; algunos ocupan celosos sus
puestos en las puertas de los centros comerciales, enseñando el
imperecedero periódico enfundado en plástico, vendiendo pañuelos de
papel o limpiando cristales en los semáforos. La recogida de chatarra
es otra dedicación, como la de músico en la calle, malabarista o
estatua de mimo de imposibles posturas. Gente con la dignidad a ras de
suelo, que se ganan la vida honradamente, buscando alimentos entre la
basura. Algunos otros al trapicheo.
Es difícil salir por si solo de este submundo de miseria y violencia
soterrada. Encontrar trabajo y vivienda es una fortuna imposible de
conseguir. Quienes han creado la crisis en su beneficio, han dejado
una situación poco favorable para ellos. Quienes tienen la
responsabilidad pública de «Garantizar la convivencia democrática
dentro de la Constitución y de las leyes conforme a un orden económico
y social justo», han vuelto la espalda a esta tarea. Viéndolo, sufro
un dolor intenso en mi pecho; sintiéndolo, se me cae la cara de
vergüenza, por formar parte de una sociedad que ha llevado a las
personas a vivir esta situación. Mañana puedo ser yo; o cualquiera de
vosotros. |