Algún viaje he tenido la oportunidad de hacer y alguna historia tengo
por contar sobre ellos. Anécdotas amables, instructivas, aventureras y
hasta peligrosas. De todo ha habido. Hoy recuerdo una historia, que por
entrañable, merece la pena relatar en este comienzo del otoño, que no solo
deja mustios a los árboles, sino también a los espíritus. Me fue contado
en la Ciudad de Panamá, una tranquila tarde, cayendo el sol, junto al
Canal y frente al majestuoso puente de las Américas
El protagonista es Gandhi. Mohandas Karamchand Gandhi. Una figura
histórica, un hombre singular —me atrevería a decir que irrepetible—,
austero y de absoluta modestia. Sus teorías modificaron la
configuración política e ideológica del mundo. Un ejemplo de vida y de
lucha. Había nacido en Porbanda, un remoto lugar de la India, país en
el que la política era sinónimo de corrupción. En este ambiente,
Gandhi introdujo la ética en la política y su ejemplo como forma de
vida. Tendríamos que recuperar esos principios. Vivió en la pobreza,
rechazó el poder político y no concedió prebendas a amigos y
familiares.
Desde 1918 estuvo al frente del movimiento nacionalista indio.
Instauró un método de lucha social comprometido y novedoso: la huelga
de hambre. En sus programas rechazaba la lucha armada y su gran
aportación revolucionaria: la no violencia —áhimsa—, como instrumentos
para luchar contra el dominio británico.
Me contaron en aquella entrañable tarde panameña, que cuando Gandhi
estudiaba derecho en la University College de Londres, un profesor de
apellido Peters, le tenía animadversión; pero, el alumno Gandhi, nunca
le permitió humillación alguna.
«Un día Peters estaba almorzando en el comedor de la Universidad. El
alumno, con su bandeja en la mano, buscando sitio, se sienta a su
lado. El profesor, altanero, le dice: —Señor Gandhi, usted no
entiende. Un puerco y un pájaro, nunca se sientan a comer juntos—; a
lo que Gandhi le contestó: —Esté usted tranquilo profesor, yo me voy
volando— y se cambió de mesa.
»Otro día, el señor Peters, decide vengarse de Gandhi, aprovechando un
examen. Pero encuentra dificultades académicas, pues el alumno
responde con brillantez a todas las cuestiones. Entonces, el profesor
verde de rabia, le interpela: —Señor Gandhi, usted va caminando por la
calle y se encuentra con dos bolsas; en una de ella está la sabiduría,
en la otra mucho dinero, ¿Cuál de los dos se llevaría usted?. Gandhi
responde sin titubear: —¡La del dinero, profesor!—. El susodicho,
sonriendo le dice: —Yo, en su lugar, hubiera agarrado la sabiduría,
¿no le parece?—. Y Gandhi respetuoso responde: —Cada uno toma lo que
no tiene profesor—.
»El profesor Peters, histérico, ya no sabe como poder a alumno tan
aventajado, y tras corregir el excelente examen, escribe a su pie una
nota: —«Idiota»— y le devuelve el ejercicio. Gandhi toma la hoja y
tras leer la anotación del profesor, le espeta: —Señor Peters, usted
ha firmado la hoja, pero no me puso la nota—.»
Fuera como un pajarillo volandero o como un sabio sin dinero, Gandhi,
en su vida estuvo a la altura de las circunstancias que eligió. Decía
las cosas como las sentía. No se dejó humillar, ni por profesor
impertinente, ni por las circunstancias históricas de la India en
donde nació, ni por los acontecimientos del mundo en tensión en los
que le tocó vivir. No se dejó humillar, ni por las balas del fanático
integrista hindú que le produjeron la muerte en 1948. Había vivido 78
años, pregonando la total fidelidad a los dictados de la conciencia,
llegando incluso a la desobediencia civil. Quién defendió la no
violencia, murió de forma violenta.
Albert Einstein dijo tras su muerte: «quizá las generaciones venideras
duden alguna vez de que un hombre semejante fuese una realidad de
carne y hueso en este mundo». Pero lo fue: de carne y hueso, de
espíritu fuerte y condición comprometida. Personajes como Gandhi pocos
han existido, pero quizás haya alguno entre nosotros, aunque no se
deje notar. Si alguno existiera y se diese la oportunidad de que
leyera esta breve crónica, había que pedirle: ¡manifiéstate!, si no lo
has hecho. Eres más necesario que nunca. Para todos nosotros.
Lucha constante, coherente con la forma de pensar, los instrumentos
adecuados y con la mayor unidad posible, aún solo. «La voz interior me
dice que siga combatiendo contra el mundo entero, aunque me encuentre
solo… Dicen que soy héroe; yo débil, tímido, casi insignificante; si
siendo como soy, hice lo que hice, imagínense lo que pueden hacer
todos ustedes juntos», dicen que dijo.
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