Podía haberse evitado


Posiblemente se podría haber evitado, pero los astros se confabularon en contra. Se tenían que haber dado una serie de circunstancias que no se dieron, enmarcadas en otra realidad histórica distinta a la que se daba. Todo estaba a favor para que un grupo de militares traidores dieran un golpe de estado. A partir de ahí, confusión, dudas, errores y violencia; mucha violencia, programada y defensiva. Hoy, ni por asomo nada es igual, pero algunos enseñan su patita y buscan semejanzas.

España se rompía en un discurso catastrofista. Poca comida en la olla, injusticia social y desigualdad galopante, huelga en los tajos, violencia social interesada en las calles, en el parlamento discursos incendiarios y un ejército divido. Para completar el panorama, o quizás por ello, Europa empezaba a estar dominada por un fascismo en crecimiento; Hitler en el poder subvertía la democracia, llamando a la violencia para la resolución de conflictos y la eliminación del adversario como medida preventiva. Aquí, el objetivo era eliminar la República y lo que representaba; todo por mantener privilegios y prebendas.

El 16 de febrero de 1936, los republicanos y los socialistas ganaron las elecciones, como «Frente Popular» (FP). La derecha, agrupada en el Frente Nacional Contrarrevolucionario (CEDA, Renovación Española, Comunión Tradicionalista carlista, entre otros). Todo estaba previsto con anterioridad, pero la mayoría absoluta conseguida por el FP —que no formó grupo parlamentario propio, ni formó gobierno como tal—, fue determinante para que los planes se aceleraran.

Emilio Mola, cabecilla de la sublevación y principal organizador del golpe —cuyo fracaso provocó la guerra—, en su «instrucción reservada número 1», firmada el día 25 de mayo —tres meses después del triunfo electoral del FP— decía: «Las circunstancias gravísimas por que atraviesa la Nación, debido a un pacto electoral que ha tenido como consecuencia inmediata que el Gobierno sea hecho prisionero de las Organizaciones revolucionarias, llevan fatalmente a España a una situación caótica, que no existe otro medio de evitar que mediante la acción violenta». Recordemos que el gobierno estaba formado —hasta bien entrada la guerra—, únicamente por partidos republicanos, bajo la presidencia, de Manuel Azaña (hasta que se hizo cargo de la Presidencia de la República en mayo) y posteriormente por Santiago Casares Quiroga y José Giral. Personajes nada sospechosos de violentos o de rojos revolucionarios. 

En esa primera «instrucción reservada», Mola, arengaba a sus colegas militares: «los elementos amantes de la Patria, tienen forzosamente que organizarse para la rebeldía, con el objeto de conquistar el poder e imponer desde él el orden, la paz y la justicia». Efectivamente un llamamiento a la revolución, contra la revolución que el mismo denunciaba. «Esta organización es eminentemente ofensiva; se ha de efectuar en cuanto sea posible». Si no se daban las circunstancias para ello, había que crearlas o inventarlas, tal como hicieron: provocación, acción, justificación. 

Entre mayo y julio, se va desgranando el plan director del golpe, que se define como «una acción en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado» dice. Prevé que todos los directivos de los partidos políticos, sociedades o sindicatos no afectos al movimiento, sean encarcelados aplicándoles castigos ejemplares para estrangular los movimientos de rebeldía o huelgas. Y a los militares que no se identifiquen claramente a favor del golpe, fusilarlos sin contemplaciones.

Discúlpenme que me repita, ya lo he dicho en alguna otra ocasión, pero quiero recordar la calificación que doy al golpe de estado, contra la legítima República: «políticamente antidemocrático; jurídicamente anticonstitucional; socialmente conservador y tradicionalista; espiritualmente clerical; ideológicamente totalitario; económicamente capitalista; militarmente absolutista; moralmente inhumano; y su brazo ejecutor los militares» desleales a su juramento de defensa de la República y el fascismo. Con expresiones parecidas lo califica el general Vicente Rojo en su «Historia de la guerra civil española» (Jorge M. Reverte) 

Pretendían conquistar el poder, aprovechando el primer momento favorable, provocándolo si fuera necesario, como así fue; pero el golpe había que darlo, utilizando a las fuerzas armadas, conjuntamente con las aportaciones que «en hombres y material y elementos de todas clases faciliten los grupos políticos, sociedades e individuos aislados, que no pertenezcan a partidos, sectas y sindicatos, que reciben inspiraciones del extranjero». Se refería como una obsesión a socialistas, masones, anarquistas y comunistas, a quienes se les tenía reservado otro papel, luego ampliado a republicanos, judíos, gitanos, protestantes y otros grupos sociales para ellos todos indeseables.

El golpe no triunfó donde querían que hubiera sido: Madrid y Barcelona. Los defensores de la República no lo consintieron, pese a las instrucciones dadas a los que se iban a sublevar: que se declaren en rebeldía las divisiones 5ª, 6ª y 7ª, con el doble objetivo de asegurar el orden territorial y caer sobre Madrid; que en Asturias tengan a raya a las masas de las cuencas mineras; que la 4ª división se haga cargo del mando y gobierno de la región y tenga a raya a las masas proletarias de Cataluña. Pese al «no pasarán» pasaron tres años después y la represión y la injusticia social se institucionalizaron. La paz y el orden reinaron, sobre todos en la soledad de las cárceles, en el silencio de los cementerios y en la soledad de las cunetas polvorientas.

Terminaron diciendo, y se lo creyeron: «En vuestra marcha invencible hacia la reconquista del suelo nacional, durante años manchado por la anarquía, el comunismo, el separatismo, la masonería y la impiedad, acabáis de escribir con sangre inmortal, en el libro de oro de la historia sempiterna de España» (del discurso de Paulino en ¡Ay, Carmela!; película de Carlos Saura, basada en la obra teatral de José Sanchis Sinisterra). No es que lo dijeran entonces, sino lo que hoy siguen diciendo.

Todo es evitable, salvo que en la planificación se diga que la suerte está echada, como así figuraba en el plan director del golpe de estado del 18 de julio de 1936. Para ellos, defensores de la Patria, los trabajadores, los humildes, los que solo tienen el patrimonio de la fuerza para sobrevivir, fueron el enemigo al que había que doblegar y lo hicieron por la fuerza de las armas. Hoy lo siguen haciendo, por la fuerza de la economía a su servicio.

 
Se publicó en Diario Progresista el 15 de julio de 2013

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Víctor Arrogante
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