En 1948, Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal de los
Derechos Humanos y en ella su artículo 21, que declara el derecho de toda
persona a participar en el
gobierno de su país, directamente o por medio de representantes
libremente elegidos: «La voluntad del pueblo es la base de la
autoridad del poder público» y esa voluntad se expresa en elecciones
periódicas, por sufragio universal, libre igual y secreto. Por su
parte la Convención sobre los derechos políticos de la mujer (1954) —Convention
on the Political Rights of Women— dispuso (artículo 1): «Las mujeres
tendrán derecho a votar en todas las elecciones en igualdad de
condiciones con los hombres, sin discriminación alguna». La República
española se había adelantado a su tiempo.
En las Cortes de 1931 —las mujeres tenían reconocido
el derecho de sufragio pasivo— muchos temían que la mujer, tachada de
«regresiva» y falta de espíritu crítico, pusiera en peligro a la joven
República. Pese a todo, el 1 de octubre, hace ochenta y dos años, se
consagró, por primera vez en la historia española, el derecho al voto
femenino. En los debates parlamentarios, Clara Campoamor, Victoria
Kent y Margarita Nelken —las únicas mujeres diputadas—, protagonizaron
posturas contrapuestas. «No es cuestión de capacidad, es cuestión de
oportunidad para la República», sostuvo Kent, representante del
Partido Republicano Radical Socialista, propugnando aplazar el voto
femenino. Campoamor, en contra de su propio partido, el Republicano
Radical, apostó por el reconocimiento del derecho. Por su parte,
Nelken, del Partido Socialista Obrero Español, se opuso al sufragio
femenino, sosteniendo que la mujer estaba sometida a la voluntad e
influencia clerical, y por tanto carecía de preparación para la acción
política.
Para los contrarios al reconocimiento del voto
femenino, no era el momento. Decía Victoria Kent en sus argumentos:
«No es que con ello merme en lo más mínimo la capacidad de la mujer.
No es cuestión de capacidad; es cuestión de oportunidad para la
República. (...) Cuando la mujer española se dé cuenta de que sólo en
la República están garantizados los derechos de ciudadanía de sus
hijos, de que sólo la República ha traído a su hogar el pan que la
monarquía no les había dejado, entonces, la mujer será la más
ferviente, la más ardiente defensora de la República; pero, en estos
momentos, es peligrosos conceder el voto a la mujer» (Julián Santos,
La Constitución de 1931, 2009).
La respuesta de Clara Campoamor, defensora de la
concesión inmediata del derecho al voto a las mujeres fue categórica:
«Precisamente porque la República me importa tanto, entiendo que sería
un gravísimo error político apartar a la mujer del derecho del voto.
(...) He visto que a los actos públicos, acude una concurrencia
femenina muy superior a la masculina, y he visto en los ojos de esas
mujeres la esperanza de redención, he visto el deseo de ayudar a la
República, he visto la pasión y la emoción que ponen en sus ideales.
La mujer española espera hoy de la República la redención suya y la
redención del hijo. (…) La única manera de madurarse para el ejercicio
de la libertad y de hacerla accesible a todos, es caminar dentro de
ella». (Julián Santos, Ibid)
La votación fue nominal y el resultado: 161 votos a
favor y 121 en contra, con un 40% de abstención. El artículo 34 quedó
aprobado y el derecho al voto femenino fue una realidad: «Los
ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de veintitrés años, tendrán los
mismos derechos electorales conforme determinen las leyes». La mujer
adquiría, por un escaso margen de diferencia, la condición de
electora.
Pasado el tiempo, el ministro de Justicia Ruiz
Gallardón, negando la evidencia histórica y con mala fe, en defensa
torticera de sus planteamientos reaccionarios y machistas, defendiendo
la reforma de la ley del aborto, echó en cara a los socialistas, que
en la Segunda República «se opusieron a reconocer el voto a las
mujeres». Como sería la cosa que su propio gobierno ha salido al paso,
respondiendo a la pregunta parlamentaria socialista (Boletín Oficial
de las Cortes Generales, 3 de diciembre), admitiendo que Gallardón
mintió al decir que el PSOE votó en contra del sufragio femenino en
1931.
La respuesta del ejecutivo, se remite al estudio de
Juan Carlos Monterde, Algunos aspectos sobre el voto femenino en la
Segunda República, Anuario Facultad de Derecho 2010. Destaca el
estudio que: En un ambiente tenso, se llegó a la votación definitiva
del citado artículo 34. Fue aprobado, nominalmente, por 161 votos a
favor y 121 en contra. Votaron a favor el Partido Socialista «con la
destacada excepción de Indalecio Prieto y sus seguidores, quien lo
consideró una puñalada para la República», pequeños núcleos
republicanos —catalanes, federales, progresistas, galleguistas— y la
derecha. En contra lo hicieron Acción Republicana, y los Partidos
Radical y Radical-socialista, salvo excepciones. No votaron 188
diputados, de los 470 escaños que componían la Cámara.
Lo cierto es que la Constitución republicana aprobó el
derecho de sufragio femenino, gracias a los votos del Partido
Socialista —aunque no tuviera una postura unánime; de los 115
diputados, votaron a favor 83—. También lo es que la mayoría de los
partidos republicanos, partidarios de aplazarlo, entendían que las
mujeres votarían a la derecha, poniendo en peligro la República. Que
partidos como Acción Republicana o el Partido Radical Socialista, se
opusieron salvo excepciones, como la diputada Campoamor. Y es
innegable que el franquismo eliminó todo derecho a todos,
especialmente el derecho de sufragio a las mujeres, que no volvió ha
recuperarse hasta 1976.
También es cierto que la derecha española, desde la
transición, ha estado en contra del divorcio, en contra de las leyes
del derecho a interrumpir voluntariamente el embarazo, de la ley de
igualdad y del derecho mismo a la igualdad real y efectiva de las
mujeres. La Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES),
del PP, presidida por Aznar, pretende que la mujer retorne a ser una
pieza secundaria en la sociedad. Las mujeres, dicen, está poniendo en
peligro el estado de bienestar.
Mientras el mundo sigue en su trasiego, la derecha
reaccionaria, contrarios al devenir de la historia en su avance en el
reconocimiento de derechos políticos, laborales, civiles y sociales,
quiere mantener a la mujer
en casa y con la pata quebrada. Y yo celebro que aquel 1 de octubre de
1931, se reconociese el derecho de sufragio femenino. Las mujeres
ganaron en derechos y la sociedad en dignidad. |