Hoy, en la permanente lucha en defensa del bienestar, la clase
trabajadora se siente infiltrada por quintas columnas, que diciendo
que defienden sus intereses, hacen lo contrario.
Parece que el general nacionalista Emilio Mola, comandante del
Ejército del Norte, cuando un grupo de periodistas extranjeros le
preguntó cuál de sus cuatro columnas conquistaría Madrid (una venía
por el suroeste, otras dos desde Galicia y Castilla La Vieja y
una cuarta desde Navarra y Aragón), él contestó que sería la «quinta
columna», la de los partidarios nacionales que en secreto se
encontraban dentro de la ciudad (según cuenta Hugh Thomas). Todo
parece que estaba planificado desde antes del golpe de estado. Mola,
confiando en que sus tropas entrarían de inmediato en Madrid,
desenmascaró anticipadamente a la resistencia organizada en la
retaguardia republicana.
Mientras las tropas de Mola se veían frenadas a las puertas de
Madrid, convertido en frente de guerra hasta el final, el gobierno de
la República, creó la Brigada Especial de la República, unidad de
élite de la seguridad republicana, cuyo principal cometido era
desarticular las principales organizaciones clandestinas de Madrid.
Redoblaron los esfuerzos por descubrir las acciones de espías,
saboteadores y francotiradores. Cientos de emboscados fueron detenidos
y puestos fuera de la circulación.
En noviembre de 1937, «Solidaridad Obrera» contaba como los
«emboscados de retaguardia» intentaron un golpe de mano sobre Madrid y
como «Gracias a los activos servicios de compañeros policías pudo
desarticularse el complot. Entre los centenares de detenidos
complicados, figuran, varias Comisarías de barrio con todo el
personal, numerosos guardias de Asalto y guardias nacionales, buen
número de jefes y oficiales de esas fuerzas, amén de fuerzas de la
Dirección General de Seguridad. Desarticulada la retaguardia, el
frente faccioso no ha podido obrar en combinación con ella…»
Se cuentan infinidad de historias de los héroes —traidores para los
leales a la legalidad establecida— que favorecieron desde la zona
republicana los objetivos rebeldes. Al acabar la guerra fueron
condecorados como agentes nacionales. Formaban la «quinta columna los
elementos que, encubiertos en el campo adversario, se mantienen
positivamente organizados para participar de manera activa en la
lucha, en condiciones de tiempo y espacio previstas» en palabras del
general Vicente Rojo («Vicente Rojo, Historia de la guerra civil
española» de Jorge M. Reverte).
No se trataba de simples espías o saboteadores, agentes
desmoralizadores o agitadores, Los quintacolumnistas, estaban bien
organizados e infiltrados en las organizaciones republicanas.
Realizaron actos de sabotaje, incautación de víveres, difusión de
información para minar la moral de la población, elaboración de
informes sobre cuestiones militares o gestionaban planes de huída
hacia la zona «nacional» o refugio en embajadas extranjeras.
Falsificaban documentos o encendían luces prohibidas en la noche para
que el enemigo localizara objetivos. Facilitaban datos militares
relacionados con la situación de las fuerzas republicanas en el
frente.
Por medio de la emisora de radio clandestina «AZ Radio» y a través de
mensajes cifrados enviaban la información a Burgos, entre otros, datos
muy importantes sobre la operación que desembocó en la batalla de
Brunete. La red contaba con colaboradores en los tribunales populares
y policía, amañando juicios y detenciones, a favor de los
simpatizantes de los sublevados. La organización contaba con un centro
de operaciones que, osadamente, lo ubicaron en la Escuela de Oficiales
del Ejército Popular en Barajas, pero su cuartel general estaba en el
barrio de Salamanca.
Desde el hotel Florida, en la Gran Vía madrileña —conocida como
«avenida de los obuses»—, sede de espías internacionales y
corresponsales extranjeros, Ernest Hemingway escribió «La quinta
columna». Una de sus obras de teatro, escrita en el mismo lugar de la
acción, bajo lluvia de bombas. Cuenta la historia de un agente
norteamericano de contraespionaje colaborador de la República. Se
reconoce en el protagonista Philip Rawlings al propio Ernest, que se
debate en su ideal de izquierdas y el amor por Dorothy Bridges,
retrato de la escritora y corresponsal de guerra Martha Gelhorn, entre
milicianos y quintacolumnistas, delaciones y traiciones.
Una de las actuaciones de la «quinta columna» más destacadas al final
de la guerra, fue iniciar las negociaciones entre el general
Segismundo Casado —Jefe del Ejército del Centro— y el gobierno de
Burgos. Casado junto a dirigentes como Julián Besteiro o Cipriano Mera
se sublevaron contra el gobierno de Negrín. Pretendían negociar con
Franco una paz con garantías y sin represalias; no lo consiguieron.
Provocaron una guerra civil dentro de la guerra civil y facilitaron la
entrada de Franco en Madrid el 28 de Marzo. La buena voluntad de los
negociadores fue respondida con una represalia feroz, que se mantuvo
durante los años del franquismo.
Si la «quinta columna» fue clave para poner fin a la guerra, hubo
otra columna que perjudicó gravemente el desarrollo de la misma: la
«sexta columna», como definía Indalecio Prieto al «efecto corrosivo de
los antagonismos políticos». Según el ministro de Defensa, había sido
la principal causa de la derrota republicana. Desacuerdos y desuniones
legítimas, pero suicidas algunas, entre quienes propugnaban ganar la
guerra o hacer la revolución; entre comunistas y anarquistas,
anarquistas y burgueses republicanos. Al final, desacuerdo entre los
que querían la capitulación como fuese y los que pretendían ganar la
última batalla a toda costa.
La historia de la «quinta columna» y lo que ocurrió tras el golpe de
Casado, nos enseña la lección de que cuando el enemigo es «indeseable»
tampoco es de fiar. Hoy como ayer, hay que prestar suma atención a lo
que ocurre a nuestro alrededor y en las propias filas o bando, no vaya
a ser que quienes proponen los pactos y acuerdos, formen parte de esa
«quinta columna» o «sexta» al servicio del enemigo; en este caso,
enemigo de clase. Que los hay y los estamos viendo. |