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La «revolución de Asturias»; la represión (y II) |
La semana pasada hablábamos de las revoluciones que en España se
emprendieron en los años 1917 y 1934; pero los acontecimientos que se
vivieron en Asturias en 1934, merecen un capítulo aparte: por la
trascendencia de la «huelga revolucionaria» para la toma del poder y
cambiar las condiciones de vida que padecían los trabajadores; como
por las consecuencias que tuvo la represión contra la clase obrera
asturiana. |
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«La naturaleza no se conmueve con los dolores de los hombres. Solo se
altera cuando el pico solivianta los suelos», dice Jorge M. Reverte en
su libro «La furia y el silencio. Asturias, primavera de 1962». Porque
no fue solo en 1917 y 1934, cuando los mineros y obreros de la
industria asturiana se levantaron contra la opresión y la injusticia.
En 1962 se produjo una huelga silenciosa y pacífica, que puso en jaque
al gobierno de Franco. Comenzó en La Nicolasa y se extendió a La
Camocha, Altos Hornos de Vizcaya, Cataluña, El Ferrol, Sagunto y
Jerez. Hoy, los mineros y sus mujeres, siguen revueltos por las
medidas que ponen en peligro sus puestos de trabajo y la economía
asturiana.
En Asturias la belleza del paisaje es indescriptible. Junto al mar,
altos acantilados que dejan ver en su hondura espuma y arena clara.
Continuos bosques poblados por hayas, nogales y castañaleos oscuros.
Olores permanentes que aturden el olfato y el sonar de los cencerros.
Jabalíes, corzos y el oso pardo que busca su alimento cerca de las
brañas. Monte salvaje, profundos valles, verdes prados y la negrura de
los tajos, los castilletes de las bocaminas y las naves industriales.
Y sus mineros.
Pero estábamos en Octubre de 1934, cuando se convocó la «huelga
general revolucionaria», como instrumento para la insurrección. En
Asturias, antes de que amaneciera el día 5 de Octubre, fueron atacados
los cuartelillos de la guardia civil en las cuencas mineras. Daba
comienzo el movimiento huelguístico insurreccional decretado por el
«Comité Revolucionario», presidido por Largo Caballero. En la zona
minera de León y Palencia, el poder obrero duró cuatro días. En
Asturias hasta el día 18. El gobierno proclamó el «estado de guerra» y
al ejército establecer el orden.
La insurrección de Octubre no consiguió su objetivo final, al carecer
de organización, medios, armas, y planificación política y militar.
Faltó la unión decidida de las fuerzas proletarias; pero en Asturias
la unión fue determinante. También contó con la simpatía de los
partidos republicanos pequeño-burgueses. Pese a todo no pudo ser.
En Oviedo, mil integrantes de las columnas obreras se apoderaron de la
zona sur de la ciudad, tomando el Ayuntamiento, frente a las fuerzas
del ejército, guardia de asalto, miembros de la guardia civil y del
cuerpo de carabineros integrado por más de dos mil efectivos. Se
unieron a la revolución Trubia, Gijón, Mieres, Sama y La Felguera,
organizándose abastecimientos, hospitales de campaña y servicio de
ferrocarriles.
El día 8, los obreros organizados, toman la fábrica de armas y dominan
Oviedo. Las tropas de López Ochoa, fueron rechazadas cerca de Trubia
(parroquia a 12 Km. del concejo de Oviedo) desde Avilés protegidos por
veintiún aviones. Los obreros hechos prisioneros vienen en cabeza de
la columna. En la madrugada del 10, el crucero «Cervantes» desembarca
en Gijón a millares de Regulares de África, al mando del teniente
coronel Juan Yagüe que arrasa Gijón. En la tarde del jueves 11, López
Ochoa —conocido desde entones por «carnicero de Asturias»— entra en
Oviedo.
Ese mismo día, los socialistas Peña, Dutor y Antuña, contra la postura
de comunistas y anarquistas, proponen una retirada organizada. Se
forma el Segundo Comité constituido por jóvenes comunistas, que la
organizan militarmente. Se cuenta que el día 13 de octubre, dos
muchachas, Aída Lafuente y Jesusa Penaos —militantes del comunismo
libertario—, armadas con una ametralladora, intentan cerrar el avance
de los legionarios en la cota de San Pedro de los Arcos, pero no lo
consiguieron. Las tropas mandados por el teniente ruso-blanco Iván
Ivanov, las remataron con la punta de sus bayonetas.
Los mineros en su retirada constituyen el Tercer Comité Provincial,
formado por socialistas y comunistas, con participación de la CNT,
presidido por Belarmino Tomás, deciden instalarse en Sama. Los mineros
de Oviedo resisten 48 horas más. El día 18, todo perdido, se negocia
la capitulación: el Comité depondrá las armas y las fuerzas coloniales
mercenarias no entrarán en la ciudad a la cabeza. Los mercenarios
africanos entraron en cabeza y de que manera. El último llamamiento
del Comité Provincial de Asturias, firmado en Sama el mismo día 18
terminaba así: «Nosotros, camaradas, os recordamos esta frase
histórica: Al proletario se le puede derrotar, pero jamás vencer».
Murieron mil quinientos revolucionarios durante los combates que
siguieron al levantamiento armado y más de doscientos durante la
represión. Los heridos fueron más de dos mil. También entre las
fuerzas represoras hubo otros trescientos muertos (según Julián
Casanova y Hugh Thomas, que coinciden en los datos). En toda España
fueron encarceladas entre treinta y cuarenta mil personas, y miles de
obreros perdieron sus puestos de trabajo. La ciudad de Oviedo quedó
asolada por los incendios, los bombardeos atacantes y la dinamita de
los defensores.
El gobierno suspendió las garantías constitucionales; numerosas
corporaciones municipales disueltas, locales de sindicatos y partidos
cerrados y periódicos clausurados. Los jurados mixtos (recién
instaurados durante el «bienio reformista») suspendidos. La
«contrarreforma» se hizo más contundente. De las 23 penas de muerte
sentenciadas, dos fueron ejecutados: el sargento Vázquez (que había
volado un camión con treinta y dos guardias civiles) y Jesús Argüelles
Fernández «Pichalatu».
Las represalias duraron en el tiempo. La «Ley de Responsabilidades
Políticas» promulgada por Franco en 1939, tipificaba como punibles los
actos y omisiones de quienes hubieran colaborado con la República
Española y participado en la «revolución de Asturias». Se legitimaban
las multas, los embargos de bienes, los destierros y la purga
generalizada en el mundo laboral en la posguerra. Esta ley estuvo
vigente hasta 1969, fecha en la que prescribieron los delitos
cometidos antes del 1de abril de 1939.
Con la finalización de la «Revolución», daba comienzo la feroz
represión; pero la lucha contra «el capital» no había terminado.
Organizar la paz con los enemigos no quería decir que se renegara de
la lucha de clases. Decía Belarmino Tomás «no. Lo que hoy hacemos es,
un alto en el camino, en el cual subsanaremos nuestros errores para no
volver a caer en los mismos». De momento, los partidos y sindicatos de
clase, siguen en el alto en el camino. Están por el pacto, el acuerdo
y la negociación. Pero el patrón y su gobierno no quieren ni lo uno,
ni lo otro, salvo si les beneficia. |
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