La «revolución de Asturias»; la represión (y II)

1 de julio de 2013

La semana pasada hablábamos de las revoluciones que en España se emprendieron en los años 1917 y 1934; pero los acontecimientos que se vivieron en Asturias en 1934, merecen un capítulo aparte: por la trascendencia de la «huelga revolucionaria» para la toma del poder y cambiar las condiciones de vida que padecían los trabajadores; como por las consecuencias que tuvo la represión contra la clase obrera asturiana.

 
 «La naturaleza no se conmueve con los dolores de los hombres. Solo se altera cuando el pico solivianta los suelos», dice Jorge M. Reverte en su libro «La furia y el silencio. Asturias, primavera de 1962». Porque no fue solo en 1917 y 1934, cuando los mineros y obreros de la industria asturiana se levantaron contra la opresión y la injusticia. En 1962 se produjo una huelga silenciosa y pacífica, que puso en jaque al gobierno de Franco. Comenzó en La Nicolasa y se extendió a La Camocha, Altos Hornos de Vizcaya, Cataluña, El Ferrol, Sagunto y Jerez. Hoy, los mineros y sus mujeres, siguen revueltos por las medidas que ponen en peligro sus puestos de trabajo y la economía asturiana.

En Asturias la belleza del paisaje es indescriptible. Junto al mar, altos acantilados que dejan ver en su hondura espuma y arena clara. Continuos bosques poblados por hayas, nogales y castañaleos oscuros. Olores permanentes que aturden el olfato y el sonar de los cencerros. Jabalíes, corzos y el oso pardo que busca su alimento cerca de las brañas. Monte salvaje, profundos valles, verdes prados y la negrura de los tajos, los castilletes de las bocaminas y las naves industriales. Y sus mineros.

Pero estábamos en Octubre de 1934, cuando se convocó la «huelga general revolucionaria», como instrumento para la insurrección. En Asturias, antes de que amaneciera el día 5 de Octubre, fueron atacados los cuartelillos de la guardia civil en las cuencas mineras. Daba comienzo el movimiento huelguístico insurreccional decretado por el «Comité Revolucionario», presidido por Largo Caballero. En la zona minera de León y Palencia, el poder obrero duró cuatro días. En Asturias hasta el día 18. El gobierno proclamó el «estado de guerra» y al ejército establecer el orden. 

La insurrección de Octubre no consiguió su objetivo final, al carecer de organización, medios, armas, y planificación política y militar. Faltó la unión decidida de las fuerzas proletarias; pero en Asturias la unión fue determinante. También contó con la simpatía de los partidos republicanos pequeño-burgueses. Pese a todo no pudo ser.

En Oviedo, mil integrantes de las columnas obreras se apoderaron de la zona sur de la ciudad, tomando el Ayuntamiento, frente a las fuerzas del ejército, guardia de asalto, miembros de la guardia civil y del cuerpo de carabineros integrado por más de dos mil efectivos. Se unieron a la revolución Trubia, Gijón, Mieres, Sama y La Felguera, organizándose abastecimientos, hospitales de campaña y servicio de ferrocarriles.

El día 8, los obreros organizados, toman la fábrica de armas y dominan Oviedo. Las tropas de López Ochoa, fueron rechazadas cerca de Trubia (parroquia a 12 Km. del concejo de Oviedo) desde Avilés protegidos por veintiún aviones. Los obreros hechos prisioneros vienen en cabeza de la columna. En la madrugada del 10, el crucero «Cervantes» desembarca en Gijón a millares de Regulares de África, al mando del teniente coronel Juan Yagüe que arrasa Gijón. En la tarde del jueves 11, López Ochoa —conocido desde entones por «carnicero de Asturias»— entra en Oviedo.

Ese mismo día, los socialistas Peña, Dutor y Antuña, contra la postura de comunistas y anarquistas, proponen una retirada organizada. Se forma el Segundo Comité constituido por jóvenes comunistas, que la organizan militarmente. Se cuenta que el día 13 de octubre, dos muchachas, Aída Lafuente y Jesusa Penaos —militantes del comunismo libertario—, armadas con una ametralladora, intentan cerrar el avance de los legionarios en la cota de San Pedro de los Arcos, pero no lo consiguieron. Las tropas mandados por el teniente ruso-blanco Iván Ivanov, las remataron con la punta de sus bayonetas.

Los mineros en su retirada constituyen el Tercer Comité Provincial, formado por socialistas y comunistas, con participación de la CNT, presidido por Belarmino Tomás, deciden instalarse en Sama. Los mineros de Oviedo resisten 48 horas más. El día 18, todo perdido, se negocia la capitulación: el Comité depondrá las armas y las fuerzas coloniales mercenarias no entrarán en la ciudad a la cabeza. Los mercenarios africanos entraron en cabeza y de que manera. El último llamamiento del Comité Provincial de Asturias, firmado en Sama el mismo día 18 terminaba así: «Nosotros, camaradas, os recordamos esta frase histórica: Al proletario se le puede derrotar, pero jamás vencer».

Murieron mil quinientos revolucionarios durante los combates que siguieron al levantamiento armado y más de doscientos durante la represión. Los heridos fueron más de dos mil. También entre las fuerzas represoras hubo otros trescientos muertos (según Julián Casanova y Hugh Thomas, que coinciden en los datos). En toda España fueron encarceladas entre treinta y cuarenta mil personas, y miles de obreros perdieron sus puestos de trabajo. La ciudad de Oviedo quedó asolada por los incendios, los bombardeos atacantes y la dinamita de los defensores. 

El gobierno suspendió las garantías constitucionales; numerosas corporaciones municipales disueltas, locales de sindicatos y partidos cerrados y periódicos clausurados. Los jurados mixtos (recién instaurados durante el «bienio reformista») suspendidos. La «contrarreforma» se hizo más contundente. De las 23 penas de muerte sentenciadas, dos fueron ejecutados: el sargento Vázquez (que había volado un camión con treinta y dos guardias civiles) y Jesús Argüelles Fernández «Pichalatu».

Las represalias duraron en el tiempo. La «Ley de Responsabilidades Políticas» promulgada por Franco en 1939, tipificaba como punibles los actos y omisiones de quienes hubieran colaborado con la República Española y participado en la «revolución de Asturias». Se legitimaban las multas, los embargos de bienes, los destierros y la purga generalizada en el mundo laboral en la posguerra. Esta ley estuvo vigente hasta 1969, fecha en la que prescribieron los delitos cometidos antes del 1de abril de 1939. 

Con la finalización de la «Revolución», daba comienzo la feroz represión; pero la lucha contra «el capital» no había terminado. Organizar la paz con los enemigos no quería decir que se renegara de la lucha de clases. Decía Belarmino Tomás «no. Lo que hoy hacemos es, un alto en el camino, en el cual subsanaremos nuestros errores para no volver a caer en los mismos». De momento, los partidos y sindicatos de clase, siguen en el alto en el camino. Están por el pacto, el acuerdo y la negociación. Pero el patrón y su gobierno no quieren ni lo uno, ni lo otro, salvo si les beneficia. 
 
 

 

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Víctor Arrogante
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