La Santa Alianza |
21 de octubre de 2013 |
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La política que sigue el Partido Popular en el gobierno, tiene
alarmantes parecidos con los principios que sustentaban a la «La Santa
Alianza»; tratado firmado por los reyes de Austria, Rusia y Prusia en
1815, al que posteriormente se sumaron Inglaterra, Francia y España.
En el Congreso de Verona (1822), se dio el mandato a Francia para
invadir España, acabar con el trienio liberal e instaurar el
absolutismo de Fernando VII por la gracia de dios. |
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Situémonos: España, principios del siglo XIX, tras la guerra de la
independencia contra Napoleón. Una constitución calentita y un rey sin
escrúpulos, mentiroso y traidor, con ideas absolutistas. Vende España
a Francia, que la invade con los llamados «cien mil hijos de san Luis»
—que no eran tantos ni hijos del tal santo—, y derrotan al liberalismo
gobernante, restauran el absolutismo, dando paso a la llamada «Década
ominosa». Todo avalado por la «Santa Alianza», en defensa del
cristianismo.
Ya en 1814, en Madrid, 69 diputados, habían firmado el llamado
«Manifiesto de los Persas», por el que se solicitaba a Fernando VII el
retorno al Antiguo Régimen y la abolición de la legislación de las
Cortes de Cádiz. Los firmantes comparaban el liberalismo imperante,
con la Revolución Francesa. Los liberales de ayer, no propugnaban los
mismos preceptos que los de hoy hacen. Aquellos eran progresistas y
estos conservadores; unos defensores de las libertades, derechos y
participación y estos del código penal y la eliminación del estado de
bienestar.
El Congreso de Verona (1822) fue la clave para el triunfo del
absolutismo, como el de Sevilla (2012) para la consolidación de la
política absoluta de Rajoy. En el primero, deciden la reinstauración
del absolutismo en España, reclamada por el mismo rey. En el segundo,
bajo el lema de «Comprometidos con España», se diseña un plan para
retornar al pasado: centralismo y nacionalcatolicismo, cercanos al
autoritarismo y caridad cristiana, frente a la solidaridad social y el
bienestar. Aquellos masacraron a los liberales de entones; estos —son
otros tiempos— encumbran al neoliberalismo. Del humanismo, al
capitalismo inhumano. De la ilustración a la caverna Wert.
El congreso del PP rechazó, por abrumadora mayoría, suprimir la
palabra «cristiano» en la definición del partido: «El PP está
inspirado en los valores del humanismo cristiano», como la Santa
alianza defendió. Unos con guerras abiertas, otros obligando a
estudiar religión en las escuelas; todos al dictado Vaticano.
La Santa Alianza condenó la política llevada a cabo durante el trienio
liberal, como a cualquier régimen de esas características,
comprometiéndose a suprimir la libertad de prensa en Europa, por
«perjudicar a los príncipes». Declaraba el convencimiento de que el
sistema de gobierno representativo «es tan incompatible con el
principio monárquico, como la soberanía del pueblo es opuesta al
principio del derecho divino». Se comprometían a emplear todos sus
medios y unir todos sus esfuerzos para «destruir el sistema de
gobierno representativo en cualquier Estado de Europa».
Como ahora, la iglesia jugó un papel determinante. Si durante la
guerra de la independencia utilizaron todas sus armas —los púlpitos—
para soliviantar al pueblo contra el francés, en la nueva invasión
francesa —la de los cien mil—, todo fueron alabanzas. Hoy también el
gobierno está entregado a la iglesia. Les ha entregado la enseñanza,
la reforma de la ley del aborto, no les ha recortado ayudas económicas
y todo son facilidades para difundir su mensaje. De nuevo la iglesia
ha adquirido el protagonismo que tuvo durante el franquismo, muy
alejado todo de un Estado no confesional. La contrapartida: la gloria
en el cielo y aquí los privilegios.
Los populares en Sevilla, señalaban que los españoles «han comprobado
que el temor que querían inducir los socialistas hacia el PP, como una
amenaza a la protección social y el estado del bienestar era
radicalmente infundado». Según ellos, los ciudadanos consideran que
las políticas sociales, la garantía de las pensiones, la protección al
desempleo y la defensa de los grandes servicios públicos «no son
patrimonio de la izquierda y están bien gestionados por el Partido
Popular». Ya conocemos los resultados: mentira tras mentira y todo al
contrario de lo declarado. Mentiras para subir al trono utilizó
Fernando VII cuando usaba paletot.
En la «Década ominosa» tuvo lugar una gran represión contra los
liberales. Muchos emigraron para evitar la muerte. No es el caso de
Rafael de Riego, ejecutado en la plaza de la Cebada de Madrid, o el de
Mariana Pineda, a garrote en Granada. El Borbón más infame, gobernó
con una «camarilla», eliminó el Consejo de Estado y la libertad de
prensa, estableciendo una estricta censura; se confeccionó un
reaccionario plan de estudios universitarios, por el ministro de
Gracia y Justicia, y fueron sofocados los intentos de insurrección
liberal, como el de Torrijos, también fusilado.
Rajoy cuenta con el apoyo de la Troika —la Santa Alianza de hoy—, la
misma iglesia, la banca y las clases sociales más reaccionarias, como
entonces el vil Fernando. Los seguidores del PP, aplauden las reformas
regresivas, como se aplaudió la instauración de la Inquisición. Rajoy
reduce las políticas educativas y universitarias y controla como nunca
la televisión pública, apostando por la ignorancia y eliminando el
bienestar.
Mientras el rey jugaba al billar, Rajoy no puede levantarse de su
poltrona (en las viñetas de Peridis) y mientras tanto, en ambas
épocas, la corrupción y el trapicheo dominan la vida pública. Si ayer
sufrieron persecución los liberales, hoy criminalizan las protestas
sociales de los indignados. Hoy como ayer o casi. |
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