Una semana conflictiva, de trajín

28 de octubre de 2013

Esta semana he estado de pintura; no es que haya estado en El Prado o en el Thyssen, disfrutando de sus obras, olores y silencios, será en otro momento. No, quiero decir que he tenido pintores en casa, ¡que lío! Pero como la «marabunta» cuando rugió, todo pasó. Mientras, he seguido el curso de la semana social y política, enclaustrado en mi alcoba. ¡Qué trajín!
Tres jóvenes pintores, serranos de Cerceda; pueblo bajo la Maliciosa, frente al Yelmo de la Pedriza, canchal berroqueño, en la vertiente sur de la Sierra de Guadarrama. Enclaustrado en mi alcoba, sin valor para salir y empuñar brocha, rodillo o escoba, he tenido oportunidad de escuchar sus anécdotas y asomarme a la ventana para ver lo que ocurría y recordar mis cosas, cosas mías.

¿Alguien recuerda el tiempo que se tarda en guisar un cocido madrileño?, pero a puchero: toda la mañana «repicando en la buhardilla» humilde de la «seña» Felisa, que se mezclaba en el patio con el olor a «hierba buena» de los de la vecindad. No me hablen ustedes «De los banquetes que hubo en Roma ni del menú del hotel Plaza en New York, ni de faisán, ni de los foiegrases de paloma, ni me hable usté de la langosta al thervidor», que cantaba Pepe Blanco, de Logroño . Yo ayer tardé diez minutos en cocinarlo, pero lo pude haber hecho en tres, si hubiera usado el microondas, pero preferí el cazo y no es lo mismo. Me habían dado una tregua los pintores serranos.

Pero si digo cocido, podía haber dicho lentejas riojanas, fabada asturiana o callos también a la madrileña. Todo, todo en diez minutos o en tres, si se usan las ondas electromagnéticas. Los de la brocha gorda, que la utilizan con primor, como si de pincel fino se tratara, me miraron, creo que con desazón, pero era pena. Vieron en mi sonrisa, nostalgia de potaje de garbanzos, con espinacas y frito de bacalao; tan famoso rebozado de su pueblo, enclavado en la Cuenca Alta del Manzanares.

Ellos, acostumbrados a comer de fuerte, por el frío y el trabajo duro. Decía uno: —yo he estudiado derecho; y desde la ESO derecho al curro—. Y recordé a Miguel, mi amigo de chico, del tercero y los paseos con su padre en vacaciones, desde Manuel Becerra a los Cuatro Caminos, el Metropolitano para ver entrenar al Atlético, de Madrid —yo soy del Real, una incoherencia más siendo republicano—. Bajar por el Parque del Oeste a la Florida, junto al tren del norte y allí descansar, tomando una Mirinda de naranja, que hoy pienso y digo: ¡qué valor! Esa familia —la madre había sido tranviaria durante la guerra—, comían diariamente cocido y gaseosa La Revoltosa con vino tinto. El señor Miguel, al medio día, para anunciar su llegada, silbaba unas notas que aún tengo en la memoria, como el olor del cocido madrileño: «piripi piripi piiiiio» o algo así.

Mientras yo revivía, moría Manolo Escobar —cantor para un pueblo pobre— y Amparo Soler Leal —madre terrible de Hildegart y amorosa de La Gran Familia— y Constante Garrido, mi pariente, buena gente, también se iba. Tristezas, por las que todos pasamos; de protagonista inerte o de activo doliente y destemplado, según toque el día. A mi me tocó de pintura, con su olor también penetrante, aun con ventanas abiertas, por las que entraba el húmedo frío de Madrid y el sonido de las voces cercanas de mis amigos pintores, que cuan Goya´s, blanquean mi casa, donde nací y quizás mi futuro sudario.

En esta semana, la universidad y la educación en general —padres, alumnos y profesores— ha estado en huelga y está que arde contra Wert y su ley nacionalcatólica, que nos lleva a lo profundo del franquismo. Por si fuera poco, la invasión del campus universitario por la policía y palos tras las manifestaciones; tal como ayer. 

Desde mi claustro, me enteré del supuesto cura que secuestró a la familia Bárcenas, lo lamento por el susto. Parece extraño que no tengan previstas medidas de seguridad, por precaución más que nada. A la empleada de hogar, que abrió la puerta, le habían advertido, para que no abriera la puerta a tontas y a locas, pero ella vio un cura, por el alzacuellos lo dedujo y pensó, aquí hay confesión. El «cura» no consiguió su objetivo y ahora puede intentarlo en Soto —cerca de Cerceda, nuestro pueblo—, donde comparte patio y techo con «El Padrino», Luis, «el Cabrón».

La noticia de la semana es que los Estados Unidos de América del norte espía. No se por que es noticia, si todos conocemos su afición: Rugby o Béisbol, hamburguesas, pavo en determinado día del año, guerras fuera de su territorio — ahora con drones— y espiar; hasta entre ellos mismos —¿recuerdan a Nixon y su caso Watergate?—. Estamos hartos de verlo en las películas y la realidad supera la ficción: Guerra Fría, golpes de estado —Chile, por ejemplo—, armas químicas en Irak, entre otros aciertos. A Rajoy no le consta que le espíen como a su amiga Ángela, pero reacciona llamando al embajador norteamericano en España, para preguntarle si le han espiado. Y claro la respuesta va a ser «sip» —pero no se preocupe, solo lo necesario y se quedará entre nosotros—.

Escuché a Rajoy decir: «hoy llueve mucho», me asomé a la ventana y llovía, era cierto, no mentía; pero como los tontos no descansan, aprecié que se refería a la pegunta sobre el fallo de la Gran Sala del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que confirma la ilegalidad de aplicar la doctrina Parot en España. Ya se sabía: «no hay pena sin ley» y aplicar una ley con carácter retroactivo, es ir contra el principio de legalidad, que caracteriza el Estado de Derecho y aquí la Constitución. Los que tanto hablan y defienden el respeto a la ley, ahora claman contra la sentencia por injusta y piden la retirada de España del Convenio Europeo de Derechos Humanos. Ya sabemos a que se referían «justicia para un final con vencedores y vencidos» y no es eso. Es su condición: vengativos. Yo, durante su manifestación, fui mayoría no silenciosa, y aproveché la circunstancia para gritar ¡bienestar, solidaridad, justicia social!, pero no me oyeron.

Se han marchado, los pintores. Si éramos amigos, hoy lo somos más. Hemos convivido cuatro días junto al hogar. Me han invitado a un cocido, madrileño por supuesto, pero hecho en Cerceda, su casa. Lo espero, pero tendré que ir allí. Por cierto, aprovechando, veré a mis niet@s.
 

 

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Víctor Arrogante
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