Estos días, medio de vacaciones, mientras algunos se calientan al sol y
otros haciendo penitencia a la luz de la luna, se conmemoran unos
acontecimientos ocurridos hace dos mil años, cuando, según cuenta la
historia, los romanos, a petición de los judíos, ejecutaron a un tal
Jesús, por decir ser hijo de dios. Yo aprovecho en el Madrid vacío, para
recordar a Ernesto ‘Che’ Guevara, asesinado por buscar la justicia,
y a su hija, «Hildita querida».
Dicho con todos los respetos, soy ateo, no creo en ningún ser sobrehumano,
ni sobrenatural, que controle los destinos de los seres vivos ni muertos
aquí en la Tierra, ni fuera de ella. Tampoco creo en el castigo ni en la
justicia divina. Dicho en otras palabras, no creo en dios, ni en sus
actos, ni en sus obras, ni en su historia, ni en su hijo, ni en su madre,
ni en ninguna paloma santa, ni en quienes difunden estas ideas. Creo en la
lucha obrera, en la lucha ciudadana en defensa de los derechos humanos y
creo en todas aquellas personas que viven y han entregado su vida por
conseguir la justicia social, la igualdad y la solidaridad entre los
pueblos, como hizo Ernesto Guevara de la Serna, nacido en Rosario,
Argentina en el año 1928 y asesinado el 9 de octubre de 1967, en el pueblo
Boliviano de Higuera, aunque según sus palabras, habiendo nacido en
Argentina «soy cubano y también soy argentino, me siento tan patriota de
cualquier país de Latinoamérica, como el que más y, en el momento en que
fuera necesario, estaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación de
cualquiera de los países de Latinoamérica, sin pedirle nada a nadie, sin
exigir nada, sin explotar a nadie» (Intervención en las Naciones Unidas,
11 de diciembre de 1964). Pero no voy a glosar su figura, ni su papel en
la Revolución cubana, ni como guerrillero en las sierras bolivianas, otras
plumas lo ha hecho y a ellas me remito.
Tuve la fortuna de mantener una entrañable relación, hasta su muerte, con
su hija Hilda Beatriz
Guevara Gadea (1956-1995) y
entre ron y ron, conversar y escuchar sus recuerdos sobre el padre, que
era dirigente y guerrillero revolucionario. Contaba Hildita que el Che,
como ella siempre le mencionaba, «era un padre muy preocupado por el
bienestar de sus hijos, no en el sentido material, sino de que fuéramos
niños alegres, contentos, que disfrutáramos de la vida y a la vez nos
formáramos como nuevas personas». Hombre comprensivo, cariñoso y muy
juguetón, le gustaba sentarse con sus hijos y mantener «conversaciones en
las que siempre había algo educativo al nivel de cada uno de nosotros
cinco». El Che quería
que sus hijos fueran niños iguales a los demás, con sus ocurrencias, sus
travesuras, pero a la vez disciplinados. «Siempre nos inculcó que
estudiáramos, que ante todo había que superarse, porque sin conocimiento
no se podía hacer nada, por ser la base del dominio de la naturaleza».
Tuve en mis manos la última carta que el Che escribió a su hija mayor el
15 de febrero de 1966; decía así:
«Hildita querida: Hoy te escribo, aunque la carta te
llegará bastante después; pero quiero que sepas que me acuerdo de ti y
espero que estés pasando tu cumpleaños muy feliz. Ya eres casi una
mujer, y no se te puede escribir como a los niños, contándoles boberías
o mentiritas. Has de saber que sigo lejos y estaré mucho tiempo alejado
de ti, haciendo lo que pueda para luchar contra nuestros enemigos. No es
que sea gran cosa pero algo hago, y creo que podrás estar siempre
orgullosa de tu padre, como yo lo estoy de ti. Acuérdate que todavía
faltan muchos años de lucha, y aun cuando seas mujer tendrás que hacer
tu parte en la lucha. Mientras, hay que prepararse, ser muy
revolucionaria, que a tu edad quiere decir aprender mucho, lo más
posible, y estar siempre lista a apoyar las causas justas… Papá».
También pude leer la carta del Che,
que tras su muerte, Fidel
Castro le entregó, dirigida
a sus queridos hijos:
«Hildita, Aleidita, Camilo, Celia y Ernesto: Si alguna
vez tienen que leer esta carta, será porque yo no esté entre ustedes.
Casi no se acordarán de mí y los más chiquitos no recordarán nada. Su
padre ha sido un hombre que actúa como piensa y, seguro ha sido leal a
sus convicciones. Crezcan como buenos revolucionarlos. Estudien mucho
para poder dominar la técnica que permite dominar la naturaleza.
Acuérdense que la Revolución es lo importante y que cada uno de
nosotros, solo, no vale nada. Sobre todo, sean siempre capaces de sentir
en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en
cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un
revolucionario. Hasta siempre hijitos, espero verlos todavía. Un beso
grandote y un abrazo de papá».
Cuando ya barruntaba su muerte, se acordó de sus cinco hijos, para
transmitirles su cariño y la leal coherencia entre la acción y la idea
sobre la injusticia en el mundo y su afán por superarlo. Reconfortándoles,
les mostraba el camino. Nacido en el seno de una familia de clase media,
supo abandonar su estilo de vida, para dedicarse plenamente a la lucha por
sus ideales y llegar hasta la muerte por defenderlos, convirtiéndose en un
«mito» muy real; y en un padre amoroso.
«El camino es largo y lleno de dificultades. A veces, por extraviar la
ruta, hay que retroceder; otras, por caminar demasiado aprisa, nos
separamos de las masas; en ocasiones por hacerlo lentamente, sentimos el
aliento cercano de los que nos pisan los talones. En nuestra ambición de
revolucionarios, tratamos de caminar tan aprisa como sea posible, abriendo
caminos, pero sabemos que tenemos que nutrirnos de la masa y que ésta solo
podrá avanzar más rápido si la alentamos con nuestro ejemplo»,
escribía en Marcha,
Montevideo, 12 de marzo de 1965. La generosidad de Ernesto «Che» Guevara,
como la de tantas otras personas dedicadas a la lucha por la igualdad, la
justicia social y la solidaridad, son un ejemplo y un modelo a seguir.
«Tu amor revolucionario / te conduce a nueva empresa / donde esperan
la firmeza / de tu brazo libertario. / Aquí se queda la clara, / la
entrañable transparencia, / de tu querida presencia, / Comandante Che
Guevara». Los versos de Carlos
Puebla en tu memoria y en la de tu hija Hildita. |