El discurso (premonición con dislate)

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30 de julio de 2013


 

Y prosiguió: —Y digo más, no soy yo quién para culparme y menos él, Barrabás, Bruto y Judas Iscariote donde los haya allá, o quién digo, Bellido Dolfos, más cercano. Que me culpe dios, como el sabe mandar, que yo sé como él manda—. Y dicho esto bebió del vaso que el ujier había depositado a su diestra. Con el buche del agua envasada, pretendió rebajar el fuego de su intervención, y a todos dejó helados.

El discurso había terminado. A continuación todo fue silencio, ni tos ni carraspeo se oía. Ni el ruido de una mosca, porque prohibido tienen el acceso al hemiciclo —no quieren intrusos, ni alados ni reptiles, solo ellos y su transparencia—. El interviniente, a la sazón presidente de la nación —elegido por clamor popular, de los votantes populares—, todo había dejado claro, salvo algunas cosas, pero eran las menos, o las más, pero tanto daba. No era la cuestión. ¿Pero qué cuestión era? Tanto había sido el jaleo, que nadie sabía a qué habían ido, ¡qué lío! Y en la televisión oficial, única que emitía, por transparencia y evitar infundios ajenos, silencio sepulcral. Esperando a que voz alguna hablara, interpelara o hiciera una señal, pues todo era silencio y alguna expectación, las menos, pues la peña estaba en la playa tomando el sol.

Quienes hubieran tenido que presentar, según procedimiento y valentía, «moción de censura», no daban crédito a lo que habían oído, que era poco, oscuro y opaco. Los partidarios, no daban crédito a sus ojos, pues el líder, rojo, «gran hermano», les había dejado sin palabras, ni resuello, ni razón. No habían entendido nada. ¿Pero que esperaban? Nada; pues eso tenían.

El presidente de la cámara, la alta que se desmoronaba, porque la baja estaba de obras, no se sabe si por derribo, martilleó insistentemente con la maza, no se sabe bien si pidiendo silencio, perdón ajeno o provocando palabra; sería eso, pues el silencio temblaba y quién había intervenido, desde el estrado todavía, estaba rojo, aunque de la banca azul procedía. Sudaba, moqueaba, temblaba, pero no emitía voz ni movimiento que indicara que quería terminar, pues había terminado. Dios, al que tanto invocaba, parecía que se estaba manifestando. Pero que osadía, si en las Cortes no se puede uno manifestar ni acorralar ni rodear. Bueno, pues se manifestaba.

Un coro de voces angelicales, sin saber la procedencia, entonaba cantatas por alegrías, mezcladas con fandangos y mineras. Cantaban de todo, incluso muñeiras. Algo pasaba. Trompetas, clarines y timbales, como en Las Ventas, cuando echan al toro al corral, anunciaban una majestuosa aparición. Del cielo tallado, que el coronel Tejero había ametrallado con los suyos, bajaba la corte; supongo que celestial, pues del cielo procedía, y era la hora del ángelus, y el ángel anunció con dolores a María (de Cospedal podría ser), pero eso es cosa de Ruz.

Y con el sonido de un trueno, ventolera y agua —y en mi casa, cuando el viento viene de Toledo llueve—, me desperté soñando que soñaba y estaba despierto. Había terminado la comparecencia del presidente de la nación y no me había enterado de lo dicho y eso que lo esperaba, sabiendo que nada iba a decir, de «ese tema» del que tocaba, que parece no tocó. Tendré que leer lo que dicen mis fuentes informativas y conocer la opinión de a quienes sigo, pues así tendré una ligera noción de lo que ocurrió ese 1 de agosto, de este año en curso; que es mañana

 

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