Este año se cumplen cien años desde que estalló la Primera Guerra
Mundial. Desde entonces no han parado: guerras mundiales, civiles,
locales, regionales, de agresión o de defensa; de religión,
ideológicas, coloniales, de clase y económicas, del petróleo, contra
la droga, informáticas, contra el terrorismo, el independentismo o
contra insurgentes; guerras relámpago o interminables, sin cuartel,
abiertas, sin declarar o declaradas; hasta guerra fría ha habido,
porque calientes lo son todas.
En algunos casos no lo llaman guerra, sino conflicto, eufemismo que
esconde intereses geoestratégicos y espurios, provocados por canallas
justicieros o iluminados de la muerte. Han muerto más personas civiles
que militares, inocentes que culpables, hasta los niños son
considerados combatientes, terroristas o «daños colaterales». Y los
golpes de estado, que sin ser guerras, han supuesto muertes y
desaparecidos, como en Chile, Argentina o Camboya y en tantos lugares
de la Tierra. No se puede decir que son actos inhumanos, porque somos
humanos quienes lo provocamos.
No son los intereses del pueblo los que están en juego. No se respetan
las declaraciones de derechos humanos, ni los tratados
internacionales. Las Naciones Unidas, que se constituyeron para evitar
las guerras, no cumplen con su propósito. El cinismo de muchos
dirigentes no tiene precio; no se les cae la cara de vergüenza, porque
no tienen vergüenza. Algún día Obama, premio Nóbel de la paz —que por
dignidad tiene que devolver—, tendrá que rendir cuentas sobre porqué
el gobierno de los EEUU permite lo que permite y provoca lo que
provoca. Alguno pide ahora el premio Nóbel de la Paz para Israel por
su «contención»; más eufemismos. Pese a todo hay que seguir en el
empeño contra las guerras, aunque algunos estemos convencidos de que
es como clamar en el desierto; y si no que se lo pregunten al pueblo
saharaui que sigue sufriendo.
Observemos desde las alturas la historia: guerras del Peloponeso,
Termópilas, las Púnicas, las Médicas, de las Galias; las de Egipto y
las de la Roma Imperial y los esclavos. Guerras de los Hunos y los
otros. Cruzadas y conquista de América, la de secesión americana, las
napoleónicas e imperialistas europeas, las de siempre. Las de sucesión
en Castilla, las Carlistas borbónicas, la de la Independencia, Cuba y
Filipinas. Guerras por los dioses verdaderos, los del Olimpo o los del
dinero.
Las más atroces, por cercanas, las del siglo XX en Europa. La Primera
Guerra Mundial (1914 a 1918), produjo la muerte de entre 10 a 31
millones de personas. En la Segunda Guerra Mundial (1939 y 1945),
murieron entre 60 a 73 millones de personas, siendo el país más
afectado la Unión Soviética con 19 a 34 millones y China con 13 a 20
millones. Cerca de ¡cien millones de muertos! Durante la guerra civil
española, provocada por un golpe de estado, murieron entre 500.000 y
un millón de españoles. Hoy siguen desaparecidos más de 150.000,
esparcidos por las cunetas y fosas comunes.
Guerras de cien años, treinta, diez años, seis días o treinta y ocho
minutos; de las naranjas, del opio, de las Malvinas y las mandarinas
chinas contra Japón. Revoluciones rojas, culturales y de los claveles.
Se terminó la guerra fría, aunque parece que vuelven las relaciones a
calentarse. EEUU retoma planes de contingencia de la «Guerra Fría» por
la crisis ucraniana. Guerras que caen en el olvido, por las noticias
de otras guerras: nucleares, químicas o bacteriológicas, de
información y económicas; «operaciones» contra el terrorismo o contra
el narcotráfico. Guerra santa, relámpago o eterna. También guerra
total o madre de todas las guerras. Pocas contra la miseria y la
pobreza. Abundantes contra el bienestar y los derechos humanos.
Escasas contra la corrupción.
Pese a lo que parece, las guerras han cambiado poco en la historia,
salvo en los instrumentos para la destrucción y la muerte. Ahora
proliferan las guerras de «cuarta generación», con armas de
destrucción masiva, que algunos denuncian y todos fabrican: guerra de
guerrillas, asimétrica, de baja intensidad, guerra sucia, terrorismo
de estado, operaciones encubiertas y utilización de drones que
provocan la muerte a los mismos de siempre, la mayoría civiles,
mujeres y niños. Ahora están con la bomba antimateria. No se
exactamente en que consiste, pero seguro que ni se ve ni se siente,
pero mata y destruye como todas. La guerra saca a la luz lo peor del
ser humano. Actualmente se calcula que cerca del 90% de las bajas en
las guerras, son personas civiles, producto de batallas, masacres,
hambrunas, pestes y genocidios durante los conflictos.
Mientras esto escribo, más de cincuenta guerras, conflictos armados o
de «baja intensidad», que causan al menos 1.000 muertes violentas al
año, están abiertas en nuestro planeta, según El Departamento de la
Paz y los Conflictos. Independentistas, de insurgencia islámica, otras
religiosas, tribales o de identidad cultural, étnicas y contra el
narcotráfico. Casi todas con la ayuda de los llamados países
occidentales que suministran armamento: Afganistán, Angola, Argelia,
Birmania, Chad, China, Colombia, Corea del Norte y Corea del Sur,
Egipto, Etiopía, Filipinas, Gambia, India, Indonesia, Irak, Irán,
Líbano, Mauritania, Marruecos, México, Níger, Nigeria, Pakistán, Perú,
República Centroafricana, República Democrática del Congo, Sahara,
Senegal, Somalia, Sudán, Tailandia, Túnez, Uganda, Yemen. Y no
olvidemos la guerra en Mali que lleva más de un año, Siria que va para
cuatro años y la reciente contra Libia, que está por definirse todavía
el resultado. (Ver mis artículos sobre esos temas).
En Ucrania, el gobierno de Kiev contra los independentistas del este.
Con la ayuda inestimable de la OTAN de EEUU, pretenden mayor
influencia en la zona, en perjuicio de Rusia, que también, sin
decirlo, apoya a los prorrusos ucranianos. Casi 500 muertos —la
mayoría población civil— desde que comenzó el conflicto hace cinco
meses. Además está el derribo del avión malasio en el que han muerto
298 personas, entre tripulantes y pasajeros. Unos acusan sin pruebas y
otros se defienden atacando y nada se aclara. Todo por intereses
económicos y posición geoestratégica en beneficio de los poderosos y
EEUU reconociendo que ha sacado las pruebas contra Rusia por las redes
sociales. Se dice, que en una base de Polonia, la OTAN almacena
armamento, preparándose para una operación militar contra Rusia. Si es
así pronto lo veremos
Lo de Israel contra Gaza es un horror insostenible y no cabe
neutralidad. El conflicto proviene desde que Naciones Unidas, al
terminar la Segunda Guerra Mundial, con el fin de favorecer al pueblo
judío —que tanto había sufrido por el criminal régimen nazi y el
Holocausto—, partieron Palestina en dos, de forma irreconciliable. Lo
de ahora «Es una guerra de ocupación y de exterminio contra un pueblo
sin medios, confinado en un territorio mínimo, sin agua y donde
hospitales, ambulancias y niños son blancos y presuntos terroristas»
(Javier Bardem en eldiario.es). Más de 1.000 palestinos han muerto, en
menos de veinte días, por la operación «Margen protector».
Lo de Israel no se entiende, sino es por el odio que encarnan. Ahora
reconocen que los asesinos de los tres jóvenes israelíes, no actuaban
bajo las órdenes de Hamás. Lo usaron como casus belli y comenzó la
operación militar. Resulta que el motivo de guerra era falso, pero no
hay corrección. Una vez más es vergonzosa la postura de la comunidad
internacional, incluidos los países árabes, que siguen permitiendo el
genocidio. Con privilegios, sin sanciones y sin interponer a los
«cascos azules».
Ante las guerras pasadas, activas y larvadas, en tantos países y
numerosas zonas del mundo que las sufren o están al borde del
conflicto bélico, maldigo a la guerra, sus señores y sus ejércitos.
Maldigo a los gobiernos canallas que ordenan y provocan y a quienes se
benefician de la destrucción y del dolor inocente. Maldigo a los que
trafican con armas, particulares y gobiernos indecentes por dinero y a
quienes las compran para matar. Parece como que si al principio de la
humanidad, alguien hubiera dicho: ¡anda y a ver si os matáis los unos
a los otros! Desde entonces la guerra es su sino.
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