Llegó el 14 con la España neutral

13 de enero de 2014

 

 
Comenzaba el siglo XX, ¡hace cien años!, y con él una ola de conflictos entre la naciones del mundo. Como siempre, el ser humano, guerrero por naturaleza, dirimió las diferencias, intereses e identidades a golpe de guerra —mundial—. Sus consecuencias se han dejado sentir hasta nuestros días. España ordenó «la más estricta neutralidad a los súbditos españoles con arreglo a las leyes vigentes y a los principios del Derecho Público Internacional»; todo por pura impotencia.
 

En el ámbito internacional, el desarrollo industrial y la competencia entre las potencias coloniales, generaban tensiones y rivalidades continuas, que junto con el nacionalismo y la defensa de sus señas de identidad, fueron las causas principales de la primera gran guerra. La olla estaba hirviendo y tuvo que llegar un estudiante serbio, asesinando al heredero del trono de Austria en Sarajevo, para que todo estallase.

La España neutral, era un país económicamente atrasado y socialmente convulso. La monarquía cuestionada y desde el punto de vista político estancado, sin posibilidades de regeneración del sistema desde sí mismo. Los obreros adquirían conciencias de clase, en la medida que sindicatos, partidos de izquierda, nacionalistas y republicanas crecían y se organizaban. En la memoria colectiva estaba el Desastre del 98, que significó la pérdida de las colonias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas y parte de la dignidad nacional. El ejército y la armada, prácticamente desarmados, con exceso de oficiales, estaban comprometidos con el protectorado de Marruecos. Además, tras perder la guerra contra Estados Unidos, España permanecía aislada de la cocina política internacional.

La mayoría de la opinión pública española, estaba de acuerdo con la neutralidad decretada por el gobierno de Eduardo Dato. España era ajena a la lucha que los imperios europeos libraban y el problema de las identidades y el nacionalismo de los Balcanes quedaba lejano. En la decisión de declararse neutrales, pesaba, de forma determinante, el déficit presupuestario y el escaso desarrollo industrial del país, que principalmente se encontraba en Madrid, País Vasco, Cataluña y Asturias.

La guerra mundial supuso para España un motivo más de enfrentamiento entre derechas e izquierdas. En este escenario bélico, los españoles crearon dos bandos de opinión: Para la aristocracia y los sectores más conservadores de las derechas, los imperios —el austrohúngaro, otomano y alemán—, representaban la autoridad, la disciplina, el autoritarismo y el orden. Las izquierdas se situaban al lado de Francia e Inglaterra, al representar el derecho, la libertad y la razón.

El preludio de la guerra mundial, estuvo plagado de enfrentamientos y acuerdos. Con la guerra franco-prusiana perdida por Francia, se completó la unidad de Alemania y muchos Estados reconocieron como emperador a Guillermo II. Francia quedó aislada en 1873 por la Liga de los Tres Emperadores, que quedó disuelta en 1878 tras el enfrentamiento, en los Balcanes, de los intereses rusos y austriacos. En 1879 la alianza entre Alemania y Austria-Hungría se hizo más fuerte y en 1882 se amplió con Italia. En 1887 Alemania y Rusia firmaron un tratado para estrechar relaciones.

Con la destitución de «canciller de hierro» Bismarck, Alemania no renovó el tratado con Rusia, lo que aprovechó Francia para aliarse con el zar en 1894 y en 1904 se alió también con Inglaterra. Con la alianza de Inglaterra y Rusia en 1907 quedó constituida la Triple Entente, quedando Alemania cercada.

Los tres primeros años de la guerra significaron un empate entre los bloques en conflicto. La situación cambió en 1917 con la incorporación de EEUU. A mediados de 1918, Alemania fue derrotada por los aliados en Amiens, en septiembre vencieron a los austrohúngaros en Italia y en octubre, en Oriente Medio, a los turcos. El 4 de noviembre de 1918, Austria se rindió y el ejército alemán pidió la rendición el 11 de noviembre.

Como ocurre después de toda guerra, los vencedores se repartieron las posesiones de los vencidos. Desaparecieron los imperios centrales y con ellos las viejas monárquicas europeas. EEUU fue el gran vencedor y se afianzó como gran potencia mundial. Gran Bretaña conservó el poder en el mar y Francia aumentó su poderío en Europa. La guerra fue terrible y sus consecuencias llegan hasta hoy. En sus cuatro años, murieron casi 10 millones de personas y 20 millones heridos o mutilados. La guerra trajo ruina, enfermedades y sufrimiento a todos los países participantes y no resolvió los problemas que pretendía, por el contrario fue el preludio de una catástrofe mayor.

En enero de 1919 los países vencedores reunidos en Versalles, acordaron las nuevas fronteras europeas y el pago por parte de los vencidos de indemnizaciones de guerra por los daños causados. Alemania que perdió sus colonias, desmanteló su flota y redujo el ejército, aceptó pagar reparaciones por 132 millardos de marcos de oro (efectuó el último pago en 2010). Francia recuperó las regiones de Alsacia y Lorena y surgieron nuevos países como Checoslovaquia, Yugoslavia y Hungría. Lo tratados de paz de Versalles, lejos de resolver el problema, provocó el resurgimiento del militarismo, de un nacionalismo agresivo en Alemania y desórdenes sociales en gran parte de Europa, hasta hace unos días.

Las consecuencias negativas para España no fueron importantes, salvo que los submarinos alemanes hundieron el 20% de la flota mercante española. En lo social si lo fueron: el paro aumentó por la repatriación de inmigrantes y los productos alimenticios encarecieron sus precios —se calcula que los productos de primera necesidad, durante la guerra subieron un 15%—. Por el contrario la guerra mundial significó un auténtico despegue económico y comenzó el desarrollo del capitalismo. Los países en conflicto necesitaban alimentos, armas, uniformes, metal, carbón y España podía producirlo sin competencia con el exterior. Creció la industria textil catalana, la del carbón en Asturias, la siderurgia vasca y la agricultura de cereales. Fue como nuestra pequeña revolución industrial.

Se produjo un claro superávit de la balanza comercial y un notable incremento de los beneficios empresariales, pero el alza de los salario fueron por detrás de los precios y los beneficios no llegaron a la clase trabajadora, que siguió en la miseria histórica y con ello el movimiento obrero adquirió conciencia de clase oprimida con el surgir del socialismo. Todo estaba preparándose para la gran tragedia española y la nueva tragedia europea, años después.

 
 

 

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Víctor Arrogante
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