Anunciar y establecer medidas de regeneración, lleva implícito el
reconocimiento de que ha existido degeneración en la vida pública,
política e institucional. Los que han provocado esa degeneración, los
degenerados, son los que necesitan regenerarse, «aunque me temo que
esa regeneración que pregonan preferirá la cosmética a la ética, el
maquillaje y el camuflaje, cambiar de piel hasta que escampe y puedan
rebrotar con sus privilegios y sus subterfugios», dice Moncho Alpuente
en Público y yo con él.
En otros momentos de la historia de España, se habló de «regeneración»
y lo hizo gente decente, intelectuales comprometidos con la
regeneración ética y social, en momentos en los que el siglo cambiaba
de dígito. De otra parte el movimiento obrero que comenzaba a
organizarse, precisamente por la degeneración de la vida pública, la
injusticia social y la miseria de la época. La decadencia de entonces
vuelve a sentirse hoy. Terminaba una época y finalizaba un régimen; el
Estado se difuminaba. Ahora parece que pretenden que el Estado
desaparezca, con privatizaciones de servicios públicos y venta de su
patrimonio. Pretenden que el Estado se mantenga para mantener
prebendas a quienes ejerzan el poder y represión a sus ciudadanos.
El fin del siglo XIX coincide con el fin del Imperio español. La
guerra con los Estados Unidos de América del norte, termina con el
Tratado de París (1898), por el que España abandona sus demandas sobre
Cuba, que declararía después la independencia y entrega Puerto Rico y
Filipinas, por 20 millones de dólares. Un auténtico desastre histórico
nacional. El predominio internacional se iba al traste y comenzaba el
fin del caciquismo castizo. Con la decadencia, surgía la necesidad de
regeneración.
Con la crítica y compromiso de la generación del 98, que propugnaba la
regeneración ética y social, se terminó con la España del XIX. Todo
estaba preparado para 1923 y el golpe de estado y dictadura del
general Primo de Rivera, a disposición y en nombre del rey Alfonso
XIII. Preludio del treinta y uno y la Segunda República, derrocada por
militares, monárquicos, capitalistas y católicos antidemocráticos, con
programas que llevaban a España al XVIII o más atrás. Ahora ¿cómo,
cuándo y a dónde quieren llevarnos? Recuerden lo que dijo mi amigo
PericoPan: cuando después del cómo, cuándo, dónde o por qué, quepa
«cojones», siempre con tilde. Pues eso.
La marca España, que el gobierno del Partido Popular y Mariano Rajoy a
su cabeza representan, no pretende regeneración, sino retornar al
pasado. Representan más de lo mismo. Todo lo que hacen es establecer
nuevas normas y derogar otras, mediante «decretazos» y sin debate, que
nos llevan a lo más profundo y negro de nuestra historia, sin derechos
y limitadas las libertades.
No es regeneración democrática, lo que María Dolores de Cospedal ha
impuesto en su Comunidad, al reducir la representación democrática en
las Cortes de Castilla-La Mancha. Tampoco es lo que Rajoy anuncia
sobre el modo de elección de los alcaldes de los municipios. Suena más
a pucherazo. Si Rajoy y los suyos dicen que algo es bueno, estoy
absolutamente convencido de que es malo para mí, los míos y de la
democracia.
Dicen que corre como la pólvora, por pasillos y despachos de medios
informativos, gobiernos y oposición, los verdaderos motivos de la
abdicación del rey Juan Carlos y la proclamación de Felipe. Dicen que
fue por un «gran pacto» entre los poderes del Estado, para establecer
una nueva época y regenerar la vida pública. Dicen que sería como una
operación de limpieza de sangre corrupta, una «amnistía» más o menos
generalizada a conveniencia, para los delitos de corrupción, que tanto
daño están haciendo a la democracia española. Ni me lo creo ni me lo
dejo de creer, pero buscando, buscando, leyendo y relacionando, todo
pudiera ser. Si no es, mejor; si está siendo, lo denuncio para que
conste, porque no sería una regeneración, sino un borrón y cuenta
nueva, para salvar a los de siempre.
El Estado no puede dejar de perseguir a la delincuencia organizada; y
ese mismo Estado —gobernado por los mismos presuntos delincuentes—, no
puede acabar con la corrupción, diciendo que ya no hay caso. Lo que la
regeneración precisa es tolerancia cero contra la corrupción en todas
sus formas. Las élites públicas, empresariales, políticas y
administrativas, deben actuar con estricta austeridad en el manejo de
los fondos y en el gasto público. Para la regeneración democrática,
los partidos políticos deben dar ejemplo, estableciendo una verdadera
democracia interna, mediante mecanismos que rompan con dictaduras
organizativas, estableciendo elecciones primarias, promoviendo un
militante un voto y ofreciendo una absoluta transparencia en su
financiación. Hay que cambiar la ley general electoral, que asegure
una mejor representación y una mayor conexión entre el pueblo soberano
y sus representantes.
No es admisible una ley que pusiera fin a las investigaciones
judiciales, acusaciones y condenas, de los imputados y encausados en
los más de 1.600 casos abiertos el año pasado, según el Consejo
General del Poder Judicial, que han ocasionado más de 40.000 millones
de euros de coste social (informe de la Universidad de Las Palmas). No
sería admisible tampoco que esa supuesta medida, como contrapartida,
cerrase los sumarios abiertos contra los detenidos por el 22-M, los
participantes en piquetes informativos de huelgas y desahucios y
contra algunos de los justos jueces. Ya se hizo en 1977, amnistiando a
los asesinos y represores del franquismo —verdadero objetivo— y de
paso los «delitos» a los defensores de la democracia y de las
libertades.
En el ámbito del Partido Socialista Obrero Español, está abierto el
proceso de elección del nuevo secretario general. Están regenerando la
organización, buscando una nueva generación de dirigentes. Que sepan
mis antiguos y fraternales compañer@s, que regenerarán, si aplican los
principios y valores que dieron origen y nacimiento al Partido, que
siguen siendo «universales» hoy; ajusten conceptos y actualícenlos a
los nuevos tiempo. La justicia social, la igualdad y la solidaridad,
como fundamento; la lucha, de trabajadores y movimiento ciudadano por
sus derechos, como instrumento. Todo por el bienestar de la ciudadanía
en democracia, como objetivo; desde una posición de auténtica
izquierda política e ideológica.
Mucho se lee, mucho se comenta a «tontas y locas» (discúlpenme es una
frase hecha), a tontos, locos y despistados, pero la regeneración
democrática, pasa por que la decencia sea un valor presente en un
Proceso Constituyente, con la máxima participación ciudadana, voz
pública, transparente y abierta, que establezca un nuevo modelo de
convivencia democrático para el futuro. La juventud tiene mucho que
decir sobre esto. |