La vida de la Segunda
República fue corta,
pero intensa. Todo
empezó un 12 de abril de
1931, cuando la
ciudadanía eligió a los
partidos republicanos y
socialistas, contra los
monárquicos que dieron
la espalda al rey. De
eso ya hemos hablado las
pasadas semanas. También
vimos como se proclamó
la República y cuales
fueron las medidas
políticas que se
adoptaron con el
objetivo de poner a
España en la senda de la
modernidad, haciendo
frente a las llamadas
«cuestión regional,
cuestión religiosa,
cuestión militar,
cuestión agraria y
cuestión social», que
fueron demasiadas
cuestiones para resolver
en tan poco tiempo,
teniendo en frente a tan
potentes enemigos.
La coalición
republicano-socialista
ganó las elecciones el
28 de junio y unas
Cortes Constituyentes,
aprobaron la nueva
Constitución el 9 de
diciembre. Estuvo
vigente hasta el final
de la Guerra Civil en
1939 y en el exilio se
mantuvo hasta 1977, con
la llegada de la
Transición a la
democracia.
España se constituyó
como Estado integral,
compatible con la
autonomía de municipios
y regiones. Se
estableció la separación
de poderes: el poder
legislativo recayó en un
Congreso unicameral; el
ejecutivo, bajo control
parlamentario, en el
Consejo de ministros y
el presidente de la
República; y el poder
judicial en jueces
independientes. Se abrió
la posibilidad de
expropiación y
nacionalización por
motivo de utilidad
social. Se incorporó una
amplia declaración de
derechos y libertades.
Se reconoció el
matrimonio civil y el
divorcio. Se reconoció
el derecho de voto para
los mayores de 23 años
y, por primera vez en la
historia, el derecho de
sufragio a las mujeres;
y se declaró la
separación entre Iglesia
y Estado. ¡demasiao
pa mi body!
que diríamos ahora.
Las decisiones políticas
calentaron el ambiente,
las luchas fraticidas
ideológicas, religiosas
y de poder,
contribuyeron a enconar
los ánimos de los
señores diputados
generando agrios debates
sobre la cuestión
religiosa y las regiones
autónomas. He dicho
señores diputados,
porque he querido
destacar que, de los 470
escaños, sólo 3 eran
ocupados por mujeres:
Victoria Kent del PRRS,
Clara Campoamor, PR Rad,
y Margarita Nelken del
PSOE.
Con el amplio programa
reformista puesto en
marcha por el gobierno
del primer bienio de la
República, se sintieron
amenazados los intereses
de amplios grupos
sociales pertenecientes
a la Iglesia, al
ejército y a la patronal
industrial y
latifundista. Para
defender el
mantenimiento del orden
social preexistente,
estos sectores
impulsaron la creación
de organizaciones de
carácter autoritario. El
descontento también se
extendió entre la clase
obrera, no satisfecha,
por la lentitud y el
poco alcance de las
reformas emprendidas. El
paro y las duras
condiciones de trabajo y
vida en general
continuaban.
Surgieron grupos
fascista, como la
Falange Española,
fundada por José Antonio
Primo de Rivera, que
impulsó los grupos
paramilitares para
enfrentarse con las
fuerzas de la izquierda
política. Se creó la
CEDA, de carácter
autoritario, dirigida
por José María Gil
Robles. En el ámbito
militar se fundó la
Unión Militar Española,
que tendría una gran
importancia en el golpe
de 1936. En agosto de
1932 se produjo la
intentona de golpe de
Estado en Sevilla por el
general Sanjurjo, la «Sanjurjada»
que terminó en fracaso.
Fue un adelanto de lo
que la derecha preparaba
para el asalto final.
El sindicato anarquista
CNT estaba dividida. Por
un lado los moderados,
encabezados por Ángel
Pestaña, que prestaban
cierto apoyo a la
República, defendiendo
la revolución social,
pasando por una fase
preparatoria previa. Por
otro los de la FAI,
liderados por
Buenaventura Durruti y
Juan García Oliver.
Fomentaron las huelgas,
la insurrección
campesina y la creación
de comunas libertarias.
La Federación de
Trabajadores de la
Tierra, sindicato del
campo asociado a la UGT,
con más de 450.000
afiliados, también se
radicalizó.
Las elecciones de
noviembre de 1933 dieron
la victoria al Partido
Radical de Alejandro
Lerroux y a la CEDA de
Gil Robles, quienes
durante los dos años
siguientes, procedieron
a desmantelar la obra
reformista del primer
gobierno. Se aprobó la
devolución de las
tierras a la nobleza y
se dio total libertad de
contratación, lo que
provocó la caída de los
jornales. La reforma
religiosa se frenó y
retornó a lo anterior.
Se concedió la amnistía
a los sublevados en el
golpe de Sanjurjo y a
los colaboradores de la
dictadura de Primo de
Rivera. La reforma
militar sin embargo
siguió adelante, al
igual que la reforma de
la educación, pero con
recortes
presupuestarios.
Ante el giro
conservador, la CNT y la
UGT respondieron
radicalizando sus
posturas. Largo
Caballero, propuso la
ruptura con la República
y con las fuerzas
burguesas. Por su parte
Indalecio Prieto,
representante del
socialismo moderado,
defendió la colaboración
con los republicanos de
izquierda para
estabilizar la
República. Ante la
situación creada, se
declaró el Estado de
Guerra. Los mineros
asturianos
protagonizaron una
revolución social.
Anarquistas, socialistas
y comunistas, ocuparon
cuarteles de la guardia
civil y ayuntamientos,
que pasaron a ser
dirigidos por Comités
revolucionarios. La
revolución terminó
siendo aplastada por las
tropas de la Legión y
los Regulares traídos
desde Marruecos, al
mando de Godet y Franco.
Murieron mil mineros en
los enfrentamientos y en
las ejecuciones
sumarias. 450 militares
y guardias civiles
perdieron la vida. Más
de cinco obreros fueron
detenidos y presos. La
revolución de Asturias
de 1934, «nuestra
revolución», fue
preludio de la guerra
civil.
En febrero de 1936 se
celebraron nuevas
elecciones a Cortes. Se
enfrentaban los dos
bloques históricamente
irreconciliables. Una
coalición de izquierdas
de republicanos,
socialistas y
comunistas, se agruparon
en torno al «Frente
Popular». Su programa
preveía amnistiar a los
represaliados políticos
y poner en
funcionamiento la
legislación reformista
suspendida durante el
bienio anterior. En
frente, los partidos de
la derecha, aglutinados
en torno al Bloque
Nacional. Los resultados
dieron la victoria al
Frente Popular. Las
nuevas Cortes
destituyeron a Alcalá
Zamora como presidente
de la República, que fue
sustituido por Manuel
Azaña.
Se concedió la amnistía
a unos 30.000 presos
políticos y sociales y
se forzó a los patronos
a readmitir a los
obreros despedidos en
las huelgas de 1934. Se
permitió el
restablecimiento del
gobierno de la
Generalitat de Catalunya
y se iniciaron las
negociaciones para la
aprobación de un
Estatuto para el País
Vasco. Las reformas
iniciadas en 1931 fueron
reemprendidas. Ante el
temor a un golpe de
Estado, el gobierno
cambió de destino a los
generales que menos
confianza le ofrecían:
Franco a Canarias y Mola
a Navarra. Sanjurjo
estaba en el exiliado.
Los propietarios
agrícolas se opusieron a
las reformas, muchos
industriales decidieron
cerrar sus fábricas y la
Iglesia católica,
temerosa de nuevos
brotes anticlericales y
de un nuevo recorte de
sus derechos en España,
se opuso a la República
de manera generalizada
en nombre de su dios.
Los anarquistas y los
socialistas encabezados
por Largo Caballero,
eran partidarios de la
revolución. En la
derecha, la Falange,
organizó grupos
paramilitares que
protagonizaron fuertes
acciones violentas. Se
producían
enfrentamientos
constantes entre la
derecha y la izquierda y
los obreros e las
calles. Todo era
favorable y todos
esperaban el golpe de
Estado y lo dieron. Pese
a que las tropas de
Marruecos y numerosos
cuarteles se sublevaron,
el alzamiento no logró
imponerse ni en Madrid
ni en Barcelona. España
quedó dividida en dos
zonas y la guerra
fraticida estaba
servida.
La República estaba
condenada a muerte. No
voy a entrar en como fue
abatida en la guerra, es
un tema que ya he
tratado y que trataré de
nuevo en otro momento.
Sin ser ejemplar, los
primeros años de la
República, sirvieron
para sentar las bases de
la renovación económica
y social que necesitaba
España. Las mujeres, el
50% de la población,
vieron reconocidos
derechos universales.
Los trabajadores y
jornaleros del campo,
vieron elevados sus
salarios y todos
empezaron a contar con
un sistema de protección
frente al paro y
garantías sobre
determinados derechos.
La Iglesia hizo lo que
pudo en contra de todo,
el fascismo aportó su
ideología en defensa del
capital y los militares
golpistas pusieron lo
demás por la bandera y
la «patria».
Lo cierto es que con la
victoria del «Frente
Popular», cundió el
temor y las fuerzas
sociales enfrentadas se
envalentonaron; pero el
FP no pretendía llevar a
cabo un programa
revolucionario ni puso
en marcha una revolución
comunista. Los
socialistas, en general,
tenían un discurso
moderado. El gobierno
ejecutó medidas
renovadoras y
regeneradoras, con una
posición común contra el
fascismo. Manuel Azaña
no tenía un discurso
«bolchevique» ni fue
rehén de las posiciones
extremas.
El sistema institucional
diseñado en la República
hizo muy difícil la
gobernabilidad. A
diferencia de otros
países, como EEUU,
España se configuró como
una República
parlamentaria, en lugar
de una República
presidencialista. La
presidencia desempañaba
la función de
representación del
Estado y además contaba
con amplios poderes de
veto, como el de
disolución del Congreso
e intromisión en la
política interna. Alcalá
Zamora, no dudó en
inmiscuirse en la
política interna y en el
veto de varias leyes y
disposiciones,
propuestas por el
Gobierno y aprobadas por
un Congreso muy
fragmentado.
Estos artículos que he
publicado en este Abril
Republicano, no han
pretendido ser un
tratado ni un estudio
sobre la Segunda
República; han sido
apuntes sobre lo que, en
mi opinión, significó y
contribuyó a dignificar
la vida política de la
época, marcando
criterios y dignidades.
El enemigo, que estaba
al acecho, se encargó de
condenar a la Segunda
República a muerte; pero
con sus principios e
ideas no pudieron;
siguen vivos.