No me
voy a referir a los niños y niñas robados a las mujeres presas en
las cárceles franquistas, hacinadas, mal alimentadas y con muchos
piojos. No me voy a referir a las mujeres rojas republicanas y
muchos de los niños separados de sus madres y dados en adopciones
ilegales. Hasta 30.000 hijos de presas republicanas fueron
tutelados por la dictadura entre 1944 y 1954. Aquí voy a recordar
la historia de los niños robados durante el franquismo y la trama
de tráfico criminal de médicos, enfermeras y monjas católicas.
Algunos casos ocurrieron cerca de mi casa, en la maternidad de
O'Donnell, Santa Cristina. Mi barrio que da para casi todo.
Un
documental de la periodista Montserrat Armengou,
abordó la represión que vivieron las mujeres y niños que fueron
encarcelados tras la victoria de las tropas franquistas. Numerosos
testimonios de mujeres, recordando las vejaciones sufridas. En
muchos casos, el único «delito» que se les imputaba era ser
esposas o hermanas de combatientes republicanos; un hecho que para
los franquistas era suficiente para llevarlas a prisión junto a
sus hijos, que al no ser registrados, quedaban sometidos a todo
tipo de actos bárbaros. El objetivo era destruir a los «rojos»,
robándoles hasta a sus hijos. Su obsesión criminal tenía como
objetivo reducir el contacto entre madres e hijos, impidiendo
incluso «que mamaran leche comunista».
Durante la dictadura franquista se
estableció un «plan sistemático» de «salvación» de niños, cuyos
padres, por su ideología, eran considerados por el régimen no
aptos para asumir su cuidado. Baltasar Garzón, en uno de sus
últimos autos como juez, reclamaba «la
obligación» de investigar estas desapariciones, sustracciones y
cambios de identidad registradas durante la dictadura».
El régimen franquista invocaba la protección de los menores.
«Frecuentemente eran separados de las demás categorías de niños
internados en las Instituciones del Estado y sometidos a malos
tratos físicos y psicológicos». Para Garzón, estos actos
constituyen delito, considerados como un crimen contra la
Humanidad que no prescriben. El magistrado, instaba al Ministerio
Fiscal y a los jueces a que investiguen, sancionen a los culpables
y «se repare a las víctimas», de manera que puedan recuperar su
identidad robada. También los niños sometidos al tráfico, «los
niños perdidos, son parte de las víctimas del franquismo»,
concluía el juez.
Los niños robados hunden sus raíces en el
franquismo. Lo que al principio tuvo una carga ideológica –robo de
hijos de presas políticas y mujeres republicanas para dárselos a
familias conservadoras–, pronto se convirtió en una trama criminal
con fines lucrativos. Los casos más numerosos ocurrieron entre
1963 y 1970, aunque hay casos que llegan hasta los años 90.
El doctor Eduardo Vela es el primero que se sienta ahora en el
banquillo, procesado por el caso de los
bebés robados. Ni siquiera sor
María Gómez Valbuena (fallecida en 2013), llegó a ser juzgada,
pese a las decenas de denuncias contra la monja, que en la
maternidad de O'Donnell, organizó el robo de recién nacidos y
adopciones irregulares durante más de 20 años.
El
caldo de cultivo eran los matrimonios de familias acomodadas que
no podían tener hijos; también la indecencia y la miseria en
España. Se ponían en contacto con personas conocidas que les
podían facilitar contactos y un hijo. Se desplazaban hasta la
ciudad pactada y se hacía el intercambio en casas (pensiones) o
parques. Mandaban a una matrona o auxiliar de enfermería de su
propia ciudad, que falsificaba, previo pago, el certificado de
alumbramiento y con él acudían al registro civil donde inscribían
al bebé como propio. Todo por unas 50.000 pesetas de las de
entonces. Aquí, en la esquina de mi calle, había una «Pensión», en
donde las madres «patera», esperaban el momento del parto, antes
de acudir a la maternidad de Santa Cristina y allí se consumaba la
acción.
La trama se urdía entre las paredes de los
hospitales.
Redes de religiosos, médicos y funcionarios.
Había madres que querían dar al niño en adopción, pero por regla
general era mujeres jóvenes, pobres y solteras, presionadas por
sus familias y los prejuicios sociales de la época que decidían no
seguir adelante con su maternidad. En el peor de los casos, había
madres sanas y con voluntad y deseo de ser madres, que tras dar a
luz, le quitaban al hijo nacido, diciéndoles que había muerto.
Nunca llegaban a ver el cuerpo del bebe ni el certificado de
defunción. La criatura salía de la clínica con destino
desconocido. Oscuridad, impunidad y delitos: suposición de parto y
tráfico de niños, falsedad en documento público, coacciones y
engaño a las madres biológicas.
Por
medio del tráfico criminal, religiosos canallas y sin escrúpulos
implicados, creyéndose con la potestad moral para quitar los
recién nacidos a las madres sin recursos y dárselos a familias
pudientes y conservadoras; o simplemente robar, secuestrar a la
nueva criatura por dinero manchado de sangre. Médicos y enfermeras
de hospitales públicos, formando una trama criminal por encima del
bien y del mal.
La
magnitud del escándalo llegó a alcanzar grandes proporciones. Las
madres no tenían recursos culturales ni económicos. Eran solteras,
jóvenes indefensas que se resignaban cuando les decían que el niño
había muerto. Enfrente los adoptantes de buena fe y a los que
miraban hacia otra dirección, que pagaban por los niños, por
gastos médicos y papeleo burocrático. Todos son culpables; más,
los intermediarios que se enriquecieron con cargo a la miseria y a
la necesidad.
Entre
200.000 y 300.000 personas podrían vivir bajo la sombra de estos
casos que hunden sus raíces en los últimos coletazos del
franquismo y ven la luz ahora, cuando sus protagonistas descubren
que su familia no es la que creían. Sus relatos descubren tramas
de película: intercambios de niños por dinero a plena luz del día,
bebés que salían del paritorio tras haber sido dados por muertos,
matronas que falsificaban actas de alumbramiento y religiosos que
bendecían en nombre de su dios inexistente.
Teniendo en cuenta la magnitud humana de los hechos acaecidos en
España durante tantos años de impunidad, como reclaman los
afectados, la Fiscalía debería retomar el caso, enmarcándolo como
delitos de lesa humanidad.