Madrid
estaba sitiado y se defendía con dignidad, dolor y mucho
sacrificio de su vecindad, del asedio fascista. El romanticismo
(también el compromiso), lo pusieron Capa y compañía desde el
Hotel Florida. Mientras, las bombas caían en la Gran Vía y
destruía, no solo la ciudad, sino las esperanzas de tanta gente al
servicio de la defensa de Madrid y por la República. Tres años,
que se dice pronto.
El
Hotel Florida estaba en el esquinazo de la plaza de Callao con
Gran vía, nombrada por el gracejo madrileño como avenida de los
Francotiradores. John Dos Passos, Antoine de Saint-Exupéry, André
Malraux, Josephine Herbst, Lillian Hellman, e Ilya Ehrenburg
fueron residentes del hotel. Hemingway y Gellhorn estaban con la
República pero, sobre todo, buscaban material emocionante del que
escribir. Subían a la azotea, para ver a las tropas rebeldes que
presionaban desde la Ciudad Universitaria y el Cerro Garabitas en
la Casa de Campo. España estaba en guerra y Madrid sitiada.
«El
Gobierno ha resuelto, para poder continuar cumpliendo con su
primordial cometido de defensa de la causa republicana,
trasladarse fuera de Madrid, y encargar a VE la defensa de la
capital a toda costa». Fue la orden emitida por el presidente del
consejo de ministros Francisco Largo Caballero al general Miaja,
el 6 de noviembre de 1936. Han pasado ochenta años, desde que
comenzara la batalla por Madrid.
Para la
ardua y casi imposible misión de defender Madrid del ataque
rebelde, se constituyó la Junta de Defensa de Madrid, con
facultades delegadas del gobierno para la coordinación de su
defensa, que deberá llevarse al límite y «en el caso de que a
pesar de todos los esfuerzos haya de abandonarse la capital,
replegarse a Cuenca». «Franco se contentó con dejar descansar a
sus vanguardias en los arrabales y se puso a repartir por Europa
invitaciones para asistir a la toma de Madrid, que era suyo»,
Cuenta Chaves Nogales en su relato de la Defensa de Madrid.
La defensa de Madrid se preparó en una noche. Se suponía que el
gran ataqué vendría desde Carabanchel y Villaverde, donde estaban
acuartelados cuarenta mi hombres enemigos. En una operación de
distracción varias columnas avanzaron hacia el Puente de Segovia y
el de Toledo. Pero el verdadero ataque se produciría por la Casa
de Campo y la Ciudad Universitaria hasta el Hospital Clínico, para
caer sobre Madrid por Rosales, Marqués de Urquijo y Princesa,
hasta llegar a la Plaza de España. Se estableció una línea de
defensa desde Villaverde-Entrevías, Vallecas, Puente de la
Princesa, Carabanchel y carretera de Extremadura. La mayor fuerza
en la Casa de Campo y Puente de la República —hoy Puente del Rey—
y emplazamientos en el Puente de los Franceses, Humera-Pozuelo de
Alarcón y Boadilla del Monte. Madrid quedó cercado, salvo la
salida hacia levante, hasta marzo de 1939.
La
defensa de Madrid fue posible, hasta que dejó de serlo, por el
ardor del pueblo, que soportó una guerra sin cuartel, frente al
acoso fascista, con todo su poder militar de legionarios y
regulares africanos y armamento alemán e italiano. José Miaja,
general del ejército popular, «héroe de Madrid», hizo posible lo
imposible: detener al enemigo en el Manzanares, tras feroces
combates en la Ciudad Universitaria, en Vallecas o en el puente de
Toledo. Sin Miaja, no se hubiera impedido la entrada de las tropas
moras.
Cuando las tropas africanas llegan, Madrid está defendido por
fuerzas milicianas, poco operativas, sin organización y con
escasos mandos profesionales. Pero Madrid no fue ocupada.
Posteriormente se creó el Ejército Popular —que tomó el testigo de
los voluntarios del Quinto Regimiento— y puso bajo su mando a las
milicias anarquistas, socialistas y comunistas. La mancha de
Miaja, su apoyo al golpe del coronel Casado. Tanto esfuerzo y
sacrificio para que, sin luchar contra el enemigo y sin la «paz
honrosa» que perseguía Negrín, se entregó Madrid al ejercito
rebelde y vengativo.
—Me voy al frente Felisa, que llega el tranvía. Decía mi padre a
mi madre, como si fuera a la cafetería Bolonia en Manuel Becerra
donde trabajaba. —Ten cuidado con los obuses en la Gran Vía—.
Víctor se pone correajes y cartucheras, coge el fusil, se calza el
gorro con orejeras y marcha a las trincheras del Manzanares, las
casas de Carabanchel o al Canto del Pico, en la sierra. Hasta
cuarenta mil combatientes defendieron Madrid y con ellos, los más
de tres mil quinientos valientes de las Brigadas Internacionales,
desde el Puente de los Franceses, la Ciudad Universitaria o la
Casa de Velázquez.
El general de la defensa de Madrid, recibe en su despacho —en los
oscuros sótanos del Ministerio de Hacienda— el número de bajas.
Caen centenares de hombres soldados; mujeres, niños y hombres
civiles caen también, Las balas de las ametralladoras, los
morteros y obuses enemigos arrasan vidas y destruyen barrios
enteros. No hay armas bastantes y faltan municiones, pero no se
retrocede. «No pasarán» gritaba el pueblo por las calles, con el
puño en alto convencido de su poder. Pero pasaron: «ya hemos pasao,
decían los fascistas», con voz de Celia Gámez, tras tres años de
lucha sin cuartel.
Madrid se fortifica, a la espera del día «D» y se prepara para
«luchar hasta la muerte». Diez mil defensores murieron o fueron
heridos en Madrid y entre cinco y diez mil soldados del ejército
de Franco murieron en el asalto que no pudo ser. En la
retaguardia, la vida sigue, el hambre se hace costumbre y el
biruji curte el cutis. Hay que organizar el abastecimiento de
alimentos, agua, electricidad y ropa de abrigo para los camaradas
y compañeros, y crear un cuerpo de seguridad contra los «paseos».
El hotel Florida, de donde
salieron tantas crónicas contando la historia de los defensores de
Madrid, sobrevivió a la guerra. En los años 60 hubo una operación
inmobiliaria auspiciada por Carmen Franco, para construir Galerías
Preciados. Cuando comenzó a funcionar la piqueta y la destrucción
de palacios y edificios emblemáticos en Madrid. Poca gente se
atrevía a cuestionar esas políticas, que tanto han afectado al
patrimonio histórico de la ciudad. Era el franquismo. Ahora sus
herederos y sucesores que gobiernan, siguen disfrutando del
beneficio de aquellos expolios.
Miaja,
Vicente Rojo, Kléber, Cipriano Mera, «El Campesino», Líster, Juan
Modesto y Buenaventura Durruti —muerto en combate en la Ciudad
Universitaria—, con su decisión y arrojo, fueron determinantes
para la defensa de Madrid. Pero sobre todo Víctor, Felisa, Luis,
Teresa, Concha, Manuel, Rosario, Pepita y Antonia, fusilada en
Toledo, los míos, y los miles de vecinos de este entrañable
pueblo, fueron los héroes.