El concejal socialista por Madrid Antonio Miguel Carmona, hace unos
años, como director del desaparecido Diario Progresista, reflexionaba
sobre «La vida atribulada de un militante de base» y terminaba diciendo
que la función hace al militante, pague o no sus cuotas, sea afiliado,
simpatizante, votante o simplemente desencantado. Preguntaba: ¿Qué
función tienes tú? A propósito de la pregunta, yo di mi respuesta en un
artículo titulado «Algo
por lo que merece la pena luchar». En síntesis
esto es lo que decía.
Abandoné la militancia en el Partido Socialista Obrero Español hace unos
años; aunque nunca la militancia socialista por la igualdad, la justicia
social y la solidaridad. Desde que conocí estas ideas, enseguida me di
cuenta que era algo por lo que merecía la pena luchar, como dijo Orwell.
La justicia social, la desigualdad y la solidaridad, fueron demandas del
Partido de Pablo Iglesias y transcurridos cien treinta y siete años, en
lo esencial, sigue teniendo vigencia, para el mayor bienestar y la
dignidad de las personas.
Por
aquel entonces se consideraba que la sociedad era injusta, porque
dividía a sus miembros en clases desiguales y antagónicas: los
dominantes y los dominados. Los que lo tienen todo, recursos, dinero y
poder; y los que nada tienen, salvo su fuerza vital para trabajar. Los
privilegios de la burguesía estaban garantizados por el poder político y
económico, del cual se valía para dominar a los trabajadores. Por
superar estas contradicciones comenzó la lucha de los socialistas
decimonónicos. Aquel análisis, vale para hoy, y la lucha sigue siendo
necesaria para conseguir los mismos objetivos. Cuando todo iba
superándose, llegó la guerra y con ella, la oscura noche de la
dictadura. Muerte, dolor, exilio y sufrimiento para tanta gente, que no
entenderían hoy, la situación por la que atraviesa el Partido,
debilitado y sin un norte ideológico claro.
La historia del PSOE es larga y rica en debates sobre ideas, estrategias
y objetivos. Recuperar la memoria es importante para conocer y superar
lo superable. En el Congreso de Suresnes (1974) comenzó el cambio de
orientación política e ideológica, de la edad moderna del Partido; donde
se acordó adaptar la idea y la acción a la lucha por la democracia y las
libertades desde el interior. En el XVIII Congreso, allá por 1979, con
aquel «hay
que ser socialistas antes que marxistas» de
Felipe González (y su maniobra de dimisión como secretario general),
continuó la revisión ideológica, y ya no se ha parado. Aquel día, que
por cierto yo estaba en el servicio de orden del congreso, entendí lo
que significaba aquel discurso: vaciarse, soltar lastre, entregar el
método, la forma de la acción y algunos objetivos históricos, por el
reconocimiento internacional.
Con la
etapa de Transición a la democracia, el Partido y su siempre leal y
responsable política de Estado, entendió que lo primero era lo primero y
por tanto prioritario. Con ello se volvió a perder algún que otro
principio ideológico y seña de identidad: hay que ser socialista antes
que marxista y socialdemócrata sin República y con monarquía.
Con los
primeros gobiernos socialistas, desaparecida supuestamente la lucha de
clases, comenzó el avance hacia el bienestar: educación para todos,
sanidad universal, prestaciones y derechos sociales; cultura,
inversiones, hospitales y carreteras. Convivir con el «capitalismo»,
construyendo un Estado Social y democrático de Derecho era el objetivo.
Poco a poco, todo se fue frustrando. El bienestar con democracia, no era
lo mismo que el socialismo democrático; el capitalismo estaba intacto y
la ideología socialista en venta. En la última etapa de Rodríguez
Zapatero como secretario general, con la crisis, la ideología se fue a
«los cerros de Úbeda».
Y
llegamos a la actualidad. La ciudadanía se aleja de la política; el
25,1% entiende que la política y los políticos son el problema (Barómetro
CIS junio). El pasado 26 de junio, cerca de
ocho millones de electores, la derecha unida de toda la vida, votó al PP
y cinco millones a Unidos Podemos. El PSOE obtuvo 5.424.709, 120.606
menos que el 20-D. La ciudadanía, elección tras elección, está dando la
espalda al partido socialista. Quizás ha sido el partido quien ha dado
la espalda a sus votantes de siempre. En las generales de 2011, el PSOE
obtuvo 6.973.880 de votos y en 2008, 11.289.335, que se dice pronto. La
derecha tiene todo el poder y hace uso de él para acometer reformas
estructurales que desvirtúan el Estado Social, el Democrático y hasta el
de Derecho y el PSOE sin una oposición firme y diferenciada.
El PSOE ha venido haciendo una política corta, a la zaga de la política
de la derecha, enmendando, proponiendo pactos y acuerdos por
responsabilidad, mal entendida en mi opinión. La crisis económica y
financiera, no ha debido de ser nunca la coartada para hacer lo que el
poder económico exige. No se ha hecho una oposición seria y contundente,
en un frente amplio de izquierdas; no se han dado respuestas a los
nuevos retos que la sociedad demandaba; no se ha dotado de una
organización fuerte, sólida y participativa. No se han defendido los
intereses de quienes tienen que trabajar para poder vivir y los de los
más necesitados socialmente. No se ha presentado un modelo social
diferente y alternativo, por una sociedad justa, en la que la igualdad
sea una realidad y la solidaridad una forma de ser y actuar. Ha habido
demasiada renovación en la historia reciente del partido, perdiendo
paulatinamente las señas de identidad, alejándose de la ideología
socialista, con todas las consecuencias, como fondo y forma de hacer
política. Susana Díaz, ha lamentado que el
PSOE se haya «difuminado» y advierte de que el 26J se han «salvado del
sorpasso por la campana». ¡Ella sabrá!
Los resultados del 26-J han colocado al Partido Socialista ante la
tesitura de adoptar una decisión en las negociaciones para la
investidura del Gobierno. Pedro Sánchez ante el Comité Federal ha
asegurado que de las tres opciones, abstención, voto a favor y voto en
contra
el partido votará contra la investidura de Rajoy.
«Nuestra responsabilidad es liderar la oposición, una oposición útil».
No ha hecho ninguna referencia a cuestiones internas, ni al futuro y
necesario Congreso. Ninguna autocrítica a los peores resultados de la
historia. Parece que al Secretario General le da igual que vuelva a
gobernar el PP y su gran obsesión sigue siendo que Unidos Podemos no lo
haga nunca. Proclamó el fracaso y declive electoral del que llamó
«conglomerado de siglas» de Iglesias. Quien sí hizo autocrítica fue
Eduardo Madina, cargando contra Sánchez: el PSOE «pierde
un voto por minuto desde que Sánchez es secretario general»,
denunció, acusándole de las derrotas del 20D y el 26J, como los «dos
peores resultados» del PSOE. La presidenta andaluza señala que los
socialistas no tienen un «proyecto mayoritario» y afirma que el PSOE «no
ha recogido ni un solo voto» del millón que perdió Unidos Podemos.
Si ha habido unanimidad en el Comité Federal en decir no a Rajoy, aunque
no ha aprobado ninguna resolución que defina cómo hacer compatible ese
rechazo con evitar unas terceras elecciones, quedando abierta la
incógnita sobre qué harán si Rajoy fracasa. Ante ese supuesto, Miquel
Iceta y Pérez Tapias por Izquierda Socialista, coincidieron en que en
ése caso Pedro Sánchez debe pasar a defender una candidatura
alternativa. Lo de excluir la gran coalición y
no obstaculizar un Gobierno en minoría del PP,
como propuso Felipe González, ha quedado, de momento, aparcado. Lo
cierto es que no hay nada peor, que Rajoy y el PP continúe en el
Gobierno, cuya actuación se ha caracterizado por su política represiva,
regresiva, antisocial y corrupta. Si no hay otra opción y no es posible
la formación de un gobierno por la izquierda, terceras elecciones.
Demasiados retos tenemos por delante y hay que tener respuestas
suficientes sobre el desempleo y el empleo precario, el sistema de
pensiones, el sistema educativo, la regeneración democrática y la
eliminación de la corrupción política y económica, la cuestión
territorial y los nacionalismos, la política europea, incluidas las
respuestas al Brexit, a los errores del austericidio y sobre los
refugiados.
Hoy no
milito en el Partido (ni en ningún otro), pero mi función, autoimpuesta,
como socialista, sigue siendo luchar y difundir valores y principios que
identifican la justicia social, la igualdad y la solidaridad. Hoy, como
ayer, sigue siendo algo por lo que merece la pena luchar.