Decíamos
la semana
pasada,
que el mes
de Octubre
nos ha
traído en
la
historia
importantes
revoluciones.
Destacábamos
la Gran
Revolución
de 1917,
que
alumbró la
creación
de la
Unión de
Repúblicas
Socialistas
Soviéticas.
La
revolución
en España,
tuvo
nombre
propio:
Asturies.
Los
obreros de
la
industria
y los
mineros,
tuvieron
un
protagonismo
sobre el
que hoy
todavía se
habla y se
siente. Se
cumplen 83
años de la
insurrección.
«Huelga
revolucionaria»
para la
toma del
poder y
cambiar
las
condiciones
de vida
que
padecían
los
trabajadores.
Se
reprimió
con
brutalidad.
El
acercamiento
entre UGT
y CNT,
llevó a la
convocatoria
de una
huelga
general
indefinida
en 1917,
ante la
injusticia
social y
la
creciente
desigualdad
en España,
«con el
fin de
obligar a
las clases
dominantes
a aquellos
cambios
fundamentales
del
sistema
que
garanticen
al pueblo
el mínimo
de
condiciones
decorosas
de vida y
de
desarrollo
de sus
actividades
emancipadoras»,
declaraba
el
manifiesto
conjunto
del 27 de
marzo.
La huelga
fue un
completo
éxito y el
poder
reaccionó
con una
dura
represión.
Los
miembros
del comité
de huelga
fueron
detenidos
y
condenados
a la pena
de cadena
perpetua.
En las
elecciones
de 1918
fueron
elegidos
diputados
y tras una
campaña
internacional
para su
excarcelación,
fueron
indultados
o quedaron
en
libertad.
La
desafección
hacia el
rey
Alfonso
XIII y
hacia el
sistema,
aumentó
entre
intelectuales
y la clase
obrera y
clase
media.
Avanzaba
la
descomposición
de la
monarquía,
que llevó
a la
dictadura
de Primo
de Rivera
en 1923 y
a la
proclamación
de la
República
en 1931.
En 1933 la
derecha
radical
ganó las
elecciones,
con el
apoyo
parlamentario
de la
Confederación
Española
de
Derechas
Autónomas
(CEDA),
ultraderechista
y
católica.
Comenzaba
el bienio
radical-cedista.
El
gobierno,
inició una
política
de
rectificación de
las
reformas
de los
anteriores
gobiernos
republicano-socialistas;
«todo «en
defensa
del orden
y de la
religión».
Está
política
produjo un
giro
radical en
la
estrategia
del PSOE y
de la UGT,
que
abandonaron
la «vía
parlamentaria»
para
alcanzar
el
socialismo.
Largo
Caballero
es elegido
presidente
del PSOE y
secretario
general de
UGT
y
establece
la nueva
estrategia
en defensa
de la «vía
insurreccional».
Ignorando
el
Proyecto
de bases
se
centrará
en lo que
él llamará
el
«programa
sucinto»
del
movimiento
revolucionario:
«Con el
poder
político
en las
manos
anularemos
los
privilegios
capitalistas
y antes
que
ninguno el
derecho
que les da
explotar a
los
trabajadores».
Alejandro
Lerroux
formó un
nuevo
gobierno,
incorporando
a tres
ministros
de la
CEDA. Ese
mismo día,
4 de
octubre,
el comité
revolucionario
reunido en
Madrid,
tras
contar con
el apoyo
de los
comunistas
y de las
Alianzas
Obreras
(sin el
apoyo de
la CNT),
convoca la
«huelga
general
revolucionaria»
que se
iniciaría
a las «0»
horas del
día
siguiente.
Nuestra
«revolución
de
Octubre»
había
comenzado.
El
gobierno
entregó el
mando
represivo
a Franco,
entonces
gobernador
militar de
Baleares,
quien
moviliza
al Tercio
de
Regulares.
La
represión
se saldó
con más de
mil
muertos y
torturas
de los
detenidos
en manos
de la
guardia
civil.
Miles de
despidos
por su
participación
en la
huelga y
más de
treinta
mil
presos; la
mayoría de
los
dirigentes
implicados
apresados
y se
dictaron
veinte
penas de
muerte,
dos de
ellas
ejecutadas.
La minoría
socialista
en las
Cortes
suspendió
su
actividad
parlamentaria.
Los
procesos
duraron
hasta el
triunfo
del
«Frente
Popular»
en 1936.
Estamos en
octubre,
1934 y en
Asturias.
Al
atardecer
del día 5
«salieron
por todos
los
caminos de
la montaña
emisarios
de los
comités
revolucionarios
anunciando
la huelga
general y
la
sublevación
armada»
(José Díaz
Fernández
en
Octubre
rojo en
Asturias).
El
estallido
de la
revolución
socialista,
una
insurrección
obrera,
prendió en
la cuenca
minera
como en
ningún
otro
sitio.
Comenzaba
el
movimiento
huelguístico
insurreccional
declarad
por el
«Comité
Revolucionario».
En la zona
minera de
León y
Palencia
el poder
obrero
duró
cuatro
días; en
Asturias
hasta el
día 18. El
gobierno
proclamó
el «estado
de guerra»
y envió al
ejército
para
establecer
el orden.
La
insurrección
no
consiguió
su
objetivo
al carecer
de
organización,
armas, y
planificación
política y
militar.
También
faltó la
unión
decidida
de las
fuerzas
proletarias.
El
ochobre
del 34 no
se puede
decir que
fuera una
revolución
derrotada,
sino
abortada.
El grito
de
Asturies
«Uníos,
Hermanos
Proletarios»
(UHP), no
se hizo
realidad
fuera de
la comuna
asturiana,
y la
respuesta
tendríamos
que
buscarla
en las
diversas
estrategias
que
desarrollaron
los partidos
políticos
y las
organizaciones
obreras,
confrontados
a la
prueba de
la
práctica
en su
nivel más
elevado:
la lucha
por el
poder.
El 8 de
octubre,
los
obreros
organizados,
toman la
fábrica de
armas y
dominan
Oviedo.
Las tropas
de López
Ochoa,
fueron
rechazadas
cerca de
Trubia. En
la
madrugada
del 10, el
crucero
«Cervantes»
desembarca
en Gijón a
millares
de
Regulares
de África,
al mando
del
teniente
coronel
Juan Yagüe
que arrasa
Gijón. En
la tarde
del jueves
11, López
Ochoa
−conocido
desde
entones
por
«carnicero
de
Asturias»−
entra en
Oviedo.
Los
socialistas
Peña,
Dutor y
Antuña,
contra la
postura de
comunistas
y
anarquistas,
proponen
una
retirada
organizada.
Se forma
el Segundo
Comité
constituido
por
jóvenes
comunistas.
Se cuenta
que el día
13 de
octubre,
dos
muchachas,
Aída
Lafuente y
Jesusa
Penaos
−militantes
del
comunismo
libertario−,
armadas
con una
ametralladora,
intentan
cerrar el
avance de
los
legionarios
en la cota
de San
Pedro de
los Arcos.
Las tropas
mandados
por el
teniente
ruso-blanco
Iván
Ivanov,
las
remataron
con la
punta de
su
bayoneta.
Los
mineros en
su
retirada
constituyen
el Tercer
Comité
Provincial,
formado
por
socialistas
y
comunistas,
con
participación
de la CNT,
instalándose
en Sama.
Los
mineros de
Oviedo
resisten
48 horas
más. El
día 18,
todo
perdido,
se negocia
la
capitulación:
el Comité
depondrá
las armas
y los
mercenarios
africanos
entraron
en cabeza.
El último
llamamiento
del Comité
Provincial
de
Asturias,
del mismo
día 18
terminaba
así: «Nosotros,
camaradas,
os
recordamos
esta frase
histórica:
Al
proletario
se le
puede
derrotar,
pero jamás
vencer».
Murieron
mil
quinientos
revolucionarios
durante
los
combates y
más de
doscientos
en la
represión.
Los
heridos
fueron más
de dos
mil.
También
entre las
fuerzas
represoras
hubo otros
trescientos
muertos
(según
Julián
Casanova y
Hugh
Thomas,
que
coinciden
en los
datos). En
toda
España
fueron
encarceladas
entre
treinta y
cuarenta
mil
personas,
y miles de
obreros
perdieron
sus
puestos de
trabajo.
La ciudad
de Oviedo
quedó
asolada
por los
incendios,
los
bombardeos
atacantes
y la
dinamita
de los
defensores.
El
gobierno
suspendió
las
garantías
constitucionales;
numerosas
corporaciones
municipales
disueltas,
locales de
sindicatos
y partidos
cerrados y
periódicos
clausurados.
Los
jurados
mixtos
(recién
instaurados
durante el
«bienio
reformista»)
suspendidos.
La
«contrarreforma»
se hizo
más
contundente.
De las 23
penas de
muerte
sentenciadas,
dos fueron
ejecutadas.
Francisco
Ignacio
Taibo, en
un trabajo
de
investigación,
recupera
la épica
revolucionaria
y recoge
las
ilusiones
de una
clase
obrera
desencantada
con el
giro
reaccionario
de la
República,
gobernada
por la
derecha
reaccionaria.
Estas son
algunas de
las
circunstancias
sobre las
posibilidades
de éxito
de la
Revolución:
El aparato
represor
estaba
casi
intacto;
la clase
trabajadora
no estaba
unificada;
dentro del
PSOE
reinaba la
ambigüedad,
entre el
ala
izquierda
liderado
por Largo
Caballero,
que no
rompe los
lazos con
la
posición
intermedia
de Prieto;
el
movimiento
revolucionario
no tiene
un
proyecto
claro;
oscila
entre
detener el
fascismo,
salvar la
República
o hacer la
revolución
social; el
campo no
está
organizado;
no hay una
violencia
creciente,
se produce
un
enfrentamiento
militar,
pero no
hay un
proyecto
insurreccional
y las
armas son
escasas.
Por último
no hay
factor
sorpresa,
puesto que
la fecha
la fija el
«propio
enemigo»,
cuando la
CEDA
ingresa en
el
Gobierno y
el aparato
represor
está
vigilante.
«La
naturaleza
no se
conmueve
con los
dolores de
los
hombres.
Solo se
altera
cuando el
pico
solivianta
los
suelos»
(Jorge M.
Reverte en
La furia y
el
silencio.
Asturias,
primavera
de 1962).
Porque no
fue solo
en 1917 y
1934,
cuando los
mineros y
obreros de
la
industria
asturiana
se
levantaron
contra la
opresión y
la
injusticia.
En 1962 se
produjo la
huelgona,
una
huelga
silenciosa
y
pacífica,
que puso
en jaque
al
gobierno
de Franco.
Comenzó en
La
Nicolasa y
La Camocha
y se
extendió a
otros
puntos de
España.
La lucha
de los
mineros
siempre ha
sido la
lucha de
la clase
trabajadora.