Quienes
vienen
acusando
a
Puigdemont
de
golpista,
se
olvidan
de la
historia
de
España.
Los
siglos
XIX y XX
han sido
prolijos
en
levantamientos
militares.
¡Por
España,
todo por
España!;
pero
bien
sabemos
que la
mayoría
de ellos
se han
ejecutado
por
mantenerse
en el
trono,
seguir
ostentando
el poder
o
conseguirlo.
Los
golpes
de
estado
han
conllevado
una
guerra,
enfrentamiento
armado o
una
dictadura.
Ninguno
se ha
dado
para
favorecer
el
bienestar
ciudadano.
El
último
golpe
conocido
en
España,
se dio
un 23 de
febrero,
hace 36
años.
Antes,
en 1978,
se había
descubierto
un plan
golpista
bajo el
nombre
de
Operación
Galaxia.
Se había
recuperado
la
democracia,
aun
sintiendo
que el
espíritu
de
Franco
seguía
vivo y
el
aparato
de la
dictadura
intacto.
Los
fieles
al
«régimen»
no
podían
permitir
que se
otorgase
la
soberanía
al
pueblo,
que se
legalizara
a los
partidos
políticos,
se
desmontara
el
estado
totalitario
y se
reconociese
el
derecho
al
autogobierno
de
nacionalidades
y
regiones.
Ahora,
estos
mismos,
vuelven
a la
calle
con
banderas,
gritando
por la
unidad y
acusando
de
golpistas
a
quienes
utilizan
las
urnas
para
decidir.
La
extrema
derecha,
que
nunca se
ha ido,
«está
cómoda
con el
discurso
oficial
sobre
Cataluña»
y se
siente
respaldada
por el
Gobierno
en la
confrontación.
Los
golpistas
están en
la
derecha
reaccionaria,
entroncada
en el
Partido
Popular
desde
siempre;
hasta
han
impedido
una
declaración
de
condena
del
Congreso
a las
agresiones
ultraderechistas
en
Valencia,
promovida
por
Compromís
y
apoyada
por el
resto de
fuerzas
en la
cámara.
Desde el
Gobierno
equiparan
el 1-O
por la
república
Catalana,
con un
golpe de
Estado.
El
propio
Mariano
Rajoy en
el
Senado,
vinculó
la
intentona
del
Gobierno
catalán
con «las
peores
dictaduras».
Rafael
Hernando,
no ha
descartado
que
puedan
producirse
detenciones,
por los
«fuertes
delitos»
cometidos
en
Catalunya
y «un
golpe de
Estado».
Los que
critican
el
nacionalismo
catalán
celebran
el
nacionalismo
español.
El
problema
es que
no todos
queremos
la misma
España.
Algunos
no nos
sentimos
orgullosos
de ser
español
es la
acctual.
No me
siento
orgulloso
por los
CIE, por
la
pasividad
ante los
asesinatos
machistas,
por cómo
la
pobreza
se lleva
por
delante
tantas
vidas y
la banca
practica
la usura
legalizada;
y por la
corrupción
política
que nos
ha
saqueado.
«No
somos
unos
delincuentes,
no somos
unos
locos,
ni unos
golpistas»,
dijo el
president
Puigdemont.
Las
demandas
catalanas
siempre
se han
expresado
pacíficamente
a partir
de
mayorías
obtenidas
en las
urnas,
«que han
dicho sí
a la
independencia».
Esto no
se
parece
nada a
un golpe
de
Estado.
Han sido
las
urnas
las que
han
hablado.
Es
cierto
que el
1-O fue
una
consulta
sin
garantías,
pero no
un
«referéndum
ilegal».
La
política
debería
hacer
posible
lo que
parece
imposible.
Repasemos
la
historia
de
España y
conoceremos
como han
sido los
verdaderos
golpes
de
Estado.
Durante
los
siglos
XIX y XX,
se
produjeron
cerca de
doscientos
pronunciamientos
o golpes
de
estado,
encaminados
a
cambiar
por la
fuerza a
reyes,
presidentes
del
gobierno
y
regímenes
políticos;
España y
sus
pronunciamientos
militares
para
salvar a
la
Nación,
a la
Patria o
al Rey.
El Motín
de la
Granja
(1836),
la
Vicalvarada
(1854),
la
Gloriosa
(1868),
golpe de
Pavía
(1874),
El
primer
golpe
militar
del
siglo XX,
lo
ejecutó
Primo de
Rivera
en 1923.
En 1930
la
Sublevación
de Jaca;
en 1932
la
Sanjurjada;
en 1936
el golpe
fascista
contra
la
República,
que
provocó
la
Guerra y
establecimiento
de la
dictadura.
En 1939,
el golpe
de
Casado y
en 1981
el 23-F.
Un Golpe
de
Estado
es una
«Actuación
violenta
y
rápida,
generalmente
por
fuerzas
militares
o
rebeldes,
por la
que un
grupo
determinado
se
apodera
o
intenta
apoderarse
de los
resortes
del
gobierno
de un
Estado,
desplazando
a las
autoridades
existentes».
El
origen
de la
expresión
coup
d’État,
procede
del
París de
siglo
XVIII,
cuando
el Rey
organizaba
motines
contra
el
Estado,
para
refrendar
su
poder,
autoridad
y
deshacerse
de sus
enemigos.
En el
siglo
XIX
fueron
otros
los
estamentos
y
poderes
del
estado
quienes
comenzaron
a
atentar
contra
su
legitimidad.
La
Guerra
de la
Independencia
comenzó
por un
golpe de
Estado.
Napoleón
intentó
romper
la
sucesión
monárquica
de los
Borbones,
para
colocar
a su
hermano
José en
el
trono.
Con el
Pacto de
Bayona
consiguió
que
Carlos
IV
abdicara
en su
hijo
Fernando
VII y
que éste
entregara
la
corona
de
España a
Napoleón.
Fernando
quedó
cautivo
en
Francia.
El 2 de
mayo de
1808, el
pueblo
se
levantó
contra
el
francés
y tras
seis
años de
guerra,
Bonaparte
decidió
restaurar
la
monarquía
borbónica.
Los
Borbones
han
estado
siempre
cerca de
los
golpes
de
Estado.
El
reinado
de
Isabel
II (que
comienza
tras la
muerte
de
Fernando
VII en
1833 y
terminó
con el
triunfo
de la
Revolución
de 1868),
se
caracterizó
por la
lucha
entre
moderados
y
progresistas,
que
nunca
llegaron
a
ponerse
de
acuerdo,
entre
golpes y
contragolpes.
La
Revolución
de 1868,
la
Gloriosa,
había
comenzado
por una
sublevación
militar,
que
supuso
el
destronamiento
y exilio
de la
reina.
Comenzaba
el
Sexenio
Democrático,
que fue
un
intento
de
establecer
un
régimen
político
democrático.
Primero
en forma
de
monarquía
parlamentaria,
durante
el
reinado
de
Amadeo I
de
Saboya
(1871-1873),
y
después
en forma
de
república
(la
Primera
República
1873-1874).
Ninguna
de las
fórmulas
dio
resultado
y otro
golpe de
Estado
hizo su
aparición.
En 1874
se
produjo
el
golpe
del
general
Pavía,
que al
frente
de un
grupo de
Guardias
Civiles,
asaltó
el
Congreso,
disolvió
el
Gobierno,
dando
por
finalizada
la
Primera
República.
El 1 de
diciembre
de 1874,
el
príncipe
en el
exilio
Alfonso
de
Borbón,
firma el
manifiesto
de
Sandhurst,
en el
que
mostraba
su
disposición
para
convertirse
en rey y
partidario
de una
monarquía
parlamentaria.
Dos días
después
de la
publicación
del
manifiesto
en
España,
el
general
Martínez
Campos
realizó
un
levantamiento
militar
en
Sagunto,
proclamando
Rey de
España a
Alfonso
XII.
Cánovas
del
Castillo
asumió
la
regencia
a la
espera
del rey,
lo que
supuso
el
nacimiento
de la
Restauración
borbónica.
En 1923,
el
Capitán
General
de
Cataluña
Miguel
Primo de
Rivera,
dio un
golpe de
Estado.
La
incapacidad
del rey
Alfonso
XIII,
que
apoyó el
golpe, y
la
impopular
Guerra
de
Marruecos
−con el
desastre
de
Annual−,
fueron
el caldo
de
cultivo.
Suspendió
la
Constitución
y se
constituyó
como uno
de los
primeros
regímenes
autoritarios
de
Europa.
Con el
paso del
tiempo
llegó el
descontento
en las
filas
del
Ejército
por las
arbitrariedades
del
dictador.
El
deterioro
económico
y el
descontento
social,
acrecentaron
la
oposición
a la
dictadura,
hasta
que el
28 de
enero de
1930,
Primo de
Rivera
dimitió,
siendo
sustituido
por el
general
Berenguer
y su
Dictablanda.
En 1930,
ante la
inestabilidad
política
y
social,
en Jaca,
se
produjo
una
sublevación
contra
la
monarquía.
Un año
después,
tras la
celebración
de unas
elecciones
municipales,
las
fuerzas
republicanas
ganaron
en las
grandes
ciudades
y el Rey
abdicó,
abandonando
España;
proclamándose
la
Segunda
República.
Durante
la
guerra
provocada
por el
golpe de
Estado
de 1936
(remito
a mis
artículos
sobre el
tema),
se dio
otro
golpe.
El 6 de
marzo de
1939, el
coronel
Segismundo
Casado,
con el
apoyo de
sectores
de todos
los
partidos
y
sindicatos
a
excepción
del
Partido
Comunista,
ejecutó
un
golpe de
Estado
contra
el
presidente
Negrín,
partidario
de
continuar
la
guerra,
con la
esperanza
de que
el
conflicto
se
internacionalizara
tras la
invasión
de
Checoslovaquia
por
Hitler y
ganar
tiempo
para
evacuar
y
exiliar
con
garantía
a la
población
republicana.
Casado
pretendía
negociar
con
Franco
la
rendición,
pero
Franco
venció
sin
haber
aceptado
ni una
sola de
las
condiciones
de
Casado.
A pesar
de la
importancia
histórica
que se
le ha
querido
dar al
golpe de
Estado
del
23-F,
todavía
hay
muchos
puntos
oscuros
sobre
sus
inspiradores,
la
preparación
y su
ejecución.
Todo
parece
que fue
una
farsa
para
favorecer
la
aceptación
de Juan
Carlos
de
Borbón
como rey
y
«consolidar
la
democracia».
En el
famoso
discurso
de la
noche,
que
tanta
popularidad
le dio,
hizo un
llamamiento
a no
alterar
el orden
constitucional.
Años
después,
su
heredero
por la
gracia
de la
monarquía,
dijo
algo
parecido,
sin que
las
circunstancias
sean las
mismas
ni que
en
Catalunya
se haya
dado un
golpe de
Estado.
El
Estado
de las
Autonomías,
fue la
solución
consensuada
en 1978
para
superar
el
«España,
unidad
de
destino
en lo
universal»
y salvar
la
situación
creada
durante
la
República
en
Catalunya,
Euskadi
y
Galicia.
La
derecha
reaccionaria
en el
gobierno,
pretende
dar una
respuesta
utilizando
el
Código
Penal y
medidas
de
excepción,
en lugar
de
permitir
que el
pueblo
hable.
Ahora,
Pedro
Sánchez
anuncia
un
acuerdo
con
Rajoy
para
iniciar
la
reforma
de la
Constitución,
cuando
lo que
es
necesario
es abrir
un
proceso
constituyente
por la
República
y
convocar
el
referéndum
que
Suárez
reconoció
que no
convocó
sobre la
monarquía
por
miedo a
perderlo.
El
desarrollo
del
estado
autonómico,
que
supuestamente
hacía
peligrar
la
unidad
de
España,
se
paralizó
durante
unos
años
tras el
golpe de
Estado
del 23-F,
que sin
triunfar
consiguió
alguno
de sus
objetivos.
Hoy, sin
estar en
la misma
situación,
algunos
califican
la
consulta
del 1-O
de golpe
de
Estado y
no solo
desde el
PP. El
ex
ministro
Corcuera
ha
asegurado
que
desde
hace
mucho
tiempo
los
independentistas
catalanes
«están
tratando
de dar
un golpe
de
Estado».
Por el
contrario,
El Pleno
de
Ayuntamiento
de
Barcelona
entiende
que la
escalada
represiva
del
Estado
español
contra
el
pueblo
catalán
y el
Govern y
ante la
posible
suspensión
de la
autonomía
y de los
derechos
civiles
y
políticos,
califica
de «golpe
de
Estado
encubierto»
la
respuesta
del
Gobierno
al 1-O.
Ni lo
uno ni
lo otro,
sino
todo lo
contrario.
Parece
que no
saben o
no
quieren
reconocer
lo que
ha sido
y lo que
es un
verdadero
golpe de
estado.
El
Estado
está en
crisis y
no va a
resolverse
con la
reforma
de la
Constitución
como han
pactado
Rajoy y
Sánchez.
El
último
discurso
de
Felipe
de
Borbón,
puso en
evidencia
que no
representó
a la
monarquía
Parlamentaria,
sino a
la
monarquía
anterior
a 1978.
El
sistema
político
configurado
en la
Transición,
tiene
los días
contados,
al haber
puesto
por
delante
el
principio
monárquico,
que el
principio
de
legitimación
democrática.
Hay que
abrir un
proceso
constituyente,
que
desemboque
en
un
referéndum
sobre la
monarquía;
aunque
ya oigo
voces
acusando
de
golpismo
la
iniciativa.