Abril
es el mes republicano por excelencia. Ochenta y seis años han
transcurrido desde aquel 1931; y cuando llega el 14 de abril, se
abren los claveles rojos, amarillos y malvas, recordando con
emoción la historia de lo que pudo haber sido y no fue. Setenta y
ocho años desde que el fascismo asesino la fusiló. Antes de llegar
a esos acontecimientos, para hablar de república, tenemos que
remontarnos al 11 de febrero de 1873 y a la proclamación de la
Primera República española.
En septiembre de 1868 se inicia un agitado
período en la historia del siglo XIX español, con el Sexenio
revolucionario (1868-1874). A raíz del pronunciamiento militar que
destronó a Isabel II, se estableció un régimen provisional, con
la Constitución de 1869, la regencia del general Serrano, la
monarquía democrática de Amadeo de Saboya
y tras su abdicación, la Primera República. En los 10 meses que
duró, cuatro fueron sus presidentes: Figueras y Pi y Margall,
Salmerón y Castelar.
Isabel llegó a ser reina de España
(1833-1868) por la abolición de la llamada
ley Sálica. Una operación por la
sucesión, organizada por su padre el «el deseado» o «el rey felón»
Fernando VII. Se había casado con su sobrina, la princesa
napolitana María Cristina de Borbón-Dos Sicilias y pocos meses
después de la boda, Fernando VII hacía pública la Pragmática
Sanción de 1789, asegurando, si por fin tenía descendencia, que
aunque fuera niña, sería su heredera. Mala decisión, que llevó a
España a unas interminables guerras por el trono (1833-1876) que
reivindicaba su hermano Carlos María Isidro, que quedó fuera de la
sucesión, para gran consternación de los absolutistas «carlistas».
«Señores diputados: con Fernando VII murió la monarquía
tradicional; con la fuga de Isabel II, la monarquía parlamentaria,
y con la renuncia de Amadeo, la monarquía democrática. Nadie,
nadie ha acabado con ella. Ha muerto por sí misma. Nadie trae la
República; la traen las circunstancias; la traen una conspiración
de la sociedad, de la Naturaleza, de la Historia. Señores:
saludémosla, como el sol que se levanta por su propia fuerza en el
cielo de nuestra patria», discurso pronunciado por el líder del
partido republicano Emilio Castelar (11 de febrero de 1873), en la
proclamación de la Primera República. La Monarquía daba paso a la
Primera República como algo natural, por la simple sucesión de
acontecimientos favorables y por el mal funcionamiento del régimen
monárquico, alejado de los intereses del pueblo.
«El
partido republicano reivindica la gloria que sería el haber
destruido la monarquía; no os echéis a la cara la responsabilidad
de este momento supremo. No; nadie ha matado. Yo, que tanto he
contribuido a que llegase este momento, debo decir que no siento
en mi conciencia mérito alguno de haber concluido con la
monarquía. La monarquía ha muerto sin que nadie, absolutamente
nadie, haya contribuido a ello, más que la Providencia», terminaba
su intervención Castelar.
Las
Cortes proclamaron la República como forma de gobierno, mediante
una votación de 258 votos a favor y 32 en contra. La República
surgía como una fórmula inédita para aplicar los postulados de la
Revolución de 1868. El Partido Radical y el Partido Republicano
Federal, que eran los dos grupos políticos mayoritarios en las
Cortes, mantenían intereses contrapuestos: de una parte los
radicales, que habían sido monárquicos, defendían una república
unitaria, mientras que los republicanos eran partidarios de un
modelo territorial federal. El preámbulo del Proyecto declaraba:
«La Nación española reunida en Cortes Constituyentes, deseando
asegurar la libertad, cumplir la justicia y realizar el fin humano
á que está llamada en la civilización, decreta y sanciona el
siguiente código Fundamental».
El
Proyecto de Constitución, que definía
España como una República Federal no llegó a promulgarse. Quedaba
integrada por diecisiete Estados, con su propia Constitución, con
órganos legislativos, ejecutivos y judiciales propios: «Artículo
1.º Componen la Nación Española los Estados de Andalucía Alta,
Andalucía Baja, Aragón, Asturias, Baleares, Canarias, Castilla la
Nueva, Castilla la Vieja, Cataluña, Cuba, Extremadura, Galicia,
Murcia, Navarra, Puerto Rico, Valencia, Regiones Vascongadas. Los
Estados podrán conservar las actuales provincias o modificarlas,
según sus necesidades territoriales». La imposibilidad de llegar a
un acuerdo para articular el funcionamiento de los Estados dentro
de la federación, impidió que llegara a buen fin el proyecto.
En el Proyecto, Castelar reflejó su
concepción de la República como la mejor forma para que entraran
cupieran todas las opciones liberales y fuese continuación de los
principios establecidos en la
Constitución de 1869. De hecho, el
Título II del Proyecto, «De los españoles y sus derechos»,
reproduce el Título I. Quedaba separada la Iglesia del Estado y
prohibía a la Nación o Estado federal, a los Estados regionales y
a los Municipios, subvencionar directa o indirectamente ninguna,
aunque en el artículo 34 se reconocía el derecho al ejercicio en
libertad de cualquier culto. Por último, con el artículo 38
quedaban abolidos los títulos de nobleza.
En un
contexto de inestabilidad, los gobiernos republicanos emprendieron
una serie de reformas demandadas por las clases populares. Algunas
medidas se volvieron en contra del propio régimen. Se abolió el
impuesto directo al consumo, que representaban los principales
ingresos, lo que agravó el déficit de Hacienda. Se eliminaron las
quintas, lo que propició el debilitamiento del estado republicano
frente a la insurrección carlista. Se redujo la edad del derecho
al voto a los 21 años, que no consiguió el objetivo de acabar con
el desinterés que mostraban los ciudadanos hacia los temas
políticos. Se decretó la separación de la Iglesia y el Estado, se
dejó de subvencionar a la Iglesia que se puso en su contra. Se
reglamentó el trabajo infantil, prohibiendo emplear a niños de
menos de diez años en fábricas y minas. Se abolió la esclavitud en
Cuba y Puerto Rico.
El
programa reformista se intentó llevar a cabo en un contexto
totalmente adverso. El gobierno republicano tuvo que afrontar
numerosas dificultades y enfrentamientos que determinaron el fin
de la República. Estalló una crisis económica, disturbios sociales
y las huelgas se multiplicaron; la bancarrota estatal se acentuó,
las cotizaciones de las empresas se desplomaron en la Bolsa y la
crisis del proletariado se intensificó.
En un
principio, en las cortes no había mayoría republicana y los
gobiernos tuvieron que hacer frente a diversos acontecimientos
bélicos: La nueva guerra civil carlista, que llegaron a establecer
un gobierno en Estella; las sublevaciones cantonales promovidas
por los republicanos federales que se lanzaron a proclamar
cantones, pequeños estados regionales cuasi independientes;
la resistencia del cantón de Cartagena le convirtió en el símbolo
de este movimiento. La guerra de Cuba que se inició en 1868 tras
una insurrección anticolonial, duró hasta la firma de la Paz de
Zanjón en 1878. Fueron decisivas las conspiraciones militares
alfonsinas entre los mandos del ejército, que al final impusieron
la vuelta de los Borbones en la figura del hijo de Isabel II,
Alfonso XII. Todo supuso hizo que se llevaran por delante a la
República.
Fue
Amadeo I de Saboya el primer rey de España elegido en un
Parlamento, con los votos a favor de 191 diputados, rechazado por
carlistas y republicanos. El presidente de las Cortes, Manuel Ruiz
Zorrilla, declaró: «Queda elegido Rey de los españoles el señor
duque de Aosta». Su reinado fue el preludió de la proclamación de
la Primera República. El hijo de Víctor Manuel II de Italia, se
vio incapaz de resolver los graves conflictos internos de España.
El mismo día que llegó a Madrid, el general Prim, era asesinado en
un atentado en la calle del Truco. Cánovas del Castillo se sumó al
bando de los defensores de Alfonso XII. España atravesaba una
profunda inestabilidad económica y política y pese a la buena
voluntad del rey por conseguir el progreso de España, no se ganó
el afecto de su pueblo. Como consecuencia de todo, Amadeo abdicó
(1873): «Me he percatado de que los verdaderos enemigos de España
son los propios sectores españoles y no agentes externos».
El 29
de diciembre de 1874, el general Martínez Campos se pronunció en
Sagunto a favor de la restauración en el trono de la monarquía
borbónica, comunicándolo por telégrafo al presidente del gobierno
Sagasta y al ministro de la Guerra Francisco Serrano, quien ordenó
no resistir y aceptar la decisión sin protestar. En la sede del
gobierno en Madrid se presentó el capitán general Primo de Rivera,
ordenando la disolución del gobierno. El 31 de diciembre de 1874
se formó el llamado Ministerio-Regencia presidido por Cánovas, a
la espera de que el príncipe Alfonso regresara a España desde
Inglaterra para convertirse en rey.
La
efímera y agitada República, que tras la abdicación de Amadeo de
Saboya, había pretendido cubrir un vacío de poder, no tuvo las
necesarias bases políticas, sociales y económicas que la
sustentaran. El carácter reformista y el proyecto de estructura
federal del Estado no pudieron consolidar un nuevo régimen
político que fue engullido por sus propias tensiones internas
entre centralistas y federales, los problemas económicos, la
sublevación cantonalista y las guerras carlista y cubana.
Todos
los acontecimientos ocurridos durante este periodo de tiempo, no
afectaron significativamente a la vida y las costumbre de los
madrileños, ajenos a la crispación del ambiente político, que
quedaba reflejado con profusión en los periódicos; pero
escasamente en los patios de vecinos. Bastante tenían con
sobrevivir.