No se
habían apagado los ecos de los miles de vítores que proclamaron la
República en la Puerta del Sol, cuando el cielo azul de Madrid se
tiño de humo negro. Comenzaban unos acontecimientos que marcaron
el devenir de la República naciente. El 14 de abril fue uno de los
días más felices de mi vida; Madrid era una fiesta. No hubo
sangre, pero la habría, cuando el general Franco, parte del
ejército, el capital financiero, el fascismo de falange y los
monárquicos dolidos golpearon a la República hasta su muerte.
La
inauguración, en la calle de Alcalá, de un Círculo Monárquico el
10 de mayo, fue considerada por algunos republicanos como una
provocación. La respuesta fue el intento de incendiar los locales
del diario monárquico ABC. Al día siguiente, grupos incontrolados
quemarán algunos edificios de culto de la Iglesia, entre ellos, la
iglesia y residencia de los jesuitas de la calle Flor, cerca de la
Plaza de España.
El 14
de abril llegó la primavera. Los claveles rojos, amarillos y
malvas abiertos, extendían su fragancia al pueblo entusiasmado,
que en oleadas llegaba a la Puerta del Sol, desde todas las calles
y recovecos. ¡Todos a la Puerta del Sol! Las flores en los bucles
negros de las modistillas alegres, con el puño alto por la Gran
Vía, Recoletos, Atocha y Alcalá. Todo lo vi encaramado en un farol
entre Mayor y Arenal. Las banderas tricolores colgaban de los
balcones. Me convertí en un niño republicano; más tarde sería
ayudante de un fusilero miliciano en la Batalla por Madrid. Un
grupo de gente entusiasta se dirigía a la plaza de Ópera: van a
derribar la estatua de Isabel II; allí me fui con ellos.
Durante
los días 10, 11, 12 y 13 de mayo, cuando aún no había transcurrido
un mes desde la proclamación republicana, en Madrid, Valencia,
Alicante, Málaga, Murcia, Cádiz y Sevilla, se produjeron
manifestaciones violentas anticlericales, con asaltos, saqueos e
incendios de iglesias, monasterios y conventos. No tuve en mi mano
ninguna tea, como sí tuve un martillo años después en una huelga
contra la banca en Madrid, en una mañana de cristales rotos. No
quemé ninguna iglesia, pero olí su humo embozado en un pañuelo
rojo.
Cuenta Josep Pla, que en la madrugaba del
domingo 10 de mayo, «surge una palabra que cubre rapidísimamente
la Puerta del Sol. "¡Los conventos! ¡Los conventos!"». Los
jesuitas tenían el convento, llamado de la Flor, cerca de la Gran
Vía y hacia allí se dirigió la multitud.
Los manifestantes haciendo una pira con sillas y bancos, rociada
de petróleo, todo ardió. En las inmediaciones de la Gran Vía, la
gente contempla el espectáculo; yo vi salir bocanadas de humo por
el rosetón de la iglesia.
A
diferencia de casi todos los países del mundo, el Vaticano no
reconoció a la República. Los obispos aconsejaron obediencia a las
autoridades establecidas, pero al mismo tiempo justificaron que no
se las reconociera, alegando que el gobierno se llamaba a sí mismo
«provisional» y que el rey se había marchado sin abdicar. La
Iglesia, que defendía al rey, mantuvo su postura provocativa.
Hasta entonces nadie había molestado a la Iglesia; pero su
beligerancia hizo que la gente recordase que el catolicismo y la
odiada monarquía eran uña y carne, con un mismo destino.
El 6 de
mayo el gobierno había decretad que la asignatura de religión no
sería obligatoria y la Iglesia lo consideró inaceptable. El
Primado de España, cardenal Segura, en una carta pastoral
incendiaria, se refrió a las graves amenazas anárquicas que
amenazaban a España y agradecía al monarca huido por consagrar a
España al Sagrado Corazón de Jesús. Exhortaba a las mujeres a
organizar una cruzada de oraciones y sacrificios para defender a
la Iglesia. La pastoral insinuaba la conveniencia de derrocar al
gobierno mediante la lucha armada. Primer aviso.
Los acontecimientos según el
ministro de la Gobernación se desarrollaron así: Los de la Acción
monárquica independiente habían solicitado permiso para celebrar
una reunión en su local social, que se les ha concedido dentro de
la ley. Poco después de mediodía, un grupo de jóvenes salió de
dicho domicilio social dando gritos de ¡Viva el Rey! y ¡Muera la
República!. Los mecánicos de los taxis que estaban frente a dicho
edificio gritaron ¡Viva la República! y fueron agredidos por los
monárquicos. La gente se arremolinó y formó un grupo compacto, que
en protesta airada quiso asaltar el edifico. El ministerio de la
Gobernación, dio las órdenes necesarias para lograr estas dos
cosas: que el local fuera desalojado sin daño para las personas y
que fueran detenidos los responsables del tumulto.
A las cinco de la tarde, el ministro
de la Gobernación volvió al lugar del suceso y dirigió la palabra
a la muchedumbre, rogándole que se retirase y que dejase a la
Guardia Civil cumplir su cometido de conducir a los detenidos a la
Dirección General de Seguridad. A las tres y media de la tarde una
manifestación numerosa se dirigió al periódico ABC en son de
protesta. Desde las ventanas altas del edificio se hicieron varios
disparos contra la muchedumbre, resultando herido el portero del
número 68 de la calle de Serrano y un muchacho de trece años. El
ministro de la Gobernación requirió al fiscal de la República para
que requiriera del juez un mandamiento judicial para practicar un
registro en ABC y en su caso clausura del local.
Fuerzas de la Guardia civil y
comisarios de la Policía, con el oportuno mandamiento judicial,
fueron a ABC y practicaron el registro, encontrándose algunas
armas. El ministro, amparado por la orden del juez, ha dispuesto
que queden clausurados el periódico y la Redacción y sea detenido
don Juan Ignacio Luca de Tena, quedando a disposición del director
general de Seguridad para indagar sus responsabilidades, no sólo
por lo ocurrido hoy, sino también por la insistente campaña de
provocación y alarma que ese periódico viene realizando.
Durante toda la tarde el público ha
desfilado, para cerciorarse de lo sucedido ante los conventos
incendiados. Por encima de los tejados se divisaban las columnas
de humo que despedían los incendios del colegio de las Maravillas,
en los Cuatro Caminos; del Instituto Católico de la calle de
Alberto Aguilera, de los Carmelitas de Santa Teresa, en la plaza
de España, y el de la Residencia de Jesuitas de la calle de la
Flor.
Pese a aquel
«Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano»
de Manuel Azaña, a las cuatro de la tarde y en vista de que la
fiebre anárquica no remitía, acordaron declarar el estado de
guerra: Artículo 1º. Quedarán
sometidos a la jurisdicción de Guerra: Primero. Los delitos de
rebelión, sedición y todos los demás que afecten al orden público.
Los delitos que se cometan contra la seguridad e integridad de la
Patria; los delitos que se cometan contra la libertad de
contratación y del trabajo; los que se realicen o tiendan a causar
desperfectos en cualquier clase de vías de comunicación
telegráfica y telefónica, circulación de trenes, vehículos de
servicio público o de transporte de mercancías; las personas que
promuevan o asistan a reuniones o manifestaciones no autorizadas;
los que por medio de la imprenta exciten directa o indirectamente
a cometer delitos comprendidos en este bando; Los que tiendan a
impedir el abastecimiento de artículos de primera necesidad; Y
Noveno. Los que maliciosamente causen daños en establecimientos
comerciales o puestos de venta.
El martes 12 de mayo los diarios con grandes titulares informaban
sobre los graves acontecimientos. Solidaridad Obrera, órgano de la
Confederación Regional del Trabajo de Cataluña y portavoz de la
CNT de España, decía: ¡Pueblo!
Las hordas monárquicas atacan la libertad. Defiéndela con energía.
El pueblo de Madrid, con gesto viril rechaza la emboscada. Quema
de numerosos conventos. Se ha declarado el estado de guerra. La
CNT invita al paro general, como protesta ante la ofensiva
reaccionaria.
La
Agrupación al Servicio de la República condenó los hechos: Quemar
conventos e iglesias no demuestra ni verdadero celo republicano ni
espíritu de avanzada, sino más bien un fetichismo primitivo o
criminal que lleva lo mismo a adorar las cosas materiales que a
destruirlas. El diario El Socialista publicó: La reacción ha visto
ya que el pueblo está dispuesto a no tolerar. Han ardido los
conventos: ésa es la respuesta de la demagogia popular a la
demagogia derechista. Y el 15 de mayo: los religiosos disparaban
contra los obreros, utilizando fusiles, bombas de mano y
ametralladoras.
Los
acontecimientos se produjeron al mes de inaugurarse la República y
en la memoria colectiva de muchos católicos quedaron grabados como
el primer asalto contra la Iglesia por parte de la República
laica. Las consecuencias fueron desastrosas para la República,
escribió después Niceto Alcalá-Zamora: le crearon enemigos que no
tenía y mancharon su crédito hasta entonces diáfano e ilimitado.
No se
sabe quién quemó los edificios religiosos que ardieron aquellos
días. La izquierda republicana y los socialistas hablaron de la
existencia de una conspiración monárquica y clerical e
interpretaron los hechos como un aviso para el Gobierno
Provisional sobre su política moderada.
En la semana trágica hubo en Madrid
cuatro corridas de toros en la plaza grande y dos corridas de
novillos en la de Tetuán, con mucha gente en los tendidos. A
medida que pasaban las horas después de la quema, se oía decir que
se había acabado la luna de miel de la República. La primavera de
Madrid había sido magnífica y la quema de los conventos un
espectáculo de los que no se ve todos los días. Se habían
suspendido las garantías constitucionales.