Hace
ochenta y
un año, el
fascismo
dio un
golpe de
estado en
España,
contra la
República
legítimamente
constituida.
Provocó
una guerra
que duró
tres años
y
estableció
una
dictadura
de
cuarenta.
Fueron
asesinadas
y
arrojadas
a fosas
comunes en
cunetas,
caminos o
fuera de
las tapias
de los
cementerios
114.226
personas
que ahí
siguen. Si
se
convocara
un minuto
de
silencio
por las
víctimas
del
franquismo,
estaríamos
en
silencio
79 días, 6
horas y 6
minutos.
Como cada
año,
hago
memoria
sobre lo
que
significó
el golpe
de Estado
del 18 de
julio de
1936, que,
al
fracasar,
dio lugar
a la
Guerra
Civil, que
se
prolongó
hasta
marzo de
1939; y
con la
victoria
de los
llamados
«nacionales»,
una
dictadura
que duró
más de
cuarenta
años. La
conspiración
militar se
puso en
marcha con
la llegada
del
gobierno
de Manuel
Azaña,
tras la
victoria
del Frente
Popular.
En la
calle
estaba
cantado,
en los
despachos
era
conocido y
los
cuarteles
eran un
hervidero
de
conspiradores.
Las
elecciones
de febrero
de 1936
dieron la
victoria
al Frente
Popular,
formado
por los
principales
partidos
republicanos
y de la
izquierda.
El primer
gobierno
de la
República
en 1931,
pretendió
modernizar
el país y
promover
la
justicia
social,
objetivos
que el
gobierno
del Frente
Popular
retomó.
La
situación
en España
cada vez
era más
tensa y se
reflejaba
en las
discusiones
de las
Cortes,
centradas
sobre todo
en el
orden
público.
El 12 de
julio fue
asesinado
el
teniente
Castillo
por grupos
armados de
la derecha
y al día
siguiente
el
diputado
ultraderechista
Calvo
Sotelo,
fue
asesinado
en una
camioneta
de la
Guardia de
Asalto.
Todo
estaba
preparado
desde hace
tiempo y
finalmente,
los días
17 y 18 de
julio,
estalló la
sublevación
militar en
Marruecos.
Desde el
golpe de
estado, en
la guerra
y durante
la
dictadura
franquista,
se
cometieron
crímenes
contra la
humanidad,
un
genocidio
planificado
desde el
Estado,
contra una
parte
mayoritaria
de la
población
que luchó
contra la
sublevación
fascista.
La
desaparición
forzada de
una
persona,
es el peor
delito
contra la
sociedad
que se
puede
cometer.
Se le
detiene
ilegalmente,
se le
tortura,
se le
quita la
vida
después de
haberlo
aterrorizado,
y se hace
desaparecer
su cadáver
para
destrozar
emocionalmente
a su
familia, a
sus amigos
y
compañeros,
dice
Emilio
Silva,
Presidente
de la
Asociación
para la
Recuperación
de la
Memoria
Histórica.
El golpe
de estado
del 36, se
dio contra
la
legitimidad
de la
República.
Políticamente
fue
antidemocrático;
jurídicamente
anticonstitucional;
socialmente
conservador
y
tradicionalista;
espiritualmente
clerical;
ideológicamente
totalitario;
económicamente
capitalista;
militarmente
absolutista;
y
moralmente
inhumano.
El plan
comprendía
una acción
de fuerza
militar,
desde
diferentes
puntos de
España y
África;
una
colaboración
religiosa
y una
acción
social,
que debía
poner en
juego a la
banca, la
judicatura,
la
industria,
y a grupos
políticos
de acción
violenta,
como así
ocurrió.
El brazo
ejecutor
fueron
militares
desleales
a su
juramento
en defensa
de la
República.
Estaban
implicados
falangistas,
monárquicos,
la derecha
conservadora
más
reaccionaria
y la
iglesia
católica,
que habían
oprimido
al pueblo
durante
siglos. No
fue «un
golpe
doméstico»,
sino que
contó con
la Italia
fascista y
la
Alemania
nazi, que
jugaron un
papel
determinante
para el
triunfo
del golpe,
con el
suministro
de dinero
y armas.
El 17 de
julio,
la
insurrección
militar se
inició en
Melilla
y se
extendió
al
conjunto
del
protectorado
de
Marruecos.
El 18 y
19, el
golpe se
extendió
por la
península
y los
archipiélagos.
El golpe
triunfó en
Galicia,
Castilla y
León,
Navarra,
Andalucía
Occidental
y
Baleares,
excepto
Menorca,
con el
general
Goded que
después se
desplazó a
Barcelona
para
ponerse al
frente de
la
insurrección.
En
Canarias,
Franco,
tras
asegurar
el triunfo
del golpe
en el
archipiélago,
se
desplazó a
Marruecos
el día 19
para
ponerse al
frente del
ejército
de África.
La
República
fue
destruida
por un
golpe
militar.
Cada grupo
social y
estamento
rebelde
defendían
sus
propios
intereses.
La
aristocracia
la
conservación
del rango
y los
privilegios;
los
capitalistas
la
libertad
de
explotación
de los
trabajadores
y la
defensa a
ultranza
de la
propiedad;
la iglesia
la
anulación
de las
disposiciones
que habían
mermado
sus
fueros;
los
terratenientes
e
industriales
impedir la
reforma
agraria y
la
intervención
obrera en
las
empresas;
los
militares,
profesionales,
burócratas
y
burgueses,
la
restauración
de un
orden
rígido y
autoritario
que
respetase
las
prebendas.
Los
vencedores
establecieron
una
dictadura
para
perpetuar
sus
intereses
y la
mantuvieron
mediante
la
represión
y la
violación
de los
derechos
humanos.
Los
vientos
internacionales
del
nazismo
soplaban a
favor de
los
sublevados.
En la
larga y
cruel
dictadura
de Franco,
reside
la
excepcionalidad
de la
historia
de España
del siglo
XX.
Fue la
única
dictadura,
junto con
la de
Salazar en
Portugal,
que
sobrevivió
a la
Segunda
Guerra
Mundial.
Muertos
Hitler y
Mussolini,
Franco
siguió
treinta
años más.
El lado
más oscuro
de esa
guerra
civil
europea,
de ese
tiempo de
odios, que
acabó en
1945, tuvo
todavía
larga vida
en España.
(Golpe de
Estado,
guerra
civil y
política
de
exterminio.
Julián
Casanova).
«La
dictadura
franquista
fue una
venganza».
(De La
fosa
borrada
del sur,
documental
de Diego
García
Campos).
Ante el
golpe de
estado, la
República
tenía el
deber de
defender
su
legitimidad
constitucional
y los
intereses
de la
ciudadanía
leal. La
defensa
era
legítima;
el ataque
contra la
razón y la
ley no lo
fueron. Y
hoy la
misma
derecha
reaccionaria,
católica y
caciquil,
siguen sin
querer
reconocerlo.
Quiero
volver a
recordar a
mi abuela
que
fusilaron
en Toledo.
«Antonia
Arrogante
Carretero
(de
profesión
sus
labores)
era
natural de
Cebolla y
murió por
asesinato
el día
28/9/36.
Lugar de
muerte o
condena:
Toledo. TO-227o»
(Asociación
Víctimas
de la
Dictadura).
Vivía en
el
Callejón
de los
Niños
Hermosos,
en la
judería
toledana.
No me
consta que
fueran
«rojos
peligrosos».
Tampoco
las
razones de
los
asesinos
tras la
liberación
de El
Alcázar.
No se
celebró
juicio ni
se declaró
sentencia
de muerte
antes del
«paseo».
Veo la
cara
perpleja y
asustada
de mi
abuela
Antonia y
las caras
de odio de
los
sacadores.
Oigo el
sonido
seco de
las
descargas
de los
fusiles y
el taac,
taac de
los tiros
de gracia
junto a un
paredón en
la vega
del Tajo.
No tengo
en mi
memoria no
odio ni
dolor; sí
un
desprecio
frío y
razonado
hacia
quienes
cometieron
el crimen
y por
quienes lo
ordenaron.
También
siento
desprecio
por
aquellos
que hoy,
cómplices,
siguen sin
reconocer
el
genocidio
franquista
cometido.