«La única
manera de madurarse para el ejercicio de la libertad es caminar dentro
de ella», decía Clara Campoamor, en defensa del sufragio femenino. Fue
el 1 de octubre de 1931, cuando las Cortes aprobaron el derecho de
voto de las mujeres, pero no fue hasta las elecciones generales del 19
de noviembre de 1933, cuando pudieron ejercerlo. Ocurrió que la
izquierda perdió las elecciones; las mujeres ganaron en derechos y la
sociedad en dignidad. La alegría igualitaria duró poco. Tras la Guerra
Civil, llegó la dictadura que extinguió todo vestigio democrático y de
derechos.
En 1948, Naciones Unidas aprobó la
Declaración Universal de los Derechos Humanos.
El artículo 21 declara el derecho de toda persona a participar en el
gobierno de su país directamente o por medio de representantes
libremente elegidos: «La voluntad del pueblo es la base de la
autoridad del poder público» y esa voluntad se expresa en elecciones
periódicas, por sufragio universal, libre igual y secreto. Por su
parte la
Convención sobre los derechos políticos de la mujer
(aprobada por la Asamblea General de la ONU el 20 de diciembre de
1952, adoptada el 31 de marzo de 1953), dispuso (artículo 1): «Las
mujeres tendrán derecho a votar en todas las elecciones en igualdad de
condiciones con los hombres, sin discriminación alguna». La República
española se había adelantado en el tiempo.
El Gobierno
constituido tras la proclamación de la República el 14 de abril, llevó
a cabo una amplia labor legislativa provisional hasta la elección de
las Cortes Constituyentes. Uno de los decretos aprobados en los
primeros momentos fue el de reforma de la ley electoral, aprobada en
mayo de 1931. Uno de los cambios fue establecer el derecho de sufragio
pasivo para las mujeres; podían ser candidatas y elegibles, pero no
podían votar. El sufragio femenino habría de esperar a ser debatido en
las nuevas Cortes.
Muchos de los políticos de la época, temían que
la mujer, tachada de «regresiva» y falta de espíritu crítico, pusiera
en peligro a la joven República. Pese a todo, el 1 de octubre, hace
ochenta y cuatro años, se consagró, por primera vez en la historia
española, el derecho al voto femenino. En los debates parlamentarios,
Clara Campoamor, Victoria Kent y Margarita Nelken −las únicas mujeres
diputadas−,
protagonizaron posturas contrapuestas y debates no exentos de polémica.
«No es cuestión de capacidad, es cuestión de oportunidad para la
República», sostenía Kent, representante del Partido Republicano
Radical Socialista, propugnando aplazar el voto femenino. Campoamor,
en contra de su propio partido, el Republicano Radical, apostó por el
reconocimiento del derecho. Por su parte, Nelken, del Partido
Socialista Obrero Español, se opuso al sufragio femenino, sosteniendo
que la mujer estaba sometida a la voluntad e influencia clerical, y
por tanto carecía de preparación para la acción política.
Para la
mayoría, no era el momento del reconocimiento del voto femenino.
Victoria Kent argumentaba: «No es que con ello merme en lo más mínimo
la capacidad de la mujer. No es cuestión de capacidad; es cuestión de
oportunidad para la República. «Cuando la mujer española se dé cuenta
de que sólo en la República están garantizados los derechos de
ciudadanía de sus hijos, de que sólo la República ha traído a su hogar
el pan que la monarquía no les había dejado, entonces, la mujer será
la más ferviente, la más ardiente defensora de la República» (Julián
Santos, La Constitución de 1931).
La
respuesta de Clara Campoamor, defensora de la concesión inmediata del
derecho al voto a las mujeres fue categórica: «Precisamente porque la
República me importa tanto, entiendo que sería un gravísimo error
político apartar a la mujer del derecho del voto. He visto que a los
actos públicos, acude una concurrencia femenina muy superior a la
masculina, y he visto en los ojos de esas mujeres la esperanza de
redención, he visto el deseo de ayudar a la República, he visto la
pasión y la emoción que ponen en sus ideales». La mujer española,
según Campoamor «espera de la República la redención suya y la
redención del hijo. La única manera de madurarse para el ejercicio de
la libertad y de hacerla accesible a todos, es caminar dentro de
ella».
La
exigencia del derecho de voto universal no era la primera vez que se
debatía en España. Fue en el último cuarto del siglo XIX, cuando se
pretendía ampliar el derecho de voto a los varones que hubiesen
cumplido los 25 años –algo que ya se había intentado en la I
República–. Suponía pasar de un electorado de un 5% de la población
total a un 23 ó 25%. El debate continuó hasta el periodo de Primo de
Rivera, en el que se planteó, dentro de las reformas de la ley
electoral de 1907, considerar electoras a una parte de las mujeres,
que no estuvieran bajo la tutela, patria potestad o autoridad marital.
El
Anuario Facultad de Derecho 2010, en relación al voto femenino
destaca que «en un ambiente tenso», se llegó a la votación definitiva
del artículo 34 de la Constitución. Fue aprobado, nominalmente, por
161 votos a favor y 121 en contra. Votaron a favor el Partido
Socialista (con la destacada excepción de Indalecio Prieto y los
suyos), pequeños núcleos republicanos al servicio de la República
(catalanes, federales, progresistas, galleguistas), y la derecha. En
contra votaron Acción Republicana, el Partidos Radical y el
Radical-Socialista. No votaron 188 Diputados, y estuvo ausente un 60%
de la Cámara. La mujer adquiría, por un escaso margen, la condición de
electora. «Los
ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de veintitrés años, tendrán los
mismos derechos electorales conforme determinen las leyes».
Tras un paréntesis de cuarenta años, con falta de derechos y
libertades, no fue hasta 1976, cuando se recuperó el derecho al
sufragio de las mujeres españolas.
Entre 1931 y 1936,
nueve mujeres fueron diputadas en el Congreso.
En las elecciones a Cortes Constituyentes de junio de 1931 fueron
elegidas: Clara Campoamor y Victoria Kent, del Partido Radical, por
Madrid, y Margarita Nelken, del Partido Socialista, por Badajoz. En
las elecciones de noviembre de 1933 fueron cinco las elegidas:
Margarita Nelken y otras tres candidatas del PSOE (Matilde de la Torre
y Veneranda García Blanco, por Oviedo; María Lejárraga, por Granada) y
una candidata del Partido Agrario, Francisca Bohigas, por León. Cinco
fueron las diputadas elegidas en las elecciones de febrero de 1936:
Margarita Nelken, ctoria Kent, como candidata de Izquierda
Republicana; las socialistas Matilde de la Torre y Julia Álvarez
Resana, por Madrid, y Dolores Ibarruri, del Partido Comunista, por
Oviedo.
Clara Campoamor fue la defensora de la propuesta
de la Comisión constitucional sobre el derecho de voto para las
mujeres frente a su propio partido y frente a las dos únicas
compañeras parlamentarias. Lo hizo con una argumentación plenamente
liberal-democrática y feminista. La República definía el principio de
la igualdad de derechos y la no discriminación por razón de sexo, por
lo que el principal argumento que sostuvo fue el de que no se podía
negar algo que ya se había aprobado. «Si
habéis afirmado ayer la igualdad de derechos, lo que pretendéis ahora
es una igualdad condicional, con lo que no hay tal igualdad».
Los sexos son iguales, por naturaleza, por derecho y por intelecto,
«pero además lo son porque ayer lo declararon ustedes Señores
Diputados».
El 19 de noviembre de 1933, 1.729.793 mujeres
(de un censo -1924- de 6.783.629 de electores), pudieron votar por
primera vez, convirtiéndose en ciudadanas de pleno derecho.
Poco duró la igualdad entre hombres y mujeres. Con la dictadura
se perdieron los derechos, especialmente los de la mujer, que perdió
derechos y poder de decisión, quedando excluida de la política, de la
cultura y del trabajo remunerado.
La imagen de la mujer durante las décadas posteriores fue relegada a
madre, esposa y guardiana del hogar y la familia.
Algunos hoy pretenden recuperar las mala ideas.
Este año se
cumple cuarenta años desde que se celebraron las primeras elecciones
tras la dictadura de Franco. El 15J de 1977, no solo trajo la
posibilidad para el pueblo español de elegir a sus representantes,
sino que supuso la igualdad de la mujer en el ejercicio del derecho al
voto. Por fin se recuperaba la tradición democrática de la Segunda
República. Las mujeres ganaron en derechos y la sociedad en dignidad.