Vemos como
el Gobierno de Pedro Sánchez, viene haciendo propuestas un día,
desdiciéndose al siguiente, según le haya ido la feria en el debate o
las presiones que haya recibido por amigos y enemigos. En ocasiones no
sabemos ni el porqué de los cambios y nos tiene un tanto despistados.
Uno de los últimos ejemplos de cambio de
posición se ha producido en el viaje del Presidente a Canadá. Pedro
Sánchez apoya ahora el CETA. Ha elogiado el Tratado de Libre Comercio
entre la Unión Europea y Canadá, como un modelo a seguir, cuando hace
un año forzó la abstención del PSOE. En ese momento su grupo
parlamentario tuvo diferencias internas en ratificar el acuerdo, por
considerarlo que protegía en exceso a las empresas y a los inversores
en contra de las instituciones y la ciudadanía. Ahora, Pedro Sánchez
ha defendido que el CETA forma parte de una generación de acuerdos
comerciales que deben ser un modelo a seguir,
ya que ofrecen nuevas respuestas para inquietudes tradicionales a
nivel comercial. Lo que vale ahora en el Gobierno, no valió cuando
estaba en la oposición; sin vergüenza torera.
En apenas
tres meses, el Gobierno ha cambiado de criterio sobre diferentes temas
y sin avisar; del Aquarius, al impuesto a la banca, pasando por la
exhumación de Franco. En ocasiones me veo perdido y y no encuentro la
perspectiva de la realidad política en la que se mueve el Gobierno.
Necesita un guión sobre lo que ha dicho y se piensa llevar a cabo y
sobre lo que se ha rectificado y se desecha realizar. Quizá lo que
necesita es un Programa o echar un vistazo al Programa de toda la vida
del PSOE.
Se conocía como
“Programa Máximo” del Partido Socialista Obrero Español,
el que fue aprobado en el año 1880. No se crean, pero pese al tiempo
transcurrido sigue estando vigente en gran medida. Hay que adaptar
algunos términos aquí y allá, darle algún retoque conceptual;
incorporar algunas medidas sociales y medioambientales de actualidad y
tenemos una propuesta de programa para el siglo XXI. En lo
fundamental, intrínsicamente, es totalmente válido.
¿Piensan
qué me he quedado encastillado en la concepción del siglo XIX?, pues
no. En el estricto sentido de lo que quiero decir no estoy anclado en
el pasado, sino todo lo contrario o eso creo. Salvando las distancias
históricas, muchas de las circunstancias de entonces, políticas,
sociales y económicas, siguen estando vigentes y vigente es la
necesidad de cambiarlo todo.
El Programa
al que me refiero no es una antigualla del pasado. Han transcurrido
casi dos siglos y algunas de las reivindicaciones de entonces, se
pueden seguir haciendo hoy. Ha cambiado el modelo social. Ha surgido
la llamada “clase media” y al proletariado se le denomina productor o
trabajador y trabajadora. Pero la clase dominante sigue siendo la
misma de entonces: los que tienen todo y todo lo pueden.
Es cierto
que la esclavitud del siglo XIX (abolida en España en 1865), como la
conocemos por las películas coloniales y de la Norteamérica del Sur,
ha desaparecido. Pero ha surgido otra esclavitud; la de quienes sin
tener nada, lo deben todo; esclavitud intelectual y política, frente
al poder financiero; esclavitud al fin y al cabo con otras
connotaciones económicas, políticas y sociales, teniendo siempre la
libertad como principio.
Los
privilegios de la “burguesía” y del poder político siguen estando tan
vigentes, como vigente están la dominación de los “mercados
financieros” sobre la economía de la ciudadanía y de los propios
Estados. La justicia social, la desigualdad y la solidaridad siguen
siendo proclamas y reivindicaciones necesarias y urgentes de conseguir
para el mayor bienestar y dignidad de hombres y mujeres. En fin, al
buen entendedor le sobra información y elementos de juicio como para
entender que las circunstancias históricas no son las mismas; pero si
lo son determinadas situaciones que hacen que las mujeres y hombres de
hoy, sigamos estando sometidos al poder político y económico.
Necesitamos alternativas para subvertir esa realidad.
Resumiendo,
el Programa en cuestión, aprobado en 1880 decía: Que esta sociedad es
injusta, porque divide a sus miembros en dos clases desiguales y
antagónicas: una la burguesía, que, poseyendo los instrumentos de
trabajo, es la clase dominante; otra, el proletariado, que, no
poseyendo más que su fuerza vital, es la clase dominada. Que la
sujeción económica del proletariado es la causa primera de la
esclavitud en todas sus formas: la miseria social, el envilecimiento
intelectual y la dependencia política. Que los privilegios de la
burguesía están garantizados por el poder político, del cual se vale
para dominar al proletariado.
El Programa
consideraba que la necesidad, la razón y la justicia exigen que la
desigualdad y el antagonismo entre una y otra clase desaparezcan,
reformando o destruyendo el estado social que los produce; y que esto
no puede conseguirse sino transformando la propiedad individual o
corporativa de los instrumentos de trabajo en propiedad común de la
sociedad entera. Para los socialistas de la época, la poderosa palanca
con que el proletariado ha de destruir los obstáculos que a la
transformación de la propiedad se oponen ha de ser el poder político,
del cual se vale la burguesía para impedir la reivindicación de
nuestros derechos.
En aquel
entonces el Partido Socialista declaraba como aspiraciones: La
posesión del poder político por la clase trabajadora; la
transformación de la propiedad individual o corporativa de los
instrumentos de trabajo en propiedad colectiva, social o común; la
organización de la sociedad sobre la base de la federación económica,
el usufructo de los instrumentos de trabajo por las colectividades
obreras, garantizando a todos sus miembros el producto total de su
trabajo, y la enseñanza general científica y especial de cada
profesión a los individuos de uno u otro sexo.
El ideal
socialista de ayer y hoy, es la completa emancipación de la clase
trabajadora; es decir, la abolición de todas las clases sociales y su
conversión en una sola de trabajadores, dueños del fruto de su
trabajo, libres, iguales, honrados e inteligentes.