La Iglesia
católica ha encubierto durante décadas los abusos sexuales cometidos
por sacerdotes. La Sede Apostólica conocía desde 1963 lo que ocurría
en Pensilvania. También en México eran conocidas y denunciadas
públicamente actividades criminales. En Irlanda, un informe ha
identificado a unos 1.000 menores víctimas de abusos. La puta de
Babilonia una vez más ha puesto al descubierto sus crímenes.
Vaya por delante
mi condición de ateo. No creo en ningún ser
sobrenatural, que controle los destinos de los seres vivos en la
Tierra; que imparta castigo o justicia divina. No creo en dios ni en
sus actos ni en sus obras ni en su historia ni en su hijo ni en su
madre ni en todos los santos ni en ninguna paloma santa. Mucho menos
creo en los hombres que dicen representar a ese dios inexistente, que
para mostrar su poder, ha amparado y cometido los mayores crímenes
contra la humanidad. Hubo un tiempo que si creí, pero como dice
Stephen Hawking: «No hay ningún Dios y los milagros no son compatibles
con la ciencia» ni con la razón, máximo atributo del ser humano.
Los
gobernantes de la Iglesia Católica Romana han ocultado
sistemáticamente, consciente y diligentemente los crímenes que
conocían, mientras cargan contra la libertad sexual y los abortos. Un
espanto que produce leer el contenido de los informes sobre crímenes
sexuales de clérigos católicos sobre niños y adolescentes en
Pensilvania, Chile y tantos otros lugares, ahora conocidos y en la
historia por conocer.
La
investigación de Pensilvania, que relata los
abusos sexuales a más de 1.000 menores por más de 300 religiosos
durante siete décadas, revela que desde al menos 1963 el Vaticano
conocía algunos de esos casos y que se mostró tolerante. La Santa Sede
ha mostrado su vergüenza por los abusos criminales en Estados Unidos y
ha señalado que deberían asumirse responsabilidades. No dice nada de
su propia responsabilidad por su silencio cómplice y criminal de
siempre.
Aprovechando estos hechos criminales, voy a dar un repaso a la
institución más nociva que ha tenido la humanidad en su historia, por
sus crímenes, villanías y «pecados». Si la cara es el espejo del alma,
la cara de los dirigentes católicos es de mala gente (sálvense
aquellos dedicados a la justicia social y a ayudar a la gente
necesitada). Lo grave no es lo que dicen, sino cómo, por qué y a
quiénes se dirigen. Controlar las conciencias para su único beneficio
ilegítimo y pedófilo. Su cara es el espejo de su alma podrida.
La
Puta de Babilonia, aparece en el libro
Apocalipsis, como un personaje asociado con el Anticristo y la Bestia
del Apocalipsis, relacionados con el reino de las siete cabezas y diez
cuernos. «Entonces vino uno de los siete Ángeles que llevaban las
siete copas y me habló: Ven, que te voy a mostrar el juicio de la
célebre Ramera, que se sienta sobre grandes aguas. Con ella fornicaron
los reyes de la tierra y sus habitantes se embriagaron con el vino de
su fornicación» (Apocalipsis 17:1-2). En el siglo XVI, en la época de
la Reforma de Lutero, se consideraba a la iglesia católica como la
ramera de Babilonia; lo mismo que antes ya lo hicieran Girolamo
Savonarola, predicado contra el lujo, el lucro, la depravación de los
poderosos y la corrupción de la iglesia católica. También Dante
utiliza la imagen de la Puta en su Infierno, en su crítica a la guía
oficial de Roma.
La palabra Vaticano aparece 45 veces en el
escalofriante informe del gran jurado de Pensilvania,
que destapa una maquinaria de silencio y encubrimiento ante los
excesos de los curas. La Congregación para la Doctrina de la Fe, el
órgano encargado de salvaguardar la correcta doctrina de la Iglesia
católica, es mencionada 14 veces, y la Santa Sede, 11. Según se
desprende del documento de 1.356 páginas, Roma fue informada en
repetidas ocasiones tanto de las agresiones sexuales como del hecho de
que la Iglesia estadounidense estaba encubriendo a curas pederastas.
Al desvelar
los hallazgos de la investigación, el fiscal general de Pensilvania,
advirtió de que los patrones de encubrimiento «se alargan en algunos
casos hasta el Vaticano». La primera vez que aparece mencionado el
Vaticano en el informe es en 1963 y la última en 2015, cuando el papa
Francisco ya estaba al frente de la máxima institución del catolicismo
y se habían prometido reformas contra los abusos. En el caso de 2015,
el Vaticano dio luz verde a una petición de apartar a un cura acusado
de un delito de pornografía infantil. Un año antes, sin embargo, no
puso en apariencia reparos a la decisión de la diócesis de Allentown
de no apartar del sacerdocio a un religioso que, en los años ochenta,
había tocado los genitales de un chico de 13 años.
Se dice
pronto; la Sede Apostólica conocía desde 1963 lo que ocurría en
Pensilvania. En México eran conocidas y denunciadas públicamente las
actividades criminales de Marcial Maciel. En Chile ya hacia lustros
que se denunciaban y ocultaban conductas nefastas de clérigos
criminales sobre menores y jóvenes. El ahora condenado Philip Wilson a
arresto domiciliario por un tribunal criminal australiano, arzobispo
de Adelaida, conocía y callaba sobre hechos similares en su diócesis.
Lo mismo ha ocurrido, sin condena civil aún, con el anterior arzobispo
de Oxaca. Entre 1963 hemos tenido seis pontífices en la llamada sede
de Pedro y sus cientos de cardenales purpurados, lo que muestra la
corrupción generalizada de la Iglesia vaticana.
Se han ido
conociendo hechos criminales en diócesis de Estados Unidos, de
Inglaterra y Escocia, en Francia, Bélgica y Alemania. En Italia,
España y Portugal. En la India, países de África y de América Latina.
Corrupción sexual generalizada de la Iglesia contra la infancia. Es
una autentica vergüenza sostenida desde la idea de sumisión en nombre
de un «su» dios inexistente defensor de la verdad y el amor fraterno.
Hay 16 diócesis norteamericanas que se han declarado en bancarrota
debido al coste elevadísimo de las indemnizaciones a las victimas en
condenas judiciales o como efecto de acuerdos extrajudiciales. Miles
de niños y niñas, de adolescentes, han sido victimas de los crímenes
sexuales de clérigos católicos, hoy detallados en numerosos informes y
sentencias. Victimas de sus sacerdotes católicos que podrían decir,
«desde la infancia he visto malogrados mis más caros anhelos» (poema
Lala Rook de Thomas Moore).
Estamos
ante miles de crímenes sexuales cometidos por clérigos católicos a lo
largo de décadas que han salido a la luz pública gracias al tesón de
las victimas y por la actuación de abogados y magistrados. Mientras
que los gobernantes de la Iglesia Católica Romana ha ocultado
sistemáticamente, consciente y diligentemente tales crímenes que
conocían en muchos caso pormenorizadamente. La Iglesia es cómplice.
La maldad,
la miseria moral, el despreció a la fe, la burla del Evangelio de
Jesús, la utilización del nombre de dios no solo en vano, sino con
mendacidad y sarcasmo, de los que rigen la Iglesia y sabiendo, han
callado, corre pareja a la de los criminales autores de los delitos,
amparados en confesionarios, secretos sacramentales, direcciones
espirituales y cuidados pastorales. Detrás del silencio está el poder
del dinero, de honores, de ideologías de dominio de multitudes y
espacios de poder.
La Puta de
Babilonia, de Fernando Vallejo, no ahorra críticas ni adjetivos a las
tres religiones del libro, «los tres fanatismos semíticos»: el
cristianismo, el judaísmo y el Islam, que albergan en su seno a
fundamentalistas, que no dudan en asesinar a los contrarios a sus
creencias. Vallejo hace la semblanza de algunos personajes que
estuvieron en el entierro del papa Wojtila «papa de la paridera»,
contrario a preservativos, anticonceptivos y aborto. «Veíamos entre la
más alta granujería del planeta, a Bush, a Clinton, a Blair, a Chirac
y Kofi Annan, truhanes archiconocidos que no necesitan presentación».
Si cambiáramos estos nombres, por los actuales que ocupan los mismos
cargos, tendríamos el mismo panorama.
«¡Tú la
teóloga, la misteriosa, la profunda, la recóndita, la que se cree
representante de dios en la tierra y mata en su nombre». Poco más
tengo yo que decir para definirte. La «santa madre iglesia»,
universal, apostólica y romana, la cínica protectora de tantos
pederastas como hay en su seno, la antidemocrática, la del odio y la
agresión, la que va en contra de los Derechos Humanos; la que odia a
las mujeres y abusa de la infancia «dejad que los niños se acerquen a
mi» y aprovecha el poder que ejerce sobre ellos para introducir ideas
retrógradas y perniciosas contra la libertad, los derechos y otras
indecencias. Requiescat in pace.
El
Vaticano dice sentir vergüenza y dolor después de que la Corte Suprema
de Pensilvania publicara el informe que documenta un millar de casos
de abusos sexuales perpetrados por curas. La Santa Sede considera que
«La Iglesia debe aprender duras lecciones de su pasado y debería haber
asunción de responsabilidad tanto por parte de los abusadores como por
parte de los que permitieron que se produjera».
Los escándalos no paran.
El Papa de Roma admite el fracaso de la Iglesia ante los crímenes
repugnantes de abusos en Irlanda. Más de
25.000 menores sufrieron violaciones, tocamientos y castigos por parte
de clérigos en el país, ante la pasividad de las autoridades
eclesiásticas, durante casi un siglo. En su primer discurso en Dublín,
Francisco se compromete a «remediar los errores pasados y adoptar
normas severas, para asegurarse de que no vuelvan a suceder»
La
últimísima: el arzobispo Viganò, ex alto cargo de la Iglesia en EEUU
acusa al Papa de conocer los abusos del cardenal McCarrick, sin
aportar pruebas contra Francisco.
McCarrrick, de 88 años, fue apartado del colegio
cardenalicio tras sus acusaciones de abuso sexual.
El Papa responde a las acusaciones de encubrimiento con una inédita
petición de perdón pública por los abusos sexuales.
«Pedimos perdón por las veces que, como Iglesia, no hemos brindado a
los sobrevivientes de cualquier tipo de abuso, compasión, búsqueda de
justicia y verdad con acciones concretas. Pedimos perdón».
Nada tengo
en contra de Jorge Mario Bergoglio, pero debería hacer algo más que
reconocer que estamos ante delincuentes que deben salir de la Iglesia.
Francisco debe cesarlos de forma inmediata; también debe dimitir de su
cargo de forma definitiva por la responsabilidad histórica que la
Iglesia tiene sobre estos delitos; después de haberla disuelto por el
bien de la humanidad.