En mi
infancia nos asustaban con el Ogro, un monstruo de personalidad
indefinida, que vivía en alguna cueva de paraje desconocido. Siempre
estaba presente como amenaza, para llevarte, comerte o simplemente
asustarte; para que hicieras esto, aquello o dejaras de hacer lo uno
o lo otro. Hoy hemos creado otro monstruo: se llama Sistema y tiene
como objetivo controlar, amedrentar y castigar. Un monstruo
indeseable, avaricioso, cruel y corrupto, que queda representado en
el Sistema de todos los males, institucional, político, judicial y
económico; y lo alimentamos cada cuatro años.
El
Sistema de todos males, se retroalimenta con sus propias
inmundicias. La política se judicializa y la justicia se politiza;
no existe independencia entre poderes. Se adoptan medidas, en muchas
ocasiones, a sabiendas que son contrarias a la ley, rayando la
prevaricación. La corrupción afecta a partidos y a los políticos sin
escrúpulos, que se lucran y benefician, sin vergüenza, en el
ejercicio de representación y gestión de los fondos públicos. Hay
tenemos los casos PP, Bárcenas, Gürtel, Villarejo, de las comisiones
ilegales y la financiación irregular, como culmen de la
desvergüenza.
Las
instituciones pierden su grandeza, al ser utilizadas en beneficio de
aquellos que deberían protegerlas y que han prometido o jurado
defender. La percepción que existe sobre la corrupción política y el
deterioro institucional, van desde la monárquica, hasta el más
pequeño ayuntamiento, pasando por gobiernos autonómicos o el propio
Gobierno de la nación, parlamentos y poder judicial, sin olvidar a
banqueros y empresarios. Monstruo de múltiples cabezas y garras, que
amenaza con destruir todo lo que toca, y la policía a su servicio.
La
separación de poderes, que caracteriza a un estado democrático
moderno, no se produce en la realidad. El parlamento que representa
a la soberanía del pueblo, está supeditado al gobierno. El
parlamento, que elige al presidente, está bajo sus dictados. No hay
independencia, como no la hay con el poder judicial, que está
politizado. El gobierno manda y el pueblo soberano, representado en
el parlamento, obedece; solo se cuenta con él para votar. Hemos
creado un monstruo que identifica sufragio universal con democracia;
cuando democracia es más participación y poder de decisión.
El
imperio de la ley es la seña de identidad del estado de derecho.
Decir que la ley es igual para todos, es otra gran mentira del
Sistema de todos los males. Ni a todos se les aplica con el mismo
rigor ni todos están por debajo de la ley. En el Sistema, el rey
está por encima de la ley, lo dice el propio texto constitucional, y
otros órganos, sin decirse, lo están también. La aplicación de la
ley va a depender de la clase social a la que se pertenezca. Existen
dos varas de medir. La justicia es clasista y castiga más a los que
menos tienen. La democracia se ha degradado.
La
administración de justicia es otro monstruo. Los jueces hacen
cumplir las leyes, con escasos medios y regulares resultados.
¿Cuándo aparecerá un juez que no aplique las leyes injustas? ¿Cuándo
se dará un político que haga leyes justas? El imperio de la ley,
utilizado torticeramente es una trampa. Hay que cumplir la ley,
aplicarlas justamente y hacerlas con criterios de justicia social.
El Sistema, representado por el poder político, beneficia al poder
económico, que es madre y padre del monstruo.
En un
modelo en el que rige una economía social de mercado, se supone que
el mercado manda, ordena y regula las tendencias; y el Estado
corrige las desviaciones, con el objetivo de conseguir, con
solidaridad, el progreso social. El mercado va a lo suyo, y los
gobiernos, que debería impulsar esas medidas correctoras, están
preocupados en fortalecer el sistema financiero, olvidándose de la
economía real que crea riqueza y empleo. De nuevo el monstruo, que
como Saturno, se alimenta de las necesidades y calamidades de la
gente, a quienes tendría que proteger y amparar.
El
Sistema de todos los males, adquiere su propia lógica y entiende que
todo es justo si se hace en su morada; pero lo que es injusto, lo es
por encima de su lógica. Dicen que el sentido personal de justicia,
debe sacrificarse al orden legalmente establecido, aceptando la ley
como es, sin detenerse a pensar, si es justa o es injusta. Y eso no
puede darse en todas las circunstancias. No hay que confundir
legalidad con legitimidad. Ésta no se adquiere por haber conseguido
mayorías absolutas parlamentarias, si las leyes que aprueba son
injustas socialmente, y perjudican a la clase trabajadora y a los
sectores sociales más desfavorecidos. Frente a esta situación cabe
la insubordinación.
Contra la
desesperanza: indignación, protestas, manifestaciones y huelgas; que
son buenos instrumentos para reivindicar los derechos que el Sistema
de todos los males elimina y suspende. Los poderosos se han
apropiado del Sistema.
Para
acabar con este monstruo corrupto y poco democrático, se necesita
una acción contundente y definitiva que destruya a la bestia en su
guarida.