mi opinión

Mis recuerdos y convicciones
sobre aquel 18 de Julio


Tengo mis recuerdos de aquel 18 de julio de 1936 y los mantengo por dignidad. No fue una guerra civil, fue militar, por supuesto y el brazo ejecutor del golpe de Estado fue de militares desleales a su juramento en defensa de la República...


18 de Julio de 2020


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No fue una guerra civil, fue militar, por supuesto y el brazo ejecutor del golpe de Estado fue de militares desleales a su juramento en defensa de la República. La idea principal de estos recuerdos, ya quedó publicada en CuartoPoder en 2014, hoy retomo aquellos acontecimientos, porque siguen estando vivos en mi memoria.

El próximo 22 de julio cumplo setenta y un años y el golpe fascista del 18 de julio de 1936, se perpetró trece años antes de nacer yo. Mis padres y todos los miembros de la familia, que vivieron aquellos acontecimientos han fallecido. La mayoría por muerte natural, salvo mis abuelos paternos, que fueron pasados por las armas de Franco, tras la toma de Toledo. No recuerdo estos hechos por nostalgia, sino por hacer un ejercicio de memoria histórica viva y de dignidad.

La conspiración militar se puso en marcha nada más formarse el gobierno de Azaña, tras la victoria del Frente Popular. En la calle estaba cantado, en los despachos era conocido y los cuarteles eran hervideros de conspiradores. Al gobierno le llegaron noticias sobre lo que se estaba tramando y no actuó con la contundencia debida contra la golpista. Exceso de confianza, errónea valoración política, y la falta de ánimo para abordar la situación llevaron a la tragedia.

El golpe de Estado se dio contra la legitimidad de la República. Políticamente fue antidemocrático; jurídicamente anticonstitucional; socialmente conservador y tradicionalista; espiritualmente clerical; ideológicamente totalitario; económicamente capitalista; militarmente absolutista; y moralmente inhumano. El plan abarcaba todos los sectores y actividades. Comprendía una acción de fuerza militar, desde diferentes puntos de España y África; una colaboración religiosa y una acción social, que debía poner en juego a la banca, la judicatura, la industria, y a grupos políticos de acción violenta. El directorio del general Mola, coordinaría todos los recursos a su alcance: fuerzas militares, ayuda diplomática, financiera, armamento y personal voluntario

El libro Los mitos del 18 de julio (de Ángel Viñas y otros ocho autores, coordinado por Francisco Sánchez Pérez), viene a dar respuesta al revisionismo histórico que hace la derecha, para descalificar a la República y legitimar la rebelión. Según las tesis que defienden sus autores, el brazo ejecutor del golpe fueron militares desleales a su juramento en defensa de la República y los civiles que tenían un papel fundamental para que triunfase. Estaban implicados militares, falangistas, monárquicos, la derecha conservadora más reaccionaria y la iglesia católica, que habían oprimido al pueblo durante siglos. No fue un golpe doméstico, sino que contó con la Italia fascista, quién jugó un papel determinante para el triunfo del golpe, vendiendo y suministrando armas.

La fecha de inicio del golpe de Estado, nada tuvo que ver con el asesinato de Calvo Sotelo. Todo estaba previsto con antelación, ligado a los contratos de compra de armas y al apoyo italiano prometido. En el diseño del plan director no estaba prevista la defensa de la iglesia y del catolicismo ni era un objetivo de motivación. El golpe tampoco pretendía acabar con ninguna insurrección armada en marcha, porque no la había; sino eliminar las reformas abordadas durante el primer bienio republicano (agraria, laboral, militar y de la enseñanza) y defender la unidad de España.

Ninguna organización republicana u obrera tenía el propósito de subvertir el orden constitucional en la primavera de 1936 porque o no querían o no podían. Tampoco había en marcha ninguna intervención de la URSS en España. La política de Stalin, desde 1925, no era de expansión, sino de socialismo en un solo país en la URSS. Antes del golpe, no había un estado de violencia revolucionaria o de terror rojo, no había ninguna dinámica de exterminio ni de liquidación de los enemigos de clase y no se asesinaba a las gentes de orden.

La República no fue un fracaso que conducía inexorablemente a una guerra, sino que fue destruida por un golpe militar, con la connivencia de países extranjeros y que, al no triunfar en buena parte del territorio y en Madrid, se encaminó de forma irremediable a una guerra. Fue la sublevación quien colapsó la administración republicana. La República, durante la guerra, tuvo que enfrentarse a una parte de la izquierda obrera, que entendía que la democracia era irreconciliable con el capitalismo, temiendo que se entregase, pacíficamente al fascismo, como había sucedido en toda Europa.

La pretensión de cada grupo social y estamento rebelde era la defensa de sus propios intereses: la aristocracia pretendía la conservación del rango y los privilegios; los capitalistas, la libertad de explotación de los trabajadores y la defensa a ultranza de la propiedad; la iglesia, la anulación de las disposiciones que habían mermado sus fueros; los terratenientes e industriales, impedir la reforma agraria y la intervención obrera en las empresas; la prensa de derechas, el derecho a crear opinión y defender el negocio; los militares, profesionales, burócratas y burgueses, la restauración de un orden rígido y autoritario que respetase el escalafón, la jerarquía, la antigüedad y las prebendas. Los vencedores establecieron una dictadura para perpetuar esos intereses y la mantuvieron mediante la represión y la violación de los derechos humanos.

No quiero terminar esta reflexión sin recordar a mis abuelos. Cuando fueron fusilados, vivían en Toledo, en el Callejón de los Niños Hermosos, en la judería toledana. No me consta que mis abuelos fueran rojos peligrosos. Tampoco conozco las razones que arguyeron los asesinos para matarlos, tras la liberación de El Alcázar. No se celebró juicio ni se declaró sentencia de muerte antes del paseo criminal. Oigo las botas contra el empedrado, los gritos y empujones, los culatazos de los fusiles sobre sus espaldas. Veo la cara perpleja y asustada de mi abuela Antonia Arrogante, embarazada, y las caras descompuestas por el odio de los asesinos. Oigo el sonido seco de las descargas de los fusiles y el taac, taac de los tiros de gracia junto a un paredón en la vega del Tajo.

No tengo herida abierta ni dolor en mi memoria; pero sí un desprecio frío y razonado contra quienes propiciaron el golpe de Estado, hace ahora ochenta y cuatro años, contra la República. También siento desprecio por quienes hoy siguen justificando aquella barbarie que causó tanta muerte y sufrimiento. Tengo mis recuerdos de aquel 18 de julio de 1936 y los mantengo por dignidad.



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Víctor Arrogante
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