No fue una guerra civil, fue
militar, por supuesto y el
brazo ejecutor del golpe de
Estado fue de militares
desleales a su juramento en
defensa de la República. La
idea principal de estos
recuerdos, ya quedó
publicada en CuartoPoder en
2014, hoy retomo aquellos
acontecimientos, porque
siguen estando vivos en mi
memoria.
El próximo 22 de julio
cumplo setenta y un años y
el golpe fascista del 18 de
julio de 1936, se perpetró
trece años antes de nacer
yo. Mis padres y todos los
miembros de la familia, que
vivieron aquellos
acontecimientos han
fallecido. La mayoría por
muerte natural, salvo mis
abuelos paternos, que fueron
pasados por las armas de
Franco, tras la toma de
Toledo. No recuerdo estos
hechos por nostalgia, sino
por hacer un ejercicio de
memoria histórica viva y de
dignidad.
La conspiración militar se
puso en marcha nada más
formarse el gobierno de
Azaña, tras la victoria del
Frente Popular. En la calle
estaba cantado, en los
despachos era conocido y los
cuarteles eran hervideros de
conspiradores. Al gobierno
le llegaron noticias sobre
lo que se estaba tramando y
no actuó con la contundencia
debida contra la golpista.
Exceso de confianza, errónea
valoración política, y la
falta de ánimo para abordar
la situación llevaron a la
tragedia.
El golpe de Estado se dio
contra la legitimidad de la
República. Políticamente fue
antidemocrático;
jurídicamente
anticonstitucional;
socialmente conservador y
tradicionalista;
espiritualmente clerical;
ideológicamente totalitario;
económicamente capitalista;
militarmente absolutista; y
moralmente inhumano. El plan
abarcaba todos los sectores
y actividades. Comprendía
una acción de fuerza
militar, desde diferentes
puntos de España y África;
una colaboración religiosa y
una acción social, que debía
poner en juego a la banca,
la judicatura, la industria,
y a grupos políticos de
acción violenta. El
directorio del general Mola,
coordinaría todos los
recursos a su alcance:
fuerzas militares, ayuda
diplomática, financiera,
armamento y personal
voluntario
El libro Los mitos del 18 de
julio (de Ángel Viñas y
otros ocho autores,
coordinado por Francisco
Sánchez Pérez), viene a dar
respuesta al revisionismo
histórico que hace la
derecha, para descalificar a
la República y legitimar la
rebelión. Según las tesis
que defienden sus autores,
el brazo ejecutor del golpe
fueron militares desleales a
su juramento en defensa de
la República y los civiles
que tenían un papel
fundamental para que
triunfase. Estaban
implicados militares,
falangistas, monárquicos, la
derecha conservadora más
reaccionaria y la iglesia
católica, que habían
oprimido al pueblo durante
siglos. No fue un golpe
doméstico, sino que contó
con la Italia fascista,
quién jugó un papel
determinante para el triunfo
del golpe, vendiendo y
suministrando armas.
La fecha de inicio del golpe
de Estado, nada tuvo que ver
con el asesinato de Calvo
Sotelo. Todo estaba previsto
con antelación, ligado a los
contratos de compra de armas
y al apoyo italiano
prometido. En el diseño del
plan director no estaba
prevista la defensa de la
iglesia y del catolicismo ni
era un objetivo de
motivación. El golpe tampoco
pretendía acabar con ninguna
insurrección armada en
marcha, porque no la había;
sino eliminar las reformas
abordadas durante el primer
bienio republicano (agraria,
laboral, militar y de la
enseñanza) y defender la
unidad de España.
Ninguna organización
republicana u obrera tenía
el propósito de subvertir el
orden constitucional en la
primavera de 1936 porque o
no querían o no podían.
Tampoco había en marcha
ninguna intervención de la
URSS en España. La política
de Stalin, desde 1925, no
era de expansión, sino de
socialismo en un solo país
en la URSS. Antes del golpe,
no había un estado de
violencia revolucionaria o
de terror rojo, no había
ninguna dinámica de
exterminio ni de liquidación
de los enemigos de clase y
no se asesinaba a las gentes
de orden.
La República no fue un
fracaso que conducía
inexorablemente a una
guerra, sino que fue
destruida por un golpe
militar, con la connivencia
de países extranjeros y que,
al no triunfar en buena
parte del territorio y en
Madrid, se encaminó de forma
irremediable a una guerra.
Fue la sublevación quien
colapsó la administración
republicana. La República,
durante la guerra, tuvo que
enfrentarse a una parte de
la izquierda obrera, que
entendía que la democracia
era irreconciliable con el
capitalismo, temiendo que se
entregase, pacíficamente al
fascismo, como había
sucedido en toda Europa.
La pretensión de cada grupo
social y estamento rebelde
era la defensa de sus
propios intereses: la
aristocracia pretendía la
conservación del rango y los
privilegios; los
capitalistas, la libertad de
explotación de los
trabajadores y la defensa a
ultranza de la propiedad; la
iglesia, la anulación de las
disposiciones que habían
mermado sus fueros; los
terratenientes e
industriales, impedir la
reforma agraria y la
intervención obrera en las
empresas; la prensa de
derechas, el derecho a crear
opinión y defender el
negocio; los militares,
profesionales, burócratas y
burgueses, la restauración
de un orden rígido y
autoritario que respetase el
escalafón, la jerarquía, la
antigüedad y las prebendas.
Los vencedores establecieron
una dictadura para perpetuar
esos intereses y la
mantuvieron mediante la
represión y la violación de
los derechos humanos.
No quiero terminar esta
reflexión sin recordar a mis
abuelos. Cuando fueron
fusilados, vivían en Toledo,
en el Callejón de los Niños
Hermosos, en la judería
toledana. No me consta que
mis abuelos fueran rojos
peligrosos. Tampoco conozco
las razones que arguyeron
los asesinos para matarlos,
tras la liberación de El
Alcázar. No se celebró
juicio ni se declaró
sentencia de muerte antes
del paseo criminal. Oigo las
botas contra el empedrado,
los gritos y empujones, los
culatazos de los fusiles
sobre sus espaldas. Veo la
cara perpleja y asustada de
mi abuela Antonia Arrogante,
embarazada, y las caras
descompuestas por el odio de
los asesinos. Oigo el sonido
seco de las descargas de los
fusiles y el taac, taac
de los tiros de gracia junto
a un paredón en la vega del
Tajo.
No tengo herida abierta ni
dolor en mi memoria; pero sí
un desprecio frío y razonado
contra quienes propiciaron
el golpe de Estado, hace
ahora ochenta y cuatro años,
contra la República. También
siento desprecio por quienes
hoy siguen justificando
aquella barbarie que causó
tanta muerte y sufrimiento.
Tengo mis recuerdos de aquel
18 de julio de 1936 y los
mantengo por dignidad.