Entre los
días 10 al 15 de mayo de 1931, cuando aún no había transcurrido un
mes desde la proclamación republicana, en Madrid, Valencia,
Alicante, Málaga, Murcia, Cádiz y Sevilla, se produjeron
manifestaciones violentas anticlericales, con asaltos, saqueos e
incendios de iglesias, monasterios y conventos. No tuve en mi mano
ninguna tea, como sí tuve un martillo años después en una huelga
contra la banca en Madrid, en una mañana de cristales rotos. No
quemé ninguna iglesia, pero olí su humo embozado en un pañuelo rojo.
A
diferencia de casi todos los países del mundo, el Vaticano no
reconoció a la República que había nacido el 14 de Abril. Los
obispos aconsejaron obediencia a las autoridades establecidas, pero
al mismo tiempo justificaron que no se las reconociera, alegando que
el gobierno se llamaba a sí mismo "provisional" y que el rey se
había marchado sin abdicar. La Iglesia que defendía al rey, mantuvo
su postura provocativa. Hasta entonces nadie había molestado a la
Iglesia; pero su beligerancia hizo que la gente recordase que el
catolicismo y la odiada monarquía eran uña y carne, con un mismo
destino y no era universal.
No se
habían apagado los ecos de los miles de vítores que proclamaron la
República en la Puerta del Sol, cuando el cielo azul de Madrid se
tiño de humo negro. Comenzaban unos acontecimientos que marcaron el
devenir de la República naciente. El 14 de abril fue uno de los días
más felices de mi vida; Madrid era una fiesta. No hubo sangre, pero
la habría, cuando el general Franco, parte del ejército, el capital
financiero, el fascismo de falange y los monárquicos dolidos
golpearon a la República hasta su muerte.
La
inauguración en la calle de Alcalá de un Círculo Monárquico el 10 de
mayo, fue considerada por algunos republicanos como una provocación.
La respuesta fue el intento de incendiar los locales del diario
monárquico ABC. Al día siguiente, grupos incontrolados quemaron
algunos edificios de culto de la Iglesia.
El 14 de
abril llegó la primavera. Los claveles rojos, amarillos y malvas
abiertos, extendían su fragancia al pueblo entusiasmado, que en
oleadas llegaba a la Puerta del Sol, desde todas las calles y
recovecos. ¡Todos a la Puerta del Sol! Las flores en los bucles
negros de las modistillas alegres, con el puño en alto por la Gran
Vía, Recoletos, Atocha y Alcalá. Todo lo vi encaramado en un farol
entre Mayor y Arenal. Las banderas tricolores colgaban de los
balcones. Me convertí en un niño republicano; más tarde sería
ayudante de un fusilero miliciano en la Batalla por Madrid.
Cuenta
Josep Pla, que en la madrugaba del domingo 10 de mayo, surge una
palabra que cubre rapidísimamente la Puerta del Sol. "¡Los
conventos! ¡Los conventos!". Los jesuitas tenían el convento,
llamado de la Flor, cerca de la Gran Vía y hacia allí se dirigió la
multitud. Los manifestantes haciendo una pira con sillas y bancos,
rociada de petróleo, todo ardió. En las inmediaciones de la Gran
Vía, la gente contempla el espectáculo; yo vi salir bocanadas de
humo por el rosetón de la iglesia.
El 6 de
mayo el gobierno había decretad que la asignatura de religión no
sería obligatoria y la Iglesia lo consideró inaceptable. El Primado
de España, cardenal Segura, en una carta pastoral incendiaria, se
refrió a las graves amenazas anárquicas que amenazaban a España y
agradecía al monarca huido por consagrar a España al Sagrado Corazón
de Jesús. Exhortaba a las mujeres a organizar una cruzada de
oraciones y sacrificios para defender a la Iglesia. La pastoral
insinuaba la conveniencia de derrocar al gobierno mediante la lucha
armada. Primer aviso.
Los
acontecimientos según el ministro de la Gobernación se desarrollaron
así: Los de la Acción monárquica independiente habían solicitado
permiso para celebrar una reunión en su local social, que se les
había concedido dentro de la ley. Poco después de mediodía, un grupo
de jóvenes salió dando gritos de ¡Viva el Rey! y ¡Muera la
República! Los taxistas que estaban frente al edificio gritaron
¡Viva la República! y fueron agredidos por los monárquicos. La gente
se arremolinó y formó un grupo compacto, que en protesta airada
quiso asaltar el edifico. El ministerio de la Gobernación dio las
órdenes necesarias para lograr que el local fuera desalojado sin
daño para las personas y que fueran detenidos los responsables del
tumulto.
A las
cinco de la tarde, el ministro de la Gobernación llegó al lugar del
suceso y dirigió la palabra a la muchedumbre, rogándole que se
retirase y que dejase a la Guardia Civil cumplir su cometido de
conducir a los detenidos a la Dirección General de Seguridad. A las
tres y media de la tarde una manifestación numerosa se dirigió al
periódico ABC en son de protesta. Desde las ventanas altas del
edificio se hicieron varios disparos contra la muchedumbre,
resultando herido el portero del número 68 de la calle de Serrano y
un muchacho de trece años. El ministro de la Gobernación requirió al
fiscal de la República para que requiriera del juez un mandamiento
judicial para practicar un registro en ABC y en su caso clausura del
local.
Fuerzas
de la Guardia civil y comisarios de la Policía, con el oportuno
mandamiento judicial fueron a ABC y practicaron el registro,
encontrándose algunas armas. El ministro, amparado por la orden del
juez, dispuso la clausura del periódico y la detención de Juan
Ignacio Luca de Tena, quedando a disposición del director general de
Seguridad para indagar sus responsabilidades, no sólo por lo
ocurrido en ese día, sino por la insistente campaña de provocación y
alarma que ese periódico venía realizando.
Durante
toda la tarde el público desfiló para cerciorarse de lo sucedido
ante los conventos incendiados. Por encima de los tejados se
divisaban las columnas de humo que despedían los incendios del
colegio de las Maravillas, en los Cuatro Caminos; del Instituto
Católico de la calle de Alberto Aguilera, de los Carmelitas de Santa
Teresa, en la plaza de España, así como en la Residencia de Jesuitas
de la calle de la Flor.
Pese a
aquel "Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un
republicano" de Manuel Azaña, a las cuatro de la tarde y en vista de
que la fiebre anárquica no remitía, se acordó declarar el estado de
guerra: Artículo 1º. Quedarán sometidos a la jurisdicción de Guerra:
Primero. Los delitos de rebelión, sedición y todos los demás que
afecten al orden público. Los delitos que se cometan contra la
seguridad e integridad de la Patria; los delitos que se cometan
contra la libertad de contratación y del trabajo; los que se
realicen o tiendan a causar desperfectos en cualquier clase de vías
de comunicación telegráfica y telefónica, circulación de trenes,
vehículos de servicio público o de transporte de mercancías; las
personas que promuevan o asistan a reuniones o manifestaciones no
autorizadas; los que por medio de la imprenta exciten directa o
indirectamente a cometer delitos comprendidos en este bando; Los que
tiendan a impedir el abastecimiento de artículos de primera
necesidad; Y Noveno. Los que maliciosamente causen daños en
establecimientos comerciales o puestos de venta.
El martes
12 de mayo los diarios con grandes titulares informaban sobre los
graves acontecimientos. Solidaridad Obrera, órgano de la
Confederación Regional del Trabajo de Cataluña y portavoz de la CNT
de España, decía: ¡Pueblo! Las hordas monárquicas atacan la
libertad. Defiéndela con energía. El pueblo de Madrid, con gesto
viril rechaza la emboscada. Quema de numerosos conventos. Se ha
declarado el estado de guerra. La CNT invita al paro general, como
protesta ante la ofensiva reaccionaria.
La
Agrupación al Servicio de la República condenó los hechos: Quemar
conventos e iglesias no demuestra ni verdadero celo republicano ni
espíritu de avanzada, sino más bien un fetichismo primitivo o
criminal que lleva lo mismo a adorar las cosas materiales que a
destruirlas. El diario El Socialista publicó: La reacción ha visto
ya que el pueblo está dispuesto a no tolerar. Han ardido los
conventos: ésa es la respuesta de la demagogia popular a la
demagogia derechista. Y el 15 de mayo: los religiosos disparaban
contra los obreros, utilizando fusiles, bombas de mano y
ametralladoras.
Los
acontecimientos se produjeron al mes de inaugurarse la República y
en la memoria colectiva de muchos católicos quedaron grabados como
el primer asalto contra la Iglesia por parte de la República laica.
Las consecuencias fueron desastrosas para la República, escribió
después Niceto Alcalá-Zamora: le crearon enemigos que no tenía y
mancharon su crédito hasta entonces diáfano e ilimitado.
No se
sabe quién quemó los edificios religiosos que ardieron aquellos
días. La izquierda republicana y los socialistas hablaron de la
existencia de una conspiración monárquica y clerical e interpretaron
los hechos como un aviso para el Gobierno Provisional sobre su
política moderada.
En la
semana trágica hubo en Madrid cuatro corridas de toros en la plaza
grande y dos corridas de novillos en la de Tetuán con mucha gente en
los tendidos. A medida que pasaban las horas después de la quema, se
oía decir que se había acabado la luna de miel de la República. Se
habían suspendido las garantías constitucionales.
La
primavera de Madrid había sido magnífica y la quema de los conventos
un espectáculo oscuro de los que no se ve todos los días.