A
mediados de los años 1860, el descontento contra el régimen de
Isabel II era patente y todo se puso en contra para mantener el
régimen monárquico de los Borbones. Los profundos desaciertos en el
Gobierno de la reina, en el trono desde que tenía sólo 3 años, su
complicada vida personal, la camarilla que la rodeaba, la crisis
económica y el autoritarismo y aislamiento político en que terminó,
provocaron una revolución llamada la Gloriosa. La batalla de Alcolea
será el choque clave que provocará la expulsión de España de la
dinastía borbónica. Por diferentes acontecimientos negros de la
historia, volvieron a gobernar y hay siguen.
La batalla sobre el Guadalquivir en Alcolea
resultó decisiva para el rápido éxito de la revolución en España.
Conocido el desenlace de la batalla, el presidente del Gobierno
envió un telegrama a la reina, quien de veraneo en San Sebastián se
aprestaba para retornar a Madrid: "Que
no venga. Ya no hay remedio".
Inmediatamente Isabel II se exilió en Francia. Nunca volvió a pisar
España, ni siquiera cuando reinó su hijo Alfonso XII. Ni una víctima
no militar, ni un fusilamiento de prisioneros, ni una sola
represalia entre los vencidos. Se había producido la última batalla
romántica.
La Revolución se desarrolló en apenas veinte
días, desde su estallido en Cádiz el 18 de septiembre hasta la
formación del Gobierno provisional en Madrid el 8 de octubre,
pasando por la marcha de Isabel II a Francia el 30 de septiembre. La
Gloriosa, si bien se sirvió del apoyo popular para su triunfo,
no fue en realidad una revolución como tal,
sino un movimiento de minorías que se resolvió mediante un golpe
militar. No hubo cambios en la estructura social o económica del
país, pero sí en el sistema político, además de avances en las
libertades recogidos en la Constitución de 1869.
El 18 de
septiembre de 1868, mientras la familia real veraneaba en San
Sebastián, el brigadier Juan Bautista Topete, jefe de la escuadra
concentrada en la bahía de Cádiz, se sublevó a bordo de la fragata
Zaragoza. Le acompañaba el general Prim, líder del Partido
Progresista, que había llegado de incógnito desde el exilio. Al día
siguiente se unió al alzamiento el general Serrano, procedente de
Canarias donde se encontraba desterrado. Los sublevados firmaron el
manifiesto "Viva España con Honra", que exhortaba al alzamiento para
lograr una regeneración social y política del país.
"Sé que lo he hecho muy mal”, dijo Isabel a
Benito Pérez Galdós, "pero
no ha sido mía toda la culpa". Se refería
a los poderosos personajes por los que se había dejado aconsejar
durante todo su reinado: la llamada camarilla, los cortesanos y
militares en los que se apoyó y los políticos de uno y otro bando
que conspiraban para obtener su favor. El general Serrano, se
revolvió contra ella cuando se convirtió en un obstáculo para sus
propios objetivos. En septiembre de 1868, en el curso de unos pocos
días, el reinado de 25 años de Isabel II de España, terminó de forma
abrupta.
Las Cortes Constituyentes redactan una nueva
Constitución aprobada el 1 de junio de 1869.
En sesión extraordinaria de 18 de junio de 1869, nombran Regente del
reino al Presidente del Poder ejecutivo Don Francisco Serrano y
Domínguez, con el tratamiento de Alteza y con todas las atribuciones
que la Constitución concede a la Regencia, menos la de sancionar las
leyes y suspender y disolver las Cortes Constituyentes. La nueva
Constitución estableció la soberanía nacional, el sufragio universal
masculino, la libertad de imprenta, la libertad de enseñanza, el
derecho de asociación o la libertad de cultos. El principio
monárquico contemplado en la Constitución y que excluye a los
Borbones implica la búsqueda de un nuevo rey. En la sesión de Cortes
de 16 de noviembre de 1870 se elige entre los siguientes candidatos:
Amadeo de Saboya, que obtiene 191 votos, la República federal 60, el
Duque de Montpensier 27, Espartero 8, Alfonso de Borbón 2, República
unitaria 2 y en blanco 19 votos.
Tras la Revolución se abrió un periodo
conocido como el
Sexenio Democrático, en los que se tuvo
que hacer frente a dificultades como la Guerra por la independencia
cubana, la Tercera Guerra Carlista o una fuerte conflictividad
social, ya que en aquellos momentos aparece una clara concienciación
de la clase obrera. En seis años se sucedieron distintas formas de
sistemas políticos: el Gobierno provisional (1868-1870), que apoyó
la solución monárquica, el reinado de Amadeo I (1871-1873), la
Primera República (1873-1874), para producirse finalmente la vuelta
de la dinastía Borbón al trono de España en la persona de Alfonso
XII con la Restauración.
A la
llegada de Amadeo a Madrid el 2 de enero de 1871, debe acudir a la
basílica de Atocha en la que se halla el fallecido General Prim, que
había sido su gran valedor, víctima de un atentado el 27 de
diciembre de 1870 en la calle del Turco. A continuación en las
Cortes presta juramento a la Constitución y es proclamado Rey de
España. Su reinado fue breve, dos años y dos meses, e inestable,
dada la alternancia constante de los gobiernos. El 11 de febrero de
1873 renuncia a la corona de España, dando comienzo la Primera
República, en la que se suceden cuatro presidentes: Estanislao
Figueras, Francisco Pi y Margall, Nicolás Salmerón y Emilio
Castelar. En los once meses de su vigencia, tienen que hacer frente
al problema de la insurrección cantonal.
Los últimos años del reinado de Isabel II
estuvieron caracterizados por una profunda crisis y desgaste del
sistema político, con la alternancia en el gobierno de los dos
generales leales a Isabel II: Narváez, líder del Partido Moderado,
de ideología conservadora y O´Donnell, fundador de la Unión Liberal,
con un ideario más moderado. La negativa de Isabel II a que los
progresistas formaran parte del gobierno alentó el
Pacto de Ostende en 1866 por
representantes en el exilio del Partido Progresista y el Partido
Demócrata. En este acuerdo se estipuló el destronamiento de la reina
y la convocatoria de elecciones para decidir la forma de gobierno
del país.
A la
situación política, se sumó una crisis alimentaria: las cosechas
habían sido malas, pero aun así buena parte se destinó a la
exportación para intentar reducir el déficit del Estado: esto
provocó un rápido aumento del precio del trigo y, en consecuencia,
de la harina y el pan; y unido al gran aumento del paro, desencadenó
protestas en las grandes ciudades y el temor de una revuelta
popular. Por otra parte, cualquier intento de tomar medidas
extraordinarias en las Cortes se encontraba bloqueada por el general
Narváez: apodado "el espadón de Loja", defensor a ultranza de la
reina que resolvía los conflictos de manera expeditiva recurriendo
al ejército.
En esas circunstancias, no puede extrañar que
el mismo grito de
¡abajo los Borbones! volviera a resonar en
los últimos días de septiembre de 1868, pero esta vez por toda
España y vociferado por la multitud en un entorno festivo. Los
militares que lideraron la rebelión esgrimían razones políticas y
deseos de renovación del Estado, pero en el trasfondo había una
situación económica muy complicada, el riesgo de una revuelta
popular y las ambiciones personales de sus protagonistas
Mientras
la Corte preparaba las maletas para marchar a través de los Pirineos
hacia el exilio, un ambiente festivo se adueñaba de las grandes
ciudades, con las masas ocupando la Puerta del Sol de Madrid o la
Plaza de Sant Jaume en Barcelona. Los gritos contra los Borbones se
extendían por las calles de toda España, enmarcados por repiques de
campanas, discursos improvisados en las plazas, vestimentas,
retratos y banderas de claro significado político, reediciones de
periódicos que saludaban a la libertad, bullicio en tabernas y cafés
rebosantes, músicas proporcionadas por las bandas militares y
populares y el canto de himnos patrióticos, especialmente el de
Riego.
El
carácter antiborbónico que había adquirido la revolución quedaba
evidenciado en la destrucción de símbolos e imágenes que
representaban a la reina derrocada y su dinastía. Retratos y bustos
de Isabel II fueron quemados y destruidos en muchas ciudades;
calles, plazas y establecimientos borraron de sus nombres cualquier
reminiscencia de la familia real caída en desgracia. "La libertad de
España anda por el mar y ha entrado por sus puertos a hacerse
respetar: decir ¡viva Serrano! sin ningún retintín y ¡fuera los
Borbones! que es canalla ruin. ¡Viva Prim, viva Prim!", decía una
canción que se hizo popular en aquellos días.
La
revolución que pronto sería bautizada como La Gloriosa había
triunfado. España se adentraba en una nueva época cargada de
esperanza y en ella ya no tenían cabida los Borbones. "Cayó para
siempre la raza espuria de los Borbones", escribió en medio de ese
maremágnum una mano anónima en la fachada del Ministerio de
Hacienda. Pocos podían sospechar entonces que volverían y hay están.