He leído
con interés algunos libros sobre economía, con la intención de
entender mejor, lo que está ocurriendo y con mi mejor intención
explicarlo, como si una de mis clases, de aproximación al tema, se
tratara. Jordi Sevilla en su libro «La economía en dos tardes»,
entiende que la economía es el análisis del comportamiento de las
sociedades ante el problema básico de la subsistencia, desde el
punto de vista de la producción, reproducción de bienes y servicios,
relacionando estos elementos, con los recursos naturales escasos.
La
definición clásica de la corriente objetiva o marxista señala que:
«La economía política es la ciencia que estudia las leyes que rigen
la producción, la distribución, la circulación y el consumo de los
bienes materiales que satisfacen necesidades humanas» (Friedrich
Engels). Karl Marx a su vez señala que la economía es «la ciencia
que estudia las relaciones sociales de producción». La filosofía
marxista que se basa en el materialismo histórico, entra a teorizar
sobre el concepto del «valor-trabajo», donde el valor tiene su
origen objetivo, en la cantidad de trabajo que se requiere para
producir los bienes. Desde el materialismo histórico, se concibe el
«capitalismo», como una forma de organización social en un momento
dado de la historia.
Para
algunos, la economía política, nace con Adam Smith; y su pensamiento
económico se entiende tras responder a la pregunta ¿Por qué
funcionan las relaciones económicas de forma equilibrada, en una
sociedad en la que los individuos, solo se preocupan de sus propios
intereses?: gracias a una «mano invisible», que de forma espontánea,
coordina los mercados y sus intereses. La importancia de la «mano
invisible» aumenta, en la medida en que la sociedad se desarrolla y
la división del trabajo se perfecciona. En este orden natural los
gobiernos no deben intervenir, limitándose su actuación a la
seguridad, defender la propiedad privada, administrar justicia y
facilitar bienes públicos (como hacer caminos, por ejemplo). Keynes,
por el contrario, defiende que en momentos de crisis es necesaria la
intervención del estado, para corregir los desequilibrios que el
mercado origina, mediante las políticas fiscales.
Lo cierto
es que la economía estudia, analiza y propone: la forma en que se
fijan precios de bienes y de factores de la producción, como trabajo
y capital; comportamiento de los mercados financieros; consecuencias
de la intervención del estado y su influencia en el mercado;
distribución de la renta, así como proponer métodos de ayuda a la
pobreza sin alterar resultados económicos; influencia del gasto,
impuestos y déficit público en el crecimiento. También estudia el
desarrollo de los ciclos económicos, causas, oscilaciones del
desempleo y producción y cuales son medidas necesarias para el
crecimiento; funcionamiento del comercio internacional; o el
crecimiento de los países en vías de desarrollo. Con todo y con
esto, la mayoría de los economistas, no supieron o no quisieron ver
la que se nos avecinaba; y los que lo anunciaron no fueron oídos, ni
tenidos en cuenta, y todo persiste.
El
término científico del sistema económico actual, cuyo objetivo es
ganar dinero, es «capitalismo», que es el utilizado por los teóricos
marxistas. Sus antagonistas, neoliberales o neoconservadores
prefieren denominarlo «libre mercado» o «economía de mercado».
Palabras que surgen tras una operación de desdramatización
lingüística que, como ha ocurrido con otros términos —burguesía,
proletariado, imperialismo, clases sociales, lucha de clases—, van
cargados de gravedad y memoria histórica y portadoras de ruido
innecesario para lo que el establishment precisa.
Tras el
fracaso de los países comunistas, el modelo económico que querían
representar, la «economía planificada», dejó de ser alternativa al
«capitalismo». Las posiciones fundamentalistas defensoras del
«mercado», se hacen más fuertes y el «pensamiento único» implantado
globalmente. En su sistema todo tiene que ser libre, menos la
conciencia social; todo a disposición de la libre economía, incluso
la dignidad de los trabajadores; todo sometido al libre mercado, sin
normas, ni leyes, salvo cuando sean para su beneficio. ¡Qué el
estado no intervenga!, ya pedirán inversión, capital o rescate
cuando se reduzcan las ganancias. Tras la aplicación salvaje de sus
teorías, se observa su insolidaria perfección, chocando con otros
valores sociales tales como democracia o justicia social. Frente al
clásico dilema entre «eficiencia y equidad o seguridad y libertad»,
escogerán en cada momento lo que más beneficio les ofrezca.
En este
sistema económico, si alguien no compra, alguien no vende, no
obtiene beneficios, por lo que no tiene sentido seguir produciendo y
tampoco mantener el empleo. El objetivo es ganar dinero a costa de
lo que sea y es secundario lo que se venda: si existe demanda
(incluso prostitución, armas o drogas), si crea beneficio y
posibilidad de acumulación de riqueza, todo vale. El sistema de
«capitalismo de casino», alejado del «capitalismo de rostro humano»,
es capaz de alcanzar las mayores cuotas de creación de riqueza, a
costa de la injusticia social, ampliando exponencialmente la
horquilla de las desigualdades sociales.
Hay otro
enfoque posible, en el que ni todo vale, ni todo consiste en ganar
dinero. Con esta visión la producción adquiere una función social.
Este modelo, desde la base de la competencia, combina: la libre
iniciativa, con un progreso social, asegurado por la capacidad
económica. Los valores éticos en los cuales se fundamenta la
economía social de mercado, se centran en principios que guardan
relación con la dignidad humana, el bien común, la solidaridad y la
subsidiaridad, a fin de lograr un sistema económico equilibrado, al
servicio de la calidad de vida de los seres humanos.
La
«economía social de mercado» tiene sus propios principios básicos:
la intervención del estado en el libre mercado, que garantice la
justicia social; la propiedad privada, con función social; la
propiedad privada de los medios, subordinada al principio de destino
universal de los bienes; la plena responsabilidad, en la búsqueda
libre del beneficio económico, guardando valores éticos como el bien
común, la moderación y la responsabilidad ambiental; y el desarrollo
de una política económica, que debe garantizar el bienestar de todos
los actores sociales.
La
Constitución española permite este sistema y el contrario. Proclama
la voluntad de «Promover el progreso de la cultura y de la economía
para asegurar a todos una digna calidad de vida». Dice en su
articulado que «Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos
públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema
tributario justo inspirado en los principios de igualdad y
progresividad». Reconoce el derecho y el deber de todos los
españoles «al trabajo,… y a una remuneración suficiente para
satisfacer sus necesidades y las de su familia», quedando
garantizado por a ley «el derecho a la negociación colectiva
laboral,… así como la fuerza vinculante de los convenios». Mucho se
dice; tanto como se incumple, en la ejecución de medidas económicas
y fiscales.
Pese a
declarar que España se constituye en un «Estado social y democrático
de Derecho» y garantizar en el Preámbulo un orden económico y social
justo, «Se reconoce la libertad de empresa en el marco de la
economía de mercado», en el que «Los poderes públicos garantizan y
protegen su ejercicio y la defensa de la productividad, de acuerdo
con las exigencias de la economía general y, en su caso, de la
planificación». Como vemos, el modelo teórico se desarrolla en un
«Estado social», en el marco de la «economía de mercado»; y en la
realidad observamos como los gobiernos se acercan al mercado,
alejándose de lo social.
En el
título VII «Economía y Hacienda» se dice que «Toda la riqueza del
país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está
subordinada al interés general». El Estado, mediante ley «podrá
planificar la actividad económica general para atender a las
necesidades colectivas, equilibrar y armonizar el desarrollo
regional y sectorial y estimular el crecimiento de la renta y de la
riqueza y su más justa distribución». Escrito está; y habría que
blindar alguno de estos principios, para que ningún gobierno de
turno, ataque de forma obstinada, con sus reformas antisociales, los
intereses de las personas, frente a los de la banca. Como podemos
entender, todo puede ser diferente y otra política es posible, como
defender una economía de oferta, sustentada en la innovación
tecnológica, la educación y la distribución de la renta (Antonio
Miguel Carmona).
En la
historia, el «capitalismo» ha evolucionado a través de tres fases:
la comercial, en la que el dinero desempeñaba el papel de mercancía
para los intercambios de otras mercancías. La financiera, en la que
el dinero cambia de función, para ser una reserva de valor, que
utiliza la producción y el intercambio de mercancías, para crear más
dinero. La fase de «capitalismo de casino», es el de la
desregulación, los derivados y la innovación financiera y
tecnológica; y funciona según el esquema de puro intercambio de
dinero, desvinculado del comercio de mercancías y de la producción;
facilitando el crédito excesivo y creando burbujas especulativas.
Con el estallido de la última burbuja en 2008, se inició la crisis
actual, idóneo momento que utilizan para los ajustes necesarios,
para la protección del sistema capitalista globalizado del libre
mercado.
Las
teorías y relaciones en la economía mundial mucho han cambiado, pero
en el fondo está casi todo inventado. Son tres los pensadores
filósofos que hoy siguen marcando tendencia: Smith, Marx y Keynes.
Para Adam
Smith la «división del trabajo» es la principal fuente de
crecimiento y desarrollo de un país. Pone el ejemplo de una fábrica
de alfileres, para explicar que si cada trabajador se especializa en
una parte del proceso de fabricación, se consigue una producción
mayor y con ello el crecimiento. Defendía, que gracias al egoísmo de
los particulares (conseguir el máximo beneficio), se logra el
bienestar general. Muchos siguen defendiendo ese postulado; pero la
realidad es otra: el sistema permite el máximo beneficio y
acumulación de capital, sin prestar atención a las necesidades
básicas de «sus semejantes».
Después
del hundimiento de los países llamados comunistas y de su «economía
planificada», hay que seguir teniendo en cuenta los análisis y
teorías de Karl Marx. La escuela económica marxista abarca una
teoría económica, otra sociológica, un método filosófico y una
visión revolucionaria de cambio social. Marx dice que en el «sistema
capitalista», la riqueza es la que determina la posición social y el
poder (contrario a como ocurría en el feudalismo). Esto supone que
la acumulación de capital de unos, responde a la explotación de
otros y a su pauperización o empobrecimiento. La estructura social
económica, se convierte en el corazón del entramado social; el
Estado es el garante de la propiedad privada de los medios de
producción y ésta motor del crecimiento, provocando necesariamente
desigualdades sociales.
Para
Marx, el capitalismo se sustenta en la existencia de dos clases
cuyos intereses son contradictorios: una es dueña de los medios de
producción, los burgueses; y la otra únicamente de su fuerza de
trabajo, los proletarios. Burguesía y proletariado enfrentados en
una «lucha de clases». Según Marx, el conflicto no es nuevo; en la
historia siempre han existido enfrentamientos: esclavos contra
hombres libres, siervos contra señores; grupos antagónicos con
intereses contrapuestos, donde las relaciones económicas están
basadas en la explotación.
En mi
opinión, el nuevo capitalismo se sustenta del beneficio que generan
diferentes fuentes: Con la especulación financiera —huyendo de las
empresas productivas y la deslocalización—, pagan los trabajadores,
explotación y eliminando de derechos; Con los rescates y las quitas
—preferentes, corralitos y demás—, pagan los clientes de los bancos;
Con la exigencia a los gobiernos de recortes en gastos sociales y
servicios públicos, paga la ciudadanía en general. Trabajadores,
clientes y ciudadanía, que son los mismos, tríplemente explotados.
Un enorme
desempleo azotó a los años treinta del pasado siglo. La economía
clásica planteaba que, tratándose de una cuestión puntual, se
ajustaría automáticamente, bajando los salarios. Y aparece John
Maynard Keynes, discrepando de los clásicos: «el equilibrio de la
economía, no puede ser a costa de un alto nivel de desempleo». La
teoría «keynesiana», fue la respuesta dada a la «Gran Depresión» de
1929. Su obra «Teoría general del empleo, el interés y el dinero»
(1936) dice que en momentos de crisis, con el paro creciendo e
incertidumbres sobre el futuro, con menos ingresos, los particulares
ahorran por temor y precaución; y al no correr el dinero, se agudiza
el ciclo bajista. Por esta razón, en momentos de depresión
económica, hace falta que el Estado intervenga con la «Política
Fiscal» para «desatascar» la economía.
Tres
visiones, complementarias algunas, en tres épocas distintas, que
ayudan a entender los problemas de funcionamiento del modelo
económico que hoy impera: «el capitalismo»