mi opinión

Lecciones rápidas de economía


Karl Marx señala que la economía es «la ciencia que estudia las relaciones sociales de producción». Desde el materialismo histórico, se concibe el «capitalismo», como una forma de organización social en un momento dado de la historia...


15 de Enero de 2022



He leído con interés algunos libros sobre economía, con la intención de entender mejor, lo que está ocurriendo y con mi mejor intención explicarlo, como si una de mis clases, de aproximación al tema, se tratara. Jordi Sevilla en su libro «La economía en dos tardes», entiende que la economía es el análisis del comportamiento de las sociedades ante el problema básico de la subsistencia, desde el punto de vista de la producción, reproducción de bienes y servicios, relacionando estos elementos, con los recursos naturales escasos.

La definición clásica de la corriente objetiva o marxista señala que: «La economía política es la ciencia que estudia las leyes que rigen la producción, la distribución, la circulación y el consumo de los bienes materiales que satisfacen necesidades humanas» (Friedrich Engels). Karl Marx a su vez señala que la economía es «la ciencia que estudia las relaciones sociales de producción». La filosofía marxista que se basa en el materialismo histórico, entra a teorizar sobre el concepto del «valor-trabajo», donde el valor tiene su origen objetivo, en la cantidad de trabajo que se requiere para producir los bienes. Desde el materialismo histórico, se concibe el «capitalismo», como una forma de organización social en un momento dado de la historia.

Para algunos, la economía política, nace con Adam Smith; y su pensamiento económico se entiende tras responder a la pregunta ¿Por qué funcionan las relaciones económicas de forma equilibrada, en una sociedad en la que los individuos, solo se preocupan de sus propios intereses?: gracias a una «mano invisible», que de forma espontánea, coordina los mercados y sus intereses. La importancia de la «mano invisible» aumenta, en la medida en que la sociedad se desarrolla y la división del trabajo se perfecciona. En este orden natural los gobiernos no deben intervenir, limitándose su actuación a la seguridad, defender la propiedad privada, administrar justicia y facilitar bienes públicos (como hacer caminos, por ejemplo). Keynes, por el contrario, defiende que en momentos de crisis es necesaria la intervención del estado, para corregir los desequilibrios que el mercado origina, mediante las políticas fiscales.

Lo cierto es que la economía estudia, analiza y propone: la forma en que se fijan precios de bienes y de factores de la producción, como trabajo y capital; comportamiento de los mercados financieros; consecuencias de la intervención del estado y su influencia en el mercado; distribución de la renta, así como proponer métodos de ayuda a la pobreza sin alterar resultados económicos; influencia del gasto, impuestos y déficit público en el crecimiento. También estudia el desarrollo de los ciclos económicos, causas, oscilaciones del desempleo y producción y cuales son medidas necesarias para el crecimiento; funcionamiento del comercio internacional; o el crecimiento de los países en vías de desarrollo. Con todo y con esto, la mayoría de los economistas, no supieron o no quisieron ver la que se nos avecinaba; y los que lo anunciaron no fueron oídos, ni tenidos en cuenta, y todo persiste.

El término científico del sistema económico actual, cuyo objetivo es ganar dinero, es «capitalismo», que es el utilizado por los teóricos marxistas. Sus antagonistas, neoliberales o neoconservadores prefieren denominarlo «libre mercado» o «economía de mercado». Palabras que surgen tras una operación de desdramatización lingüística que, como ha ocurrido con otros términos —burguesía, proletariado, imperialismo, clases sociales, lucha de clases—, van cargados de gravedad y memoria histórica y portadoras de ruido innecesario para lo que el establishment precisa.

Tras el fracaso de los países comunistas, el modelo económico que querían representar, la «economía planificada», dejó de ser alternativa al «capitalismo». Las posiciones fundamentalistas defensoras del «mercado», se hacen más fuertes y el «pensamiento único» implantado globalmente. En su sistema todo tiene que ser libre, menos la conciencia social; todo a disposición de la libre economía, incluso la dignidad de los trabajadores; todo sometido al libre mercado, sin normas, ni leyes, salvo cuando sean para su beneficio. ¡Qué el estado no intervenga!, ya pedirán inversión, capital o rescate cuando se reduzcan las ganancias. Tras la aplicación salvaje de sus teorías, se observa su insolidaria perfección, chocando con otros valores sociales tales como democracia o justicia social. Frente al clásico dilema entre «eficiencia y equidad o seguridad y libertad», escogerán en cada momento lo que más beneficio les ofrezca.

En este sistema económico, si alguien no compra, alguien no vende, no obtiene beneficios, por lo que no tiene sentido seguir produciendo y tampoco mantener el empleo. El objetivo es ganar dinero a costa de lo que sea y es secundario lo que se venda: si existe demanda (incluso prostitución, armas o drogas), si crea beneficio y posibilidad de acumulación de riqueza, todo vale. El sistema de «capitalismo de casino», alejado del «capitalismo de rostro humano», es capaz de alcanzar las mayores cuotas de creación de riqueza, a costa de la injusticia social, ampliando exponencialmente la horquilla de las desigualdades sociales.

Hay otro enfoque posible, en el que ni todo vale, ni todo consiste en ganar dinero. Con esta visión la producción adquiere una función social. Este modelo, desde la base de la competencia, combina: la libre iniciativa, con un progreso social, asegurado por la capacidad económica. Los valores éticos en los cuales se fundamenta la economía social de mercado, se centran en principios que guardan relación con la dignidad humana, el bien común, la solidaridad y la subsidiaridad, a fin de lograr un sistema económico equilibrado, al servicio de la calidad de vida de los seres humanos.

La «economía social de mercado» tiene sus propios principios básicos: la intervención del estado en el libre mercado, que garantice la justicia social; la propiedad privada, con función social; la propiedad privada de los medios, subordinada al principio de destino universal de los bienes; la plena responsabilidad, en la búsqueda libre del beneficio económico, guardando valores éticos como el bien común, la moderación y la responsabilidad ambiental; y el desarrollo de una política económica, que debe garantizar el bienestar de todos los actores sociales.

La Constitución española permite este sistema y el contrario. Proclama la voluntad de «Promover el progreso de la cultura y de la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida». Dice en su articulado que «Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad». Reconoce el derecho y el deber de todos los españoles «al trabajo,… y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia», quedando garantizado por a ley «el derecho a la negociación colectiva laboral,… así como la fuerza vinculante de los convenios». Mucho se dice; tanto como se incumple, en la ejecución de medidas económicas y fiscales.

Pese a declarar que España se constituye en un «Estado social y democrático de Derecho» y garantizar en el Preámbulo un orden económico y social justo, «Se reconoce la libertad de empresa en el marco de la economía de mercado», en el que «Los poderes públicos garantizan y protegen su ejercicio y la defensa de la productividad, de acuerdo con las exigencias de la economía general y, en su caso, de la planificación». Como vemos, el modelo teórico se desarrolla en un «Estado social», en el marco de la «economía de mercado»; y en la realidad observamos como los gobiernos se acercan al mercado, alejándose de lo social.

En el título VII «Economía y Hacienda» se dice que «Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general». El Estado, mediante ley «podrá planificar la actividad económica general para atender a las necesidades colectivas, equilibrar y armonizar el desarrollo regional y sectorial y estimular el crecimiento de la renta y de la riqueza y su más justa distribución». Escrito está; y habría que blindar alguno de estos principios, para que ningún gobierno de turno, ataque de forma obstinada, con sus reformas antisociales, los intereses de las personas, frente a los de la banca. Como podemos entender, todo puede ser diferente y otra política es posible, como defender una economía de oferta, sustentada en la innovación tecnológica, la educación y la distribución de la renta (Antonio Miguel Carmona).

En la historia, el «capitalismo» ha evolucionado a través de tres fases: la comercial, en la que el dinero desempeñaba el papel de mercancía para los intercambios de otras mercancías. La financiera, en la que el dinero cambia de función, para ser una reserva de valor, que utiliza la producción y el intercambio de mercancías, para crear más dinero. La fase de «capitalismo de casino», es el de la desregulación, los derivados y la innovación financiera y tecnológica; y funciona según el esquema de puro intercambio de dinero, desvinculado del comercio de mercancías y de la producción; facilitando el crédito excesivo y creando burbujas especulativas. Con el estallido de la última burbuja en 2008, se inició la crisis actual, idóneo momento que utilizan para los ajustes necesarios, para la protección del sistema capitalista globalizado del libre mercado.

Las teorías y relaciones en la economía mundial mucho han cambiado, pero en el fondo está casi todo inventado. Son tres los pensadores filósofos que hoy siguen marcando tendencia: Smith, Marx y Keynes.

Para Adam Smith la «división del trabajo» es la principal fuente de crecimiento y desarrollo de un país. Pone el ejemplo de una fábrica de alfileres, para explicar que si cada trabajador se especializa en una parte del proceso de fabricación, se consigue una producción mayor y con ello el crecimiento. Defendía, que gracias al egoísmo de los particulares (conseguir el máximo beneficio), se logra el bienestar general. Muchos siguen defendiendo ese postulado; pero la realidad es otra: el sistema permite el máximo beneficio y acumulación de capital, sin prestar atención a las necesidades básicas de «sus semejantes».

Después del hundimiento de los países llamados comunistas y de su «economía planificada», hay que seguir teniendo en cuenta los análisis y teorías de Karl Marx. La escuela económica marxista abarca una teoría económica, otra sociológica, un método filosófico y una visión revolucionaria de cambio social. Marx dice que en el «sistema capitalista», la riqueza es la que determina la posición social y el poder (contrario a como ocurría en el feudalismo). Esto supone que la acumulación de capital de unos, responde a la explotación de otros y a su pauperización o empobrecimiento. La estructura social económica, se convierte en el corazón del entramado social; el Estado es el garante de la propiedad privada de los medios de producción y ésta motor del crecimiento, provocando necesariamente desigualdades sociales.

Para Marx, el capitalismo se sustenta en la existencia de dos clases cuyos intereses son contradictorios: una es dueña de los medios de producción, los burgueses; y la otra únicamente de su fuerza de trabajo, los proletarios. Burguesía y proletariado enfrentados en una «lucha de clases». Según Marx, el conflicto no es nuevo; en la historia siempre han existido enfrentamientos: esclavos contra hombres libres, siervos contra señores; grupos antagónicos con intereses contrapuestos, donde las relaciones económicas están basadas en la explotación.

En mi opinión, el nuevo capitalismo se sustenta del beneficio que generan diferentes fuentes: Con la especulación financiera —huyendo de las empresas productivas y la deslocalización—, pagan los trabajadores, explotación y eliminando de derechos; Con los rescates y las quitas —preferentes, corralitos y demás—, pagan los clientes de los bancos; Con la exigencia a los gobiernos de recortes en gastos sociales y servicios públicos, paga la ciudadanía en general. Trabajadores, clientes y ciudadanía, que son los mismos, tríplemente explotados.

Un enorme desempleo azotó a los años treinta del pasado siglo. La economía clásica planteaba que, tratándose de una cuestión puntual, se ajustaría automáticamente, bajando los salarios. Y aparece John Maynard Keynes, discrepando de los clásicos: «el equilibrio de la economía, no puede ser a costa de un alto nivel de desempleo». La teoría «keynesiana», fue la respuesta dada a la «Gran Depresión» de 1929. Su obra «Teoría general del empleo, el interés y el dinero» (1936) dice que en momentos de crisis, con el paro creciendo e incertidumbres sobre el futuro, con menos ingresos, los particulares ahorran por temor y precaución; y al no correr el dinero, se agudiza el ciclo bajista. Por esta razón, en momentos de depresión económica, hace falta que el Estado intervenga con la «Política Fiscal» para «desatascar» la economía.

Tres visiones, complementarias algunas, en tres épocas distintas, que ayudan a entender los problemas de funcionamiento del modelo económico que hoy impera: «el capitalismo»


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Víctor Arrogante
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