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   Golpe de Estado que cambio el rumbo de la Transición

 

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> En el abrazo del Oso - 23F y fin de la Transición

 

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Que se desclasifiquen
los documentos secretos del 23-F

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"Para Suárez estaba claro que el alma del 23-F era el rey". La afirmación pertenece a Pilar Urbano, autora de La gran desmemoria, el libro en el que la periodista y escritora acusa al monarca de estar al corriente de la llamada Operación Armada

   

> La opacidad que consagra una ley franquista
impide saber todo lo que ocurrió

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23-F: Las 18 horas que España
no puede olvidar. Público

Luis Gonzalo Segura
23-F (23-E): cuando el Rey y cinco pistoleros asesinaron a la democracia

David Torres.
Quieto todo el mundo


> 23-F de 1981. Golpe de Estado

> 35 años después,
¿dónde están hoy sus protagonistas?


> Manual de instrucciones
para después de un golpe

Luis Gómez
20 de noviembre 2015


 

23-F: 35 años después,
¿dónde están hoy sus protagonistas?

Se cumple el 35 aniversario del intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981, una fecha que recuerdan todos los que la vivieron e, incluso, lo que hicieron durante las 18 horas que el Congreso estuvo secuestrado.

Público - EFE

Mañana se cumple el 35 aniversario del intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981, una fecha que recuerdan todos los que la vivieron e, incluso, lo que hicieron durante las 18 horas que el Congreso estuvo secuestrado. La mayoría de los personajes claves de aquella jornada histórica han desaparecido de la escena política o han fallecido, pero cuando llega la fecha aún rememoran lo acaecido aquel día, a pesar de la fragilidad de memoria que tienen los españoles con los sucesos políticos.

A 18.23 horas, el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero irrumpió al frente de 200 guardias civiles en el hemiciclo, donde se votaba la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo. Tejero, sentenciado a 30 años de prisión por un delito de rebelión militar, fue el último de los condenados en salir de la cárcel, en la que permaneció quince años y nueve meses, y es de los pocos golpista que continúa vivo.

Jaime Milans del Bosch, capitán general de la II Región Militar, que impuso el estado de excepción en Valencia, el general de división del Ejército de Tierra, Alfonso Armada y el Jefe del Estado Mayor de la División Acorazada Brunete, José Ignacio San Martín, son algunos de los ya fallecidos.

El presidente en funciones en ese momento, Adolfo Suárez, y el que iba a ser investido también han muerto, así como otros protagonistas: el secretario general de la Casa de Su Majestad el Rey, Sabino Fernández Campo, el vicepresidente del Gobierno y teniente general del Ejército, Manuel Gutiérrez Mellado, el secretario del PCE y único diputado que permaneció sentado, Santiago Carrillo, o el presidente de Alianza Popular, Manuel Fraga.

El presidente en funciones en ese momento, Adolfo Suárez, y el que iba a ser investido también han muerto, así como otros protagonistas

Cuando media España oyó en la radio o vio la televisión la irrupción de Tejero en el Salón de Plenos y su grito de "todos al suelo", el presidente del Congreso era Landelino Lavilla y llamaba a votar al diputado socialista Manuel Núñez Encabo.

Todo el mundo recuerda a Gutiérrez Mellado, que se fue hacia ellos y fue zarandeado por Tejero, mientras varias ráfagas de subfusiles acribillaron la cúpula del hemiciclo y Suárez intentaba socorrerle. Horas después, tres escuadrones con blindados ocupaban las instalaciones de RTVE en Prado del Rey, por lo que TVE no informa sobre lo que ocurría y Radio Nacional sólo emitía música, hasta que a las 21.00 los militares se retiran.

Poco antes, Tejero ordena la salida del hemiciclo y los recluye en diversas dependencias del Congreso a Suárez, Gutiérrez Mellado, el entonces ministro de Defensa, Agustín Rodríguez Sahagún, el secretario general del PSOE, Felipe González, Santiago Carrillo y el vicesecretario de los socialistas, Alfonso Guerra.

A la 01.14 horas, el Rey Don Juan Carlos, con uniforme de capitán general, dirige un mensaje a los españoles a través de la radio y la televisión, en el que ordena el mantenimiento del orden constitucional. Poco caso hizo el comandante de infantería Ricardo Pardo Zancada, que acude, posteriormente, al Congreso y se suma al golpe con 113 hombres de la Policía Militar de la Brunete.

No obstante, la suerte está echada, desde las 10.30 del día 24, una decena de guardias civiles comienza a entregarse a la Policía Militar y en torno a mediodía salen el Gobierno, los diputados y los periodistas encerrados. Sobre las 12.30 horas Tejero se entrega y abandona el Congreso junto a los guardias civiles implicados en el asalto

Treinta años después de lo sucedido, el Congreso publicó un acta con los pormenores de lo ocurrido, escrita por los cuatro secretarios de la Mesa

Treinta años después de lo sucedido, el Congreso publicó un acta con los pormenores de lo ocurrido, escrita por los cuatro secretarios de la Mesa a petición de Lavilla, quien se ofreció a Tejero esa madrugada para quedarse hasta el final, dada la calma que existía fuera del Congreso y permitiera salir a los demás.

Heridos y evacuados

Los héroes y antihéroes de aquella jornada están muy presentes en la memoria colectiva, pero quizás no recuerden tanto que dejó algunos heridos y evacuados. Ocho diputados -Fernando Sagaseta, Asunción Cruañes, Gabriel Cisneros, José Antonio Trilla, Faustino Múñoz, José Rodríguez, Francisco Javier Sanz y Francisco Vázquez- recibieron asistencia por parte de los también diputados y doctores Donato Fuejo y Carlos Gila, así como por la médico Carmen Echave, que estaba en la tribuna de invitados y atendió a varios de ellos.

De los heridos, Cruañes, Muñoz, Rodríguez, Vázquez y Cisneros fueron conducidos a centros hospitalarios

Además, ella salió del Congreso a por medicinas y volvió con información para los diputados. Los lesionados sufrieron contusiones o heridas a causa del tiroteo inicial, del rebote de los casquillos o del desprendimiento de cristales y escayola.

De los heridos, Cruañes, Muñoz, Rodríguez, Vázquez y Cisneros fueron conducidos a centros hospitalarios, aunque éste, después de ser asistido por primera vez, se incorporó a su escaño y fue desalojado de nuevo por sentirse indispuesto otra vez. El senador David Pérez Puga también fue desalojado, mientras que el diputado Jesús Aizpun se negó, pese a que padecía afecciones cardiacas.

También tuvieron que ser atendidos tres invitados, que sufrieron cortes o contusiones en el tiroteo inicial. Precisamente con los tiros y su número ha habido polémica en estos años, ya que algunos han desaparecido y otros han aparecido debido a las diversas obras que se han practicado en el Palacio.

En las del verano de 2013 "desaparecieron" cinco impactos, pero se descubrieron otros ocho, lo que viene a ser una ráfaga de metralleta de los hombres de Tejero. Los técnicos del Congreso señalaron que había ocho tiros de más y constataron que ya no estaban diez de los impactos originales.

En un detallado informe fechado en diciembre de 1981, el arquitecto conservador del Congreso contabilizaba 37 impactos, ahora quedan 35, entre ellos, esos ocho que no se conocían hasta ese verano. La respuesta a esa "perdida" sería las sucesivas obras que se han llevado a cabo en el hemiciclo en esos años, ya que desde 1988 se han acometido importantes remodelaciones del Salón de Plenos.

Fuente: Público

 

La opacidad que consagra una ley franquista impide saber todo lo que ocurrió

 

o   La Ley de Secretos, de 1968, no prevé la desclasificación periódica de archivos ni la existencia de listados sobre qué documentos permanecen ocultos ni por cuánto tiempo

o   Los expertos piden una reforma de esta norma que pondere el presunto daño a la seguridad del Estado frente al interés público del acceso a la información

 

La documentación oficial de la investigación judicial que se llevó a cabo para esclarecer el golpe de Estado promovido por el teniente coronel Antonio Tejero se encuentra bajo secreto. Y así seguirá, si no es desclasificada antes, hasta el año 2031.

Una ley aprobada en la época de Franco impide conocer con exactitud qué pasó en uno de los momentos claves desde la reinstauración de la democracia en España. Se trata de la Ley de Secretos Oficiales, aprobada en 1968. Desde entonces esta norma sólo fue modificada una vez –y de forma parcial– en 1978, antes de la aprobación de la Constitución. En su artículo 2, esta ley establece que son "materias clasificadas" los asuntos, documentos o informaciones "cuyo conocimiento por personas no autorizadas pueda dañar o poner en riesgo la seguridad y defensa del Estado". Esas materias, a su vez, son calificadas de secretas o reservadas según el grado de protección que requieran.

La competencia sobre quién puede dictar esa reserva recae únicamente sobre dos instituciones: el Consejo de Ministros y el Estado Mayor de la Defensa. Además, los ministerios de Defensa, Exteriores e Interior también gozan de esa potestad siempre que haya un acuerdo previo del Ejecutivo. Pero lo "grave", tal y como explica a infoLibre Carlos Sanz, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid, es que no existen listados sobre qué documentos están clasificados ni por cuánto tiempo.

Es decir, es imposible saber qué documentos reservados del 23-F serían susceptibles de desclasificación. "Hay suposiciones sobre información que puede haber existido pero su existencia no se puede demostrar. Por ejemplo se cree que puede haber grabadas centenares de horas de conversaciones mantenidas aquel día entre el Congreso y el exterior, tal y como han asegurado periodistas de investigación, pero no hay certeza de ello. Es un primer obstáculo a la hora de hacer cualquier demanda de información", señala Sanz.

Este historiador alude a la proposición no de ley que el grupo de Izquierda Plural presentó en el Congreso durante la pasada legislatura y en la que pedía la desclasificación de todos los documentos y grabaciones de las conversaciones telefónicas en poder del Estado, incluidos los servicios de inteligencia, relacionados con ese momento de la historia de España. "Pero el primer escollo es que ni siquiera un grupo parlamentario puede hacer una relación de los documentos a desclasificar", se queja Sanz.

Acceso a la información

La legislación española tampoco prevé el establecimiento de mecanismos por los que los ciudadanos puedan pedir la desclasificación de los secretos, una cuestión que consagran los convenios europeos de transparencia y de garantía en el acceso a la información que España ha rubricado pero a los que no da cumplimiento. Otra anomalía es la no existencia de mecanismos automáticos de desclasificación como sí hay en otros países, tal y como denuncia Susana Sánchez Ferro, profesora de Derecho Constitucional en la Universidad Autónoma de Madrid.

Pero hay más. Sánchez Ferro apunta como otra deficiencia de la situación española la no existencia de un sistema en el que se pondere el daño que se puede hacer a la seguridad del Estado frente al interés público del acceso a esa información. "La realidad es que prácticamente todo puede ser clasificado y el único control que existe es el de la Comisión de Gastos Reservados, conocida como de secretos oficiales. Sin embargo, hay tal cantidad de información que se puede clasificar que es complicado que los diputados la puedan analizar con detenimiento".

Por eso, respecto al 23-F, Sánchez Ferro considera que se debería tener en cuenta si ese supuesto riesgo a la seguridad del Estado que justifica el mantenimiento en secreto de documentos relacionados con ese acontecimiento es "actual". "Mucha de esa información tiene un interés histórico evidente y podría desclasificarse perfectamente manteniendo a la sombra cuestiones como las fuentes, los confidentes, los medios de trabajo de los servicios de inteligencia... El problema es que como no hay mecanismos de revisión automática ni sistemática de los documentos clasificados se produce una acumulación que hace que sea complicado y costoso acceder a esa desclasificación".

Ley de Transparencia

Hace dos años, un libro publicado por la periodista Pilar Urbano en el que esta acusaba al rey Juan Carlos I de estar al corriente de la llamada Operación Armada, cuya meta habría sido poner a este general en la presidencia de un gobierno de concentración cuyo vicepresidente era Felipe González, volvió a poner el foco en la opacidad que rodea al 23-F. El programa Salvados de LaSexta también denunció a través de un falso documental lo poco que se conoce de forma clara todavía sobre este hecho. Sin embargo, poco ha cambiado desde entonces.

La Ley de Transparencia, que entró en vigor a finales de 2014, aborda de una manera tangencial y regresiva este controvertido asunto. De hecho, en su artículo 14 detalla que el derecho al acceso a la información "podrá ser limitado cuando acceder a la información suponga un perjuicio para la seguridad nacional, la defensa, las relaciones exteriores, la seguridad pública, […] los intereses económicos y comerciales, la política económica y monetaria […], la garantía de la confidencialidad o el secreto requerido en procesos de toma de decisión, o la protección del medio ambiente". No precisa, no obstante, en qué circunstancias está restringido el acceso a estas materias reservadas.

El problema, según Sánchez Ferro, es que el ítem es "muy amplio" y "no concreta el perjuicio". Es decir, da igual que ese daño sea leve o grave, basta con que la autoridad entienda que hay un perjuicio para que se deniegue el acceso. Y una vez denegado el particular tiene que acceder a los tribunales –que han sido tradicionalmente muy garantistas– para que intentar que se le facilite el acceso a esa información. Esta experta sí valora que la Ley de Transparencia establezca la posibilidad de clasificar documentos sólo de forma parcial, algo que era imposible hasta su aprobación.

Fuente: Elena Herrera infoLibre

 

23-F de 1981. Golpe de Estado

 

El golpe de Estado de 1981 en España, también conocido como 23F fue un golpe de Estado perpetrado el 23 de febrero por algunos mandos militares.

Los episodios centrales fueron el asalto al Palacio de las Cortes por un numeroso grupo de guardias civiles a cuyo mando se encontraba el teniente coronel Antonio Tejero, durante la sesión de votación para la investidura del candidato a la presidencia del Gobierno, Leopoldo Calvo-Sotelo, de la Unión de Centro Democrático, y la ocupación militar de la ciudad de Valencia en virtud del estado de excepción proclamado por el capitán general de la III Región Militar Jaime Miláns del Bosch.


Antecedentes

El golpe de Estado de 1981 se encuentra estrechamente relacionado con los acontecimientos vividos durante la Transición Española. Cuatro elementos generaron una tensión permanente, que el gobierno de UCD no logró contener: los problemas derivados de la crisis económica, las dificultades para articular una nueva organización territorial del Estado, las acciones terroristas protagonizadas por ETA y la resistencia de ciertos sectores del ejército a aceptar un sistema democrático.ç


Operación Galaxia

Los primeros síntomas de malestar en el ejército aparecieron en abril de 1977, cuando con motivo de la legalización del PCE, el día 9 de ese mismo mes, Sábado Santo, dimitió el almirante Pita da Veiga, ministro de Marina, y el Consejo Superior del Ejército emitió una nota en la que manifestaba su disconformidad con dicha legalización, aunque la acatase. En noviembre de 1978 tuvo lugar la desarticulación de la Operación Galaxia, una intentona golpista por la cual su principal responsable, Antonio Tejero, fue condenado a siete meses de prisión.


Crisis

Mientras crece la voluntad golpista en sectores del ejército y de la extrema derecha, el gobierno progresa en el inicio de la década hacia una profunda crisis, que durante 1980 se volverá cada vez más insostenible. Entre los principales acontecimientos destacan la dimisión del ministro de Cultura, Manuel Clavero, el 15 de enero, la remodelación del gobierno el 3 de mayo, la moción de censura presentada contra Adolfo Suárez por parte del PSOE los días 28-30 de mayo, la dimisión el 22 de julio del vicepresidente del Gobierno, Fernando Abril Martorell, que produce una nueva remodelación en septiembre, y la elección en octubre de Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón como portavoz del grupo parlamentario centrista, candidato alternativo al oficial (Santiago Rodríguez-Miranda) promovido por Suárez.


Dimisión de Suárez

La debilidad creciente de Suárez en el seno de su propio partido propicia la presentación de su dimisión como presidente del Gobierno y de UCD el 29 de enero de 1981, en una intervención televisiva, tras la cual los acontecimientos se precipitan. El 1 de febrero, el Colectivo "Almendros" publica en El Alcázar un artículo claramente golpista; del 2 al 4 de febrero, los reyes viajan al País Vasco y visitan la Casa de Juntas de Guernica, donde los diputados de Herri Batasuna les reciben con un fuerte abucheo y varios incidentes, y el 6 de febrero aparece asesinado el ingeniero de la central nuclear de Lemóniz, José María Ryan, secuestrado unos días antes, mientras se sigue sin noticias de otro industrial secuestrado, Luis Suñer.

En medio de este tenso clima, se ponen en marcha los procesos de sustitución de Suárez. Entre los días 6 y 9 de febrero tiene también lugar el II Congreso de UCD en Mallorca, donde el partido aparece descompuesto y es elegido como presidente Agustín Rodríguez Sahagún, y el día 10, Leopoldo Calvo-Sotelo es nombrado candidato a presidente del Gobierno.


Artículo de Emilio Romero

El periodista Emilio Romero Gómez publicó días antes del golpe un artículo en el diario ABC en el que criticaba duramente al dimitido Adolfo Suárez, defendía la necesidad de 'un golpe de timón' y proponía al general (posteriormente implicado en el golpe) Alfonso Armada como posible candidato a Presidente del Gobierno.


Sesión de investidura

En este enrarecido escenario, el día 19, Calvo-Sotelo presentaba su gobierno, pero en la votación del día 20 no obtuvo la mayoría necesaria para la investidura, por lo que debía producirse una nueva votación el día 23, día que elegirían los golpistas para su tentativa de golpe de Estado. Una tentativa en la que iban a confluir las voluntades de un golpe duro, promovido por el capitán general Jaime Milans del Bosch y uno blando promovido por el general Alfonso Armada, en aquel momento hombre de confianza del Rey.


 

Desarrollo del golpe de Estado

General Alfonso Armada

General Milans del Bosch

En el golpe del día 23 coinciden las distintas tramas golpistas que operaban desde el inicio de la Transición, mediante una acción coordinada.

 

El asalto al Congreso de los Diputados

A las seis en punto de la tarde empieza la votación nominal para la investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo como Presidente del Gobierno. A las 18:22 horas, cuando iba a emitir su voto el diputado socialista Manuel Núñez Encabo, se inicia la operación "Duque de Ahumada", en referencia al fundador de la Guardia Civil. Según el plan trazado, un grupo de guardias civiles, subfusil en mano, irrumpió en el hemiciclo del Congreso de los Diputados encabezados por el teniente coronel Antonio Tejero. Éste, desde la tribuna, gritó «¡Quieto todo el mundo!» (Sic) y dio orden de que todos se tirasen al suelo.

Como militar de más alta graduación allí presente y como vicepresidente del Gobierno, el teniente general Gutiérrez Mellado se levantó, se dirigió al teniente coronel Tejero y le ordenó que se pusiera firme y le entregase el arma. Tras un brevísimo forcejeo y para reafirmar su orden, Tejero efectuó un disparo que fue seguido por unas ráfagas de los subfusiles de los asaltantes. Estos disparos provocaron heridas a algunos de los visitantes del palco superior. Sin inmutarse, con los brazos en jarras, el anciano general permaneció indiferente al sonido de las armas. Mientras la mayor parte de los diputados obedecía las órdenes de Tejero, el diputado Carrillo y el presidente Suárez se mantuvieron sentados en sus escaños. Suárez incluso hizo ademán de ayudar a Gutiérrez Mellado. Durante el asalto, un ayudante de uno de los diputados sufrió un ataque de ansiedad y golpeó a un presente en la nariz.

Doña Carmen Fernández de Córdoba y Calleja, sobrina del teniente general Gutiérrez Mellado se considera la primera civil en abandonar el hemiciclo.

Pedro Francisco Martín, operador de Televisión Española, grabó más de media hora del momento, aportando al mundo un documento audiovisual de valor incalculable sobre la tentativa de golpe de Estado. Con la toma del Hemiciclo y el secuestro de los poderes ejecutivo y legislativo, se intentaba conseguir el llamado "vacío de poder", sobre el cual se pretendía generar un nuevo poder político. Más tarde, cinco de los diputados fueron separados del resto: el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez González, el ministro de Defensa y presidente de UCD, Agustín Rodríguez Sahagún, el líder de la oposición, el socialista Felipe González Márquez, el segundo en la lista del PSOE, Alfonso Guerra, y el líder del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo.

Aquella noche es recordada como «la noche de los transistores», debido a que la Cadena SER continuó emitiendo y una buena parte de la población la pasó conectada a la radio siguiendo los acontecimientos.

Teniente coronel Antonio Tejero Molina


Ocupación militar de Valencia

Poco después y siguiendo el plan previsto, se sublevó en Valencia el Capitán General de la III Región Militar, Jaime Milans del Bosch, quien desplegó la División Motorizada "Maestrazgo", con 1800 efectivos, decenas de vehículos militares y tanques a las calles, desde el puerto de Valencia hasta el centro de la ciudad, donde apuntaban a los edificios institucionales, como el Ayuntamiento o las Cortes valencianas. Declaró el estado de excepción e intentó convencer a otros militares de secundar la acción. Aquella noche la ciudad estuvo rodeada de militares con blindados y otros camiones del ejército que habían salido de las bases de Bétera y Paterna. Una columna blindada se dirigió a la base aérea de Manises para convencer a su comandante de que se sumase al golpe, pero este no solo no lo hizo, sino que amenazó incluso con desplegar dos aeronaves con misiles contra los tanques, optando estos por regresar.

Los tanques ocupan Valencia


Situación de las Capitanías Generales

Cerca de dos horas después del asalto del teniente coronel Tejero al Parlamento, Juan García Carrés le transmitió lo siguiente:

  • la IIª Región Militar (Sevilla, Pedro Merry Gordon),

  • la IIIª (Valencia, Jaime Milans del Bosch),

  • la IVª (Barcelona, Antonio Pascual Galmes) y

  • la (Zaragoza, Antonio Elícegui Prieto)

se habían sublevado.

Poco después le dijo que la (Madrid, Guillermo Quintana Lacaci) y las Capitanías Generales de Baleares (Manuel de la Torre Pascual) y de Canarias (Jesús González del Yerro) eran dudosas. La VIIª Región Militar (Valladolid, general Campano) y el Jefe de la Zona Marítima del Mediterráneo, Capitán General Juan Carlos Muñoz-Delgado y Pintó, le transmitieron al Rey de España que estaban a su disposición para lo que él quisiera.

La Vª Región Militar (Zaragoza), bajo el mando del teniente general Elícegui Prieto, adquiere una importancia especial porque ese día se encontraban en la capital aragonesa varias unidades de la División Acorazada Brunete realizando prácticas de tiro. Pero ninguno de estos capitanes generales apoyaría firmemente el golpe. El único capitán general que se sublevó fue Jaime Milans del Bosch, quien sacó 1800 hombres, decenas de vehículos militares y 40 tanques a las calles de Valencia.


Gobierno provisional de subsecretarios

A las nueve de la noche, un comunicado del Ministerio del Interior informaba de la constitución de un gobierno provisional con los subsecretarios de todos los ministerios, presidido por Francisco Laína, director de la Seguridad del Estado, para asegurar la gobernación del Estado y en estrecho contacto con la Junta de Jefes de Estado Mayor. Entretanto, otro general golpista, Torres Rojas, fracasaba en su intento de suplantar en el mando de la División Acorazada Brunete al general Juste, jefe de la misma, abortándose la pretensión de ocupar los puntos estratégicos de la capital, entre ellos la sede de Radio y Televisión, y la difusión de un comunicado relatando el éxito del golpe.


Negativa del rey

La negativa del rey a apoyar el golpe permitió abortarlo a lo largo de la noche. El propio monarca (en tanto Sabino Fernández Campo y Alfonso Armada Comín jugaban al gato y al ratón) se aseguró mediante gestiones personales y de sus colabora dores la fidelidad de los mandos militares, aunque algunas fueran ambiguas, como por ejemplo la respuesta del capitán general de Baleares, Manuel De La Torre Pascual (amigo personal de Pedro Mas Oliver, teniente coronel ayudante de campo de Milans del Bosch) al presidente del entonces ente balear pre-autonómico (CGI) Jerónimo Alberti: «Estamos atentos pero tranquilos, aunque dispuestos a sacar las tropas a la calle, si la situación lo requiere». También destacó la actitud del presidente de la Generalidad de Cataluña, Jordi Pujol, quien poco antes de las diez de la noche transmitía a toda España por las emisoras de Radio Nacional y Radio Exterior una alocución donde llamaba a la tranquilidad. Hasta la una de la noche tuvieron lugar gestiones desde el Hotel Palace, en los alrededores del Congreso, lugar elegido como centro de operaciones por el general Aramburu Topete, entonces director general de la Guardia Civil (teniendo bajo sus órdenes directas a mandos del Cuerpo, como el coronel jefe de Madrid Constantino Gómez González) y el general Sáenz de Santa María, a su vez director general de la Policía Nacional.

El monarca también contó con la ayuda de Sabino Fernández Campo, en aquel momento secretario general de la Casa del Rey, que ayudó al rey realizando llamadas a diversos sectores militares como capitanías generales, estado mayor, etcétera.


La actitud de Armada

Por allí también deambuló el general Alfonso Armada, parte del plan golpista, quien pretendía sibilinamente, simulando negociar con los asaltantes, proponerse como solución de compromiso. Su secreto plan de golpe emulando al general francés De Gaulle, fracasa al negarse Tejero a que presidiera un gobierno del que también formarían parte socialistas y comunistas. Más tarde, descubiertos sus planes, sería relevado de su puesto de Segundo Jefe del Estado Mayor del Ejército por su implicación en la trama golpista.

A la medianoche, Alfonso Armada se presentó en el Congreso con un doble objetivo: convencer al teniente coronel Tejero para que depusiera su actitud y asumir él mismo el papel de jefe del Gobierno a las órdenes del rey, en actitud claramente anticonstitucional. Pero Armada, siendo la «autoridad competente» esperada por Tejero no le propone una junta militar presidida por Milans, o un gobierno en el que Milans fuera ministro de defensa, sino una lista de políticos de todos los partidos, con:

  • Felipe González como vicepresidente para Asuntos Políticos

  • Gregorio Peces-Barba (Justicia)

  • Enrique Múgica (Sanidad)

  • Javier Solana (Transportes)

  • Jordi Solé Tura (Trabajo)

  • Ramón Tamames (Economía).

  • Manuel Fraga (Defensa)

  • Pío Cabanillas (Hacienda)

  • José Luis Álvarez (Obras Públicas)

  • Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón (Educación)

  • Agustín Rodríguez Sahagún (Industria)

  • Carlos Ferrer Salat (Comercio)

  • Luis María Ansón (Información)

  • Antonio Garrigues Walker (Cultura)

  • José María López de Letona (Vicepresidente para Asuntos Económicos)

  • José María de Areilza (Asuntos Exteriores)

  • El general José Antonio Sáenz de Santamaría (Autonomías)

  • El general Manuel Saavedra Palmeiro (Interior).

«Yo no he asaltado el Congreso para esto,» le respondió airadamente Tejero. Tras una agria discusión, el teniente coronel despachó violentamente al general Armada sin dejar que se dirigiera a los diputados. Perdida toda opción sobre su «solución», Armada salió del Palacio de las Cortes refiriéndose a Tejero: «este hombre está completamente loco».


Intervención televisiva del Rey

A la una y catorce minutos de la madrugada del día 24 de febrero, el Rey intervino en televisión, vestido con uniforme de Capitán General de los Ejércitos para situarse contra los golpistas, defender la Constitución española, llamar al orden a las Fuerzas Armadas en su calidad de Comandante en Jefe y desautorizar a Milans del Bosch. A partir de ese momento el golpe se da por fracasado. Milans del Bosch, aislado, canceló sus planes a las cinco de la mañana y fue arrestado, mientras que Tejero resistió hasta el mediodía del día 24. Sin embargo, ya durante la mañana del día 24 fueron liberados los diputados.


Reacciones internacionales

Nada más producirse el asalto al Congreso, el golpe fue condenado con toda dureza por los países de la Comunidad Económica Europea (más tarde, Unión Europea), con quienes España estaba negociando una adhesión que se produciría finalmente en 1986. De entre todos los estados miembros conviene destacar por su energía la protesta del Reino Unido y especialmente la entonces Primera Ministra, Margaret Thatcher, que calificó la sublevación militar como «un acto terrorista».

Estados Unidos

Por su parte, Estados Unidos se mantuvo oficialmente neutral en cuanto al proceso. Sin embargo, durante el juicio, Tejero afirmó que «tanto el gobierno de EE. UU. como el Vaticano habían sido sondeados por el general Armada». Tras la entrada de Tejero en el Hemiciclo, el Secretario de Estado norteamericano, el general Alexander Haig, se limitó a decir que «El asalto al Congreso de los Diputados es un asunto interno de los españoles», lo que le valió severas críticas internacionales. Una vez fracasado el golpe, Estados Unidos cambió el tono de sus declaraciones radicalmente: «Tenemos que congratularnos de que en España haya triunfado la democracia».

Vaticano

Según Santiago Carrillo, el Vaticano «también conocía lo que iba a pasar». El día 23 el episcopado español se encontraba reunido en asamblea plenaria, pero no realizó declaraciones hasta el día 24, cuando condenó el golpe ya fracasado. También según Carrillo, un asistente a la asamblea, que no era obispo sino cura, trató de conseguir que ese mismo día la asamblea hiciera una declaración contra el golpe y a favor de la Constitución, pero no lo logró.


El juicio y las consecuencias del golpe

 Tras el golpe quedaron algunos interrogantes, especialmente referidos al papel que jugó cada uno de los principales golpistas y especialmente a las intenciones y apoyos de Armada. Las consecuencias más destacadas fueron el inicio de un proceso de involución autonómica con la aprobación de la Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico (LOAPA), posteriormente declarada parcialmente inconstitucional, y que la monarquía salió poderosamente reforzada entre la población y los medios políticos.

En el juicio seguido con posterioridad ante el Consejo Supremo de Justicia Militar, conocido como el Juicio de Campamento, fueron condenados a 30 años de reclusión, como principales responsables del golpe de estado, Milans del Bosch, Alfonso Armada y Antonio Tejero Molina.

La trama civil del golpe nunca fue investigada de modo riguroso, siendo el único civil condenado el exdirigente de los Sindicatos Verticales de la dictadura franquista Juan García Carrés.


El papel del CESID

Asimismo, no ha sido suficientemente aclarado el papel desempeñado por el comandante del entonces denominado CESID, hoy Centro Nacional de Inteligencia, José Luis Cortina, absuelto en el juicio por falta de pruebas, si bien el capitán Gómez Iglesias, un subordinado suyo, fue condenado por organizar la llegada de los guardias civiles asaltantes al Congreso utilizando vehículos, placas de matrícula falsas y equipos de transmisiones pertenecientes a la escuela de agentes operativos del CESID.

Tres meses antes del golpe de estado del 23-F, el CESID avisó al presidente del Gobierno y a algunos de sus ministros de una serie de operaciones en fase de maduración para torcer el curso de los acontecimientos políticos.... Pero el plan del que se daban más detalles –y al que los autores del documento concedían un alto grado de viabilidad e incluso le ponían fecha: primavera de 1981– consistía en forzar la dimisión de Adolfo Suárez como jefe del Gobierno y asegurar el apoyo parlamentario de UCD y PSOE a un nuevo presidente, que sería “un general con respaldo, pero no protagonismo político, del resto de la estructura militar”, a fin de configurar un “Gobierno de gestión o de salvación nacional”.

Por su parte, el general Carlos Alvarado confesó tras la prescripción de los delitos juzgados por el 23-F su participación en el intento de golpe de estado.


El "Elefante Blanco"

La identidad del popularmente conocido como "Elefante Blanco", el militar promotor del golpe al que Tejero esperaba en el Congreso para hacerse cargo del gobierno y que nunca apareció, no ha trascendido y sigue siendo un misterio. Entre los nombres apuntados se encuentran los de Alfonso Armada o Milans del Bosch, partícipes conocidos en el golpe. Según otros, como Manuel Gutiérrez Mellado, el elefante blanco era el general De Santiago.


Condenados

Los treinta condenados en el juicio fueron los siguientes:

Miembros de las Fuerzas Armadas

  1. Jaime Milans del Bosch y Ussía. Teniente General y Capitán General de la III Región Militar. Condenado a 30 años, indultado en 1990.

  2. Alfonso Armada Comyn. General de División y 2  Jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra. Condenado a 6 años, ampliada a 30 por el Tribunal Supremo, indultado en 1988.

  3. Luis Torres Rojas. General de División y Gobernador Militar de La Coruña. Condenado a 6 años, ampliada a 12 por el Tribunal Supremo, indultado en 1988.

  4. Camilo Menéndez Vives. Capitán de Navío. Condenado a 1 año.

  5. Diego Ibáñez Inglés. Coronel de Ingenieros y 2º Jefe de Estado Mayor de la III Región Militar. Condenado a 5 años, ampliada a 10 por el Tribunal Supremo, muere en 1987.

  6. José Ignacio San Martín López. Coronel de Artillería y Jefe de Estado Mayor de la División Acorazada Brunete. Condenado a 6 años, ampliada a 10 por el Tribunal Supremo, libertad condicional en 1986.

  7. Pedro Mas Oliver. Teniente Coronel de Infantería. Condenado a 6 años.

  8. Ricardo Pardo Zancada. Comandante de Infantería. Condenado a 6 años, ampliada a 12 por el Tribunal Supremo, indultado en 1989.

  9. Carlos Alvárez-Arenas Pardinas. Capitán de Infantería. 3 años de suspensión de empleo.

  10. José Pascual Gálvez. Capitán de Infantería. 3 años de suspensión de empleo.

  11. Francisco Dusmet García-Figueras. Capitán de Infantería. 2 años de suspensión de empleo.

  12. José Cid Fortea. Capitán de Intendencia. 2 años de suspensión de empleo.

Miembros de la Guardia Civil

  1. Miguel Manchado García. Coronel. Condenado a 6 años, ampliada a 8 por el Tribunal Supremo, indultado en 1988.

  2. Antonio Tejero Molina. Teniente Coronel. Condenado a 30 años, libertad condicional en 1996.

  3. Vicente Gómez Iglesias. Capitán. Agente del CESID. Condenado a 6 años.

  4. Jesús Muñecas Aguilar. Capitán. Condenado a 5 años.

  5. José Luis Abad Gutiérrez. Capitán. Condenado a 5 años.

  6. Enrique Bobis González. Capitán. Condenado a 3 años.

  7. Francisco Acera Martín. Capitán. Condenado a 3 años.

  8. Carlos Lázaro Corthay. Capitán. 3 años de suspensión de empleo.

  9. Juan Pérez de la Lastra. Capitán. 3 años de suspensión de empleo.

  10. César Álvarez Fernández. Teniente. Condenado a 1 año.

  11. Pedro Izquierdo Sánchez. Teniente. Condenado a 1 año.

  12. Vicente Ramos Rueda. Teniente. Condenado a 1 año.

  13. Santiago Vecino Núñez. Teniente. Condenado a 1 año.

  14. Miguel Boza Carranco. Teniente. Condenado a 1 año.

  15. Jesús Alonso Hernaiz. Teniente. Condenado a 1 año.

  16. José Núñez Ruano. Teniente. 1 año de suspensión de empleo.

  17. Vicente Carricondo Sánchez. Teniente. 1 año de suspensión de empleo.

Civiles

  1. Juan García Carrés. Ex dirigente de los Sindicatos Verticales franquistas. Condenado a 2 años.

Hubo tres procesados absueltos.

  1. José Luis Cortina Prieto. Comandante de Infantería. Jefe de la Agrupación Operativa de Misiones Especiales del CESID.

  2. Juan Batista González. Capitán de Artillería.

  3. Francisco Ignacio Román. Capitán de la Guardia Civil.

 
 

 

23-F: el golpe y la falta de uniformidad

 

La heterogeneidad de la indumentaria de los asaltantes delataba la debilidad de la intentona de 1981

 

MIGUEL ÁNGEL AGUILAR - 19/02/2016

Llegados al 35 aniversario del 23-F recordemos que aquel lunes por la tarde se estaba sometiendo a segunda votación la investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo, candidato de UCD a la Presidencia del Gobierno, propuesto por esa formación política como reemplazo al dimitido Adolfo Suárez. El sábado anterior, día 21, había logrado 169 escaños. Es decir, le habían faltado siete para la mayoría absoluta cifrada en 176, que es la requerida en el primer intento, a tenor del apartado 3 del artículo 99 de la Constitución. En esta segunda que se estaba celebrando bastaba la mayoría simple, garantizada sin duda alguna. Había de verificarse 48 horas después de la primera, conforme a la misma disposición citada y también de forma pública y por llamamiento. En ello se empleaba el secretario primero de la Mesa, Víctor Carrascal, quien había ido nombrando a los diputados para que respondieran sí, no o abstención o tomar nota de su ausencia.

Aquel 23 de febrero de 1981 el llamamiento se estaba realizando, conforme al artículo 86 del reglamento del Congreso, por orden alfabético de primer apellido y había comenzado por el diputado Antonio García Miralles, porque así lo determinó la suerte dispuestos como ya estábamos a evitar ventajas nominativas. Se llevaban registrados 43 síes, 31 noes, cuatro abstenciones y dos ausentes. Sobre las 18:20 horas votaba no el socialista Manuel Núñez Encabo, que hacía el número 80, cuando, pistola en mano, irrumpió en el salón de sesiones el teniente coronel Antonio Tejero secundado por guardias civiles que empuñaban armas largas. Lo hicieron empujando una de las puertas batientes del hemiciclo, la que queda a la derecha del presidente. A los gritos de “¡al suelo!”, “¡todos quietos!” quedaba interrumpida la sesión. Se contravenía así lo dispuesto en el artículo 80 del reglamento según el cual “las votaciones no podrán interrumpirse por causa alguna”. Lástima que nadie de la Presidencia tuviera reflejos de parar el golpe advirtiendo al teniente coronel y a sus hombres de que estaban contraviniendo el reglamento. Siguió gran desconcierto porque no había costumbre, como hubiera apuntado Julio Cerón.

 

En los primeros momentos los asaltantes intentaban inocular miedo a los diputados circunstantes para obtener su docilidad. Por eso hicieron uso inmediato de sus armas con disparos a la cúpula del hemiciclo. El estruendo produjo el efecto de que obedecieran el grito de “¡al suelo!, ¡al suelo!” con que les intimidaba Tejero, y guardaran un silencio total. Solo quedaron sentados en sus escaños Adolfo Suárez y Santiago Carrillo, y en pie, con los brazos en jarras, impasible el ademán, el general cuyos oídos estaban hechos a las descargas de la artillería, que era su arma de origen. Sentado en el banco azul a la derecha de Adolfo Suárez, era aún vicepresidente primero del gobierno para asuntos de defensa y seguridad. Sintiéndose desafiado, se levantó del escaño para imponer su autoridad y reducir a Tejero.

 

A partir de esos signos, Gutiérrez Mellado vaticinó una dudosa disciplina si los planes del asalto se alargaban

 

La heterogeneidad de los uniformes de los asaltantes saltaba a la vista, pero solo el teniente general Manuel Gutiérrez Mellado, quien además de mirar entendía con los ojos, procedió a descodificar el significado del desbarajuste indumentario y la debilidad que traslucía. Porque una indumentaria variopinta, heterogénea, desconcertante delataba un reclutamiento improvisado para una ocasión sobrevenida. Algunos guardias iban con la bota alta de la Agrupación de Tráfico; otros, con bota campera de las unidades rurales; otros, con zapato y calcetín negro reservado para el servicio en las ciudades. En cuanto a la prenda de cabeza, unos iban con tricornio; otros, con boina propia de las Unidades de Intervención Inmediata y de los GAR; otros, con gorra de visera. Unos iban con guerrera y correaje; otros, con anorak. Aquello parecía la pasarela de los uniformes en un almacén de intendencia.

 

En favor de la importancia de la uniformidad pueden aducirse valiosos testimonios de autoridad. Véanse las palabras que Almudena Grandes en su novela Inés y la alegría ponía en boca del jefe de la unidad que el 2 de julio de 1944 haría su entrada en el Valle de Arán con el propósito de iniciar la guerra de vuelta, la que recuperaría para la Segunda República el territorio perdido de todas sus derrotas. Escribe que formados en la plaza de un pueblo de Haute Garonne el que estaba al mando les decía “nuestro camino no termina en París. Nosotros no somos soldados de fortuna. No somos mercenarios, no somos forajidos, no somos bandoleros ni salteadores de caminos. ¡Nosotros seguimos siendo el Ejército de la República Española! Mañana vamos a salir de este pueblo desfilando como lo que somos y a partir de este momento, no quiero ver a un solo soldado sucio, despeinado o sin afeitar. No quiero ver un solo botón descosido, ni un tirante suelto, ni una bota con los cordones al aire. Al que no tenga un aspecto digno de sí mismo y de sus compañeros, lo arrestaré”. Más rotundo aún es Rafael Sánchez Ferlosio en la tribuna La moral ecuménica y el código de los caballeros (véase Ensayos y artículos, Destino, 1992) cuando describe cómo el ropero militar ha pasado de la máxima gala, ornato, vistosidad y ostentación a la total inapariencia, a la mínima visibilidad, a la más ascética y excluyente de las funcionalidades.

 

En nuestro caso, el torpe aliño indumentario de los guardias civiles indicaba que en vez de formar parte de una unidad orgánica, en cuyo caso habrían ido con el uniforme reglamentario correspondiente, eran una mera agregación circunstancial  improvisada sobre la marcha. Los asaltantes ni eran de la Academia de Cabos de Guadarrama, ni del Colegio de Guardias Jóvenes de Valdemoro, ni de los GAR, ni de Tráfico. Los asaltantes llevaban todos armas largas, pero la falta de uniformidad marcaba una diferencia abismal en términos de encuadramiento: la que existe entre una unidad orgánica y una mera suma aleatoria integrada por elementos de muy distinta procedencia. El general Gutiérrez Mellado, a partir de estos signos visibles, vaticinó un comportamiento dudoso en el plano de la disciplina en el caso de que los planes del asalto en vez de cumplirse de modo fulminante encontraran resistencias imprevistas de alguna duración.

 

El pronóstico de las dudas surgía del déficit de encuadramiento que aflora cuando el mando se confía a unos oficiales y suboficiales superpuestos a unos efectivos ante los cuales solo pueden mostrar las estrellas o los galones de la bocamanga, sin ascendiente alguno ni rastro de esa autoridad indiscutida que solo llegan a ganarse los mandos naturales de una determinada unidad. Ese carácter extemporáneo de quienes estaban al mando dejaba abolida la expresión interiorizada de la disciplina, la que se sintetiza en el recurso a la primera persona del singular del pronombre posesivo por parte de quienes han de obedecer cuando se refieren a sus superiores. Por eso dicen mi cabo, mi sargento, mi brigada, mi teniente, mi capitán. Pero un mando sobrevenido por sorpresa, que no haya compartido las tareas, el rancho y las adversidades, es difícil que consiga activar la obediencia debida como un resorte mecánico.

 

Aceptemos que la opacidad, la oscuridad y el secreto levantan atractivos que nunca suscita la transparencia.

 

Los participantes en el asalto en el transcurso de los minutos iniciales iban poniendo en contraste la arenga que les había dirigido Tejero para subirlos a los autobuses con la visión de aquellos diputados inermes a los que amenazaban con sus armas. Uno de los guardias llegado a la tribuna de prensa  empezó a gritar a sus compañeros: “¡Subid alguno, que estoy solo!”. Allí, tras la deserción mayoritaria hacia el bar de quienes ninguna sorpresa esperaban de la votación iniciada, apenas resistían una docena de periodistas. Gente como Pilar Urbano, Pedro Calvo Hernando, Víctor Márquez Reviriego, Pilar Narvión, Julia Navarro, Susana Olmo o Rafael Luis Díaz de la Cadena SER, quien dejó abierta la señal de audio para que funcionara como micrófono ambiente sin insertar comentario alguno que infundiera sospechas. También estaba el operador de la cámara de Televisión Española, agachado como todos a los gritos de “¡todos al suelo!”, que abandonó la cámara enfocada al centro del hemiciclo. El guardia ignoraba la función decisiva que continuaba prestando porque, desatendida por su operador, seguía captando las imágenes. Hasta que, nervioso, asestó un culatazo al visor sin más efecto que el de desviar el tiro de cámara, de modo que dejó de enfocar la cabecera del banco azul y la tribuna de oradores, es decir, el área donde se centraban los acontecimientos.

 

Subrayemos, en todo caso, la importancia de la memoria y del entendimiento de los periodistas, dos facultades que les hacen reconocer personajes ignorados por el común que de otra forma pasarían inadvertidos. Y aceptemos que la opacidad, la oscuridad y el secreto levantan atractivos que nunca suscitará la  transparencia. Así sucedió durante aquellas horas inciertas del 23 de febrero de 1981 cuando el candidato a investir, el gobierno en funciones y los diputados permanecieron secuestrados por unos golpistas faltos incluso de la debida uniformidad.

 

Una primera versión de este trabajo apareció en el volumen La transparencia engaña (Biblioteca Nueva, 2015), que compendia las ponencias del seminario “¿Transparencia?” celebrado en los cursos de verano de la Universidad Complutense

Fuente:

https://www.ahorasemanal.es/23-f:-el-golpe-y-la-falta-de-uniformidad

· El 23-F

 Javier Tussell

 

Durante la transición española a la democracia en varias ocasiones se planteó la posibilidad de una intervención militar en sentido involutivo. En realidad, la tendencia en este sentido de los altos mandos militares fue muy consistente y mucho más peligrosa de lo que durante la época se admitió. Se daban todas las condiciones en el Ejército para que existiera la posibilidad de un golpe de Estado. Durante el régimen anterior había tenido un relevante papel político y existían también algunos factores que conducían a una frustración y podían propiciar su intervención en la política: a la muerte de Franco, el porcentaje del PNB dedicado a la Defensa era muy pequeño en comparación con otros países europeos, pero el número de profesionales de la milicia era demasiado alto. A ello se sumaba una legislación en muchos aspectos anticuada.

Gutiérrez Mellado, vicepresidente para Asuntos de la Defensa, fue una figura clave en la transición. Sus intervenciones siempre insistieron en la necesidad de alejar la política de los cuarteles, que debían concentrarse en la preparación técnica. Durante su mandato comenzó una importante labor de modernización de las fuerzas armadas. En 1980 se modificó parcialmente el Código de Justicia militar y en ese mismo año una ley orgánica establecía los criterios básicos de la organización militar. Mientras tanto se pretendía el rejuvenecimiento de los mandos, se adoptaban las medidas presupuestarias para solucionar las más apremiantes deficiencias de la administración militar y se elaboraba un Plan Estratégico Conjunto. De lo que cabe dudar es de si fue acompañada por una política adecuada de nombramientos.

Las trayectorias de los que luego resultaron conspiradores y fueron juzgados y condenados como tales no parece equívoca. El teniente coronel Tejero, el general Torres Rojas y el teniente general Jaime Milans del Bosch eran conocidos por su postura antidemocrática y, en algún caso, por su indisciplina. En general, la política seguida consistió en relegar a puestos de menor importancia a quienes parecieran más peligrosos y, de hecho, cuando llegó el momento decisivo, las autoridades militares clave permanecieron fieles a la Constitución. Un caso especial es el del general Alfonso Armada que, por haber estado muy cerca del Rey, parecía fiel a él aunque no ocultara su actitud conservadora y hubiera abominado de la legalización del PCE.

Sin duda, la crisis provocada por la dimisión de Suárez favoreció el clima conspirador. Fue el ambiente de finales del año 1980 el que principalmente sirvió para incubar la conspiración: algunas personalidades aisladas de la izquierda y la derecha aludían a la posibilidad de formar un Gobierno de carácter excepcional que tendría a la cabeza un militar y de ello se hacían eco líderes parlamentarios. Sugerencias de este tipo se oyeron en reuniones en las que estaban incluso militantes socialistas, en este caso delante del propio Armada. En líneas generales toda la clase política, desde el Gobierno a la oposición, se comportó de una manera bastante irresponsable, como acabaría por demostrarse el 23 de febrero: si Suárez parecía llevar al país a un callejón sin salida, González no dudaba en afirmar que en los últimos tiempos la transición a la democracia se había detenido.

Mientras tenía lugar la segunda votación para la investidura del sucesor de Suárez, en la tarde del 23 de febrero de 1981, el teniente coronel Tejero, con los guardias civiles transportados en cuatro autobuses ocupó el Congreso de los Diputados, secuestrándolos. La entrada en el edificio se hizo en nombre del rey y en su mayoría los guardias civiles que participaron en la acción no conocían los propósitos de los conspiradores y, por lo tanto, carecían de la convicción necesaria para llevar a cabo el golpe si encontraban dificultades.

A partir de este momento de triunfo inicial habrían sido necesarios varios requisitos para que se convirtiera en definitivo. En primer lugar era preciso que existiera una sublevación militar en la periferia que fuera arrastrando a la intervención de los altos mandos militares, pero los conspiradores sólo consiguieron inmediatamente el control de la región militar de Valencia donde el general Milans del Bosch asumió el mando total. Lo decisivo fue que los sublevados fracasaron al no obtener el apoyo del Rey. El planteamiento del golpe se basaba en la creación de una situación excepcional, avalada por el monarca, para reconducir la situación a una normalización como resultado de la cual el régimen democrático padecería la supeditación a los altos mandos militares. Pero el Rey y sus colaboradores, después de informarse de lo acontecido, tomaron una postura diametralmente opuesta a la que los conspiradores esperaban. Fue el propio Rey el que recomendó la inmediata reunión de la Junta de Jefes de Estado Mayor y uno de sus colaboradores quien consiguió que las unidades que habían tomado Radiotelevisión Española la abandonaran. Durante la noche, el monarca realizó más de un centenar de llamadas telefónicas para asegurarse la fidelidad a la Constitución de las unidades; luego admitiría que en algún caso no le había bastado hablar con generales sino que había debido hacerlo también con coroneles.

Este cúmulo de circunstancias detuvo el desarrollo del golpe. Sin autorización del Rey, el general Armada acudió al Congreso para lograr ser aceptado como una especie de solución intermedia. Fue perceptible entonces la distancia entre un Tejero que quería volver a un Gobierno puramente militar y un Armada para quien era esencial la obtención del apoyo parlamentario para un Gobierno presidido por él. En cualquier caso, resulta muy improbable que el Congreso hubiera llegado a aceptar la fórmula propuesta por Armada.

A partir de este momento, la sublevación había sido derrotada y sólo faltaba saber si el desenlace se produciría sin derramamiento de sangre. El momento decisivo para la derrota del golpe fue la intervención del Rey en televisión en contra de la indisciplina militar. Durante algunas horas estuvo preparada una intervención armada sobre el Congreso pero se aconsejó evitarla para que no se produjera una masacre. Milans, que después de una intervención personal del rey había retirado su bando y sus tropas, aconsejó la rendición a Tejero.

A la hora de hacer balance acerca de por qué fracasó la conspiración hay que mencionar, en primer lugar, al monarca que, con tan sólo haber mantenido el silencio, pudo dar lugar a otro resultado del golpe de Estado. Pero la victoria de la legalidad constitucional también se debió a la actitud de muchos altos mandos militares que cumplieron su deber constitucional. Este fue el caso de los generales Gabeiras, primer jefe del Estado Mayor; Quintana Lacaci, gobernador militar de Madrid; Aramburu Topete, director general de la Guardia Civil y Sáenz de Santamaría, de quien dependía la Policía Nacional. El hecho de que fueran ellos los que ocuparan los puestos decisivos no fue casual y demuestra que la política de nombramientos seguida había sido correcta. Un tercer factor que explica el fracaso del golpe radica en las deficiencias mismas de la conspiración. La ocasión aprovechada fue excelente para provocar el descabezamiento de la autoridad civil en España, pero explica también la improvisación con la que se actuó.

El golpe no tenía un liderazgo claro y sus principales protagonistas eran incompatibles, no sólo política sino personalmente. Finalmente, también fue un factor importante en la derrota de los golpistas el hecho de que su intentona no sólo fue conocida inmediatamente por la totalidad de los españoles sino que pudieron oír su retransmisión. La inmensa mayoría de los ciudadanos estuvo en contra del golpe, con una indudable sensación de rubor. Derrotado éste, las manifestaciones populares que se celebraron con posterioridad demostraron que el desencanto concluía con el sólo hecho de ver en peligro la democracia. 

Resulta difícil determinar las consecuencias políticas del intento de golpe de Estado. A menudo se ha afirmado que fomentó una derechización de la política española, pero esto no parece correcto. La verdad es que las actitudes de los principales dirigentes políticos ante el golpe de Estado no tuvieron un reflejo en los resultados electorales posteriores: ni Adolfo Suárez ni tampoco Santiago Carrillo recibieron votos proporcionados a su gallardía en aquellos momentos. Sin duda, el intento de golpe sirvió para desprestigiar cualquier intento de involución militar en la política española. Pero también llamó la atención de todos acerca del peligro de adoptar posiciones irresponsables. El propio Rey recordó, en un texto entregado a los principales líderes políticos, que ya no era imaginable que de nuevo él mismo pudiera desempeñar un papel semejante y tan crucial en caso de una nueva intentona golpista.

Fuente:

http://www.artehistoria.com/v2/contextos/7473.htm

 

23-F:
El golpe que vacunó la democracia española

Políticos y expertos coinciden en que el derribo de la intentona militar puso fin al persistente ruido de sables. Contribuyó a un primer recorte autonómico que luego acabó diluyéndose.

 

JUANMA ROMERO

20 febrero 2011

 

Pasan las 12 del mediodía. Los diputados van desalojando el hemiciclo, de forma ordenada. Fuera se abrazan, responden a los periodistas, algunos se acercan al general Alfonso Armada para darle las gracias. Él les replica con un gesto desencajado, tenso. El propio Adolfo Suárez le dispensa un efusivo saludo. Mientras, una cámara ha grabado la salida a hurtadillas de algunos guardias civiles por una ventana a la altura de la calle. Van entregándose. También lo hará el teniente coronel Antonio Tejero.

 

Esa mañana, la del martes 24 de febrero de 1981, acaba la pesadilla. El secuestro, durante 17 horas y media, de 350 diputados, del Gobierno, de periodistas, de ujieres y personal del Congreso. Fracasa el golpe de Estado del 23-F.

 

¿Y después, qué?

 

El fin de la asonada militar no dejó las cosas como estaban. Tuvo consecuencias, a corto y medio plazo. Positivas y negativas. La consolidación de la democracia, la aceleración de la desintegración del partido gobernante, la Unión de Centro Democrático (UCD), la ampliación de la victoria electoral del PSOE en 1982, la puesta en marcha de la modernización del Ejército, el intento (fallido) de recorte del Estado autonómico, la reestructuración de la derecha, el refuerzo de la legitimidad de la Monarquía. Efectos colaterales en los que, en mayor o menor medida, políticos, historiadores, politólogos y sociólogos coinciden hoy. Justo 30 años después.

 

El TC frenó el intento de UCD y PSOE de centralizar competencias

 

“El 23-F actuó de vacuna contra el golpismo anterior. Es el punto final de la intervención de los militares en la política española. Resolvió uno de los grandes problemas de este país y sirvió para asentar la democracia”. Xusto Beramendi, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidade de Santiago de Compostela, emplea un término que calcan otros expertos: “Vacuna”. El punto de no retorno. La dosis que liquidó el ruido de sables –posteriormente hubo algún intento aislado que se logró desactivar, como el previsto antes de las generales de 1982–. “Sí, fue una vacuna”, afirma también Andoni Monforte, diputado del PNV en el hemiciclo aquel 23-F. “Tras aquella gigante manifestación del 27 de febrero, cuando España se echó a la calle a defender la democracia, se vio que ya no era posible una vuelta atrás”.

 

“El peligro de un nuevo golpe queda conjurado. Y cuando en sólo un año se pudo procesar a 33 implicados en el juicio de Campamento, en consejo de guerra, se percibió que la democracia se atrevía con todo”, esgrime Juan Francisco Fuentes Aragonés, autor de Adolfo Suárez. Biografía política (Planeta), presentado esta semana. Este catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) cita otro elemento conectado: la puesta al día de las Fuerzas Armadas, impulsada por Felipe González y su primer ministro de Defensa, Narcís Serra, “ayudada por el relevo generacional en los ejércitos y el ingreso en la OTAN en 1982”.

Pronto asoma otra palabra: LOAPA. El proyecto de Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico, que UCD y PSOE sacaron adelante en julio de 1982. 

 

Era la tijera a la descentralización de competencias, frente a la que los nacionalistas interpusieron un recurso previo ante el Tribunal Constitucional. Y lo ganaron. En 1983 se anularon 14 de los 38 artículos. “Esa fue la peor consecuencia del golpe, una concesión lamentable para contentar a los militares, que tanto hablaban de la ruptura de la unidad de España”, comenta Carles Gasòliba, diputado de CiU en aquella I Legislatura (1979-1982). Daniel Fernández, hoy coordinador de los parlamentarios del PSC y portavoz adjunto del Grupo Socialista en el Congreso, también cree que el 23-F “sí influyó” en la aprobación de la ley, “pero todo quedó en nada” tras el fallo del TC, de forma que “no ralentizó en absoluto la construcción del Estado autonómico”.

Entre los analistas, la polémica no suscita consenso. Como recuerda Pere Ysàs, catedrático de Historia Contemporánea de la Universitat Autònoma de Barcelona, el 23-F “ilumina más los años anteriores que los posteriores”. Y la LOAPA, la convicción de UCD de que “había que regular el proceso autonómico”, era previa a la rebelión, y de hecho ya había mantenido conversaciones con el PSOE.

 

La desarticulación del 23-F impulsó la victoria socialista del año siguiente“Se sentía que había que dar forma a un sistema que aún no estaba claro. Se contaba con Catalunya, País Vasco y Galicia, pero el problemón para UCD fue Andalucía, que votó acceder a su autonomía por la vía rápida, la del artículo 151 de la Constitución. Yo no veo pues relación directa con la ley”, asegura José Carlos Rueda Laffond, historiador de la UCM. “Más que paralización, se produjo una generalización del Estado de las CCAA, una nivelación de competencias, el café para todos”, tercia Abdón Mateos, catedrático de la UNED y líder de la Asociación de Historiadores del Presente.

Fernando Vallespín, politólogo de la Autónoma de Madrid y expresidente del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), estima que el 23-F ayudó a vencer temores y a “agilizar” la España autonómica. Manuel Redero, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Salamanca, lo suscribe. Se apoya en la situación en la zona republicana en 1936 para ilustrar que, si un golpe fracasa, genera “un proceso contrario al que los rebeldes pretendían”.

Pero el golpe no fracasó, o no del todo, según Mario Zubiaga. “Fue un aviso, definió unos límites del sistema que no podían traspasarse. Hasta la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero, en que se revisita el pacto de la Transición y se abren temas que se entendían cerrados, como la memoria histórica o la España plurinacional, se mantuvo ese acuerdo”, rubrica este profesor de Ciencia Política de la Universidad del País Vasco.

Agrega que la solución Armada, ese Gobierno de concentración presidido por un militar que defendió el general amigo del rey el 23-F, no murió: “Condicionó las políticas posteriores. Y se expresó en los pactos autonómicos de UCD-PSOE y luego de PSOE-PP. El golpe no es más que la manifestación más radical de una voz que sigue hoy presente”.

La astracanada militar pudo no tener influjo en la desaparición, desde 1982 hasta hoy, de los grupos de socialistas catalanes y vascos en el Congreso, según los expertos. El parlamentario Daniel Fernández lo atribuye a que la victoria de González exigió “un solo grupo y una total coordinación”. Sólo Beramendi y Fermín Bouza, sociólogo de la UCM, achacan ese cambio al “triunfo del alma jacobina” del PSOE.

“Cuando entró Tejero al Congreso y comenzaron los disparos y ráfagas de metralleta, sabía que tenía el deber de no tirarme al suelo, por dignidad, por respeto al PCE, que había luchado heroicamente contra el franquismo. Lo decidí en milésimas de segundo”. Santiago Carrillo aún reviste de aplomo aquellas horas críticas: “Cuando me sacaron del hemiciclo, tuve tiempo de sobra para repasar mi vida y pensar en qué momento me matarían”.

El socialista Manuel Núñez Encabo, el último diputado que pudo votar en aquella segunda sesión de investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo, recuerda la imagen “fantasmagórica” del asalto del teniente coronel. “Sentíamos el peligro de muerte, que éramos rehenes. Las balas pasaban sobre nuestras cabezas, ellos hablaban con sus fusiles. No teníamos más información que la radio de Fernando Abril Martorell”. Gasòliba rememora ese “miedo” atenazador, la “vergüenza” por la imagen de España al mundo.

Miedo había fuera también. “Todo el mundo anduvo con tiento. Pero si los ciudadanos no se echaron a la calle esa noche fue porque entendían que era el momento de los partidos, en los que aún confiaban mucho”, razona Bouza. Lo que parece claro es que tras la sedición “desapareció el desencanto”, “se recompuso el consenso” y se destensó el ambiente, admiten Fuentes y Redero.

Las víctimas del franquismo creen que ellos sí pagaron las consecuencias Pero el miedo, para Carrillo, duró más. El 23-F se guareció tras las urnas, explica, como una sombra amenazante: “La gente tuvo miedo a que el PCE tuviese muchos diputados y el Ejército volviese a las andadas”. A ello atribuye el batacazo de su partido en 1982 (cuatro escaños frente a los 23 de 1979) y el arrollador triunfo del PSOE (202 actas).

No es la razón de los expertos, que culpan del resbalón del PCE a su crisis interna. “El 23-F condensó procesos que ya estaban en marcha antes”, avanza Ysàs. Y uno era el ascenso del PSOE, inversamente proporcional a la implosión de UCD. Vallespín juzga que sin la intentona “no habría sido posible esa mayoría tan holgada de los socialistas”. “Se despejó el temor a otro golpe y los españoles optaron por la democracia plena, la alternancia, por los que no estaban contaminados por el franquismo”.

La afirmación, muy compartida, es rebatida por Ignacio Sánchez-Cuenca, sociólogo de la UCM: “Contribuyó más la dimisión de Suárez y la descomposición de UCD. Lo lógico no es pensar que tras un pronunciamiento la gente vota a la izquierda”. Los cambios también se trasladaron a la otra banda, incide Mateos. La caída de UCD y la “desactivación de la extrema derecha” provocaron, luego, la refundación de Alianza Popular.

¿Influyó el recuerdo del 23-F en la gestión de González? “Cambian las prioridades. Felipe debe abandonar sus proyectos más ideológicos en aras de la modernización del Ejército y del Estado”, apunta Mateos, quien también sugiere que la “contrapartida” a los militares, por el terrible acoso de ETA en aquellos años de plomo, pudo ser “la guerra sucia y agresiva”: los GAL.

Redero liga esa “moderación, a veces excesiva” del PSOE, al hecho de llegar al poder. “Hay que ver toda la secuencia histórica, la redefinición ideológica que sigue el partido desde el congreso de Suresnes [1974]”, señala Rueda Laffond. Fuentes subraya que la política socioeconómica “traía sin cuidado” a los golpistas, así que el “primer sesgo liberal de Felipe se debe al fracaso de la experiencia de nacionalizaciones del presidente François Mitterand en Francia". Una afirmación que suscribe Fernández, del PSC.

Encabo reconoce ese cambio de piel de su partido: "Felipe debía proseguir con el programa de la Transición y no podía gobernar absolutamente. El 23-F no alteró los contenidos, sino el cómo. Y se entraba en una nueva fase. Se suavizó el tema autonómico, se emprendieron las reformas, se fue con cuidado en la modernización del Ejército. El PSOE perdió algunas de sus señas de identidad, como la memoria histórica, pero no por el golpe”.

El pasado. Emilio Silva, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, defiende que el 23-F “conquistó la impunidad social”, tras consagrar la "impunidad jurídica y política". “De forma aislada, algunas familias en La Rioja o Aranjuez [Madrid] abrieron sus fosas. Pero el golpe hizo que se reviviera el terror de la dictadura y se parase el movimiento”.

Gervasio Puerta, que cumplirá 90 años este 2011, tiene aún fresco el temor de esa noche. “Supuso un retraso serio en el reconocimiento de las libertades y el rescate de la memoria”. Puerta, líder de la Asociación de Ex Presos y Represaliados Políticos desde 1989, admite cómo sus primeras reivindicaciones eran económicas.

Casa con el criterio de Paloma Aguilar, profesora de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y autora de Políticas de la memoria y memorias de la política (Alianza, 2008): “Podía haber grupúsculos, pero primero la batalla estaba en la equiparación de derechos porque había mayores sin pensión. La petición de reparación simbólica llegaría después, en 2000”. El resto de expertos admite, a lo sumo, que la sublevación “pudo poner en el congelador” el tema. Primaba el sostenimiento de la “política del olvido”, el pacto de silencio de la Transición.

 

Han transcurrido 30 años. El Ejército mudó su cara –el CIS ratificó en noviembre que es la institución más valorada, con un 5,71 de nota– y el propio golpe vuelve a los libros, la TV y el cine. Rueda Laffond, coautor junto a Carlota Coronado de La mirada televisiva Ficción y representación histórica en España (Fragua, 2009), alude al refuerzo del “mito del 23-F”, a cómo la ficción cuela “elementos de proximidad y emotividad” en un suceso que aún despierta morbo y que acentúa, “de forma descontextualizada, el protagonismo del rey”.

Y mientras, retornan las leyendas, la insistencia en que hay lagunas cuando, según coinciden todos los analistas, “se conoce ya lo esencial de la trama”. “Se sabe todo. Quizá la única duda es el verdadero papel de Armada –desliza Fuentes–. Pero que queden cabos sueltos da verosimilitud a la historia oficial del 23-F. Sólo los conspiradores o las novelas policiacas se preocupan de anudarlos”.

 

-Actas de los secretarios del Congreso de los Diputados, donde reconstruyen el golpe del 23 de febrero de 1981

 

El amigo del rey, indultado en 1988
 

Amigo de Juan Carlos I, se convirtió en su tutor en 1954, jefe de la Secretaría del Príncipe en 1965 y secretario general de la Casa del Rey (1975-1977) y segundo jefe del Estado Mayor del Ejército el 23-F, el general de división Alfonso Armada y Comyn (Madrid, 1920) fue el líder intelectual del golpe. El Consejo Supremo de Justicia Militar le condenó a seis años en 1982, pena que el Supremo elevó a 30 un año más tarde. El Gobierno lo indultó en diciembre de 1988. Hoy vive entre Madrid y A Coruña. Allí reside en un pazo en el que cultiva camelias.

 

Milans, golpista hasta el final de su vida
 

Jamás se arrepintió, ni se consideró culpable de ningún delito, ni pidió el indulto al Gobierno. El teniente general Jaime Milans del Bosch (Madrid, 1915), capitán general de la III Región Militar de Valencia que sacó los tanques a la calle el 23-F, fue condenado por rebelión a 30 años de cárcel. En 1988, intentó que se le reintegrase en el Ejército, del que había sido expulsado. No lo logró. En 1990 salió en libertad. Murió el 26 de julio de 1997 por un tumor cerebral.

 

Tejero, el último en salir de prisión
 

A nadie sorprendió su presencia. El teniente coronel Antonio Tejero Molina (Málaga, 1932) ya había sido condenado por la operación Galaxia (1978), un fallido asalto al palacio de la Moncloa. Por el 23-F recibió la pena de 30 años, que el Tribunal Supremo ratificó. Como Milans, jamás se arrepintió. Fue el último en dejar la cárcel: sería en diciembre de 1996, tras 15 años entre rejas. En libertad, continúa con su afición a la pintura entre Málaga y Madrid. 

Fuente: http://www.publico.es/espana/23-f-golpe-vacuno-democracia.html

 

 

Manual de instrucciones para después de un golpe de Estado

 

Luis Gómez

20 de noviembre 1015

 “Tuvimos la inmensa suerte de que el golpe del 23F se improvisó; les entró la prisa y cometieron todos los errores posibles”, recuerda Alberto Oliart, el ministro de Defensa que llegó tras la intentona.

 

Cuando Alberto Oliart aceptó ser ministro de Defensa, el sonido de los sables tenía el volumen muy alto. Cuando tomó posesión del cargo, un 26 de febrero de 1981, habían pasado tres días de un golpe de Estado y había podido escuchar los disparos en el hemiciclo. Lo que menos se imaginaba es que, además, sería un ministro nómada, sin despacho fijo.

Oliart trabajaba por la mañana en el palacio de Buenavista, sede del Cuartel General del Ejército, por la tarde en el antiguo Ministerio del Aire (al que llamaban el monasterio del Aire) y, finalmente, a última hora, despachaba en un chalé del CESID, el servicio de inteligencia, el lugar donde podía sentirse a salvo de escuchas. Su obligación era gobernar sobre un ejército de generales que habían hecho la guerra al lado de Franco y, callada u ostentosamente, simpatizaban con los golpistas. Generales que solo parecían dispuestos a recibir órdenes del Rey. Reformar ese ejército sin correr el riesgo de un nuevo zarpazo era un reto imposible de cumplir en el breve plazo.

Había sido ministro de Industria, y ministro de Sanidad, con los gobiernos de Adolfo Suárez. Con el paso de las décadas haría muchas otras cosas y hasta llegaría a ser presidente de RTVE en 2009, con 81 años. Pero entonces, con 53 años y reciente un golpe de Estado, desplegaba el currículo del buen gestor, la apariencia de un tecnócrata, aunque fuera un hombre apegado a la literatura, poeta en horas libres. También años después escribiría un libro de memorias (Contra el olvido), que mereció el premio Comillas por su calidad literaria (1997), en aquella obra relataba recuerdos de adolescencia y juventud, que compartió en un entorno de jóvenes cultos e inquietos, aprendices de intelectuales. Aquel libro no tocó su experiencia política.

 

Oliart: "Armada lo que no sabía, se lo inventaba".

 

A sus 86 años, Oliart escribe actualmente una segunda obra (“en estos momentos soy ministro de Industria”, dice), así que no le queda mucho trazado para llegar a un momento crucial de su biografía política, aquellos 20 meses al frente de Defensa, sobre los que tiene cosas que contar. Su memoria está reservada para su obra: “Tuvimos la inmensa suerte de que el golpe del 23F se improvisó; les entró la prisa y cometieron todos los errores posibles”. De aquel Elefante Blanco sobre el que tantos años después se ha fabulado, Oliart tiene su particular conclusión: “Fue una invención de Armada. Armada todo lo que no sabía, se lo inventaba”.

Oliart descansa en su casa de Galicia frente a una ría, y escribe lo que tiene pendiente de contar. Un día de estos empezará a escribir sobre aquellos días en que fue ministro de Defensa y tenía ante sí una exigente hoja de ruta: llevar a cabo el juicio a los golpistas y que este terminara con la condena de los principales responsables, iniciar algunas reformas administrativas y meter a España en la OTAN. Se trataba de dejar atrás un ejército de pequeños caudillos y dar el paso a militares profesionales. Y, por supuesto, tenía que controlar a los golpistas.

Pero sucedió que aquel Gobierno de Calvo Sotelo asumió que tenía los días contados, que no gobernaría mucho tiempo, que tendría que dar paso a quienes iban a venir, que no eran otros que esos jóvenes socialistas que lideraba Felipe González. “Tuve que hundirme con el barco”, dice Oliart. “Era una época en la que se inventaban golpes de Estado casi todos los días”. Y a ellos, a los socialistas, les correspondería acabar con las bravatas golpistas.

 

Oliart recibió el mandato de trasladar información sensible a Felipe González

 

La información sobre los golpistas era confusa y desmedida. Su primera decisión fue darle una vuelta al servicio de inteligencia y contar con información fiable, para lo cual nombró al frente del CESID al teniente coronel Alonso Manglano: el objetivo era investigar en los cuarteles. Luego, se rodeó de un reducido gabinete de confianza, con otro teniente coronel en sus filas, Jesús del Olmo, un experto jurídico. Ese gabinete diseñaría los decretos necesarios para ir jubilando a los generales.

Fue aquel un Gobierno que duró 20 meses. Oliart recibiría tiempo después un mandato muy especial: trasladar información sensible a Felipe González y al colaborador que él designase. Aquella fue una transición en medio de la Transición, un traspaso de poderes antes de unas elecciones, un suceso insólito, nunca después repetido.

Se celebró una primera reunión en el domicilio de Oliart (“un chalé que estaba en un barrio residencial, era una casa cómoda, ni rica ni modesta”, recuerda Narcís Serra, que por entonces era el alcalde socialista de Barcelona). Sin papeles, ni documentos, al menos es lo que confiesan los testigos de aquellas citas. Pasado el verano del 82, las reuniones se nutrieron con nuevos actores, Narcís Serra, Jesús del Olmo y Emilio Alonso Manglano. Para entonces, Serra ya había aceptado ser el futuro ministro de Defensa del primer Gobierno socialista después de la Guerra Civil.

Los socialistas tenían su Gobierno en la sombra, una estructura logística hecha a imagen y semejanza del partido laborista británico. Y, dentro de esa estructura, su propia información sobre el entorno militar. Pero Narcís Serra era un actor inesperado, no era el candidato en quien se había pensado; durante tiempo se especuló con Enrique Mújica, pero sus reuniones con el general Alfonso Armada le habían dejado en entredicho; se llegó a hablar de Luis Solana y de Miguel Boyer para el cargo. Finalmente, el elegido era Serra, un alcalde, nada menos que el alcalde de Barcelona.

 

Narcís Serra: “Aquellas conversaciones me sirvieron para saber cómo estaba el ejército"

 

La información que manejaban los socialistas procedía de ramificaciones que llegaban hasta militares de la clandestina UMD(Unión Militar Democrática). Esa información se trasladaba a Mújica (presidente de la Comisión de Defensa en el Congreso), o a Luis Solana (portavoz de Defensa); en algunas ocasiones a Julio Busquets, un comandante que había dejado el ejército para presentarse a las primeras elecciones democráticas por el PSOE.

Otro militar, Carlos San Juan, tenía la misión dentro del partido de ocuparse de los asuntos de Interior. “No era una organización muy colegiada. Yo tenía datos sobre militares y sobre policías. La militar se la trasladaba a Julio Busquets. A veces éste me preguntaba ¿Se lo has contado a Felipe? Yo debía entrevistarme con Juan José Rosón, que era el ministro del Interior. Con Rosón solo hablaba de cuestiones relacionadas con ETA y sus planes para terminar con ETA político militar y “acabar con aquella insana competencia”, como decía Rosón. Le gustaba muy poco tener que dar cuentas, era una situación excepcional porque sabía que ganaríamos las elecciones”. Había tres tipos de conversaciones secretas, según San Juan, una en el área de Interior, otra en Defensa y una tercera en Economía, “que no sabía si llevaba Boyer o Solchaga”. San Juan terminó su cometido y presentó centenares de fichas sobre policías y comisarios, departamento por departamento. “Era información que la policía daba de sí misma, sobre todo cómo pensaban comisarios y subcomisarios y también algunos militares”. San Juan le entregó sus fichas a Barrionuevo, el elegido finalmente para ser ministro del Interior. “Lo puse a su disposición, pero no me hizo demasiado caso”.

Narcís Serra también recibió los informes internos del partido. “Cabía en una caja”, recuerda. No era muy cuantiosa ni muy interesante, a su juicio, como tampoco la que se encontró en la caja fuerte de Defensa, después de que Oliart le diera la llave: “sobre todo eran papeles y documentos relacionados con el juicio del 23F”.

Después de aquel verano de 1982, Narcís Serra visita la casa de Alberto Oliart en Madrid en varias ocasiones. Allí se entrevista también con Jesús del Olmo. Recibe información verbal. De Serra siempre se ha dicho que su candidatura se fraguó durante la organización del desfile de las Fuerzas Armadas, celebrado en Barcelona el 31 de mayo de 1981. Fue un gran desfile. Su experiencia durante el golpe del 23F fue muy limitada. “Recibí la llamada de Francisco Laína, que presidía el consejo de subsecretarios (el gobierno de facto en aquellas 17 horas y media que duró el golpe), quien le pidió que enviara un coche patrulla de la policía local a cada cuartel militar para que informaran de cada movimiento. “Y no hubo movimientos”.

 

Una brigada de la Acorazada fue trasladada a Badajoz y esa decisión molestó a los portugueses

 

Unos días antes de aquel desfile vivió otra experiencia muy curiosa, el asalto a la sede del Banco Central en Barcelona, un episodio rocambolesco que en algún momento se confundió con una intentona golpista. Allí tuvo trato con los mandos de la policía (general Saez de Santamaría) y la guardia civil (general Aramburu Topete). “Cuando Felipe González me consulta por primera vez, yo no quería dejar de ser alcalde. Mi gran objetivo era la candidatura de Barcelona para los Juegos del 92”.

Aquellas conversaciones en casa de Oliart se celebran en un entorno de psicosis de golpe. De hecho, semanas antes de las elecciones se había desarrollado la operación Cervantes, que desarticuló la organización de un golpe sangriento para el 27 de octubre de 1982. “Aquello fue un golpe elaborado con la preparación propia de un estado mayor”, recuerda Jesús del Olmo.

Las entrevistas secretas con Oliart, Del Olmo y Manglano fueron muy útiles para Serra: “Me sirvieron para saber cómo estaba el ejército y para ver que el enfoque de un partido no se podía llevar a cabo. O reformábamos o no conseguíamos nada. Persiguiendo individualidades no se resolvía el problema: había que reducir privilegios y hacer que el Gobierno mande. Esa son las conclusiones que saco”.

Serra se tomó su tiempo y mantuvo la columna vertebral del ministerio de Oliart. No era un hombre de decisiones rápidas, pero sí hizo una cosa: desmembrar la División Acorazada, la unidad más potente que tenía el ejército español, ubicada a las afueras de Madrid, con sus 13.000 efectivos, aquella unidad con la que especulaba todo golpista, la división que podía dominar los puntos vitales de la capital. Serra desplazó algunas de sus brigadas mecanizadas a otros lugares, “porque una cualidad que tenía esa división era la de que carecía de terrenos para hacer maniobras”. Una brigada fue desplazada a Zaragoza. Otra a Badajoz. Aquella de Badajoz originó un inesperado problema diplomático: “A los portugueses no les gustó nada ese movimiento”, recuerda Serra. “No entendían que hacía esa brigada cerca de su frontera”. Serra solucionó ese episodio en una discreta reunión en Bruselas.

El PSOE abandonó toda idea de salir de la OTAN. Como abandonó otras ideas preliminares. Los pequeños caudillos fueron desapareciendo de la escena. Y el golpismo perdió la voz.

 

Fuente: El País

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Víctor Arrogante
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