Después del tiempo transcurrido, la nostalgia llena los recuerdos. Es
cierto que nada tiene que ver hoy con lo de ayer. Los avances son
significativos. Hoy, hasta puedo escribir lo que escribo y digo. Antes
del setenta y siete era impensable hacerlo. Nunca se vivió mejor con
Franco que ahora se vive, por mucho que lo digan los otros
nostálgicos, los de enfrente, con quienes algunos no nos llevamos
bien, porque tenemos ideas contrarias e intereses contrapuestos.
Representamos a las dos españas, las de siempre enfrentadas; la del
progreso frente a la oscura conservadora; la de la igualdad frente a
la de los privilegios; la de la justicia social frente a la caciquil
conservadora; la de la razón frente a la oscura católica. El 15-J fue
un espejismo, un ensueño vivido. La realidad nos ha traído hasta aquí,
sobrellevándolo; pero nada es igual.
El resultado de las elecciones fue el que habían
previsto los diseñadores del proceso. Se presentaron más de ochenta
partidos o agrupaciones electorales. Hubo un 21,17% de abstención y
consiguieron escaño doce candidaturas. Ganó Adolfo Suárez, como
heredero del régimen, con su UCD (6.310.691 votos y 166 escaños),
seguido por el PSOE renovado de Felipe González (5.371.866 / 118). El
PCE del eurocomunismo, con Santiago Carrillo a la cabeza, fue la
tercera fuerza política (1.709.890 / 19), seguido muy de cerca por la
Alianza Popular, de Manuel Fraga (1.504.771 / 16). Con la presencia
emocionada de Dolores, La Pasionaria, que por fin pasó, y el Albertí
marinero en la presidencia del Congreso de los Diputados, dio comienzo
la etapa democrática y sin ser anunciado, se abrió un proceso
constituyente, que nos llevó al referéndum del 6 de diciembre y a la
proclamación de la Constitución el 28 de diciembre de 1978.
El proceso electoral se desarrolló en un nuevo clima,
tras el referéndum celebrado el 15 de diciembre de 1976. Los españoles
y españolas en «igualdad y libres» respondimos a la pregunta que nos
hacía el propio régimen: «¿Aprueba el Proyecto de Ley para la Reforma
Política?». El 94,17% de los votantes dijimos si —el 77,8% de los
votos contabilizados, de un censo constituido por 22.644.290
electores—. Fue el «si» de la esperanza democrática. El resultado
constituyó la «voladura controlada del régimen» según el profesor
Pérez Royo. Significó la aceptación y el comienzo de la Transición a
la democracia. El dictador había muerto hacía poco tiempo y el miedo a
la represión, la involución y a la guerra estaban presentes. No
teníamos desarrollado el sentido de la cultura política. Los
acontecimientos se sucedían vertiginosamente, parecía que
descontrolados, pero era en apariencia. Salíamos de una dictadura en
la que no se permitía pensar, solo obedecer consignas y las nuevas
sonaban bien.
Fui testigo y de alguna forma protagonista de la Transición que
comenzaba. No puedo arrepentirme de lo que hice convencido, pero visto
en perspectiva histórica y con lo vivido y aprendido, hoy soy crítico
con los resultados de todo aquello. En su forma fue un pacto desde el
franquismo hacia la democracia, aunque no todos los que participaron
fueran demócratas. La oposición democrática al régimen no pidió que se
dirimieran responsabilidades por los crímenes cometidos, por los
derechos pisoteados durante la dictadura, ni por el origen del régimen
que terminaba. Los responsables y autores, asesinos, siguieron en la
calle formando parte del tejido social y ahí siguen. Sobre esos
rescoldos se fundó la democracia y se traicionó a la República
La Transición fue una ley de punto final: No solo impidió juzgar y
castigar a los culpables, autores y defensores de la dictadura y su
represión, sino que hoy sigue impidiendo investigar los casos de los
miles de desaparecidos y enterrados en las cunetas de nuestros caminos
y carreteras. La Transición puso como jefe de Estado a un rey, que hoy
abdica en su heredero y que durante veinte años apoyó voluntariamente
a Franco que lo nombró como sucesor. Nunca renegó del juramento a los
«principios generales del movimiento», ni denunció las penas de muerte
que su protector firmó hasta el final de sus días. Fue una reforma sin
ruptura, construida sobre el poder franquista intacto. Hubo un gran
debate en las alturas sobre «ruptura o reforma», pero al final,
quienes defendían la ruptura reformaron y los reformistas retornaron
al lugar de donde venían. Si no lo remediamos, con la coronación de
Felipe como heredero, se consumará el «atado y bien atado» del
dictador. Sin referéndum sobre si monarquía o república, el nuevo rey
quedará deslegitimado ante el pueblo.
En el 15-J, la gente, tradicionalmente desinformada, votó como vota
casi siempre, a los que más salen en televisión, en la prensa, o más
levantan la voz del poder; entonces por quienes provocaban menos
miedo. Los partidos políticos, hasta entonces en la clandestinidad,
fueron llamados a participar en la Transición y terminaron aceptando
lo que nunca habían defendido: la monarquía, la bandera que había
ondeado el dictador y las condiciones que impusieron los vencedores de
la guerra. Clandestinos y legales, comunistas y socialistas,
franquistas y falangistas, fueron amnistiados por los delitos
cometidos durante los cuarenta años de Franco. No se pidieron
responsabilidades ni investigación por los muertos del franquismo, ni
por los presos ni represaliados ni por los condenados a trabajos
forzados y desaparecidos por decenas de miles. Ningún programa
electoral prometió derribar lo que el franquismo había construido.
En el proceso hacia la democracia la Agencia Central de Inteligencia
«CIA» estuvo cerca. Podríamos afirmar que la Transición se diseñó en
un despacho desde Langley, dice Alfredo Grimaldos en su libro, Claves
de la Transición 1973-1986, para adultos. La Transición fue la
«metáfora de un interrogatorio policial» donde fueron los propios
franquistas quienes diseñaron el cambio y se repartieron los papeles,
en la obra que ellos mismos dirigían. La imagen oficial de este
periodo se ha construido «sobre el silencio, la ocultación, el olvido
y la falsificación del pasado». Hoy conocemos, como el entonces
sucesor de Franco, Juan Carlos, se hizo confidente de la Casa Blanca y
se convirtió en su gran apuesta para controlar España. Siguen en
ello.
Mucho ha cambiado la sociedad desde aquel 15-J. Ni todo ha estado mal
hecho, ni todo ha sido una maravilla. El pasado es la historia, el
futuro no existe y el presente es efímero y cruel para los más
desfavorecidos socialmente. El Sistema actual, respetó las ruinas del
franquismo y se construyó sobre la dictadura y sus miserias. Algunos
dicen que lo sucedido pertenece a un capítulo de la historia que no
hay que recordar. Para ellos es mejor el olvido. Demasiados errores
hemos cometido pensando en el futuro. Ahora toca hacerlo bien y para
no caer en los mismos errores, es necesario abrir un Proceso
Constituyente, mediante un referéndum, que rompa ataduras con ese
pasado que algunos recordamos desapasionadamente y otros muchos
quieren conocer. |