Hace
unos años, aprovechando unas declaraciones del obispo de Alcalá,
di un repaso a la institución que representa; una de las más
nocivas que ha tenido la humanidad en su historia, por sus
crímenes, villanías y «pecados». Hoy, en un día tan señalado para
la iglesia, retomo la reflexión. Han transcurridos siglos y
quieren seguir controlando las conciencias, obviando que la
iglesia sostuvo y defendió la represión franquista, avalando sus
principios bajo palio. La Puta de Babilonia, la católica no es del
amor ni de los pobres.
La Ramera de Babilonia, aparece en el libro
Apocalipsis, como un personaje asociado con el Anticristo y la
Bestia del Apocalipsis, relacionados con el reino de las siete
cabezas y diez cuernos. «Entonces vino uno de los siete Ángeles
que llevaban las siete copas y me habló: Ven, que te voy a mostrar
el juicio de la célebre Ramera, que se sienta sobre grandes aguas.
Con ella fornicaron los reyes de la tierra y sus habitantes se
embriagaron con el vino de su fornicación» (Apocalipsis
17:1-2). En el siglo XVI, con la Reforma
de Lutero, se consideraba a la iglesia católica como la ramera de
Babilonia; lo mismo que antes ya lo hicieran Girolamo Savonarola,
predicado contra el lujo, el lucro, la depravación de los
poderosos y la corrupción de la iglesia católica. También Dante
utilizó la imagen de la Puta en su Infierno, criticando a la
iglesia de Roma.
La
Puta de Babilonia, de Fernando Vallejo,
demoledor, cuenta los grandes crímenes de la Iglesia Católica, y
los pecados de los papas. Plantea dudas sobre el nuevo testamento
y las contradicciones de los evangelios, dudando de la existencia
de Jesucristo y de dios mismo. Cuenta como los Obispos de Roma
destruyendo las copias antiguas de los evangelios en el siglo III
a. C. y como escogieron, de los veintisiete textos para el Nuevo
Testamento en el Tercer Concilio de Cartago en 397, los que mejor
les convenía. También hace semblanza de algunos personajes que
estuvieron en el entierro del papa Wojtila «papa de la paridera»,
contrario a preservativos, anticonceptivos y aborto. «Veíamos
entre la más alta granujería del planeta, a Bush, Clinton, Blair,
Chirac y Kofi Annan, truhanes que no necesitan presentación». Si
cambiáramos estos nombres, por los actuales que ocupan los mismos
cargos, tendríamos el mismo panorama.
No nos alejemos mucho ni en el tiempo ni en
el espacio. La Inquisición se fundó en 1478 por los Reyes
Católicos, para mantener la ortodoxia católica en sus reinos y no
se abolió hasta 1834. Estuvo bajo el control directo de la
monarquía —entre otros por Fernando VII, tatarabuelo del actual
rey de España—. Actuaba, «no tanto por celo de la fe y salvación
de las almas, sino por la codicia de la riqueza», decía el papa
Sixto IV. Lo cierto es que las razones de su creación, fueron:
establecer la unidad religiosa; debilitar la oposición política;
acabar con la poderosa minoría judeoconversa; y conseguir
financiación para sus proyectos. Se estableció una férrea
organización para la persecución y expulsión de los judíos;
represión del protestantismo; la censura; luchar contra los
moriscos, la superstición y la brujería. También se persiguió la
homosexualidad y bestialismo, considerados por el derecho canónico
contra naturam. Es deleznable, como la iglesia persigue
estos supuestos «delitos», cuando en su seno hay tantos
delincuentes pedófilos. El último caso conocido de abuso de
menores es el de «Casa
de Dios»; un cura con antecedentes en
Italia y otro sacerdote están presos por someter a chicos sordos.
Muchos verdaderos fieles cristianos, fueron
encerrados, torturados y condenados como herejes, para ser
privados de sus bienes y propiedades por la Inquisición. Su método
represor, se basaba en el principio de presunción de culpabilidad,
no de inocencia. La detención implicaba la confiscación de sus
bienes, llevándose la instrucción en el máximo secreto. El
tormento se aplicaba, no como medio de conocer la verdad, sino
para reconfortar al preso en su fe. Ningún papa ha condenado a la
Inquisición de manera clara. Hoy sigue existiendo, con el
sobrenombre de
Congregación para la Doctrina de la Fe,
«para defender a la iglesia de las herejías» desde donde saltó al
papado su prefecto, Joseph Ratzinger («Benedicta»).
Vallejo,
mantiene dudas históricas sobre el nuevo testamento y la
existencia de Jesucristo y trata de la
opresión que ha ejercido la iglesia a las ideas contrarias al
catolicismo; y no deja de tratar la historia reciente del papado,
sus finanzas, apariciones de las vírgenes de Lourdes y Fátima, los
escándalos continuos y lavado de capitales de la Banca Vaticana.
Pese a que aparentemente Vallejo exagera, se queda corto, cuando
habla de los escándalos permanentes, protagonizados por los curas
pederastas, que salen como setas en otoño, y las indemnizaciones
para encubrirlos.
«LA
PUTA, LA GRAN PUTA, la grandísima puta, la santurrona, la
simoníaca, la inquisidora, la torturadora, la falsificadora, la
asesina, la fea, la loca, la mala; la del Santo Oficio y el Índice
de Libros Prohibidos; la de las Cruzadas y la noche de San
Bartolomé; la que saqueó a Constantinopla y bañó de sangre a
Jerusalén; la que exterminó a los albigenses y a los veinte mil
habitantes de Beziers; la que arrasó con las culturas indígenas de
América; la que quemó a Segarelli en Parma, a Juan Hus en
Constanza y a Giordano Bruno en Roma; la detractora de la ciencia,
la enemiga de la verdad, la adulteradora de la Historia; la
perseguidora de judíos, la encendedora de hogueras, la quemadora
de herejes y brujas; la estafadora de viudas, la cazadora de
herencias, la vendedora de indulgencias; la que inventó a Cristo
loco el rabioso y a Pedro-piedra el estulto; la que promete el
reino soso de los cielos y amenaza con el fuego eterno del
infierno; la que amordaza la palabra y aherroja la libertad del
alma; la que reprime a las demás religiones donde manda y exige
libertad de culto donde no manda; la que nunca ha querido a los
animales ni les ha tenido compasión; la oscurantista, la
impostora, la embaucadora, la difamadora, la calumniadora, la
reprimida, la represora, la mirona, la fisgona, la contumaz, la
relapsa, la corrupta, la hipócrita, la parásita, la zángana; la
antisemita, la esclavista, la homofóbica, la misógina; la
carnívora, la carnicera, la limosnera, la tartufa, la mentirosa,
la insidiosa, la traidora, la despojadora, la ladrona, la
manipuladora, la depredadora, la opresora; la pérfida, la falaz,
la rapaz, la felona; la aberrante, la inconsecuente, la
incoherente, la absurda; la cretina, la estulta, la imbécil, la
estúpida; la travestida, la mamarracha, la maricona; la
autocrática, la despótica, la uránica; la católica, la apostólica,
la romana; la jesuítica, la dominica, la del Opus Dei; la
concubina de Constantino, de Justiniano, de Carlomagno; la
solapadora de Mussolini y de Hitler (y de Franco); la ramera de
las rameras, la meretriz de las meretrices, la puta de Babilonia».
Ora pro nobis non est.
«¡Tú la
teóloga, la misteriosa, la profunda, la recóndita, la que se cree
representante de dios en la tierra y mata en su nombre». Poco más
tengo yo que decir para definirte. La antidemocrática, la del odio
y la agresión; la que odia a las mujeres y abusa de la infancia
«dejad que los niños se acerquen a mi» y aprovecha el poder que
ejerce sobre ellos para introducir ideas retrógradas y perniciosas
contra la libertad y los derechos.
No creo en ningún ser sobrehumano, ni
sobrenatural, que controle los destinos de los seres vivos aquí en
la Tierra; que imparta castigo y justicia divina, ni nada por el
estilo. No creo en dios, ni en sus actos, ni en sus obras, ni en
su historia, ni en su hijo, ni en su madre, ni en todos los
santos, ni en ninguna paloma blanca. Mucho menos creo en los
hombres que dicen representar a ese dios, inexistente y que para
mostrar su poder, han amparado y cometido los mayores crímenes
contra la humanidad. Hubo un tiempo que si creí, pero como dice
Stephen Hawking: «No
hay ningún Dios y los milagros no son compatibles con la ciencia»,
ni con la razón digo yo, como máximo atributo del ser humano.
Pacem vobiscum.