Este
artículo, con el título Monstruo: el sistema de todos los males,
apareció en mi libro Reflexiones Republicanas (Edición 2013); hoy lo
recupero. Quiten o pongan un punto o una coma aquí, especifique
algún termino o matice algún argumento, pero si hubiera sido escrito
hoy tendría la misma vigencia de entonces.
En mi
infancia nos asustaban con el Ogro, monstruo de personalidad
indefinida; que vivía en alguna cueva de paraje desconocido. Siempre
estaba presente como amenaza, para llevarte, comerte o simplemente
asustarte; para que hicieras esto, aquello o dejaras de hacer. Hoy
hemos creado otro monstruo: se llama Sistema, de todos los males, y
tiene el mismo objetivo que aquél: controlar, amedrentar y castigar.
Lo alimentamos periódicamente con nuestros votos.
El
monstruo estaba presente en nuestras vidas. Cada cual nos lo
imaginábamos según nuestra propia idea del miedo. Oscuro, negro o
blanco albino; de cabeza y boca enormes y colmillos amenazadores,
nauseabundo. Esa es mi terrorífica visión. Espero que haya
desaparecido como método de educar, aunque exista el monstruo de las
galletas, mucho más dulce que el que entre todos hemos creado. Un
monstruo indeseable, avaricioso, cruel y corrupto, que queda
representado en el Sistema, de todos los males, institucional,
político, judicial y económico; y lo alimentamos cada cuatro años.
El
Sistema, de todos males, se retroalimenta con sus propias
inmundicias. La política se judicializa y la justicia se politiza;
no existe independencia entre poderes. Se adoptan medidas, en muchas
ocasiones, a sabiendas que son contrarias a la ley, rayando la
prevaricación. La corrupción afecta a partidos y a los políticos sin
escrúpulos, que se lucran y benefician, sin vergüenza, en el
ejercicio de representación y gestión de los fondos públicos.
Tenemos el caso "PP, Bárcenas, Gurtel", de las comisiones ilegales y
la supuesta financiación irregular del partido, como culmen
de la desvergüenza.
Las
instituciones pierden su grandeza, al ser utilizadas en beneficio de
aquellos que deberían protegerlas y que han prometido o jurado
defender. La percepción que existe sobre la corrupción política y el
deterioro institucional, van desde la monárquica, hasta el más
pequeño ayuntamiento, pasando por gobiernos autonómicos o el propio
gobierno de la nación, parlamentos y poder judicial, sin olvidar a
banqueros y empresarios. Monstruo de múltiples cabezas y garras, que
amenaza con destruir todo lo que toca. Y el ejército y la policía a
su servicio.
La
separación de poderes, que caracteriza a un estado democrático
moderno, no se produce en la realidad. El parlamento que representa
a la soberanía del pueblo, está supeditado al gobierno. El
parlamento, que elige al presidente, está bajo sus dictados. No hay
independencia, como no la hay con el órgano del poder judicial, que
está politizado. El gobierno manda y el pueblo soberano,
representado en el parlamento, obedece; solo se cuenta con él para
votar cada cuatro años. Hemos creado un monstruo que identifica
sufragio universal con democracia; cuando democracia es más
participación y poder de decisión.
El
imperio de la ley es la seña de identidad del estado de derecho.
Decir que la ley es igual para todos, es otra gran mentira del
Sistema, de todos los males. Ni a todos se les aplica con el mismo
rigor, ni todos están por debajo de la ley. En el Sistema, de todos
los males, el rey está por encima de la ley, lo dice el propio texto
constitucional, y otros órganos, sin decirse, lo están también. La
aplicación de la ley depende de la clase social a la que se
pertenezca. Existen dos varas de medir. La justicia es clasista y
castiga más a los que menos recursos tienen para defenderse. Con las
reformas, no todos tenemos la misma oportunidad para acceder a la
justicia. La democracia se ha degradado.
La
administración de justicia es un monstruo por si mismo. Los jueces
hacen cumplir las leyes, con escasos medios y regulares resultados.
¿Cuándo aparecerá un juez que no aplique las leyes injustas? ¿Cuándo
se dará un político que haga leyes justas? El imperio de la ley,
utilizado torticeramente es una trampa. Hay que cumplir la ley,
aplicarlas justamente y hacerlas con criterios de justicia social.
El Sistema, representado por el poder político, beneficia al poder
económico, que es madre y padre del monstruo.
En un
modelo en el que rige una economía social de mercado, se supone que
el mercado manda, ordena y regula las tendencias; y el Estado
corrige las desviaciones, con el objetivo de conseguir, con
solidaridad, el progreso social. El mercado va a lo suyo, y el
gobierno, que debería impulsar esas medidas correctoras, está
preocupado, de forma exclusiva, en fortalecer el sistema financiero,
olvidándose de la economía real que crea riqueza y empleo. De nuevo
el monstruo, que como cual Saturno, se alimenta de las necesidades y
calamidades de la gente, a quienes tendría que proteger y amparar.
El
Sistema adquiere su propia lógica y entiende que todo es justo si se
hace en su morada; pero lo que es injusto, lo es por encima de su
lógica. Dicen que el sentido personal de justicia, debe
sacrificarse, al orden legalmente establecido, aceptando la ley como
es, sin detenerse a pensar, si es justa o es injusta. Y eso no puede
darse en todas las circunstancias. No hay que confundir legalidad
con legitimidad. Ésta no se adquiere por haber conseguido mayorías
absolutas parlamentarias, si las leyes que aprueba son injustas
socialmente, y perjudican a la clase trabajadora y a los sectores
sociales más desfavorecidos. Frente a esta situación cabe, cuanto
menos, la insubordinación.
Y parece
que todo va a seguir siendo como es. Los partidos no están por la
labor de dar la vuelta a la tortilla; el bipartidismo sigue estando
presente y con él la democracia se resiente. Cada cuatro años a
votar, fortaleciendo al monstruo. Contra la desesperanza:
indignación, protestas, manifestaciones y huelgas; que son buenos
instrumentos para reivindicar los derechos que el Sistema, de todos
los males, permite eliminar y suspender. Los poderosos se han
apropiado del Sistema, de todos los males.
Para
acabar con este monstruo, cada vez más deteriorado, corrupto y menos
democrático, se necesita una acción contundente y definitiva, que
destruya a la bestia en su guarida. Puede haber otras salidas. Pero
¿Cuáles? Ahí lo dejo.