Terminó
la crisis económica que sufrimos en 2008; terminó, pero no se
vieron ni los brotes verdes ni luz en el túnel ni al final. Ahora
con la crisis sanitaria provocada por el Covid-19 todo lo ha
empeorado y nada será igual. Y lo peor es que el neoliberalismo que
siempre está al acecho juega sus bazas, pretendiendo seguir en
cabeza con su estilo totalitario, acechando a las instituciones
democráticas y desactivando el modelo económico y social del Estado
de bienestar. Nos queda una descripción en la Constitución, que los
autollamados constitucionalistas se encargan de enmendar.
España en
un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores
superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la
igualdad y el pluralismo político (Art.1.1 de la CE). Este Estado
social, lo hemos identificado como Estado de bienestar, alejado de
la acción benéfico-asistencial, relacionado con derechos: pensiones,
sanidad, subsidio al desempleo, junto a los servicios sociales, el
derecho a la educación, la cultura y otros servicios públicos,
sustentado todo sobre el principio de universalización, siendo
beneficiarios solidariamente el conjunto de la ciudadanía. Este
modelo de bienestar social, ha sido sello de identidad de las
democracias europeas más avanzadas. En España, en los últimos años,
se ha ido elaborando el modelo con esfuerzo y no menos entusiasmo,
sin haber podido llegar a su desarrollo pleno.
Que es el
bienestar: todo aquello que permita que vivamos mejor, con la menor
angustia posible ante las incertidumbres y más tranquilos de cara al
futuro, que nos permita sobrellevar la existencia sufriendo las
menores calamidades posibles. La vida, por si misma, es dura, más,
para los que solo tenemos como patrimonio la fuerza de nuestro
trabajo y algunos ya ni eso. La felicidad absoluta es difícil de
conseguir, pero no tanto ponernos en su camino. Mientras llega el
desenlace definitivo, sobrevivir, con dignidad, con la mejor calidad
de vida posible, tiene que ser un objetivo irrenunciable. Una
sociedad justa y solidaria debe propiciarlo.
Este
modelo que la Constitución establece, pretendía el bienestar a
través de la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo
político. El artículo 53.3 dice: "El reconocimiento, el respeto y la
protección de los principios reconocidos en el Capítulo tercero,
informará la legislación positiva, la práctica judicial y la
actuación de los poderes públicos y sólo podrán ser alegados ante la
Jurisdicción ordinaria de acuerdo con lo que dispongan las leyes que
los desarrollen". Son derechos, pero sin protección constitucional,
como sí están protegidos los derechos y libertades del Capítulo
segundo Derechos y libertades, que vinculan a todos los poderes
públicos (Sección 1ª. De los derechos fundamentales y libertades
públicas y Sección 2ª. De los derechos y deberes).
Todo
quedó sometido a la economía capitalista tras la reforma del
artículo 135 llevada a cabo por el gobierno de Rodríguez Zapatero
con el apoyo del PP en 2011. Con la reforma, la mayoría de los
derechos sociales quedaron subordinados al principio de estabilidad
presupuestaria, limitación del déficit público y de la capacidad de
endeudamiento de las distintas administraciones públicas; dando
prioridad absoluta al pago de la deuda y sus intereses, frente a
cualquier otro tipo de gasto social que el Estado quisiera realizar.
Las
causas y razones de las crisis económicas son consustanciales con el
sistema capitalista y por los errores políticos, avalados por la
teoría ideológica de quienes las generan. Vivimos el ataque del
capitalismo de casino, contra el bienestar de quienes solo tenemos
nuestra fuerza de trabajo. Los partidarios del mercado siempre
culpan al Estado y su intervención para equilibrar desajustes. No es
que fallen los mecanismos, es que el mercado, utiliza las crisis
para desmantelar estructuras, deslocalizando producciones y
mejorando su posición global. Quienes provocan las crisis, son los
mismos que las gestionan para su propio beneficio.
El
objetivo del sistema capitalista es ganar dinero, por lo que fabrica
y vende cuanto más mejor. Crece más la capacidad de producir que la
de consumir y es aquí cuando aparece el sistema financiero: concede
créditos al consumo, provocando el endeudamiento del sector privado
(familias y empresas). Si la deuda crece de forma desproporcionada
algunos precios suben, como el de la vivienda que resultó inflado,
creando la burbuja inmobiliaria especulativa. Cuando la distancia
entre la capacidad de compra y capacidad de pago aumenta, el riesgo
de impago sobrepasa los límites y estalla la burbuja y aparece la
crisis. En España, tras negar la existencia de la crisis, las
soluciones se abordaron tarde y mal y los gobiernos, al dictado del
neoliberalismo, intervinieron para salvar en exclusiva al sistema
financiero, con rescates y ayudas, sumiendo al pueblo llano en una
cada vez más cierta indigencia.
Cada día
hay más gente que vive en la pobreza, pese a tener un trabajo y un
sueldo. La crisis ha propiciado que aumente el índice de la pobreza
laboral, aquella en la que el sueldo no impide al trabajador dejar
de estar bajo el umbral de la pobreza. España es uno de los países
europeos con mayor desigualdad económica y el peor de la Eurozona.
Más pobreza y menos bienestar, nos llevan a peor calidad de vida y
más infelicidad.
La crisis
es un golpe de estado que distribuye la riqueza hacia arriba, según
David Harvey en su Breve historia del neoliberalismo. Por su parte
Josep Ramoneda, en La izquierda necesaria, dice que el economicismo
se ha convertido en la ideología de nuestro tiempo. Lo cierto es que
el neoliberalismo ha llegado con la pretensión de quedarse, con
estilo autoritario, desactivando a las instituciones democráticas y
eliminando el bienestar que estábamos construyendo con lucha y
esfuerzo.
La
universalización de los derechos sociales como las pensiones por
jubilación, dependencia, desempleo, sanidad o educación, que
caracterizan a un Estado social se reforma con el ánimo de que
desaparece. El Gobierno, que tiene la obligación de desarrollar
políticas redistributivas activas justas y equilibradas, que
garanticen, de forma real y efectiva, la libertad, la justicia y la
igualdad, no hace todo lo que debería y quienes sindical y
políticamente deberían defenderlo parece que tampoco lo suficiente.
La crisis
económica sigue su camino, para la creación de un nuevo modelo.
Nunca volverá a ser nada como antes; mientras, la destrucción de lo
público. Destrucción de empleos, sin crear nuevos. Abandono a su
suerte a jóvenes y mujeres, sin atender debidamente a niños,
enfermos, ancianos o inmigrantes. Es tanta la destrucción y tanto el
daño que están haciendo, que será difícil que todo vuelva a ser como
antes.
Para la
derecha, la crisis es una buena excusa para eliminar los derechos de
todos, y proteger los intereses de algunos, ya lo vemos en Madrid.
Disfrutan con hacer daño a los que sufren miseria. Es su particular
vendetta contra los humildes. Habrá que dar la vuelta a la tortilla.
Juegan
con nuestro hartazgo y nuestros temores. Ni la economía en general
ni el mercado laboral en particular, muestran signos de mejora.
Quienes provocaron la crisis −los poderosos−, y quienes la gestionan
−sus sicarios en los gobierno−, siguen argumentando que para salir
de la crisis, se requiere reducir salarios, reducir prestaciones
sociales, más recortes en el gasto social y una minoración de los
sistemas fiscales para los más ricos . Pretenden la menor presencia
de la actuación de los poderes públicos: reducir el Estado (que
somos todos). Lo quieren todo y para ellos.
No he
querido referirme a las consecuencias de la crisis sanitaria, que
está por ver, pero sufriremos sus consecuencias, por mucho que
dijeran desde el Gobierno que nadie se quedaría atrás. El bienestar
está en peligro. Los más perjudicados somos los que menos tenemos.
Debemos demandar y proteger unos servicios públicos de calidad para
todos, que respondan con eficacia a las necesidades de la gente; y
como el sistema político actual lo impide, habrá que cambiarlo.