Las
tensiones entre Rusia y Ucrania han encendido las alarmas en el
ámbito mundial, que hablan abiertamente de la posibilidad de una
guerra entre esos dos países, jaleada por los Estados Unidos y por
la OTAN que la pronostican y esperan con el ánimo de sacar tajada.
La Unión Europea está de oyente y España de actor figurante, sin que
a nadie de los actores protagonistas les importe su papel, salvo a
quienes denunciamos su presencia en la zona. El conflicto viene de
lejos en la historia. Me referiré a los acontecimientos de 2014 que
provocaron la matanza de Odesa.
A Rusia
le preocupa el surgimiento de un nacionalismo en Ucrania que se
defina por su oposición a Rusia. Algunos creen que se trata de una
obsesión personal del presidente Vladimir Putin. Otros dicen que es
un intento por regresar a una suerte de nueva Guerra Fría. Los
temores se han visto avivados por la acumulación de más de 100.000
soldados rusos junto a la frontera con Ucrania y por una serie de
exigencias presentadas a mediados de diciembre por Moscú. Putin
considera que Occidente ha convertido a Ucrania en una plataforma
antirrusa y que es algo que debe resolverse.
Pero el
conflicto viene de lejos. Voy a referirme a los acontecimientos que
ocurrieron en 2014, cuando 46 personas mueren, otras 48 son
declaradas desaparecidas, más de 200 heridas en la ciudad ucraniana
de Odesa y cientos de detenidos, como consecuencia de los
enfrentamientos entre los prorrusos y los derechistas nazis
voluntarios de Kiev, en los que se incendió, intencionadamente, la
Casa de los Sindicatos. La Unión Europea permaneció callada y se
convirtió en cómplice ante esta escalada bélica de violencia
extrema, pese a los intereses geoestratégicos que existen.
Las
protestas se remontan a cuando el gobierno decidió abandonar las
negociaciones que se mantenían con la UE para firmar un Acuerdo de
Asociación, por entender que no era ventajoso para Ucrania. Con una
fuerte presión de la calle, el Parlamento destituyó al presidente
Yanukóvich, cambió la Constitución y convocó elecciones
presidenciales anticipadas; todo un golpe de estado, con apariencia
de acuerdos políticos. En algunas zonas del este y sur de Ucrania no
reconocieron al autoproclamado gobierno de Kiev y con protestas
multitudinarias reivindicaron una Ucrania federal cerca de Rusia.
Desde entonces no han parado las protestas y los enfrentamientos
entre los llamados prorrusos y los partidarios de orientación nazi.
En estas
estábamos, cuando EEUU inició unas maniobras, buscando convertir a
Ucrania en la puerta de entrada para el dominio de Eurasia y
establecer un cerco político contra Rusia y la expansión de China.
Las potencias claves de la UE, Alemania y Francia, con importantes
vínculos económicos y de negocios con Rusia, no aceptaron una guerra
abierta y dejaron que la violencia se estancara en la zona, bien
alejada de sus intereses. Una mayoría de los ucranianos orientales,
no aceptaron ser anexionados por la Federación Rusa, sino formar
provincias autónomas fuertes, libres de la interferencia de Kiev, en
el marco de una Ucrania federal.
El
presidente Putin, que había dado el visto bueno de Rusia a las
elecciones presidenciales al asegurar que eran un paso en la buena
dirección, pidió el aplazamiento del referéndum por la
independencia, convocado por los prorrusos en las regiones
ucranianas de Donetsk y Lugansk; conminando a Kiev a suspender la
ofensiva militar de castigo contra los bastiones prorrusos del
sureste, aduciendo que esa operación únicamente agudizaría las
divisiones en la sociedad ucraniana, indicando que Rusia no iba a
invadir nada, a menos que Kiev utilizara sus fuerzas armadas contra
civiles desarmados. La OTAN, fuerza militar al servicio de EEUU,
amenazó con un despliegue permanente de tropas en la zona,
fabricando nuevos enemigos tras la creación de un Estado fallido en
Libia y el fiasco de Afganistán, entre otras actuaciones.
Sobre la masacre en Odesa, el gobierno de
Kiev insiste en la versión según la cual, los manifestantes que se
encontraban dentro de la Casa de los Sindicatos prendieron fuego al
edificio, aunque no da explicaciones sobre el hecho de que algunos
de los muertos en el incendio presentaran heridas de bala. Hay
hipótesis que apuntan a que todo fue planificado y mucho más brutal
de lo que los medios cuentan. Grupos nazis, portando la cinta de San
Jorge (distintivo antifascista) y brazalete rojo, se infiltraron
entre quienes se encontraban en la Casa de los Sindicatos. Un
diputado ucraniano denunció que en la masacre también participaron
militares de unidades especiales camuflados. La matanza se inició
con total impunidad y sin testigos. A muchos les rociaron la cabeza
con líquido inflamable y les prendieron fuego, estando vivos. Otros
fueron.
La
investigación de la tragedia todavía deja muchas preguntas sin
respuesta. Los observadores de la OSCE que examinaron el edificio
incendiado, han llegado a la conclusión de que el fuego se extendió
por los pasillos del primer y segundo piso; señalando que de las 46
víctimas, cinco presentaban heridas de bala. Por su parte, el fiscal
general interino de Ucrania, Oleg Majnítski, manifestó que según la
investigación fue una acción planeada, coordinada, en la que
participaron incluso los representantes del poder, y la policía
involucrada.
Hoy, la
situación no se aleja mucho de lo que viene ocurriendo en la
historia, agravado por amigos con propios intereses. Rusia está
siguiendo en la actualidad estas políticas, porque percibe que un
país que está cerca de su frontera se está convirtiendo en una
plataforma para una alianza militar amenazante, por lo que tiene que
ver con la posibilidad de que Ucrania se convierta en miembro de la
OTAN y por lo tanto albergue misiles y tropas de esa alianza,
Ucrania es la frontera occidental de Rusia y cuando fueron atacados
desde el oeste durante la Primera y Segunda Guerra Mundial fue el
territorio de Ucrania lo que los salvó. Desde Moscú se tiene la
percepción de que están siendo cercados por una alianza enemiga
El
Kremlin demanda el compromiso de que Ucrania no se una nunca a la
OTAN, establece limitaciones en las tropas y armamentos que se
puedan desplegar en los países que se unieron a esa alianza después
de la caída de la Unión Soviética y exige retirar la infraestructura
militar instalada en los estados de Europa del Este después de 1997.
Washington que habla de una amenaza inminente de Rusia sobre
Ucrania, ha puesto en alerta a 8.500 soldados para ser desplegados
en Europa oriental, enviado barcos de guerra al Mar Negro, ordenando
la evacuación de los familiares de sus diplomáticos en Kiev. Por su
parte, el gobierno del presidente Volodimir Zelensky ha hecho
llamamientos a guardar la calma, afirmando que esta crisis se inició
con la invasión rusa de Crimea y la ocupación por parte de grupos
prorrusos en la región de Dombás, en el este de Ucrania, donde desde
2014 han muerto cerca de catorce mil personas.
En suma a
los movimientos militares de presión, tanto la Unión Europea como
Estados Unidos o Reino Unido ya tienen su hoja de ruta de sanciones
preparada por si se da una agresión a gran escala contra Ucrania.
Por su parte, el responsable
de Asuntos Exteriores ucraniano, Dmitri Kuleba, ha resaltado que la
prioridad de su Gobierno es que Rusia fracase en su plan de
desestabilizar su país, aunque no descarta ningún otro escenario,
incluido un conflicto bélico para el que también se preparan.
En 2014,
el canciller ruso, Serguéi Lavrov, declaró que durante mucho tiempo
Europa hizo caso omiso al renacimiento del fascismo y que lo que
ocurrió entonces fue una manifestación real de esa ideología cuyo
carácter criminal fue reconocido durante los Procesos de Núremberg.
Que un ministro de Putin tenga que explicarnos que lo de Odesa es
fascismo puro dice mucho del nivel europeo. Lo que pasó en Ucrania
es puro fascismo y Europa cerró los ojos y se convirtió en cómplice
colaborador ante la escalada bélica de violencia extrema y la
proliferación de una ideología criminal.
Mientras
todo ocurre o pueda ocurrir y se difunden especulaciones de todo
tipo, se está produciendo un tiempo en el que no se avanza ni se
encuentra solución. No es mala situación para evitar una guerra
anunciada, que no debe producirse en ningún caso.