Cuarenta
y dos mujeres han sido asesinadas en lo que va de año, víctimas de la
violencia de género. 1.226, desde 2003 cuando se empezaron a recopilar
datos. Da lo mismo la edad que tengan las mujeres asesinadas ni la de
los ejecutores, su situación económica o condición social; los
asesinos matan por mantener su poder machista. Los asesinatos son la
punta del iceberg de una violencia machista estructural que vive cada
día cientos de miles de mujeres. Más allá del repunte de feminicidios
este verano: tres víctimas tenían protección y el 80% no denunció.
Hemos
vivido un verano sangriento. Los periodos vacacionales son siempre
momentos de riesgo para las víctimas de violencia machista por mayor
convivencia con sus agresores. Históricamente, en los meses de julio y
agosto ha habido una mayor concentración de asesinatos, seguidos de
enero y junio. Este verano ha sido uno de los más trágicos en
violencia de género de los últimos 20 años, con 15 asesinadas; a ellas
se suman, además, otras cuatro víctimas mortales durante el mes de
junio, cuando comenzaba el verano.
Mientras esta tragedia nos acongoja diariamente,
el negacionismo está creando una imagen de irrealidad sobre la
violencia de género, que influyen en los asesinatos machistas, que
facilita una respuesta violenta por parte de los agresores.
Hay la idea de que no existe la violencia y se interpreta como un
ataque a los hombres, en opinión de Miguel Lorente,
que ha ejemplificado con la frase que pronunció el presidente de la
RFEF, Luis Rubiales, sobre el "feminismo falso". Existen estudios que
demuestran que existe el llamado factor de refuerzo, que no es que
alguien que no va a matar ni va a usar la violencia de repente la use,
sino que alguien que ya está pensando seriamente en matar a su mujer y
se ve reforzado en su idea cuando ve que otro hombre ha conseguido lo
que él está pretendiendo conseguir.
La
violencia machista es un problema estructural y acabar con él requiere
de la implicación de toda la sociedad: instituciones, organizaciones y
ciudadanía. Todos y todas podemos contribuir para disminuir las cifras
de mujeres víctimas mortales de violencia machista.
La violencia de género no es un problema que
afecte al ámbito privado. Al contrario, se manifiesta como el símbolo
más brutal de la desigualdad existente en nuestra sociedad. Se trata
de una violencia que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de
serlo, por ser consideradas, por sus agresores, carentes de los
derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión dice el
Preámbulo de la
Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de
género, de 1 de diciembre 2004.
La ley
contra la Violencia de Género no ha dado el resultado que se esperaba.
Hay que seguir promoviendo medidas de protección a las víctimas y
programas de prevención de actos criminales, dirigidos a las propias
mujeres, los jóvenes, al entorno familiar y al conjunto de la sociedad
para que tome conciencia de la dramática situación. Y de forma
singular, campañas dirigidas hacia los hombres, para erradicar, los
comportamientos machistas de toda índole, como una de las grandes
lacras sociales de nuestro tiempo.
Con todo y con ello, las denuncias por violencia sexual se han
duplicado en solo diez años: de las 9.000 registradas en 2012 a las
17.389 de 2022, según los datos contenidos en los balances de
criminalidad del Ministerio del Interior. Si
la extrema derecha utilizaba durante la campaña electoral estos datos
para alarmar, las expertas, sin embargo, subrayan que estas cifras
son, de alguna manera, un logro: no es tanto que haya más violencia
sexual como que las mujeres, ahora, hablan y denuncian más. Las
instituciones y la sociedad, acompañan. El clima social ha sufrido un
cambio histórico; hay más conciencia social y más recursos. La
violencia sexual ha pasado de estar completamente oculta a ser visible
en el relato feminista, en los relatos mediáticos, en las
instituciones, dice Bárbara Tardón.
La
violencia de género, el maltrato, el terrorismo machista, no solo son
aptitudes sociales y culturales aprendidas, son también una
manifestación más de la delincuencia de las mentes asesinas que matan
a los más débiles, y como tales actos han de ser tratados. Un
maltratador es un hombre desalmado, que aprovechando la relación y de
su propia fuerza, utiliza a la mujer, la considera su propiedad, la
somete, le pierde el respeto como ser humano, despreciando y atacando
sus más preciados dones: la dignidad y la vida misma. Los
maltratadores, difícilmente corrigen sus hábitos. Hay que seguir
insistiendo en los cambios de conductas machistas; en la prevención de
actos criminales; y sobre todo proteger a la mujer víctima y al
entorno familiar sometido.
Según cifras del Observatorio de Género del
CGPJ,
durante 2022 se presentaron algo más de 182.000 denuncias por
violencia de género, una media de casi 500
denuncias al día. Siete de cada diez (el 71,57%) la realizó la propia
víctima principalmente ante la Policía (70,36%) y los juzgados
(1,21%). Menos del 2% (el 1,82%) fueron presentadas por familiares y
allegados de las víctimas. Una cifra que ha permanecido prácticamente
inalterada en los últimos cinco años. La colaboración del entorno que
es clave para prevenir la violencia de género, tal como lo ha
advertido en diversas ocasiones el Ministerio de Igualdad.
Los términos y conceptos en el marco de las
violencias machistas son amplios (ver
Apuntes sobre las violencias machistas, que es terrorismo).
Los llamados micromachismos son prácticas de dominación y violencia
masculina en la vida cotidiana, del orden de lo micro, lo casi
imperceptible, lo que está en los limites de la evidencia, y machismo
como una ideología de dominación. En la pareja se manifiestan como
formas de presión de baja intensidad más o menos sutil, con las que
los varones intentan imponer y mantener el dominio y su supuesta
superioridad sobre la mujer.
Una forma
explicita de ejercer violencia contra las mujeres es el chantaje
emocional, el desprecio y la culpabilización. Mostrar desprecio hacia
ellas, humillarlas, ignorar su presencia y opinión, desvalorizar su
persona. Estas formas están basadas en la creencia que el varón tiene
de monopolio de la razón, de lo correcto y el derecho a juzgar las
actitudes ajenas desde un lugar superior. Presuponen el derecho a
menospreciar. Conducen a presentar a la mujer como inferior a través
de un sinnúmero de desvalorizaciones, consonantes con las
desvalorizaciones que la cultura patriarcal realiza para hacer mella
en la autoestima femenina.
Los
gobiernos tienen que comprometerse en la prevención y erradicación de
las violencias machistas, así como en la asistencia y reparación de
todas las mujeres y sus hijos e hijas en situación de violencia. La
prevención ha de ser una política prioritaria, que tiene que incluir
un sistema coeducativo en todos los ciclos y formación específica de
los profesionales que interviene en los procesos. Es preciso eliminar
la custodia compartida impuesta, el régimen de visitas a los
maltratadores y la retirada y no cesión de la patria potestad a los
maltratadores condenados. Hay que aportar más recursos económicos y
humanos a las políticas activas, integrales y participativas.
El
Ministerio de Igualdad junto con Justicia, Interior, las comunidades
autónomas y la Fiscalía de sala contra la violencia de género, deben
analizar caso por caso para prevenir los asesinatos por violencia
machista.
No hay que
bajar la guardia, advierten desde Igualdad. "Hay que lanzar el mensaje
de que las políticas y la inversión en prevención en formación, en
protección integral funcionan. Hemos rebajado en cerca de 30 las
mujeres asesinadas cada año. Pero los esfuerzos siguen ahí porque las
cifras siguen siendo insoportables (Victoria Rosell.
En estos
tiempos convulsos de campaña electoral, habría que exigir a los
políticos un compromiso en la lucha contra la violencia machista. El
conjunto social ha de tomar conciencia de la situación y adherirse a
la lucha contra esta lacra social. Las víctimas se merecen la unidad
de todos en la respuesta frente a un intolerable fenómeno que tiñe de
sangre nuestra convivencia ciudadana. |