El pasado
28 de Mayo se han celebrado elecciones municipales y autonómicas y
en estos días se están constituyendo más de 8.100 ayuntamientos.
Vivimos días convulsos en cuanto a los resultados y los acuerdos,
muchos de ellos contra natura, que se están produciendo. El
color del mapa del poder municipal y autonómico ha cambiado
drásticamente, de rojo a un azul intenso, como consecuencia de que
la extrema derecha está permitiendo que el PP amplíe su poder.
Esperemos que las próximas elecciones del 23 de Julio, ese azul
intenso se transforme en un rojo permanente.
No voy a entrar a valorar ni analizar los
resultados electorales municipales y autonómicos, pero si me permito
realizar algunos apuntes.
En la mayoría de casos, el resultado de unas elecciones suele servir
para hacerse una idea del sentido que van a adquirir los gobiernos
que se constituyan. La afinidad entre las
formaciones y la proximidad ideológica son factores generalmente
adecuados para este propósito pero, en ocasiones, otros aspectos
como la gobernabilidad o el contexto político concreto de una
localidad dan lugar a acuerdos que sobre el papel resultarían
inverosímiles. Ha sido el caso de estos seis Ayuntamientos
distribuidos por el territorio español, donde partidos que se
encuentran en las antípodas ideológicas han suscrito pactos
motivados por diferentes razones.
El socialista Jaume Collboni ha sido elegido
nuevo alcalde de Barcelona,
gracias al apoyo in extremis de los comunes y del PP,
que han impedido así al candidato de Junts, Xavier Trias, hacerse
con la vara de mando pese a haber sido el más votado en las
elecciones del 28M y pese al aval de ERC. Por su parte, el Partido
Socialista de Navarra ha aplicado en Pamplona y en el resto de
ayuntamientos de la comunidad foral su máxima de no pactar con EH
Bildu, por lo que permite mantenerse en el poder a la derecha del
UPN.
Pero en
este tiempo de elecciones, quiero volver a referirme a otras que
tuvieron una repercusión histórica de primer orden y marcaron el
principio de la llamada Transición. El 15 de junio se han cumplido
cuarenta y seis años desde la celebración de las primeras elecciones
generales tras la muerte de Franco. Fueron elecciones democráticas
en cuanto que se desarrollaron en un nuevo clima, tras el referéndum
celebrado el 15 de diciembre de 1976, donde se preguntó: ¿Aprueba el
Proyecto de Ley para la Reforma Política? El 94,17% de los votantes
(del 77,8% de los votos contabilizados) dijo que si. El censo estaba
constituido por 22.644.290 electores.
El
resultado constituyó una voladura controlada del régimen según el
profesor Pérez Royo. El referéndum, significó la aceptación y el
comienzo de la Transición a la democracia. Un proceso lleno de
ilusión y esperanza. También la "desrazón" y el miedo se hicieron
notar; tanto por el vacío que el dictador dejaba tras su muerte,
como por el terror a una nueva contienda bélica. La mayoría de la
gente no teníamos desarrolladas ni la cultura ni el criterio
político, ni en cuestiones generales ni respecto a los hechos que se
sucedían vertiginosamente. Salíamos de una dictadura en la que no se
permitía pensar; solo obedecer las consignas del dictador y la de
los que mantenían el régimen.
El
resultado de aquellas elecciones fue ilustrativo de lo que sucedía.
Lo que no habían previsto los diseñadores del proceso, lo corrigió
la ley D'hondt. Se presentaron más de ochenta partidos o
agrupaciones electorales. Hubo un 21,17% de abstención y
consiguieron escaño doce candidaturas. Ganó Adolfo Suárez, como
heredero del régimen con su UCD (6.310.691 votos, 166 escaños),
seguido, con una diferencia de un millón de votos, por el PSOE de
Felipe González (5.371.866 / 118). El PCE, con Santiago Carrillo a
la cabeza, consiguió ser la tercera fuerza política (1.709.890 /
19), seguido de cerca por AP, liderado por Manuel Fraga (1.504771 /
16). Daba comienzo la etapa democrática y sin anunciarlo unas Cortes
constituyentes.
Fui
testigo, y de alguna forma protagonista, de la Transición» que
comenzaba. No puedo arrepentirme de lo que hice convencido, pero
visto en perspectiva histórica y con lo visto y aprendido, si ser
crítico con los resultados de todo aquello. En su forma fue un pacto
desde el franquismo hacia la democracia, aunque no todos los que
participaron fueran demócratas. La oposición al régimen no pidió que
se dirimieran responsabilidades por los crímenes cometidos, por los
derechos pisoteados durante la dictadura, ni por el origen del
régimen que terminaba; y no hablamos de la guerra fraticida, sino de
la represión y muertes producidas durante la dictadura. Los
responsables y autores, asesinos, siguieron en la calle formando
parte del tejido social.
La
Transición fue una ley de punto final: No solo impidió juzgar y
castigar a los culpables, autores y defensores de la dictadura y su
represión, sino que hoy se siguen poniendo trabas a investigar los
casos de los miles de desaparecidos y enterrados en las cunetas de
nuestros caminos y carreteras. La Transición puso como jefe de
Estado a un rey, que durante veinte años apoyó voluntariamente a
Franco que lo nombró como sucesor; que nunca renegó del juramento a
los principios generales del movimiento, ni denunciado las penas de
muerte que su protector firmó hasta el final de sus días. Fue una
reforma sin ruptura, construida sobre el poder franquista intacto.
Hubo un gran debate en las alturas sobre ruptura o reforma, pero al
final, quienes defendían la ruptura reformaron y los reformistas
retornaron al lugar de donde venían.
En el
15-J, la gente, tradicionalmente desinformada, votó, como vota casi
siempre, a los que más salen en televisión, en la prensa, a la voz
del poder, o a quienes provocan menos miedo. Los partidos políticos,
hasta entonces en la clandestinidad, fueron llamados a participar en
la Transición y terminaron aceptando lo que nunca habían defendido:
la monarquía, la bandera que había ondeado el dictador y las
condiciones que impusieron los vencedores de la guerra. Clandestinos
y legales, comunistas y socialistas, franquistas y falangistas,
fueron amnistiados por los delitos cometidos durante los cuarenta
años de Franco. No se pidieron responsabilidades ni investigación
por los muertos del franquismo, ni por los presos ni marginados, ni
represaliados, ni por los condenados a trabajos forzados y
desaparecidos por decenas de miles. Ningún programa electoral
prometió derribar lo que el franquismo había construido.
Poco se
ha hecho para conseguir la separación de la iglesia y el Estado,
condición indispensable para que la democracia lo sea realmente. No
se ha cambiado la ley electoral que maltrata a la izquierda,
beneficia a la derecha, o a los grandes partidos. Poco se ha hecho
para garantizar y blindar constitucionalmente la escuela pública y
laica, ni la sanidad pública, ni los derechos sociales. Todo para
los poderosos; los de antes, que son los de ahora.
Hoy, el
poder económico, financiero y territorial, está en manos de los
ricos industriales, banqueros y corruptos; la justicia sin tocar o
reformada a imagen de la derecha reaccionaria. Se siente la mano de
hierro que no permite ningún avance social, sino todo lo contrario:
que no permite la lucha contra el fraude y la corrupción, ni contra
la manipulación de la información, ni para erradicar la imposición
de doctrinas aprendidas durante el franquismo. Diariamente tenemos
ejemplos de ello.
En el
proceso hacia la democracia la Agencia Central de Inteligencia CIA
estuvo cerca. Podríamos afirmar que la Transición» se diseñó en un
despacho desde Langley. Alfredo Grimaldos en su libro Claves de la
Transición 1973-1986, para adultos, dice: El franquismo no es una
dictadura que finaliza con el dictador, sino una estructura de poder
específica que integra a la nueva monarquía. Para Grimaldos, la
Transición fue una metáfora de un interrogatorio policial donde son
los propios franquistas quienes diseñan el cambio y se reparten los
papeles en la obra que ellos mismos dirigen. La imagen oficial de
este periodo se ha construido sobre el silencio, la ocultación, el
olvido y la falsificación del pasado. Hoy conocemos que Juan Carlos
de Borbón, se hizo confidente de la Casa Blanca y se convirtió en su
gran apuesta para controlar España.
Mucho ha
cambiado la sociedad española desde el 15J. Ni todo ha estado mal
hecho ni todo ha sido una maravilla. El pasado es la historia, el
futuro no existe y el presente es cruel, como siempre, para los más
desfavorecidos socialmente. El Sistema actual, respetó las ruinas
del franquismo, y se construyó sobre la dictadura y sus miserias.
Algunos dicen que lo sucedido pertenece a un capítulo de la
historia, que no hay que recordar. Para ellos es mejor el olvido.
El color
político del mapa de España tras las municipales y autonómicas nos
acerca peligrosamente a aquel escenario.