En 1940 llegó a la corte —sin rey— Albert Elder von Filek, un
pintoresco exiliado austriaco, tras la derrota del Imperio Central en
la Primera Guerra Mundial, simpatizante de Franco por su victoria
contra el comunismo. Decía poseer una fórmula secreta que cambiaría el
mundo, por lo que estaba siendo perseguido por las empresas del
petróleo. Había descubierto la fórmula secreta de la gasolina sin
petróleo. A cambio de que el régimen de Franco le protegiera, le
ofrecía su fórmula mágica en exclusiva, Todos quedaron entusiasmados y
el primero el general. La nueva España, hambrienta, que se enfrentaba
a un entorno sin recursos y sin industria, iba a ser capaz de
convertir el agua en gasolina, que sacaría a España de la miseria.
Perfecto caldo de cultivo para el ingenio y los audaces, también para
estafadores, corruptos y tiranos.
Hacía un año que había terminado la guerra civil y España era un país
arruinado y devastado. La situación económica era caótica, con una
balanza comercial deficitaria y en general, en estado de bancarrota
técnica. Un país deficitario en recursos energéticos, salvo el carbón,
le hacia falta petróleo para su reconstrucción. A las puertas de la
Segunda Guerra Mundial, nadie daba nada. El poco petróleo que se
recibía, procedente de EEUU, debía ser pagado al contado, en dólares
americanos o en libras inglesas. Además, España estaba haciendo frente
a las deudas contraídas con la Alemania nazi y la Italia fascista (se
calcula que más allá de la ayuda militar ascendía a 372 millones de
marcos y 5.000 millones de liras), cuyos estados herederos, República
Federal Alemana y la República Italiana, nunca renunciaron al cobro de
la misma. No fue hasta mediados de los años sesenta, cuado España
terminó de pagar las deudas de guerra.
En 1.940, el combustible, como casi todo, estaba sometido a
racionamiento, haciendo casi imposible el transporte de mercancías por
carretera —el ferrocarril no había empezado a reconstruirse por
exigencias del propio Hitler, ante la guerra mundial que se
avecinaba—. Los escasos turismos de la época, habían incorporado
calderas para el gasógeno, que funcionaban usando la gasificación
obtenida a partir de combustibles sólidos: carbón, leña o cualquier
otro residuo, como la basura, también tan escasa.
Don Claudio, como era conocido en algunos sectores, por aquello de «claudillo»,
vio a von Kilek como mensaje divino y al chofer su emisario. La
fórmula von Kilek consistía en una mezcla de 75% agua filtrada, 20% de
extractos de plantas y fermentos y un 5% ingredientes secretos, dando
un combustible muy superior a la gasolina. Visto lo visto, que era
poco, pero con ojos de «rey Midas», al austriaco le pusieron un
pisito. Se le concedieron diez millones de pesetas de la época y unos
terrenos a orillas del río Jarama, cuyas aguas, analizadas por el
inventor, eran muy apropiadas para el proceso de producción. Allí
debía ser construida la fábrica para la elaboración del combustible.
El chofer de confianza de Franco, fue colaborador necesario en el
fraude de la gasolina en polvo. Decía que el gasógeno del propio coche
del caudillo, estaba alimentado por esa milagrosa mezcla y que los
camiones de transporte de pescado ya habían hecho pruebas con éxito.
Todos cayeron en el timo. El Ministerio de Hacienda anunció que la
Fábrica de Carburante Nacional, estaría en condiciones de producir
tres millones de litros por día, frente al millón que se consumía
entonces, ahorrándose 150 millones de pesetas anuales en importación
de petróleo. La economía española estaba salvada. Estaba en posesión
de la «piedra filosofal». España podía pasar a ser un exportador neto
de gasolinas en un mercado mundial escaso de combustible y acabar con
las deudas generadas con sus aliados y mucho más.
Cuando se descubrió que el agua del Jarama seguía siendo agua, ahora
empobrecida con la mezcla de los brebajes, los socios: Albert Elder
von Filek y el chofer de confianza, terminaron con sus huesos en la
cárcel o en alguna cuneta junto al río. Todo fue un chasco, pero pudo
haber sido.
Bueno, pues años después, se volvió a intentar. El tema ahora parecía
más serio. Fue Arturo Estévez Varela y su motor de agua. Era un
pintoresco ingeniero extremeño, residente en Sevilla, que aseguraba
haber descubierto y patentado, un sistema químico para descomponer la
estructura molecular del agua en sus componentes básicos y alimentar
un motor de explosión con el hidrógeno resultante. Aunque Estévez
Varela es recordado por este célebre motor de agua o de hidrógeno,
realmente era un hombre inquieto y preocupado por otros aspectos de la
técnica que iban más allá de los motores, con innumerables patentes,
que incluso la NASA estuvo interesado en alguno de sus inventos y
recibió premios en distintos salones internacionales.
Estévez empezó a hacer demostraciones públicas de su invento y los
medios de comunicación, empezaron a darle cancha y las instancias
oficiales se interesaron por el milagro. Franco, avisado por el caso
Fílek, encargó informes sobre la viabilidad del asunto, que resultaron
negativos y se abandonó el invento y al inventor, arguyendo que «ya se
ha hecho demasiado el ridículo».
Hoy sabemos, algunos por Wikipedia, que el agua, solo puede
descomponerse, mediante un proceso de electrólisis: descomposición de
agua (H2O) en los gases oxígeno (O2) e hidrógeno (H2) por medio de una
corriente eléctrica a través del agua. Este proceso se usa raramente
en aplicaciones industriales debido a que el hidrógeno puede ser
producido a menor costo por medio de combustibles fósiles. Pero
entonces se sabía menos y la necesidad era grande.
Una persona que se llama a si mismo salvador de la patria por la
gracia de dios, mucho sentido común no puede tener y como Franco
—engañado—, no podía dejarse engañar, todo se ocultó. Era un militar
mediocre, que había hecho su carrera militar guerreando en África. Se
encumbró como generalísimo de los ejércitos vencedores, convirtiéndose
en dictador bárbaro e implacable. Según él contaba, no entraba en
política. Y de ciencia, física y química, por la historia contada, no
tenía ni idea. La gasolina en polvo y el motor de agua pudieron salvar
a España, pero no la salvó ni dios. |