Ya he
contado alguna historia sobre Madrid y los madrileños, hoy lo dedico
a los tiempos de la depresión de los años cincuenta y otros tiempos,
de cuando la miseria se sufría. Finalizaban los cuarenta tristes y
miserables de la posguerra, y comenzaban los de la depresión, que
dieron paso a los austeros, en los albores del desarrollo y del
"600".
Durante
la guerra, el abastecimiento de Madrid fue un problema desde el
principio. Al acaparamiento de víveres, se unió el mercado negro, lo
que condujo a una situación muy precaria. Se recurrió a las
cartillas de racionamiento para intentar cubrir las necesidades
mínimas de la población. Lo más común era ver colas por la ciudad,
normalmente de mujeres vestidas de negro, que llevaban horas y horas
esperando pan, leche, café u otros alimentos básicos. La principal
actividad del día era buscar alimentos para sobrevivir.
En mi barrio,
en la calle Goya esquina Alcántara, se formaba
la cola desde las cuatro de la mañana y abrían a las nueve.
Vendían un kilo de galletas rotas por persona.. Había colas para
embarazadas y las que no lo estaban, lo simulaban para conseguir más
alimentos y esperar menos tiempo. La gente llevaba sillas para que
la espera fuera menos dura, cuando alguien intentaba colarse había
incluso violencia. Ni siquiera los bombardeos evitaban que la gente
dejara su puesto en una cola. "Un obús cayó en la plaza. Giraron la
cabeza para mirar y se arrimaron un poco a la casa, pero ninguna
abandonó su puesto de cola". Sus hijos esperaban la comida en casa.
Parece
que fue ayer, cuando Madrid contaba con millón y medio de
habitantes, al alba de un día de julio, con las restricciones
eléctricas habituales, todo comenzó para mí. Hacía tan solo diez
años que había terminado la guerra y se dejaba sentir la gran
represión política y social y la recesión económica que dejó como
herencia. La Conferencia de Postdam, celebrada después de la Segunda
Guerra Mundial, había condenado enérgicamente la política de Franco,
que sumió a España en un completo aislamiento diplomático, por lo
que no le permitió beneficiarse del Plan Marshall, cuyos millones de
dólares favoreció la reconstrucción de los países europeos
contendientes.
Hasta 1952, España no empezó a recuperar los
niveles de vida que tuvo en 1935. Estados Unidos, valoraró como muy
positiva (ya lo había hecho Hitler), la situación geoestratégica de
la España atlántica, mediterránea y pirenaica y en su beneficio,
convinieron el pacto con la dictadura franquista y la instalación de
sus bases militares, que aquí siguen. Eran los años del hambre, del
estraperlo, de la escasez de los productos más necesarios, del
racionamiento, de las enfermedades contagiosas, de la falta de agua,
de las restricciones eléctricas, del empeoramiento de las
condiciones laborales, del frío y los sabañones; de la leche en
polvo y del queso amarillo-naranja americano. Las cárceles
abarrotadas de presos políticos y en las cunetas fosas comunes,
ciento cuarenta mil desaparecidos en la guerra
y la dictadura; que hay siguen.
Ya se habían dado episodios de hambre. En el
verano de 1811 estalló en Madrid una calamidad jamás sospechada en
la Villa y Corte: ¡el hambre!, como lo llamó Ramón Mesonero Romanos,
cronista y concejal madrileño, en sus memorias; un capítulo negro de
la historia madrileña: "El
hambre de Madrid", título basado en
el cuadro de José Aparicio; un encargo gubernamental en referencia a
este espantoso episodio. Después de cuatro años de guerra
encarnizada, las cosechas, escasas, eran robadas por unos y otros
ejércitos, y por las partidas de guerrilleros. Madrid estaba
aislada, por lo que sufría de un abastecimiento insuficiente.
El hambre
estalló en septiembre de 1811, a pesar de que el Gobierno de José
Bonaparte había tomado algunas medidas: como arrebatar de los
graneros de los pueblos cercanos todas las mieses y frutos para
traerlos a la capital, u obligar a los panaderos a cocer un grano
que no tenían, y a fijar un precio elevado imposible de mantener y
de pagar para la mayor parte del vecindario. El famoso pan de trigo
candeal de Madrid fue sustituido por otro a base de centeno, maíz y
cebada, pero la escasez continuaba en ascenso. La carestía de los
pocos productos que había, también subió en la misma proporción, de
forma que los alimentos no quedaban fuera del alcance del pueblo
común, sino progresivamente de las familias más acomodadas. En
agosto de 1812, finalizó esta tremenda situación, con la entrada de
Lord Wellington, que facilitó las comunicaciones y los
abastecimientos. El hambre de Madrid había concluido; hasta la
siguiente crisis.
A
principios de los años cincuenta proliferaron por Madrid los barrios
de chavolas. Andaluces, extremeños y manchegos, huyendo de la
miseria de la tierra, en busca de trabajo, se instalaban en donde
podían. También los rojos represaliados que no tenían sitio en el
Madrid oficial. Pozo del Tío Raimundo, Palomeras, Entrevías, "la
ciudad sin ley" en La Elipa baja y en el "Arroyo Abroñigal", de
ponzoñosas aguas que desemboca en el Manzanares. Recuerdo visitar
con mi madre a mi tío Pepe. Vivía con su mujer y cinco hijos en las
cuevas horadadas en la tierra, junto al puente de Las Ventas del
Espíritu Santo. La miseria se veía, se vivía, se sentía y se sufría.
La
economía franquista significó la profundidad y duración de la
depresión durante los años cuarenta. Para la mayor parte de los
españoles fueron, sencillamente, los años del hambre, del
estraperlo, de la escasez de los productos más necesarios, del
racionamiento, de las enfermedades, de la falta de agua, de los
cortes en el suministro de energía, del hundimiento de los salarios,
del empeoramiento de las condiciones laborales, del frío y los
sabañones. Todo un desastre de gran magnitud.
La
economía franquista, significó la restauración de la propiedad
privada, la recuperación de los beneficios de las empresas y de la
banca, el desvergonzado enriquecimiento de los grandes
estraperlistas protegidos del Régimen y el restablecimiento de los
privilegios de la Iglesia y el Ejército. Además de su intensidad, el
otro rasgo característico de la depresión de los cuarenta fue su
larga duración. La recuperación de los niveles de bienestar fue más
tardía, como consecuencia de la apuesta del Régimen por la industria
pesada, a costa del abandono de la agricultura y las industrias de
consumo. Así, el nivel de consumo alimenticio de preguerra, en
términos de calorías totales, solo se alcanzó a mediados de los años
cincuenta y el consumo de algunos productos alimenticios de calidad
se retrasó hasta entrados los sesenta.
Lo cierto es que, por encima de cualquier
circunstancia, la duración y profundidad de la crisis no puede ser
entendida sin situar en un primer plano la esencia política del
Régimen, sus fundamentos y objetivos y la propia política económica
desarrollada; un régimen nacido por el apoyo directo de las
potencias totalitarias. La depresión posbélica española fue mucho
más intensa y larga que la de los países europeos afectados por la
SGM.
La situación de España en 1945 fue el
resultado de una opción voluntaria de Franco que resultó equivocada.
El objetivo autárquico era una quimera y partía de la ignorancia de
la propia teoría económica.
El
establecimiento de racionamientos y cupos tuvo efectos negativos.
Resultaba imposible hacer coincidir los deseos de consumidores y
productores con las cantidades asignadas y los precios que estaban
dispuestos a pagar. En todo caso se producía un desajuste entre la
demanda y los cupos o racionamientos asignados, el equilibrio solo
podía conseguirse acudiendo a transacciones ilegales, que el mercado
negro se encargó de resolver. En 1959 se aprobó el Plan de
Estabilización que produjo que en los años sesenta comenzara el
desarrollo. Las causas hay que buscarlas en el efecto de arrastre de
una economía mundial en la mejor década de la historia. La economía
siguió intervenida, fuertemente protegida, y la hacienda mantenía
todos sus defectos. Persistía el atraso tecnológico, científico y
educativo. No se como hemos podido sobrevivir.
La postguerra fue una época de "mucho miedo y
poco pan"; la comida era un bien escaso que había que racionaizar.
Los más miserables iban a Legázpi a por los deshechos del mercado de
abastos. Si aquella busca salvó a mucha gente a morir de hambre, en
los últimos tiempos se ha puesto en evidencia una nueva categoría
social: los trabajadores pobres, que ha trastocado el concepto de
pobreza, como consecuencia de los bajos salarios y la baja la
calidad de los empleos.
Ha aumentado la pobreza en nuestro país, lo
que conlleva que cerca de tres millones de personas se encuentre en
pobreza extrema y cerca de dos
millones de niños pasen hambre en España.
El hambre
ha pasado de ser un fenómeno colectivo, a convertirse en una
tragedia individual y familiar. Se trata de las personas sin hogar,
que han alcanzado el nivel máximo de exclusión
social y marginación en una sociedad moderna.
Para no llegar a daños mayores, es necesario
que el nuevo Gobierno, tome las medidas para resolver la actual
situación de pobreza y hambre. "Tened
presente el hambre"; porque el
hambre en España es un asunto que cualquier gobernante decente
tendría que incluir entre sus prioridades.