Me
remito al artículo "Algo por lo que merece la pena luchar", que aparece
en mis Reflexiones
Republicanas (2013). En el que venía a decir
que abandoné la militancia en el PSOE hace años; aunque nunca la
militancia socialista por la igualdad, la justicia social y la
solidaridad. Desde que conocí estas ideas, enseguida me di cuenta que
era algo por lo que merecía la pena luchar. La justicia social, la
igualdad y la solidaridad, fueron demandas del Partido de Pablo Iglesias
y transcurridos más de cien años, en lo esencial, siguen siendo hoy
proclamas y reivindicaciones vigentes, para el mayor bienestar y
dignidad de las personas.
Por aquel
entonces se consideraba que la sociedad era injusta, porque dividía a
sus miembros en clases desiguales y antagónicas: los dominantes y los
dominados. Los que lo tienen todo, recursos, dinero y poder; y los que
nada tienen, salvo su fuerza vital para trabajar. Los privilegios de la
burguesía estaban garantizados por el poder político y económico, del
cual se valía para dominar a los trabajadores. Para superar estas
contradicciones comenzó la lucha de los socialistas decimonónicos. Aquel
análisis vale para hoy, y la lucha sigue siendo necesaria para conseguir
los mismos objetivos.
Cuando
todo iba consiguiéndose y superándose lentamente, durante la Segunda
República, llegó la guerra y con ella, la oscura noche de la dictadura.
Muerte, dolor, exilio y sufrimiento para tantos compañeros y compañeras,
que posiblemente no entenderían hoy la situación por la que atraviesa el
socialismo; sin un norte ideológico claro. Veremos que ocurre en el
próximo 40
Congreso del PSOE.
La historia
del PSOE es larga y rica en debates sobre ideas, estrategias y
objetivos. Recuperar la memoria es importante para conocer y superar lo
superable. En el Congreso de Suresnes (1974) comenzó el cambio de
orientación política e ideológica, de la edad moderna del Partido, donde
se acordó adaptar la idea y la acción a la lucha por la democracia y las
libertades desde el interior. En el XVIII Congreso de 1979, con aquel
"hay que ser socialistas antes que marxistas" de Felipe González (y su
maniobra de dimisión como secretario general), continuó la revisión
ideológica, y ya no se ha parado. Aquel día, que por cierto yo estaba en
el servicio de orden del Congreso, entendí lo que significaba aquel
discurso: vaciarse, soltar lastre, entregar el método, la forma de la
acción y algunos objetivos históricos, por el reconocimiento
internacional.
Con la etapa
de Transición a la democracia, el Partido y su siempre leal y
responsable política de Estado, entendió que lo primero era lo primero y
por tanto prioritario. Con ello se volvió a perder algún que otro
principio ideológico y seña de identidad: hay que ser socialista antes
que marxista y además sin República y con monarquía parlamentaria; que
defiende por encima de cualquier otra consideración.
Con los
primeros gobiernos socialistas todo fue diferente. Desaparecida
supuestamente la lucha de clases, comenzó el avance hacia el bienestar:
educación para todos, sanidad universal, prestaciones y derechos
sociales; cultura, inversiones, hospitales, carreteras,… Parece que
podíamos convivir con el capitalismo, con la construcción de un Estado
social democrático y de Derecho como objetivo. Después, poco a poco,
todo se fue frustrando. El bienestar con democracia, no era lo mismo que
el socialismo democrático; el capitalismo estaba intacto y la ideología
socialista en venta.
Yo venía a
preguntarme hace algunos años, que ante una realidad calamitosa cuál es
la alternativa del Partido Socialista Obrero Español. ¿Hacer una
política corta, a la zaga de la política de la derecha, enmendando,
proponiendo pactos y acuerdos por responsabilidad? La crisis económica y
financiera, nunca pudo ser la coartada para hacer lo que los mercados y
el poder económico nacional e internacional demandan. No caben excusas
para no moverse o seguir retrocediendo.
Ha habido
demasiada renovación en la historia reciente del partido. A mi entender,
los socialistas tienen que seguir gobernando en un frente amplio de
izquierdas; enfrentarse y dar respuestas a los nuevos retos que la
sociedad demanda; dotarse de una organización fuerte, sólida y
participativa, en la que la opinión de las bases sean tenidas en cuenta;
leal con las ideas, principios y valores socialistas de siempre;
representar los intereses de quienes tienen que trabajar para poder
vivir y a los más necesitados socialmente; presentar un modelo social
diferente y alternativo, por una sociedad justa, en la que la igualdad
sea una realidad y la solidaridad una forma de ser y actuar. Tiene que
recuperar la ideología socialista, con todas las consecuencias, como
fondo y forma de hacer política.
Permítanme
haga memoria, recordando el Programa Máximo del PSOE aprobado en 1880,
que pese al tiempo transcurrido sigue estando vigente. Hay que adaptar
algunos términos aquí y allá, darle algún retoque conceptual; incorporar
algunas medidas sociales y medioambientales de actualidad y tendríamos
una propuesta de programa para el siglo XXI. En lo fundamental,
intrínsicamente, es totalmente válido.
¿Piensan qué
me he quedado encastillado en la concepción del siglo XIX?, no es mi
opinión. En el estricto sentido de lo que quiero decir no estoy anclado
en el pasado, sino todo lo contrario. Salvando las distancias
históricas, muchas de las circunstancias de entonces, políticas,
sociales y económicas, siguen estando vigentes y vigente es la necesidad
de cambiarlo todo.
El Programa
al que me refiero no es una antigualla del pasado. Han transcurrido casi
dos siglos y algunas de las reivindicaciones de entonces, se pueden
seguir haciendo hoy. Ha cambiado el modelo social. Ha surgido la llamada
clase media y al proletariado se le denomina productor o trabajador y
trabajadora. Pero la clase dominante sigue siendo la misma de entonces:
los que tienen todo y todo lo pueden.
Decía el Programa. Considerando:
- Que esta
sociedad es injusta, porque divide a sus miembros en dos clases
desiguales y antagónicas: una la burguesía, que, poseyendo los
instrumentos de trabajo, es la clase dominante; otra, el proletariado,
que, no poseyendo más que su fuerza vital, es la clase dominada.
- Que la
sujeción económica del proletariado es la causa primera de la esclavitud
en todas sus formas: la miseria social, el envilecimiento intelectual y
la dependencia política.
- Que los
privilegios de la burguesía están garantizados por el poder político,
del cual se vale para dominar al proletariado.
-
Considerando que la necesidad, la razón y la justicia exigen que la
desigualdad y el antagonismo entre una y otra clase desaparezcan,
reformando o destruyendo el estado social que los produce.
- Que esto
no puede conseguirse sino transformando la propiedad individual o
corporativa de los instrumentos de trabajo en propiedad común de la
sociedad entera.
- Que la
poderosa palanca con que el proletariado ha de destruir los obstáculos
que a la transformación de la propiedad se oponen ha de ser el poder
político, del cual se vale la burguesía para impedir la reivindicación
de nuestros derechos.
En aquel
entonces el Partido Socialista declaraba cuatro aspiraciones: 1. La
posesión del poder político por la clase trabajadora. 2. La
transformación de la propiedad individual o corporativa de los
instrumentos de trabajo en propiedad colectiva, social o común.
Entendiendo por instrumentos de trabajo la tierra, las minas, los
transportes, las fábricas, máquinas, capital-moneda, etc. 3. La
organización de la sociedad sobre la base de la federación económica, el
usufructo de los instrumentos de trabajo por las colectividades obreras,
garantizando a todos sus miembros el producto total de su trabajo, y la
enseñanza general científica y especial de cada profesión a los
individuos de uno u otro sexo. Y 4. La satisfacción por la sociedad de
las necesidades de los impedidos por edad o por padecimiento.
Como
socialista (sin partido) la misión impuesta es la de luchar y difundir
los valores y principios que identifican la justicia social, la igualdad
y la solidaridad y siguen siendo proclamas y reivindicaciones necesarias
y urgentes de conseguir para el mayor bienestar y dignidad de hombres y
mujeres.
Al buen
entendedor le sobran información y elementos de juicio como para
entender que las circunstancias históricas no son las mismas, pero si lo
son determinadas situaciones que hacen que las mujeres y hombres de hoy,
sigamos estando sometidos al poder político y económico. Necesitamos
alternativas para subvertir la realidad.