La
dictadura agonizaba desde hacía un tiempo y el nuevo modelo no se
consolidó hasta la aprobación de la Constitución en 1978. Hay quien
dice que todavía está por ver. Lo cierto es que a la vista de las
políticas del Partido Popular, parece que el régimen del 78 legitimó
al régimen franquista modernizándolo, en la figura de Juan Carlos.
Ya han pasado cuarenta y nueve años desde la muerte del dictador.
"Españoles: Franco ha muerto", veíamos decir a un Arias Navarro roto
en lágrimas, ante la pantalla en blanco y negro. Imagen que recuerdo
expectante y angustiado, tanto como el 23 de Febrero de 1981, por
parecidos motivos. Todo estaba por ver. "El hombre de excepción que
ante dios y ante la historia asumió la inmensa responsabilidad del
más exigente y sacrificado servicio a España ha entregado su vida".
Aquel hombre, unos meses antes, había firmado las últimas cinco
penas de muerte de la dictadura. El 27 de septiembre se ejecutó la
sentencia por fusilamientos. Franco murió matando. Del "llanto de
España" que decía Arias, a las copas de champán en muchos hogares.
Del "dolor y la tristeza" del carnicero de Málaga, a la esperanza
ante el futuro. En mi memoria, Franco en estado mortuorio, en la
cama de la habitación 103 del hospital La Paz, entubado en su agonía
prolongada por medios mecánicos y razones políticas.
Retomo
aquellos recuerdos, revisados y ampliados, con el convencimiento de
que el franquismo sigue vivo. Nada más hay que ver el dibujo del
espectro político con la aparición de Vox y el seguidismo del
Partido Popular. También estoy convencido de que la monarquía que
encarnó Juan Carlos de Borbón, vino a consolidar y dar continuidad
al Régimen surgido tras el golpe de Estado del 18 de Julio de 1936;
el franquismo sin Franco.
Fueron
tiempos de silencio, cuando Franco, con todo el poder en sus manos,
diseñó el nuevo régimen de una Monarquía del Movimiento. Se
pretendía dejarlo atado y bien atado y no todo salió bien, aunque
dicen que le dijo a Juan Carlos, ya príncipe de España: No sirve de
nada lo que yo le diga, porque usted lo tendrá que hacer de otra
manera. El tránsito a la democracia culminó en 1978 con la
Constitución y como forma política la monarquía parlamentaria.
Previamente se había celebrado el referéndum sobre el Proyecto de
Ley para la Reforma Política, el 15 de diciembre de 1976, que contó
con el apoyo del 94,17% de los votantes, con una participación del
77,8%. El rey ni juró, ni prometió la Constitución: la sancionó. Su
poder era previo y franquista. No se consolidará la monarquía,
mientras no haya un referéndum sobre el modelo de Estado. No lo hubo
entonces por miedo, porque el pueblo no pintaba en eso y por la
falta de razón democrática; hoy dicen que porque no hay razón para
ello.
Vivimos
días de proclamación y funeral. El 22 de Noviembre estuve ante la
iglesia de San Jerónimo el Real, donde se celebraba la misa oficiada
por el cardenal Tarancón, presidente de la Conferencia Episcopal,
que luego supimos leyó una homilía, en la que podía entenderse el
cambio que se iba a experimentar. Recuerdo ver al vicepresidente de
los Estados Unidos Nelson Rockefeller y al general chileno Augusto
Pinochet, con su larga capa, a quienes, muy tímidamente, algunos
silbamos, hasta que dos percheros americanos con gabardina y caras
de película de malos, se pusieron a nuestra vera y terminaron con la
música de viento.
Desde
1947, dos años antes de mi nacimiento, España ha sido un reino sin
rey, dirigido y controlado por una dictadura militar falangista,
surgida de una guerra, tras un golpe de Estado contra la legítima
República. Franco estableció las bases para el futuro monárquico
español, con la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, que
declaraba a España Reino y otorgaba al Jefe del Estado la facultad
de proponer a las Cortes la persona que lo sucedería a título de
rey. A Franco le hubiera gustado ser rey de España por la gracia de
dios, de hecho gobernó con prerrogativas reales, concedió títulos
nobiliarios y entró bajo palio a las catedrales con guardia mora.
Vivió como un rey, con el boato y protocolo franquista, con guerrera
blanca, camisa azul y boina roja, España era una democracia orgánica
sin democracia y un reino sin rey.
Demasiadas intrigas e intereses ante la reinstauración −restauración
o instauración según opinión de unos u otros−, de la monarquía en
España. Tras descartar al heredero legítimo, Franco elige al hijo
del pretendiente. Un niño, entregado por su padre, y al que se
podría adoctrinar en la ideología del régimen. Comenzó cambiándole
el nombre: de Juanito, a Juan Carlos. No es hasta el 22 de julio de
1969, precisamente el día en que yo cumplía veinte años, cuando con
el título de Príncipe de España, Juan Carlos jura como sucesor de
Franco. Aquel ambiente lo viví expectante, frente a las Cortes.
Juan
Carlos juró fidelidad a los principios del Movimiento, acepta ser
sucesor de Franco a título de rey, "recibiendo de Su Excelencia, la
legitimidad política surgida del 18 de julio". Heredaba un régimen
surgido por un golpe de Estado y una guerra fraticida. Aseguraba
para él y los suyos una corona que hoy ostenta su hijo; y el régimen
garantizaba el franquismo sin Franco. Estaban convencidos de que un
príncipe, que juraba fidelidad a los principios y leyes del
Movimiento, traicionando a su padre, sería fácil de manejar.
El entonces príncipe Juan Carlos fue nombrado
sucesor del dictador. Franco delegó en él en dos ocasiones la
jefatura del Estado, por motivos de salud, por lo que el rey ejerció
de dictador suplente en dos ocasiones antes de ser rey. En la última
suplencia, moribundo Franco, entrego el Sahara a su hermano el rey
Hassan de Marruecos, tras la presión ejercida con la Marcha
Verde, Estados Unidos y Francia,
traicionando al pueblo saharaui. El monarca se acomodó al sistema y
el pueblo nos acostumbramos a un rey, aparentemente sin opinión,
salvo en nochebuena, delante de un belén, con olor a naftalina,
sabor a anís y sonidos de pandereta. España salía de la noche oscura
de la dictadura y entraba en el sendero de la democracia, no sin
sobresaltos e incertidumbre, mucha incertidumbre.
El
dictador en su testamento, exalta los tópicos patrióticos, como hizo
en todos sus actos y discursos en vida y como colofón en su última
aparición el 1º de octubre del año de su muerte en la plaza de
Oriente. En aquellos momentos de último aliento, recuerda a los
enemigos de España: No olvidéis que los enemigos de España y de la
civilización cristiana están alerta; mantened la unidad de las
tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones
como fuente de la fortaleza de la unidad de la patria. Estos
planteamientos y algunos más, siguen vivos en la derecha de hoy.
En esta
semana se conmemoran dos acontecimientos claves en el devenir de
nuestra historia. Muere Franco (20N) entubado en una cama del
hospital La Paz y las Cortes proclaman jefe de Estado a título de
rey a Juan Carlos de Borbón (22N). El dictador, en su atado y bien
atado, impuso una monarquía del Movimiento. El rey ni juró ni
prometió la actual Constitución; solo la sancionó, porque su poder
era previo a la democracia. Fueron días de preludio a la Transición.
La
monarquía, por su naturaleza, es antidemocrática; atenta contra la
igualdad de oportunidades y al principio constitucional de igualdad
ante la ley. Es un órgano del Estado, sobre el que el propio Estado
no tiene ningún tipo de control: ni político, ni económico, ni de
ninguna naturaleza. Las Cortes que representan a la soberanía
nacional, no tienen competencia alguna sobre la gestión de la Casa
Real. La persona del rey es inviolable constitucionalmente, lo que
le sitúa por encima de la ley. La corona es un órgano opaco, poco
transparente, que no da cuentas a nadie, sobre nada y de todo. Es
tiempo de pensar en el cambio, por cuestión de salud democrática.
Durante
la Transición se establece la monarquía parlamentaria como modelo
político del Estado. Todo fue posible por el acuerdo tácito de pasar
página; por miedo y por el ansia y anhelo de libertad. La
Constitución fue un trágala para salvar la monarquía, una operación
de blanqueo e hipnotismo ejemplar: «o te comes la manzana con gusano
o no hay manzana», decía el profesor Vicenç Navarro. El rey
ostentaba la legalidad fáctica heredada de Franco, la legitimidad
dinástica de su padre, pero no fue hasta el 23F en el que pasó, de
ser el rey de Franco, a salvador de la democracia. Se trataba de
consolidar al rey, ya fuese con el triunfo del golpe de estado o con
su fracaso. Y lo consiguieron.
Desde el
principio de los tiempos de la Transición, algunos dirigentes
franquistas, se convirtieron en demócratas de toda la vida. Hoy son
los mismos, que desde las alcaldías, parlamentos y desde el propio
PP en el gobierno, siguen identificados con el franquismo y con los
comportamientos y actos de apología fascista, que son delictivos y
deben ser perseguidos y sancionados.
Desde
aquel 20N han transcurrido cuarenta y nueve años y parte de mi vida.
Por cierto un 20N de 1957, el día del santo de mi madre, murió mi
padre. Las fechas históricas me persiguen; mi madre murió un 6 de
Diciembre, día de la Constitución. Recuerdos y emociones a flor de
piel. Desde la ilusión contenida al compromiso político permanente.
De la esperanza sin traba al desasosiego de hoy. De todo puede ser a
solo algunas cosas fueron. De lo conseguido a lo que ahora perdemos.